viernes, 27 de marzo de 2009

Buzón (1)

Hoy en día, a través de internet, mucha gente se escribe sin conocerse, hasta que deciden verse cara a cara. Así han comenzado algunas historias de amor que tuvieron un final feliz. Muchas otras, no tanto. Este cuento que escribí, tiene que ver con lo peligroso que puede ser una relación a ciegas, en algunos casos.

Desde este lugar lejano en el que hoy me encuentro, voy a contarles lo que alguna vez me aconteció. Fue no hace mucho tiempo, si es que el tiempo existe cuando uno recuerda los hechos vividos como si estuvieran ocurriendo siempre. Resulta que alguien tuvo la idea de comunicar su existencia, a través de esa carta sin sobre y al instante que llaman e-mail. A varios se la envió, a mi me llegó. Me pareció una señal y a la vez me sentí halagado por lo que decidí contestarla. El destinatario era una destinataria. Mi respuesta fue sólo para ella. Mi timidez impidió que los demás lectores de la osada mujer conocieran mi pensamiento. La sorpresa me invadió cuando la desconocida me contestó, creo que sólo a mí me contestó, estableciéndose entre nosotros una serie de secretos impensados a esa altura de mi años vividos. Comencé a saber de su vida, le conté de la mia. Mi niñez, mi adolescencia, mi juventud y madurez fueron expuestas con distintas palabras. Sus sueños, amores y fracasos me fueron transmitidos de la misma manera. Mis dedos acariciaron las teclas que hablan de amor. Sus ojos se emocionaron creyendo escuchar mi voz. Su imaginación la transportó al infinito. Mi mente viajó por la ciudad. La luz de la pantalla, para mi, era la luz de su alma. Se lo conté de mil maneras, se lo transmití desde el corazón. Sus cartas me llegaban con la misma emoción. La confesión de amores vividos también. Su dolor en el pecho por el fracaso con el último hombre. Mi rutina diaria, mi resignación, mi soledad, todo en mil letras. Todo en esa pantalla. No nos costó enamorarnos. Sólo hay que proponérselo. Fueron días, semanas, fueron meses de e-mail diarios. Infinidad de susurros de amor en ojos sin rostros. Creatividad asombrosa salía de mi mente hasta allí dormida. Dulzura que quería oír me llegaba de quién sabe dónde. Y así fue pasando el tiempo. 
Un día lo decidimos, teníamos que conocernos personalmente. Nos daba miedo, era lógico. Y si al vernos no nos gustábamos. Si nuestros rostros eran distintos de los que soñabamos. Corrimos el riesgo. La cita en un lugar que no viene al caso. El lugar perfecto para quienes lo único que hacían era escribir. Dijimos, Vayamos que de alguna manera nos vamos a conocer. Nunca en nuestros e-mail hubo una descripción de nosotros mismos. Ni una foto enviada. Por qué romper con esa magia en la que vivíamos. Y así lo hicimos. Confiamos en Dios. Cuando llegué al lugar del encuentro confieso que me asusté, mucha gente, temí no conocerla. Pero a veces suceden milagros. La vi. Me vio. Nos dimos cuenta de que nuestro sueño ya era una realidad. Nos miramos a los ojos, nos abrazamos y besamos. Hablamos para conocer nuestras voces. Ya era tiempo de conocer nuestros cuerpos, no temimos ir demasiado rápido. Sentíamos que nos habíamos visto en otra vida. Me invitó a su casa. Su iniciativa me asombró. Sentí que la amaba como nunca lo había hecho. Sentí que me amaba como nunca lo habían hecho. Nuestros cuerpos se entrelazaron, lucharon, sintieron dolor, placer, pasión. Nuestros corazones se mezclaron hasta ser uno solo. Sus manos, suaves para acariciar mi cuerpo, eran fuertes como yo lo soñaba. La energía que fluía de su cuerpo fue suficiente para saber que había encontrado lo que tanto buscaba. Nos sentimos felices.
Luego el descanso. El tiempo para reflexionar y analizar el momento vivido. El champagne que mágicamente sale de su freezer nos llena los ojos de burbujas. Acompañado por el plato con frutillas para darnos a saborear mutuamente. Me sentí tan bien... Tan bien. Ella que me rodea con sus fuertes brazos, mientras sentado a la mesa lleno mi boca de esa bebida sublime. Parada detrás de mi, acaricia mi cabello, besa mi nuca, me dice cosas que quiero escuchar al oído. Siento que estoy en la gloria, es el mejor momento de mi vida. Y también siento algo helado y punzante que penetra en mi cuello. Un líquido caliente cae por mi cuerpo. Sale a borbotones del pequeño agujero que provocó el fino puñal. Me tomo el cuello con las manos y estas se bañan del rojo y espeso líquido, mi boca y la garganta se llenan de sangre mezclada con frutillas y champagne. Me ahogo. Es inevitable. No puedo hablar, no salgo de mi estupor. Tengo sueño, siento que es el fin. Con los ojos nublados alcanzo a ver su rostro muy cerca del mio. Está sonriendo. Me habla y su voz es lejana, Por fin me puedo vengar de todos los hombres que me hicieron mal, por fin. Es lo último terrenal que oigo. Me muero. Y viajo a través del espacio infinito. Veo todo lo que los astrónomos quisieran ver. Me siento afortunado sin querer serlo. Al fin llego. Me recibe él con su larga barba blanca, sí, el que todos esperamos que lo haga alguna vez, Usted es Don Pedro le digo, Eso es un trago muy rico y un poco pasado de moda, mi amigo, Soy San Pedro. Le pido perdón por la equivocación y le propongo un trato, Todavía no me destine por favor, Estoy decidiendo si es el cielo o el infierno, me dice, Ya sé, pero déjeme aquí por unos años, los que sean suficiente, a ella alguna vez le tocará venir, Por supuesto, me contesta, a todos les toca alguna vez, Mire Don, digo San, yo le recibo a la gente, la clasifico y después se la envío, así trabaja menos, soy bueno en eso, Qué le parece... Acepta. Y aquí estoy. Trabajando duro después de muchos años de mi muerte. Ganándome su confianza. Me gané el cielo y la eternidad, de acá ya no me moverán. Dispongo de lo que le toca a cada uno que llega. San, que ya es mi amigo, me deja hacer lo que quiera.
No está tan mal este lugar, voy conociendo mucha gente, de lo más variada. Pero lo más importante para mí es que ella, hoy, acaba de llegar y yo la voy a recibir, como aquel día en ese lugar que no viene al caso. Se va a sorprender, tendrá miedo de mi, entonces, mirándola a los ojos, con una sonrisa dulce como aquella vez cuando la conocí y porque lo tengo atragantado en la garganta, le voy a decir, Allí tenés la escoba, un secador y un trapo para el piso más un balde, quiero que este lugar brille siempre como una estrella, además almuerzo a las 12 y ceno a las 21 y ni se te ocurra cocinar siempre lo mismo. ¡Ah! y con poca sal, es que es una manía terrenal que conservo porque era hipertenso, y no pienses en envenenarme, dos veces no voy a morir. 

martes, 24 de marzo de 2009

A todas las damas presentes.

Esta vez no voy a contar nada. Les pido a ellas, divinas mujeres del cielo, que me cuenten.

Cuéntame

Quiero que tú me cuentes.
Te ruego que tú me digas.

Si es verdad que esos reflejos blancos 
sobre los lagos azules
son algodones volando en el cielo.

O que a las montañas 
les da verguenza ser tan altas
y por eso se esconden 
debajo de una sábana blanca.

Si es cierto que el mar se enfurece
porque el viento travieso, siempre lo molesta.

Acaso los verdes valles son tan perfectos
que al pisarlos sangran de tristeza.

También quiero saber si la nieve es blanca
para enseñarnos a ser más puros.

Si los girasoles miran al sol
porque ellos saben dónde está Dios.

Te pido que me quites estas dudas.
Yo estoy muy confundido.

Dime por qué los ríos
siempre se apuran buscando una salida. 

Y cómo hacen los pájaros para ver
lo que nosotros soñamos; 
todo el mundo desde el cielo.

Quiero que tú me cuentes todo eso
porque no puedo recordarlo.

Yo lo sabía. 

Pero ahora cuando pienso en la belleza
sólo veo un rostro con una mirada profunda.

Unos ojos llenos de miel 
que hacen que las lágrimas que surgen de ellos
sean dulces.

Veo que la inmensidad del universo,
no supera la grandiosidad 
de la mujer que observo, cuando te veo.

Es tan hermoso lo que pienso
que quiero proponerte algo. 
Cuéntame todo lo que quiero saber
y yo te sigo hablando de tí.

miércoles, 18 de marzo de 2009

Mr Dick.

En el año 2000, Dick viajó a Londres enviado desde su trabajo para la supervisación de la post producción de un comercial filmado por una productora de Buenos Aires. Lo hizo acompañado por dos personas de la agencia y dos de dicha productora; una de esas personas era Mariana, la única mujer del grupo. También la única que hablaba inglés. Para Dick, cualquier idioma que no sea el que habla, es de otro mundo. 
No voy a entrar en detalles de la semana que pasaron allí; sólo les cuento que Dick estaba deslumbrado con la ciudad, aunque más de una vez casi queda debajo de uno de esos autobuses rojos de dos pisos, por cruzar la calle mirando para el lado contrario al que circulan los vehículos. Ya todos saben que en Londres las manos de circulación en la calle están cambiadas. Él, siempre lo olvidaba, además de no entender como pueden conducir un auto con el volante a la derecha. 
Cuando terminaron el trabajo, un sábado, nuestro hombre, le pidió a Mariana que le extendiera su pasaje a Madrid por dos días, para ir a visitar a su hermana y su mamá que vivían allí. La dulce mujer lo hizo. Al otro día, domingo, a las 8 y 30 de la mañana salía su avión de Heathrow. Los demás se quedaban un día más en Londres. Todo bien... Bueno no todo, Mariana calculó mal, e hizo ese sábado el check out de Dick en el hotel y el pobre se quedó sin cama para pasar la noche. Como siempre ha dicho Dick: "estoy liquidado", se expresó preocupado. Pero Mariana, tan eficiente a pesar de todo, le consiguió un hotel cerca del aeropuerto por internet y listo, ahora sí, todo el mundo a cenar y luego a dormir.
Durante la cena, los hombres del grupo se mofaban de Dick diciéndole que el hotel al que iba a ir esa noche estaba lleno de chinos, que las habitaciones no tenían baño privado y que no iba a dormir porque los turistas chinos nunca lo hacen; pasan la noche lanzando fuegos artificiales hasta incendiar el hotel. "Ja, ja, ja" decía Dick, en español.
Volvieron al hotel después de las doce de la noche; Mariana le pidió un taxi y cuando llegó se despidieron y todos le desearon suerte con los chinos. Nuevamente "Ja, ja, ja". El taxista acomodó la maleta de Dick y partieron. En el viaje, le mostró al conductor el papel con el nombre del hotel y el número de reservación que le había dado Mariana. El hombre lo leyó, se dio vuelta y preguntó en inglés, por supuesto: "¿De qué cadena? ¿De "Tál" o de "Cuál"?" Dick, que entendió, se desplomó. De "Tál" se jugó y hacia allí fueron.
Durante el viaje las calles londinenses eran cada vez más oscuras, con niebla de película, y fue peor cuando dejaron la ciudad... no se veía un alma... viva. Dick recordó a Jack el destripador, se puso un poco nervioso y más aún cuando el taxista lo miró por sobre su hombro y le sonrió, ¡allí notó que era igual al Príncipe Carlos! ¡Lo golpearía con su taco de jugar al polo o lo invitaría a pasar un fin de semana junto a él y su, entonces, novia Camila! ¡Nooooo!
Llegaron por fin al hotel y el pobre Dick respiró aliviado... o casi, porque el tipo bajo del auto y se dirigió al Lobby, hizo unas preguntas y volvió: "No es este hotel, es el de la cadena "Cuál" y emprendió nuevamente la marcha. Me secuestraron pensó nuestro anti-héroe bastante asustado. Llegaron a un hotel enoooorme, el tipo bajó la maleta, cobró su dinero y se fue. 
"Soy leyenda" murmuró Dick recordando un libro que leyó hace muchos años y ante semejante edificio. Ni una persona se veía por ahí, caminó lo que le parecieron kilómetros para llegar a la recepción y esperó. 5... 10 minutos y apareció una joven, alta, muy bonita y... con ojos razgados. "Empezamos mal" murmuró el hombre. Le entregó el papel con el número de reservación, ella lo miró con cara de nada, se fue y a los 5 minutos volvió diciéndole a Dick en inglés: Que ese no era el hotel, que ya le había reservado otro, que le pagaría el taxi al que ya había llamado, que se sentara en esos sillones y que si quería café o té. Dick pensó entonces: "Qué bueno, aprendí inglés en sólo dos minutos" ¡Porque entendió todo! Le contestó "No, thanks", se sentó en un sillón y esperó. A todo esto ya eran casi las dos de la mañana.
Mientras estaba allí vio pasar a una novia regordeta, muy blanca (todas las inglesas lo son para Dick) con los pómulos rosados y un poco pelirroja, enfundada en un vestido celeste. Detrás de ella el novio, flaquísimo y alto vestido con un esmoquin celeste. ¿Se acuerdan del granjero del cerdito Babe? igualito. Luego a tres jóvenes totalmente embriagados, cantando felices. Otra vez pasa la pareja de novios en dirección contraria y luego los tres jóvenes borrachos. "Esto es parte del entretinimiento que me preparó la china mientras espero el taxi" se dijo Dick. A los 20 minutos ella apareció diciéndole que el auto había llegado. 
Otra vez rumbo a lo desconocido, estuvo a punto de decirle al taxista que lo lleve al aeropuerto porque estaba harto de esa noche interminable pero, se sentía tan cansado, que no le vendría mal dormir unas tres horas aunque sea.
Llegaron a un hotel en la ruta llamado ISIS; de eso Dick no se olvida más porque cuando lo vio creyó estar en Egipto, ¡hasta palmeras tenía en el frente! Cuando entró al Lobby, cientos, miles, millones de personas circulaban. Alguien tocaba el piano, todos reían, había una cascada en el fondo ¡Casablanca! Si, ¿dónde está Humphrey Bogart? ¡Hasta creyó escuchar "Según pasan los años"! Pero Dick tenía mucho sueño, quería dormir. Pidió su habitación que por suerte le dieron por fin y rogó que lo despertaran a las 6 de la mañana. Subió al ascensor y bajó en el primer piso. Comenzó a transitar un pasillo muy largo y de pronto de una habitación sale un matrimonio hablando a los gritos ¡chinos... o japoneses o...! Golpean la puerta de la habitación de enfrente y ¡otros chinos! y luego de otra habitación salen más y más orientales y... por fin una puerta con el número de su llave. 
Dick se quitó los zapatos, se tiró a la cama vestido, cerró los ojos y sonó el teléfono. Abrió los ojos, tomó el auricular y gritó: ¡"Hola... Hola... Aló... Helou! Nadie del otro lado. Miró su reloj: las 6 de la mañana. No había dormido. ¡Se había desmayado!
Se afeitó, duchó y se cambió. Bajó al Lobby; los millones de personas seguían allí, pero esta vez Marlene Dietrich cantaba: "Lili Marlene".  Ahora estaba en Tobruk y en 1942. Pagó la noche de hotel, no quiso desayunar para no perder tiempo y pidió un taxi porque lo único que quería era volver al futuro. "Soy Mr Bean" pensaba mientras esperaba el taxi "me pasan todas, debería quemar la alfombra o romper un vidrio o incendiar el hotel como lo haría él, disimuladamente". Media hora y el taxi no llegaba, lo reclamó, otros quince minutos y no llegaba: "pierdo el avión, ahora sí que hago una maldad..." 
De pronto llega una combi, baja el conductor y grita: "Heathrow". Dick subió con su maleta sin pensarlo. A los 15 minutos estaba en el aeropuerto después de haber recorrido el mundo entero en una noche. Corrió a ubicarse en una cola para hacer su chek inn con el pasaje de avión en su mano, todo era lento, el avión se iba a ir sin él. Aparece un tipo del aeropuerto y le habla en inglés y allí se da cuenta de que lo que había aprendido en la madrugada en dos minutos no le sirvió de nada. No le entendió ni jota. El tipo le señaló el pasaje y un cartel que decía "Club Europe", claro, era para Primera Clase. Lo mandó a otra fila, hizo la cola, el check inn, despachó su maleta y corrió a la sala de embarque. Ni un Lord inglés había en ese lugar. "¡Perdí el avión y mi maleta ya debe estar en China!" casi gritó desesperado. Vio a dos empleados de la aerolínea a una entrada a una manga como a cuarenta y pico de metros. Voló hacia alli, mostró su ticket de embarque y subió al avión ¡Sííí, lo logró! 
Cuando entró, ya eran las 8 y media pasadas; desde ya que los aviones en Londres salen a horario; todos los pasajeros sentados tenían su vista clavada en Dick. Mientras caminaba al fondo del avión lo seguían con la mirada, serios, molestos. Él sonreía como pidiendo disculpas. Llegó a su asiento, se sentó al lado de una mujer muy inglesa que lo miró con una sonrisa cautivadora; Dick le hizo una mueca simulando una sonrisa y, le dijo lo que siempre quiso decir desde que vio a Ursula Andress salir del mar Caribe con su traje de baño blanco y un puñal colgado de su cintura: "Bond... James Bond".


sábado, 14 de marzo de 2009

Simplemente amor.

Hoy vi una pareja cincuentona que caminaban tomados de la mano, aunque discutían. Vi detenerse un transporte escolar, bajar un niño pequeño y colgarse feliz del cuello de su padre que lo esperaba; al niño no le importa que no tenga trabajo. Vi un niño discapacitado en su silla de ruedas y a su madre limpiarle la boca con un pañuelo, muy suavemente. Vi una película que me hizo llorar porque por décima vez terminó como yo quería. Vi una foto premiada hace unos años, de un niño muriendo en algún lugar de Africa con un buitre esperando cerca de él ese momento; odié al fotógrafo por haber ganado el Pulitzer sin hacer nada. Vi que los niños tienen alas aunque nadie las vea. Vi el cielo azul y la luna estaba. Luego la luna no estaba y vi la Vía Láctea. Vi a un hombre y una mujer en un aeropuerto, abrazados, porque empezaban a vivir una historia juntos. Vi a un hombre y una mujer abrazados en un aeropuerto, llorando, porque sabían que ya no se iban a volver a ver más. Vi por internet a gente que creí no volver a ver y agradecí por la tecnología. Vi a los padres de una joven desenchufar la máquina que la mantenía en estado vegetativo y supe que la vida no debe ser un sueño eterno, porque la muerte no lo es. Vi en una boda a la novia lanzar el ramo y a la más fea atraparlo. Vi que el universo sigue expandiéndose y por eso siempre hay esperanzas. Vi a mucha gente vivir realidades que antes fueron sueños. Vi una estrella fugaz y pedí un deseo. Gracias a tus ojos se cumplió. Vi ponerse el sol y cuando desperté, vi luz. 

lunes, 9 de marzo de 2009

Misteriosa Plaza Francia.

Llegó temprano, ansioso, con más que el tiempo suficiente para hacer el trámite en el mostrador de la aerolínea que lo va a llevar a ese congreso allá en Chicago. Feliz, presentó su pasaporte orgulloso de su nombre, Gabriel Ventura; Doctor, Gabriel Ventura. No en vano se pasó la vida estudiando y luego trabajando con el fin de lograr su sueño: ser el mejor cirujano cardiólogo. 
Luego de cumplir con el papeleo, subió a la sala de embarque satisfecho porque el primer paso ya estaba dado. Nunca tuvo la suerte de viajar tan lejos, pero esta vez, supo que el viaje al Congreso de Cardiología en Chicago era un premio a su esfuerzo de siempre. Sus colegas, alguno de ellos embarcados como él en este viaje, ya saben de sus cualidades como médico del corazón.

Se sentó en la sala de espera, saludó a los profesionales que allí se encontraban, ya duchos en esto de asistir a congresos importantes y esperó. Mientras pasaban los minutos, que para él eran eternos por su deseo de embarcar, no podía dejar de mirar de soslayo a una hermosa mujer sentada a su lado. Se sintió tan cautivado por la suave blancura de su piel que, por un momento, olvidó el por qué estaba allí.
Una voz por altoparlante anunció el embarque por la puerta 4 y fue repentino e inoportuno lo que ocurrió; la mujer se desplomó en sus rodillas como fulminada. Se quedó duro un par de segundos mirándola recostada en su regazo, pero casi inmediatamente su instinto de médico lo hizo reaccionar; la acostó en el piso al darse cuenta de que el corazón de la bella joven latía muy lentamente, comenzó a darle masajes en el pecho, respiración boca a boca.  Les pidió ayuda a sus colegas, pero éstos lo único que querían era sentarse pronto en ese avión.
-Por favor pidan una ambulancia, yo tengo que viajar... ¿Dónde está la guardia del aeropuerto? Imploró.
La mujer abrió los ojos y lo tomó de su mano muy fuerte, no lo iba a dejar ir, con él se sentía segura. La guardia del aeropuerto de Ezeiza no aparecía por ningún lado. No, no podía pasarle esto, no justo en este momento.
-Por Dios le pido que no me deje, me siento morir y con usted estoy a salvo, por favor...
Le dijo ella colgándose de su cuello; él comprendió entonces que ese era su trabajo.

-No, mamá, la acompañe hasta el hospital más cercano al aeropuerto, ¿qué podía hacer si no me soltaba la mano? Pero por suerte me cambiaron el pasaje para mañana al mediodía, así que ahora lo único que quiero es dormir... No te preocupes y sigue descansando, mañana si Dios quiere volaré.
No lograba conciliar el sueño. Pensaba: -"Ni siquiera le pregunté su nombre... Así nunca voy a conseguir novia... pero, qué estoy pensando... ya sé, mañana lo primero que hago es llamar al sanatorio, así me voy tranquilo de viaje". 
Al fin se durmió profundamente, y bien que lo necesitaba.
-¡Por qué no atienden ese teléfono! Vamos, quiero dormir, ¡Dioooos! Se molesta entre sueños por el insistente timbre del aparato que intenta despertarlo de repente.
-¡Hola...! -contesta enojado- Si soy yo el doctor Gabriel Ven... si ¿qué hora es? ¿Las seis y diez? ¿Pero qué pasa?
Se duchó, se cambió y salió rápidamente para la clínica de todos los días, esa en la que hace su trabajo de todos los días.
La niña había entrado a la madrugada, muy grave. Su corazón latía como pidiendo permiso para quedarse un poquito más; no se podía perder un minuto.
-Gabriel, tenés que operarla ya. -Le dijo el médico de guardia preocupado por el estado de la pequeña.
Miró su reloj y buscó una excusa que no era otra cosa que su realidad -Pero es paciente del Doctor Varela... además viajo al mediodía. 
-Gabriel... Varela a esta hora ya debe estar en Chicago.
Lo había olvidado -¡Ah! Si claro, pero mi avión sale a las... No hay caso, no puedo volar ni cien metros. -Se resignó finalmente.

La pequeña de diez años llamada Daniela, llegó a la clínica acompañada por sus abuelos. Su madre había muerto cuando ella tenía tres años. Daniela entró a la sala de operaciones a las nueve de la mañana y Gabriel se preparaba para hacer lo mismo cuando una de las enfermeras se le acercó con los ojos llenos de lágrimas y le dijo algo que lo paralizó: el avión en el que debía haber viajado el día anterior a Chicago, se había estrellado antes de aterrizar. Nadie quedó con vida. 
Cuatro horas después todos comentaban el éxito de la operación, pero Gabriel, no podía dejar de pensar en que si hubiera estado en ese avión, hoy, quizá sería historia. Pensó con tristeza en los médicos muertos a los cuales conocía perfectamente, pero sobre todo en aquella hermosa mujer del aeropuerto que, sin querer, le había salvado la vida, o por lo menos evitó que subiera a ese avión. No perdió tiempo y salió para el hospital donde la había llevado el día anterior. No podía menos que agradecérselo aunque sólo hubiera sido una cosa del destino.
-¿Cómo que no saben quién era ni de dónde vino? La traje yo mismo... Por favor, fíjese bien en el registro de entrada, no lo puedo creer... Mire, era muy linda, morena, de ojos negr... Olvídelo. 
Volvió a su trabajo. El Congreso en Chicago ya no contaría con su presencia. Resignado, se quedó con la esperanza de que su suerte fuese otra más adelante.

-Mamá, ya sé que hoy no estoy de guardia pero tengo ganas de caminar por Plaza Francia, vos sabés cómo me gusta este lugar... Como algo por ahí y... sí, sé que voy poco a visitarte, perdoname, es mi culpa, si... también sé que Chacarita está cerca, pero el domingo que viene voy, te lo prometo ¿si?... No, no tengo que ver a una chica, ojalá fuera así pero ni tiempo tengo, si me la paso trabajando.
Malabaristas, tarotistas, músicos improvisados que recuerdan a la década del ochenta, estatuas vivientes que cierran los ojos para no pestañear, artesanos de otras épocas. Gardel que revivió y cientos de personas que se sienten turistas hasta que recuerdan que al otro día hay que trabajar. Todo en un pulmón de Buenos Aires que no se priva ni siquiera de un cementerio, como para que los vecinos de ese paquetísimo barrio de Recoleta no tengan que ir muy lejos a visitar a los que ya no están.
Y de pronto, unos ojos entre la multitud miran y sorprenden a Gabriel. Esos ojos negros que alguna vez le suplicaron ayuda.  Es ella, la hermosa mujer del aeropuerto. Quiere alcanzarla, está ahí cerca, "¿por qué hay tanta gente en esta plaza?"
-Permiso por favor, perdón, no quise empujarlo, pero ¿dónde está, adónde se fue?
Allí, allí está entrando al cementerio. Gabriel corre, cruza la arcada de la entrada y la ve parada frente a él esperándolo; hermosa, delgada y estilizada como siempre imaginó la belleza. Se acerca hasta casi tocarla. Él, que atiende los problemas del corazón ahora siente que el suyo está por detenerse. 
De pronto, alguien que le tironea la manga de su saco.
-Doctor Gabriel, doctor...
Se da vuelta muy molesto -¿Pero quién se atreve?
-Doctor, ¿no se acuerda de mí? Usted me operó hace cinco meses.
Si claro, es la niña de diez años, aquella que operó del corazón el día en que cayó el avión a Chicago, pero, ¿justo ahora?
-Sí te recuerdo, sos Daniela, pero lo siento, estoy por... -Se da vuelta rápido- ¿Adónde se fue?
-¿Mi mamá? - Le dice la niña- Se fue y yo ahora la voy a visitar. Vengo todos los domingos con mis abuelos. ¿Sabe, doctor, que usted es un ángel? Mi mamá siempre me lo dice.
Se queda perplejo mirándola alejarse hacia el interior del cementerio con sus abuelos. Se la veía tan saludable, después de todo él la había operado y eso lo hace muy bien.

Siempre lo maravillaron los que lanzan fuego por la boca. ¿Cómo harán para soportar el gusto del combustible en el paladar? ¡Qué misterio! ¿No? ¡Qué misteriosa es esta plaza! Será por eso que a Gabriel le gusta tanto pasar las tardes de domingo en ella.
¡Otra vez le tiran de la manga del saco! Esta vez quiere explicaciones y vuelve sobre sus talones ofuscado.
-Daniela quiero saber... pero ¡Doctor Varela, por Dios! Si usted viajaba en aquel avión a Chicago... ¿Está bien?
-Gabriel, mañana mi esposa tiene que ser operada del corazón, si no sus posibilidades de vivir son escasas. Le dice el Doctor Varela casi desesperado.
-Está bien, está bien, tranquilícese, mañana mismo arreglaré todo, hablaré con el Doctor...
-¡Usted la va a operar! Por favor, sálvela. Le suplicó Varela y se fue hasta perderse entre la gente, así, misteriosamente como había aparecido.
Demasiado para un día. Le pasaron cosas increíbles. Hasta lo llamaron ángel. Sí, demasiado para un día. Mejor ir a casa a dormir y con la ventana abierta para que entre aire fresco.

¡Otra vez lo toman del brazo y lo sacuden! ¿Pero qué pasa?
-Doctor, teléfono, es de la Clínica, muy urgente.
Es la mucama que lo despierta, ya es lunes y hay que empezar a trabajar.
-Irene, me quedé dormido, pero ¿cómo entró? No escuché el timbre de la puerta. Le dice a su mucama sentándose en la cama.
-Por la ventana doctor, si la dejó abierta. Le contesta ella, naturalmente.
-Sí, tiene razón... ¡Hola! Sí, habla el Doctor Ventura. Ah, ya llegó la señora Varela.  No, no me explique nada, en unos minutos salgo para allá.  Hasta luego.
-Doctor, creo que le están creciendo las alas. Le dice su mucama.
-En serio, Irene, no me diga. Parece sorprenderse Gabriel.
-Sí, mire esta pluma que está en la almohada, es más grande que las otras que se le cayeron.
-Es verdad, ¿usted cree que pronto podré volar?
-Sí, doctor, ya lo creo y muy pronto.
-¿Sabe, Irene, que el próximo congreso es en Bruselas dentro de tres meses? En una de esas... usted piensa qué...
-Seguro que sí, doctor. Mire, ¿qué quiere que le diga? Yo no confío en los aviones.

martes, 3 de marzo de 2009

Días de gloria.

Amo el fútbol desde que tuve una pelota de goma a mis pies allá en mi casa del campo. Con los chicos del barrio lo jugábamos casi todos los días; en realidad lo que hacíamos era jugar a la pelota, al fútbol lo hacían los grandes. 
Teníamos un rival al que enfrentábamos los domingos; un clásico: el barrio "El Zorzal". Mi barrio no tuvo jamás nombre, ni colores, ni camiseta pero el desafío dominguero existía siempre. Eramos siempre visitantes porque ellos tenían una cancha bien hecha, con arcos de verdad, no como la nuestra que para hacer los arcos poníamos un pullover en cada lado. Hacia allí íbamos con toda nuestra ilusión de ganar, aunque la mayoría de esas tardes volvíamos derrotados. Los pibes de "El Zorzal" tenían un par de jugadores con un nivel que nosotros no alcanzábamos; lo admito con tristeza.
Un domingo de diciembre, con el sol del verano quemándonos la piel, fuimos a cumplir con nuestro desafío eterno. Al otro día yo viajaba con mis padres a Rosario, la ciudad en la que nací, para pasar las fiestas navideñas y el resto de mis vacaciones. Mamá, había empacado toda mi ropa limpia y mis zapatillas impecables que no me dejó usar para jugar el partido. Tuve que calzarme unos gastados y viejos zapatos marrones que podían poner en peligro las piernas de nuestros rivales de siempre, pero confiaron en mi, sabían que yo jugaba limpio y jamás pegaba patadas: "si fuera otro el de los zapatos no lo dejábamos jugar" me dijeron. Grave error. 
Yo, que era un jugador con muy poca habilidad, eso también lo admito con tristeza, ese domingo de verano la rompí, la descosí, la dejé chiquita como una naranja. Asombré a mis compañeros y a mis rivales. Con mis zapatos marrones le pegaba con todo a la número 5, y la redonda salía disparada hacia el arco contrario como un cohete teledirigido (en esa época no se hablaba de misiles). 
"El gordo ballena", así le decíamos al arquero de ellos por lo grandote, se atajó todo como siempre lo hacía; me tapó goles casi hechos, pero esta vez, quiero creer que por mis mágicos zapatos, no evitó que le metiera dos golazos. 5 a 2 ganamos esa tarde y como siempre que ganábamos y por las pocas veces que podíamos hacerlo, volvimos a nuestro barrio sin nombre cantando y abrazados por la alegría. Fue el mejor partido que jugué en mi amada niñez.
Le conté entusiasmado a mi padre de mi hazaña, a mis tíos al otro día en Rosario y a mis amigos del barrio Alberdi, allí en mi ciudad natal. Esa tarde de domingo fue un día de gloria para mi.

Años más tarde, cuando ya rondaba los 31 o 32 abriles, trabajaba en la agencia David Ratto como Director de Arte. Jugábamos al fútbol (ya no a la pelota porque era grande) de vez en cuando y a la noche en los bosques de Palermo con mis compañeros de la agencia; entre nosotros, sólo para correr un poco. Un día alguien vino con un desafío que aceptamos. Había que jugar en la cancha de Barracas Central un partido nocturno contra un equipo que ni conocíamos. Armamos el nuestro de 11 jugadores con un par de suplentes, decidimos de que jugaba cada uno y a mi me preguntaron: "¿Te animás a ir al arco?" "Si, claro" dije yo muy confiado y hacia allá fuimos. Cuando salimos a la cancha y vi el arco de siete metros de ancho por tres de alto me dije: "Qué puedo hacer yo acá con mi metro sesenta y nueve... me van a llenar de goles".
Estaba nervioso, dudaba de mi mismo, pero cuando a la primera pelota que llegó a mi área la descolgué saltando entre varios, me tranquilizé. Ni les cuento como me sentí a partir de allí: invencible. Ellos jugaban bien, eran más jóvenes, nos dominaban y siempre atacaban. Me empezaron a patear de todos lados pero siempre me quedaba con la pelota. Me tiraba a los pies de los delanteros y la pelota era mia. Me quemaban el pecho con disparos que dolían pero no me vencían. Empecé a sentir que me miraban con odio, no lo podían creer, hasta que "Caco" Infantino, mi coequiper en la agencia, bajó a uno de ellos en el área. Penal. "Estoy liquidado" les dije a mis defensores.
Una de las cosas que siempre he pensado cuando veo fútbol, es que los arqueros en los penales, deberían quedase parados y no elegir una punta y tirarse, porque muchas veces el ejecutor patea fuerte y al medio. Total, recibir un gol en un penal no es culpa del que ataja.
Cuando el ejecutor tomó carrera me moví un poco a mi derecha y luego a mi izquierda y no me arrojé. Me quedé con la pelota embolsada contra mi pecho. Ni un centímetro me movió, ni siquiera un pelo y eso que antes tenía mucho. Las tribunas de Barracas Central estallaron en una ovación, se vinieron abajo, fue un alarido; claro que en mi imaginación... no había un alma en las pequeñas tribunitas a oscuras del club. Sólo gritaron mis diez compañeros y los dos que estaban en el banco. Se fue el primer tiempo con un 0 a 0 que no estaba en los planes de nadie, o por lo menos en los de ellos.
Al iniciarse el partido fue igual: un monólogo de ellos llegando con furia  a mi arco. Yo atajando todo. Cada vez que los veía venir me decía: "Dios, ahí vienen otra vez." Y de pronto un milagro. En uno de nuestros pocos ataques, "El Chino Curioni" recibe un centro de la izquierda, la toca a la derecha del arquero y ¡Goooollll! ¡Íbamos ganando! ¡Impensado! "Ahora sí que de aquí no salimos vivos" me dije. 
Se pusieron como locos, para ellos ganarnos ya era una cuestión de estado y se convirtieron en imparables. Me pateaban desde dónde sea, esos sí que eran misiles, hasta que un tiro bajo a mi derecha me venció. 1 a 1.
Yo dije: "si aguantamos el empate para nosotros es un triunfo, ¡por favor no dejen que me pateen más!" Juro que los chicos hicieron lo que podían, defendían mi arco como leones, pero no había caso, ellos siguieron atacando con tal odio que todavía tengo grabada sus caras furiosas en mi mente. Un cabezazo arriba, a mi izquierda y que alcancé a manotear, se metió en el ángulo. Estoy seguro que si hubiera medido dos o tres centímetros más de altura la sacaba por encima del travesaño. Me gritaron el gol en la cara con toda la bronca, como años después lo hizo Maradona a la cámara en el mundial del 94.
Perdimos 2 a 1, y a pesar de lo que ellos festejaron el triunfo como si hubieran ganado una final, mi satisfacción fue que camino al vestuario, todos nuestros rivales de esa noche y que me vapulearon a más no poder, me felicitaron, me palmearon, me dieron la mano y me dijeron que si no fuera por mi, nos hacían diez goles y era verdad. Fue mi noche de gloria. 

Hoy nadie me quita lo bailado y puedo decir con orgullo que yo también logré el sueño del pibe. Fui dos veces campeón del mundo.