lunes, 22 de febrero de 2010

Ayer nomás.

El taxi, un Di Tella 1500, estacionó a la vereda de Cerrito y Santa Fe para dejar descender a la delgada y hermosa joven; vestida con jean clásico ajustado al cuerpo y doblado en los tobillos, polera rosa y vincha en su cabello haciendo juego. La adolescente observó con detenimiento el obelisco; emblema de un centro de Buenos Aires que muy pocas veces visitaba, cuando una voz a su espalda la estremeció. Se dio vuelta un poco temblorosa y ahí estaba, ese chico que había conocido la noche anterior bailando en Muni: Lacoste verde musgo, pantalón claro y mocasines de Guido. No era mucho mayor que ella, ese año lo iban a sortear para la colimba.
Caminaron por Santa Fe muy tímidos los dos mirando vidrieras casi sin mirarlas, a veces rozándose los brazos sin querer, logrando por eso que la joven se ruborizara un poco. La idea, pactada la noche anterior al ritmo lento de Paul Anka, era ir al cine. Había que llegar hasta el cine Grand Splendid, ahí nomás después de Callao, para ver "La Novicia Rebelde": la película que hacía furor en esos días.
Justo en el momento en que Julie Andrews abre sus brazos al sonido de la música en las montañas de Austria, él la tomó de la mano y sólo la soltó, casi con disimulo, cuando el The end hizo que se encendieran las luces de la sala.

Tomaron el té con masitas a la salida del cine entre gente grande. Vestidos de corbata los hombres y muy paquetas las mujeres, habitués de esas confiterías los domingos a la tarde. Se miraron a los ojos todo el tiempo sintiendo que nunca más en toda su vida iban a poder estar el uno sin el otro. El joven pidió la cuenta con un miedo terrible de que no le alcanzara el dinero, pero no, no fue para tanto, le iba a alcanzar para el colectivo y algo más.
Tomaron el 60 lleno de pasajeros como siempre, hasta Plaza Italia, para de allí caminar hacia los bosques de Palermo por la vereda del Zoológico; esta vez sí, tomados de la mano.
Llegaron a El Rosedal, testigo mudo de miles de hombres y mujeres que se juraron amor eterno porque ese lugar, todos pensaban, era para eso.
-¡Che pibe! ¿Te saco una foto con tu novia?
A él le gustó eso de tu novia y pasando el brazo por el hombro de ella, le dijo al fotógrafo de plaza que sí, está bien, saque nomás.
El hombre en un rato reveló la foto, la coloreó a mano respetando el rosa de la polera y la vincha, el azul del jean, el verde de la Lacoste y se la entregó a la joven.
Ella, caminó rodeada de rosas mirando esa imagen grabada en el papel, que le quedaría para siempre de ese domingo inolvidable. Con esa foto apretada contra su pecho, se dejó abrazar por el joven por primera vez, hasta sentir la humedad de sus labios besándola y transportándola hacia las estrellas que ya empezaban a aparecer en el cielo.

-¿Nunca más lo volviste a ver? Le preguntó, Mariela, a su mamá.
-Nunca más, se lo tragó la tierra, no se, el sábado siguiente mi amiga Mónica hizo una fiesta en su casa y habíamos quedado en vernos allí, pero él no fue; lloré durante días...
-¿Papá conoce esta foto?
-No, lo que pasa es que ese fue un día maravilloso para mi y lo quería conservar así, como algo mio.
-A mi me encantó esta historia, mamá, y me alegro de que me la hayas contado.

Esta vez el taxi es un Renault Megane y Susana junto a Mónica, su amiga de siempre, lo toman a la salida del Shopping Paseo Alcorta.
Conversan de las cosas que acaban de comprar y de alguna que otra pavada cuando de pronto pasan delante de un afiche que anuncia un: "Gran Baile Gran" de los años 60, allí en Muni, hoy Club Ciudad de Buenos Aires. Susana le pide al taxista que de la vuelta a la manzana para poder ver nuevamente el afiche ante el asombro de su amiga Mónica.
-Tenemos que ir a ese baile, Mónica.
-¿Te parece? Mis hijos me van a decir que soy una vieja.
Susana sin escucharla rápidamente se dirigió al taxista:
-Señor, por favor volvamos al Paseo.
-Pero, Susana ¿Para qué?
Consiguió esa polera rosa y la vincha haciendo juego, jean no le faltaba, y ya estaba lista para ese revival que de pronto la había puesto como una adolescente que actuaba por impulso; así, sin pensar.

-Mariela, tu madre está loca ¿Sabés cuanto hace que no me pongo mocasines? Y mira como se vistió, se cree que es una piba, ¡Dios mio con quién me casé!
La mujer no parecía una adolescente pero estaba hermosa.
-¡Mamá estás igual que en la foto!
-Perdón ¿De qué foto hablan?
-De ninguna- dijo Susana -y vamos que tenemos que pasar a buscar a Mónica y a su marido que nos están esperando.

Los Beatles, Tom Jones, Lito Nebia y Violeta Rivas convivían empapados de cuba libre y jugo de naranja con vodka en una noche en la que bailar agarraditos no era de estas noches de hoy.
Un animador anunciaba sorteos ridículos de discos de pasta, pasajes en ómnibus a Necochea y para la pareja más simpática un tour al otro día desde la avenida más linda de Buenos Aires: Santa Fe hasta llegar a El Rosedal. Susana realmente disfrutaba todo eso mientras saboreaba su tercer cuba libre. Su amiga Mónica prefería algo diet que en esos sesenta de esa noche si había y sus maridos habían tomado tantos gin tonic que ya no sabían si estaban en aquella época o en el siglo veintiuno.

Ya era tarde y los dos hombres no podían disimular algún bostezo cuando Susana lo vio venir. Entre las parejas que bailaban apretados con la voz de Doris Day, el joven con su Lacoste verde musgo, su pantalón claro y sus mocasines de Guido se acercaba con la mirada clavada en la mujer que se paró ante el asombro de Mónica y fue a su encuentro. Él la tomó de la mano y comenzaron a bailar muy juntos sin dejar nunca de mirarse a los ojos.
-¿Pero quién es ese pibe que está con mi mujer? Yo lo mato, no, mejor la mato a ella, pero quién me mandó a venir acá. -Dijo el marido de Susana y cayó sobre el hombro del marido de Mónica que a esta altura dormía plácidamente la mona.
Susana y el joven bailaron sin hablarse y sólo mirándose todo el tiempo hasta que el animador hizo parar la música para anunciar a la pareja más simpática de la noche. Eran ellos. Susana había ganado con el joven de allá lejos.
Todas las miradas se volvieron hacia los dos, un enorme silencio envolvió a la pareja que se abrazó acercando sus labios hasta sentir como aquella vez la humedad de un beso prolongado que transportó a Susana hacia una foto de ayer nomás.

Esa tarde de domingo bajó del taxi en Santa Fe y Cerrito; al fondo el obelisco ahora entre carteles luminosos que cambian de imagen parecía no haber cambiado nada.
Caminó por Santa Fe hacia Callao hasta llegar al cine Grand Splendid, hoy convertido en una gran librería, tomó el té rodeada de chicos bulliciosos que en sus I-Pod seguramente escuchan una música monótona e insoportable. Subió al 60 medio vacío en esa tarde de domingo y bajó en la Rural. Caminó hasta El Rosedal ahora cercado por una reja y se paró en el mismo lugar donde había estado con ese joven aquella tarde de los sesenta.
Una parejita que no pasaba de los 17 años de edad se le acercó.
-Señora, perdone que la moleste, ¿Nos sacaría una foto a mi y a mi novia?
-Si claro.
-Mire por aquí, apriete este botoncito y...
-Si ya sé.- Dijo apuntando con la cámara digital; los enfocó, esperó a que él le pasara el brazo por el hombro de ella y disparó.
Ya era tarde y Susana había disfrutado del premio ganado la noche anterior. Mientras se alejaba levantó su vista y vio que en el cielo comenzaban a titilar algunas estrellas. Sonrió, estaba segura de que la parejita de la foto se estaba besando.


miércoles, 3 de febrero de 2010

Niña a los 40.



Bañados de luz tus ojos oscuros. Atardecer en tus labios con sabor a cielo. Amanecer en tu piel con suavidad que eriza. El tiempo te envidia. Te ríes de él. El sol y la luna no existen sin vos. Caminas sin prisa. Con pausas que engañan. Ya tu primera mitad escribiste. Con pasos cortitos harás lento el futuro. Cruzarás tu océano una y mil veces. Entre blancos algodones, mujer, volarás. Eres niña con alas. Eternamente lo serás.