sábado, 29 de agosto de 2009

Sandra & Emma

Sandra, se miró al espejo del pequeño hall de la entrada de su casa acomodándose su blusa y alisándose la falda, antes de abrir la puerta para recibir a su invitada.
Emma, firme pero nerviosa enfrentó a su anfitriona tratando de mantener su altivez. Emma... Sandra... Simplemente se dijeron. La dueña de casa cerrando la puerta, observó a la mujer que deseaba conocer sabiendo de antemano de sus 9 años más joven que ella: 50 años bien llevados, pensó, interesante, de cabello negro, seguramente retocadas sus canas, de piel blanca con carnes firmes y apetecibles, todavía, para cualquier hombre mayor. Sandra, volvió a mirarse al espejo a la pasada comparándose con la recién llegada: 59 años, cabello teñido de su color natural castaño, muy blanca su piel como casi todas las inglesas pero un poco más rellenita que Emma. En definitiva, dos atractivas mujeres maduras que habrán conquistado más de un corazón en su juventud.
Se sentaron frente a frente en la sala cargada de muebles de estilo, paredes empapeladas con dibujos de flores en tonos ocres. Olor a madera dulce y agradable. Sandra sirvió el té con movimientos lentos, distinguidos, y ofreció sus scons a Emma que sólo prefirió un terrón de azúcar en su infusión de hierbas. Bebieron un sorbo apenas sin dejar de observarse. Emma, rompió el silencio.

-Harry me hablaba de tí... a veces...
-Mira que gracioso, él nunca me habló de tí hasta la noche que murió...
Las dos siguieron con sus vistas clavadas en sus ojos azules idénticos.
-Es verdad... me hablaba... por eso sabía que eras una hermosa mujer y ahora puedo comprobarlo...
-Gracias. Tú lo eres... esa fatídica noche no me lo dijo, sólo dijo que existías...
-Lo siento, Sandra, yo...
-Está bien, los hombres siempren niegan todo pero en una situación límite confiesan hasta lo que una no sospecha...
-Hubiera preferido que nunca...
-Que nunca me dijera nada de tí... Querida, son cobardes, y deberías saberlo...
-¿Nunca sospechaste algo? Me extraña... fueron diez años...
-No me lo recuerdes... Mi querida, después de 35 años de casados, sospeché hasta de las piedras pero ya te dije que él, como todos, lo negó. Lo conocí muy bien y quizá mejor que tú, pero no me dio una prueba. En eso tengo que admitir que fue muy hábil... como casi todos...
-¿Por qué quisiste conocerme?
-Porque me intrigaba saber como sería la mujer con la que me engañó durante tantos años... Quédate tranquila, no guardo rencores y después de verte no me pone tan mal... no te diferencias mucho de mi, sólo el color de cabello... y la edad...
-Tú estás muy bien para tu edad, Sandra...
-Para mi edad... qué bien... si es un cumplido obligado lo acepto igual...
-No es obligado, hablo en serio...

Siguen estudiándose mientras beben el té. Sólo se escucha el ruido de la loza. Las pantorrillas de Emma son anchas, piensa Sandra; el busto de Sandra está un poco grande, piensa Emma.
-Dime, Emma, ¿lo amaste?
-Sí, sí... los primeros años... luego, no se, me hacía bien tenerlo cerca, estar con él... Fue muy bueno conmigo, sí, lo fue... ¿Y tú? Supongo...
-Por supuesto, me casé enamorada, luego con los años todo cambia y tú lo sabes... Pero nunca quise perderlo, en eso somos tontas las mujeres a veces...
-Sí, sí, pero creo que si sospechabas algo debiste dejarlo, porq...
-¿Por qué? ¿Por qué no lo hiciste tú si él era casado? ¿Acaso esperabas que me dejara para que tuviera una vida contigo?
-¡No! te juro que no, y no puedo saber por qué... nunca pensé eso... quizá fue... o me sentí cómoda así...
-Fuiste tonta, mi querida, tu postura no se entiende ¿sabes? Nunca entenderé a las mujeres que hacen el papel de... ¡"la otra"!... Jamás.

Sandra se levanta, va hasta el bargueño, saca dos copas pequeñas y un licor de limón. Vuelve a sentarse y sirve. Le da su copa a Emma sin darle lugar a que la rechaze. Emma, la observó pensativa mientras lo hacía: caderas anchas, pero fuertes...
-Jamás me enamoré de un hombre que fuera sólo para mi, en eso te envidio, Sandra...
-Bueno no tanto, mi querida, no fue sólo para mi... el desgraciado... Lo odié después que me lo confesó, pero hoy siento lástima por él... ¿Puedo decirte algo al margen? Eres una zorra, Emma...
-Sandra... no soy así, no hubiera querido que fuera... lo siento...
-Olvídalo, dime, como era en la intimidad contigo...
Emma, inquieta, bebe el licor de un sorbo y se sirve ella misma otro... vuelve a beber.
-Era... apasionado, dulce. Teníamos buen... como decirlo...
-Sexo, se dice así, no des vueltas... Mira, algo tengo que agradecerte, Emma, cuando él volvía de esos días supuestamente de tanto trabajo o de viajes por ese maldito trabajo y, que no eran otra cosa que los encuentros contigo, teníamos los mejores momentos en la intimidad. Se convertía en una furia, era fogoso y yo lo disfrutaba muchísimo... No me expliques por qué...
Emma, bebe el licor de limón de un trago mirando el piso, con aparente rabia. Molesta. Se vuelve a servir y se tranquiliza. Sandra disfruta de ese pequeño instante.

-Sabes, Emma, una vez lo engañé... con un hombre casado...
-Me sorprendes... Entonces hiciste el papel de "la otra" que tanto te molesta...
Por primera vez, Sandra sonríe.
-Disfruté haciendo de "la otra" te lo aseguro, pero ten en cuenta que mi situación era distinta a la tuya... Yo no era en realidad "la otra". Lo disfruté porque fue con su mejor amigo, Richard ¿alguna vez te habló de él?
-Sí, lo hizo, lo veneraba como un gran amigo...
-Otra muestra más de su estupidez... Un año lo engañé con Richard, nos amabamos "durante sus viajes de trabajo" en ese mismo sofá en el que estás sentada...
Emma se mueve molesta mirando a lo ancho del sofá.
-Lo tuyo es peor que lo mio, Sandra...
-¿Qué? No seas hipócrita, una mujer despechada es capaz de cualquier cosa, deberías saberlo, mi querida...
-Qué pasó con Richard, por qué no siguió eso...
-Porque era otro cobarde... miraba su reloj todo el tiempo por el temor que le tenía a su esposa, pero por Harry nunca tuvo el mayor remordimiento...
-¿Harry lo supo alguna vez?
-Por favor, mi querida, somos más inteligentes que ellos, eso también deberías saberlo... ni por asomo lo intuyó.

Sandra va otra vez al bargueño y vuelve con una botella de Whisky y dos vasos. Sirve y le da uno a Emma.
-No, no debería tomar m...
-Te lo tomas ¿ok? te va a hacer bien, créeme...
Emma, bebe y hace una mueca frunciendo su cara y cerrando los ojos como si la bebida le hubiera quemado la garganta. Lanza un suspiro.
-¡Mi Dios!
Sandra lo disfruta, le vuelve a servir y sigue hablando.
-No te voy a negar que a veces lo extraño, no tuvimos hijos y por eso estoy muy sola... Pero pasé mucho tiempo sola en los útimos diez años y me acostumbré... ¿Y tú, estás con alguien ahora, conociste a otro hombre?
-No, no... Me quedé muy sola... a veces pienso que perdí todos esos años de mi vida. Él estaba más tiempo acá que conmigo...
-Bueno, esta era su casa después de todo... Y no perdiste nada, ¿o la pasaste mal?
Beben. Silencio.

-Estuve a punto de no venir... tenía miedo de tí... Si me golpearas estarías en tu derecho... creo...
-¡Miedo! No te creas que para mi fue fácil invitarte a mi casa... ¿Ahora me temes acaso?
-No...
-Entonces voy a confesarte algo, mi querida... en verdad, lo maté... lo envenené...
Emma se pone pálida, más blanca que todas las inglesas juntas, Se recuesta hacia atrás y comienza a transpirar. Mira la taza de té vacía, la copa de lemoncello vacía, el vaso de whisky a medio llenar. Sus ojos se llenan de lágrimas, va a morir del susto en cualquier momento. Está aterrada.
Sandra lanza una carcajada que retumba en toda la casa. Mira a la pobre mujer que se toma la garganta sintiendo que ya no respira.
-¡Por Dios, mi querida! Tomé el mismo té que tú, el mismo licor que tú, el mismo whisky que tú... me estaría muriendo contigo entonces... me has hecho reír mucho, mujer, que quieres que te diga...
Emma, parece volver en si y, asombrada, mirando fijamente a Sandra, vuelve a beber su whisky. Observa el vaso vacío. Sandra le vuelve a servir. Beben las dos mirándose a los ojos.
-Por un momento creí que... Por las dudas no probaré el scon...
-Me diviertes, realmente lo haces, he leído muchas novelas de Agatha Christie, pero te aseguro que no mato una mosca para tu tranquilidad. Harry murió de un infarto, quizá por lo culpable que se sentía. De todos modos, me dejó algo...
-Si, claro, esta casa...
-No sólo eso, además, cobré un seguro de vida que tenía por 300.000 libras...
-¡Waoo, Dios! Es mucho dinero...
-Sí, iré a París en unos días... él nunca me llevó... a tí, sí ¿no es cierto?
-Sandra, perdona, yo...
-Lo sé, mi querida, no te preocupes, lo disfrutaré mucho y luego pasearé por España, Italia... ¿A tí te dejó algo?
-No... no, y nunca supe de ese seguro...
-Bueno, en algo me fue fiel...

Sandra se levanta de su sillón y camina por la sala; observa a su invitada tomar cada vez más whisky. Es elegante, sus ropas son de marca. Sin duda Harry le hacía buenos regalos. La observa luchando por mantenerse derecha en su postura en el sofá. Emma quiere hablar y siente que su lengua le patina... Por fin lo hace.
-Fueron diez años y no me dejó nada... ni un penique... el muy maldito... Perdona, fue tu esposo, pero...
-Nunca confíes en un hombre casado, mi querida. Sabes, es tu culpa. Jamás terminan bien esos romances de oficina...
-Lo odio... Lo odio... el muy maldito...
Emma se sirve la última gota de la botella, y bebe laméntandose porque se ha acabado el whisky. Se para con la intención de ir a buscar otra botella y se da cuenta de que no se puede sostener en pie.
-¡Mi Dios! Estoy muy mareada, me siento mal...
Sandra la sostiene tomándole el brazo fuertemente.
-Tranquila Emma, se ve que no tomas muy seguido...
-Nunca tomo... o sólo un poquitito así...
-Con Harry nos bebíamos aquí una botella como si nada y la pasábamos muy bien haciendo el amor, se ve que contigo no tanto...
-Sí, sí, sí, éramos felices, Sandra, te lo juro, te juro que lo éramos... ¡Lo odio..! no me dejó nada... bien muerto está... Maldito tacaño...

Emma trastabilla y Sandra la abraza fuerte contra su cuerpo. Le besa la mejilla con un ¡muack! ruidoso. Emma llora su borrachera en su hombro. Se aprietan más una contra la otra. Sandra la protege, la mima, la trata con ternura, se apiada de la mujer que fue su rival sin saberlo por diez largos años. Emma se siente cada vez mejor, contenida. No está sola. La mujer que la tiene en sus brazos es mayor pero más fuerte que ella y eso le hace bien. La tranquiliza saber que ya no sufrirá. Uno, dos, cinco minutos así, una eternidad, y en ese mágico momento, comprenden que puede haber otra vida. El hombre que las tuvo en sus brazos es historia, pero les hizo un favor, a las dos les dejó algo importante.

-Dime, Emma, ¿tienes tu pasaporte al día?







jueves, 20 de agosto de 2009

La carta.

Distinguida, Señora:

Por la presente, me dirijo a usted, con el debido respeto que su persona me concede, para informarle de los acontecimientos en los que me vi involucrado, de acuerdo a lo pactado en su momento con tanta amabilidad y confianza de su parte, para que me hiciera cargo de un caso que le parecía un poco engorroso, aunque para mi no representaba inconveniente alguno.

He llevado a cabo los terribles crímenes que usted me encomendó, pero con un pequeño problemita que debo explicarle en esta misiva: he matado a sangre fría, como es mi estilo, a tres personas y no a dos como habíamos convenido. Quiero aclararle que la tercera persona en discordia que debí eliminar, ocurrió en un hecho involuntario y, por supuesto no estaba en nuestros planes. De todos modos creo que usted, se sentirá satisfecha cuando le relate quién fue esa persona a la que me refiero. Como verá entonces, este infortunado episodio me obliga a aumentar un 33% más los honorarios que habíamos arreglado para este honroso trabajo, que muy poca gente es capaz de hacer como lo hago yo, y perdone usted mi arrogancia, pero es que, no sé como decirlo; me siento orgulloso de este talento que Dios me dio. Por lo de los honorarios le ruego no se preocupe por el momento.

Le relato los acontecimientos tal cual sucedieron. Exactamente como lo habíamos hablado, tomé el primer avión que salía después del que partiera su esposo, hacia la ciudad a la que viajaba para concretar un nuevo negocio (motivo que para mi no viene al caso porque no es de mi incumbencia). Una vez llegado, tomé un taxi que me acercara hasta el hotel en el que su marido iba a pasar la noche, digo bien acercara, porque bajé unas cuantas calles antes (sabe usted que esto se hace previendo una posible coartada), y luego, caminando, me dirigí hasta el hotel al cual no ingresé por su puerta principal, sino por la de servicio, no sin antes dejar fuera de combate a un cocinero (lo de fuera de combate es algo a lo que no me pude acostumbrar a llamar de otro modo, después de haber combatido en Vietnam, guerra que perdimos por culpa de la maldita droga que mata a nuestros jóvenes...) Perdone, señora, por el intermezzo, pero verá que este tema me saca de quicio, no puedo concebir que haya gente en el mundo que sea capaz de asesinar con una herramienta tan cruel... Mejor sigo con mi relato. Como le decía; un cocinero que se encontraba vaciando trastos sucios y que me posibilitó entrar al edificio sin que nadie lo notara. Por supuesto que el susodicho no vio mi cara y desde ya lamento que, de aquí en más, no pueda usar sus manos nunca más para levantar ni siquiera una cuchara. Pero, para su tranquilidad le digo que sigue vivo.

Una vez dentro del hotel, no me costó nada averiguar el número de habitación de su esposo. Desde mi móvil, robado por supuesto, llamé al conserje para pedirle una botella del mejor champagne, como si fuera él, luego seguí al botones y, siempre a escondidas lo observé entregar la botella de tan sublime bebida, y así después, con mi llave ganzúa abrir la puerta de la habitación con mi magnum lista, el silenciador colocado, y de esa manera liquidar de una buena vez a su amado esposo y a su odiada, amante.
No me costó nada sorprenderlo en la cama, casi desnudo, y con una cara de susto al verme que me llevaría media carta describirle. Le disparé directo entre los ojos. Dos veces lo hice y sólo le quedó un agujero porque mi puntería es infalible, para que usted sepa. Quedó boca arriba con los ojos fijos en el ventilador de techo que no paraba de girar siendo lo único testigo del hecho. El pobre hombre estaba solo en la cama en ese momento. Desde el cuarto de baño se escuchaba el sonido de la ducha y una suave y dulce voz cantando ¡Oh la la, París, París! Por un momento recordé a Edith Piaf y tuve un momento de desconcierto. Cuando salí de mi ensoñación, entré sigilosamente; la dulce voz de la mujer al advertirlo me dijo entonces: "Oh, mi amor, métete conmigo bajo la ducha, verás, el agua está deliciosa..." Corrí la cortina y... Usted no me lo va a creer, la hermosa joven que allí estaba, desnuda, con el agua recorriéndole su esbelto cuerpo, con unos ojos abiertos como de muñeca al verme sorprendida, pero eso si, de un color miel como pocas veces he visto... no era la mujer de la foto que usted me facilitó para reconocer a la amante de su esposo. Esta, era otra.

Señora, debo decirle sin ánimo a ofenderla que su esposo (a esta altura de los acontecimientos: ex) se convirtió de pronto en una persona que merece todo mi respeto. Pero, lamentablemente ya estaba en el otro mundo y no se lo pude decir a él, por eso se lo digo a usted, que, a pesar de su odio, debe saber que fue un tipo admirable si es que a la conquista de mujeres se refiere, y eso la incluye. Continúo entonces; no tuvo tiempo de gritar la desdichada, le metí una bala en la boca y luego otra en el medio del pecho terminando de esa manera con su corta vida. ¿Le cuento algo al margen? me quedé observando luego la sangre mezclada con el agua saliendo de la bañera, como en la película Psicosis. Fue un momento maravilloso. Sepa usted que soy un amante del buen cine y sobre todo de las de crimen y suspenso. Como se dará cuenta, esa bella mujer, es el motivo del aumento de mis honorarios, porque de la mujer de la foto que usted me brindó, también me encargué luego.

No fue difícil a mi vuelta averiguar su domicilio, esconderme en el pasillo del piso que habitaba, y luego cuando ella salió de su apartamento seguramente para ir a su trabajo (antes le digo que era una linda mujer lo cual aumenta mi admiración por su ex esposo), tomándola de atrás y casi sin que tuviera tiempo de alguna reacción de su parte, le rebané el cuello con mi navaja mandándola sin escalas al otro mundo. Sí, la misma navaja que uso para afeitarme. Nunca salgo sin ella, es como mi tarjeta de crédito que tampoco falta jamás en mi billetera.

Luego, me dirigí al Banco donde su ex esposo tenía una abultada cuenta, sin que usted lo supiera, gracias a mi lo sabe ahora. Haciéndome pasar por él (tomé sus documentos en aquél hotel luego de beberme la botella de champagne que le mencioné) y caracterizándome un poco colocándome un bigote postizo como el que él usaba y teñirme el cabello de color rubio, sabrá mejor que nadie que ese era su color de pelo, fui conducido a la caja de seguridad y tomé de allí el dinero que usted y yo habíamos pactado para este trabajo, más el 33% que le mencioné. Ni un centavo demás se lo aseguro por mi honor. Por eso le decía que no se preocupara por los honorarios. Pagó él.

Y con esto doy "casi" terminado mi trabajo; digo "casi" porque hay algo más que debo relatarle y es lo siguiente: A esta altura de la carta, seguramente usted notará una sensación extraña en su cuerpo, algo así como una especie de estremecimiento sumado a una insoportable hinchazón de su lengua que no le permite hablar. No se asuste, le explico por qué: Estimada señora, usted está muriendo. Sí, el papel de esta carta fue rociado por mi con un veneno del cual no queda huella (he tomado todos los recáudos para que tampoco queden huellas mias en él) y, ese veneno, ya ha penetrado por los poros de sus dedos, entonces en minutos usted le irá a hacer compañia a su ex esposo en el otro mundo. Le ruego le de mis respetos y admiración si es tan amable.

A esta altura de la lectura, se preguntará ¿Pero, por qué? Pues simplemente porque yo jamás dejo testigos, así, de esa manera, me mantengo al margen de toda sospecha que me pueda involucrar. Señora, sepa usted que soy un profesional, modestamente, el mejor. Pero esto no termina aquí, no, ¿sabía que su difunto esposo tenía una doble vida? No, no lo sabía y ahora se está enterando. Si, era bígamo. Increíble ¿no? ¡Qué tipo, mi Dios! Pues convencí a su otra esposa de matarlo a él y su amante. De esta manera he aumentado considerablemente mi pequeña fortuna. Ah, ella en este momento está leyendo una copia exacta de esta carta y muriendo de la misma manera que usted, lo cual debería alegrarla por haber terminado con su vida sin que me lo pidiera. Este último trabajo corre por cuenta de la casa.

Distinguida señora, sin más, la saludo atentamente deseándole una buena vida en su nueva vida, que, tenga la plena seguridad, no será en el cielo. Me siento muy complacido por haber hecho tan buenos negocios con usted y, doy fe que, alguna vez nos volveremos a ver.

SSS (Su Sicario Servidor)






sábado, 15 de agosto de 2009

Lo que vieron tus ojos.

Fue en tu agosto.
Viste una escenografía de colectivos, veredas rotas y disquerías con tangos llenos de melancolía.
Recoleta, Plaza Francia, La Biela, y un cementerio donde sus habitantes permanentes sueñan en su sueño eterno, que pronto los visitarás nuevamente, para darles un poco de consuelo con tu belleza.
Las luces del centro en la calle Corrientes brillan ahora más que nunca, porque tus ojos las encendieron eternamente.
En la Boca, los lugareños dicen: Esa rubia de amplia sonrisa y ojos grandes, está, sigue estando aquí; en La Perla, en Caminito, en cada pintura, en cada color de sus casitas, en cada tango que se baila. Nunca se fue.
En San Telmo, no hay saumerio ni lo habrá, que disimule el aroma de tu perfume impregnado para siempre en sus paredes.
Los Docks de Puerto Madero, se convirtieron en el lugar mas visitado porque vos caminaste por su empedrado. El espíritu de los inmigrantes volvió a pasearse por sus veredas. Ella, llegó de lejos como nosotros, dicen, nos dejó su corazón, siguen diciendo.
Tu alma se desliza por Florida y Lavalle. En silencio lo hace, observando lo hace.
La 9 de Julio se cruza sin ver el otro lado después de que vos lo hiciste, porque está más ancha de orgullo.
Belgrano, ese caserón de tejas, te espera para que cuando vuelvas te quedes para siempre.
Palermo, sueña tu sueño profundo con la esperanza de volver a proteger tu descanso.
Y el río marrón, un mar para tus ojos, espera con ansias el día que aparezcas en el horizonte, como un barco con sus velas extendidas contra viento y marea.
Verás a la distancia un bosque lleno de vida. Tu Buenos Aires querido.

sábado, 8 de agosto de 2009

La cabaña en la pradera.

Caminó lentamente, por la calle polvorienta del casi fantasmal pueblo, acariciando el nacar de su Colt 45 colgando de su cintura. Su mano derecha se abrió y sus cinco tensos dedos se aprestaron a desenfundar el arma que terminaría con la vida de Billy, el más terrible bandolero del Viejo Oeste. Era "La hora señalada" para que de una vez por todas, Billy, dejara de existir. "El tren de las tres y diez a Yuma", partiría como todas las semanas a horario, y él se iría en ese convoy sobre rieles después de protagonizar y vencer en este "Duelo de titanes". Billy, el malo, el diabólico, el temido por las damas del Saloon tenía los minutos contados. Los pocos habitantes de ese perdido lugar de Texas, amparados en sus casas de madera, observaban asustados desde sus ventanas la dramática escena, esperando un feliz desenlace que llevara la paz, de una buena vez, a ese infierno que el tal Billy se había encargado de convertir. Los dos hombres se miraron a los ojos desafiantes, alertas al mínimo movimiento uno del otro. Eran cuatro ojos fijos de los cuales dos, quedarían vidriados en pocos segundos más. Billy, con un rápido movimiento llevó su mano hacia la cintura adelantándose para desenfundar, y...

¡Danielito, vení a tomar la leche! ¡Noooo!, otra vez su mamá, siempre arruinando el mejor momento del día, no se puede ser un héroe en circunstancias como estas... Ya voy, ma... Billy seguirá viviendo, lo salvó la misma campana diaria que no entiende que él es el sheriff del envejecido pueblo ¡y tiene que cumplir con su deber! Nada más y nada menos que mantener la paz y el orden, que no es poco, qué tanto.
¡Y después te vas a tu cuarto a hacer la tarea! Si, ma... El café con leche no está tan mal, con las tostadas con manteca que le prepara su madre, Danielito sabe que seguirá siendo fuerte para desempeñar el trabajo que los habitantes del pueblo le han encomendado. Pero Danielito tiene otra obsesión a esa hora de la tarde; mirar desde la ventana de su cuarto, la ventana del cuarto de Nina, su vecinita de enfrente. Ella es dos años menor aunque le lleva una cabeza de altura. Todas las chicas son más altas que él, pero parece que es así cuando uno es un niño. Las nenas desarrollan antes, dice su mamá; él, no entiende que significa.
Danielito apoya sus codos en el marco de la ventana, tomándose el mentón con las dos manos y, con una enorme sonrisa de felicidad, observa a Nina que recién a llegado de la escuela. Hermosa, rubia, de ojos azules, Grace Kelly, tal cual, una dulzura que al pobre lo tiene loco de amor. La niña pone un disco de Paul Anka en su tocadiscos y comienza a bailar y tararear una canción. Danielito muere, es un momento sublime. Ella lo ve... se acerca a la ventana... ¡y le saca la lengua poniendo cara de odio bajando la persiana de un zopetón! Lo mató de verdad.

La secuestrará, decisión tomada, lo hará cuando ella vuelve del colegio y tan lejos de su casa que su mamá se quedará ronca llamándolo a tomar la leche. Nada arruinará ese momento. La obligará a subir a su brioso corcel de dos ruedas, y cabalgará con ella por todo Texas, cruzará ríos y lagos, no se detendrá en Oklahoma, ni en el Cañón del Colorado, ni tampoco en el Mountain Valley. Hasta Wyoming no parará y, una vez allí, en una hermosa pradera, construirá una cabaña para los dos con sus propias manos. Con un hogar que siempre estará encendido, para que Nina le caliente un guiso de venado o conejo que él cazará, mezclado con frijoles que ella cultivará en una huerta, hecha... atrás de la cabaña... si, atrás estará bien. Tendrán diez hijos rubios de ojos azules como Nina. Defenderá su cabaña del ataque de Siux, Comanches y Apaches y jamás el cuero cabelludo de los dos será trofeo de ningún piel roja. Ya está planeado, ahora a los hechos.

Llegó el momento, a mitad de cuadra desde donde Nina aparecerá doblando en la esquina, espera ansioso, Danielito. Su bicicleta lista, su revólver colgando de su cartuchera a la cintura, su sombrero texano haciéndole sombra en los ojos. Todo, regalo de su último cumpleaños. Tensa espera... Ve asomar la pierna izquierda de Nina... Ahora toda ella que dobla en su dirección, decidida, altanera y... ¿Quién es ese pibe que la lleva de la mano? ¡Nooo! ¡Por Dios, qué pasó! ¡Y vienen riéndose como dos tarados! El pibe habla pavadas y ella se ríe a más no poder, no puede ser, y es más alto que ella y por consiguiente que él. ¡Es Gary Cooper! Se acercan, ella tiene las mejillas rosadas, los labios más grandes, una sonrisa de felicidad inmensa. No lo ve a Danielito, ni lo registra, pero el pibe si; lo observa vestido como un cowboy, le sonríe burlonamente, hace un amague a su cintura y, como si sacara un arma, le apunta con el dedo al pobre Danielito y le dice: ¡Pum! Luego se sopla el dedo como si estuviera humeante por el disparo.

Danielito siente que la bala le traspasó el pecho; el sol se cuela de lado a lado. Cae con la sangre que sale de su pecho a borbotones; con un hilo de ese líquido rojo y viscoso bajando desde la comisura de sus labios. Billy, el malo, lo venció. Fue más rápido que él. El pobre dejó de ser el más rápido del oeste. No le dio tiempo ni siquiera a acariciar el nacar de su Colt. Se muere. En minutos, el sepulturero vendrá a tomar sus medidas a lo largo y a lo ancho de su cuerpo, para construir un cajón de madera vieja por el que se meterán: cucarachas, gusanos y ratas, que devorarán su carne mientras se va pudriendo con los días, allí, bajo tierra. Es... es... The end.

Daniel, mi amor, voy a preparar café, ¿querés una taza? Si, mi vida, dale. Le dice a su esposa mientras teclea a más no poder su Olivetti, sin sacar la vista del papel blanco en el que van apareciendo letritas que forman palabras, frases. ¿Qué escribís, cariño? Le pregunta ella. Una nueva novela. Le contesta. ¡Ah! ¿Es otra policial?... No, esta es romántica... Me gusta, y yo ¿estoy en esta historia?... Siempre estás en mis historias... Ay, qué lindo y en una de amor... Si, pero habrá una muerte terrible, muy terrible... ¡Nooo!, ¿en serio?... Si, es así... Decime, Nina, ¿Cuál era el nombre de ese chico que iba con vos a la escuela?... ¿Qué chico?... Ese, que fue tu primer noviecito.

sábado, 1 de agosto de 2009

Viviana y el guerrero.

De un golpe seco y certero, partió en dos la enorme calabaza dejándola en perfectas partes iguales. Lo hizo con la espada de su hombre, para probar su filo que ella misma había pulido con esmero, con sus fuertes brazos de hierro, con la esperanza de que ese acero fundido y alisado a golpes de maza y fuego, fuera capaz de rebanar a un hombre en pedazos. Se miró en el acero que la reflejó como un lago manso, y se vio hermosa, a pesar de los sinsabores vividos como nómade, con su hombre a la deriva, por culpa de las guerras que nunca terminan.
A su guerrero lo robó, sin remordimientos lo hizo. Llegó hasta el lecho de otra mujer de su misma sangre sorprendiéndola con él, desnuda como ella soñaba que ese hombre la tuviera, y la aplastó con sus manos y de tal manera, que aquella mujer jamás la olvidaría ni tampoco tendría el valor de recuperar lo perdido esa noche. Al guerrero le cruzó la cara con una daga para demostrarle su fiereza, su ambición, su amor, dejándole una eterna cicatriz que marcara para siempre el territorio ganado. De allí en más fue suyo. Juntos serían la prolongación de sus sangres por los siglos venideros.

El Imperio Persa, poderoso, implacable sin piedad, tiene un objetivo: Atenas. Hasta allí avanzarán destruyendo todo a su paso. Los hombres y mujeres espartanos lo saben y saben también que de ellos mucho se espera; nada más y nada menos, que detenerlo como sea. Viviana lo presentía. Ser la mujer de un guerrero valiente nunca tiene un final de ensueño. Los Dioses siempre tienen planes para los que han vivido empuñando las armas. Los preparan para morir, y los hombres saben que cenarán con ellos después de la lucha. No hay regreso con gloria. Sí, habrá gloria en el cielo.

Viviana, le dará a su guerrero, la noche de amor más intensa de todos los tiempos. Conoce el destino marcado, sabe que mañana él partirá con su espada y su piel de acero a cumplir con lo que le han pedido. Los valientes no piensan, actúan.
Horas de amor sin descanso, cada centímetro de la piel del hombre queda impregnada en los labios de la mujer. Funden sus cuerpos, sus bocas, sus savias. La sangre se mezcla en las entrañas de Viviana recorriendo sus ríos internos, caudalosos, llenos de vida que darán vida. Viviana, lo agota, le demuestra que no hay mujer como ella en el Universo para este guerrero. Le transmite su energía para la lucha que se avecina. Él, será dos personas: su cuerpo duro como una roca y el corazón de su amada, como un fuego en su interior. Nada lo detendrá ante el enemigo Persa e invasor. La gran batalla será en El Paso de las Termópilas. La misión: no pasarán.

Vé, amado mío, riega con tu sangre todas Las Termópilas, mezcla esa sangre con las aguas calientes. Por cada gota que derrames, diez Persas verán el infierno por tu espada. No regreses derrotado. No temas a nada, los Dioses tienen preparado un banquete para ustedes en el Olimpo. El hijo que anoche me has engendrado crecerá fuerte y sano, será un gran guerrero como tú. El hombre que en el futuro me posea, jamás podrá igualarte.

Lo vio irse para siempre. 300 espartanos que lucharían en una batalla desigual contra 300.000 hombres del Imperio Persa. 300 valientes como no los habrá nunca, jamás. Cuando la columna desapareció en el horizonte, Viviana sintió en sus ojos algo que desde muy niña no recordaba; un líquido que se los inundaba empañándole la vista. Lo dejó deslizarse por sus mejillas hasta que mojara sus labios. Se impregnó su boca de un sabor salado. Fue para ella, el comienzo de otra vida.