domingo, 21 de marzo de 2010

Cómo será.

Cómo será caminar sobre las aguas.
Cómo será que ya no haya distancia.
Cómo será la suavidad de tus dedos.
Cómo será sentir tus latidos.
Cómo será temblar con los míos.
Cómo será ver abrirse tu boca.
Cómo será la humedad de tus labios.
Cómo será desnudar a una diosa.
Cómo será que me quites la ropa.
Cómo será recorrer tus poros.
Cómo será que no me tengas piedad.
Cómo será besarte cada rincón.
Cómo será que tus labios se atrevan.
Cómo será tu intimidad cuando me reciba.
Cómo será transformarnos en uno.
Cómo será ese instante final.
Cómo será de allí para siempre.

domingo, 14 de marzo de 2010

La decisión de Alina.

El poderoso ejército alemán, comenzó la invasión de Rusia. Como Napoleón lo había hecho un siglo y medio antes, pero con la absoluta convicción de Hitler de lograr la conquista que el pequeño gran hombre francés no había podido llevar a cabo. El pequeño gran hombre alemán se siente superior a todo y a todos.
Entre los miles de soldados que marchan a las estepas rusas se encuentra Erik. Un granito de arena entre tanta maraña de hombres altaneros, fuertes e invencibles, que se llevan el mundo por delante porque sienten que la raza Aria no tiene igualdad con el resto de las razas del planeta.
Cerca de Berlín se quedó Alina. La mujer que Erik ama más que a nada en el mundo. La mujer que ama a Erik por sobre todo lo que existe.
Cuando él se fue a la guerra, despidiéndose de su amada en la pequeña granja en la que viven cerca de Berlín, lo hizo convencido de que pronto volvería. "El tiempo no será nada, el mundo se rendirá a nuestros pies" le dijo a Alina que, desde ese momento, comenzó a contar los días esperándolo.
Pero la guerra no es lo que ambos esperaban, no, la contienda se convirtió en lo que el pueblo alemán no esperaba. Larga y cargada de muerte y más muerte. La Alemania de Erik y Alina descubrió que el enemigo tiene recursos y los usa. Ciudades enteras son bombardeadas provocando el pánico y la desazón en la gente que había escuchado de boca de su lider que serían intocables.

Alina vive con su madre, solas, trabajando en la granja y manteniéndose con algunos cerdos y gallinas que alimentan y que son su alimento. Alina, allí, espera un milagro; ver al hombre de su vida aparecer en el horizonte para no irse más de su lado y seguir construyendo su pequeño mundo, juntos, con esperanza de criar a sus hijos que llegarán para alegrar sus vidas doloridas por la separación, por una estúpida guerra que nunca desearon vivir.
Para Erik, el tiempo que no sería nada es demasiado. Pasó más de un año, mucho más de lo que pensaba desde que se fue y ahora se encuentra en Rusia; avanzando, cansándose, comiendo mal. Cargando con la pesadez de su fusil, su casco, su mochila y mucho abrigo encima. "Por Dios tanto frío puede hacer" se pregunta lamentándose. El barro, la nieve, el cuerpo húmedo, la ropa siempre mojada y el frío insoportable que se cuela por todos lados hasta calar los huesos es su rutina. Erik, sabe lo que es el frío porque en su tierra los inviernos son duros, pero esto... Esto supera todo lo imaginable.

Los cañones rusos disparan y disparan. Día y noche lo hacen impidiendo avanzar rápido al temible ejército alemán que ahora teme lo que se le viene encima: el invierno. El invierno más cruel de todos los tiempos. Ya no matan solo las bombas rusas, sino el frío glacial. Quizá para muchos soldados sea una bendición ante tanto sufrimiento. Para Erik, el recuerdo de Alina es suficiente incentivo para resistir. Él lo logrará, se lo ha propuesto. Vivirá para volver a sus brazos tan cálidos y fuertes que protegerán su debilidad por la falta de alimento, por sus pies congelados e hinchados que ya casi no lo dejan caminar aunque no le importe; no hay adónde ir. Un pozo en la tierra cubierta de nieve y hielo es su lugar hasta que todo termine de una vez.

El tiempo ha pasado. Demasiado tiempo ha pasado. Alina sabe que el poderoso ejército de su patria a sido aniquilado en Rusia hace más de dos años y que miles de soldados han muerto y ya no volverán. Alguien le dijo que los pocos que sobrevivieron fueron hechos prisioneros y enviados a Siberia. Ruega que Erik sea uno de ellos. Mientras, resiste criando sus cerdos y gallinas para poder seguir comiendo con su madre.
Alemania está destruída. Los aliados ya están en todas partes y el tan temido ejército rojo a las puertas de Berlín. Una ciudad que dicen los que saben, es el lugar en el que resiste el Fhurer que los llevó a esta guerra con un final anunciado. Berlín, defendida por un puñado de niños con uniforme arremangado por lo grande que les queda, está por caer.
Los rusos son despiadados. Son los primeros en llegar y arrasan con todo; matan a quienes se interpongan a su paso, sean niños o ancianos. Violan a las mujeres sin importarles la edad.

A su paso, la granja de Alina es un objetivo para ellos sin darles una mínima esperanza a las dos mujeres y las violan como a todas. Con violencia, una y otra vez sin descanso para ellas. Matan a los animales para comérselos. Cuando se cansan siguen su camino dejándolas vencidas, humilladas, sin lágrimas porque se han secado después de tanto dolor. La anciana se suicida colgándose de una viga del granero y Alina se queda más sola que nunca.
Cuando poco después la guerra termina, una semilla de alguno de los soldados rusos que la violaron quedó en su vientre que se ha hinchado convirtiéndose en una carga demasiado pesada para ella.

Lilí ya tiene doce años. Es hermosa como su madre: el pelo casi amarillo, la piel muy blanca, los ojos oscuros. Es lo único que la diferencia de Alina porque sus ojos son celestes, como los de Erik. Ojos rusos, piensa Alina que no ha podido demostrarle nunca una pizca de cariño a su hija bastarda. La pequeña no sabe lo que es el amor porque jamás recibió un abrazo, un beso, el calor de su madre que con un dolor en el corazón trata de sobreponerse trabajando con dureza reconstruyendo su granja. Con la ayuda de Lilí vuelve a criar sus cerdos, gallinas y alguna que otra oveja.

Un mediodía de primavera, Lilí llama a su madre. Alguien se acerca. Un desconocido vestido con el viejo uniforme del ejército alemán pero sin casco ni fusil; solo con un pequeño atado de ropa sucia. Alina espera a que se acerque para observarlo: alto, flaquísimo, su cabello casi blanco y el rostro y las manos arrugados y ajados como los de un anciano. Alina conoce esos ojos que la miran resignados y tristes por una vida vivida casi sin vida. Sin pronunciar una palabra, la mujer se da vuelta encaminándose hacia la casa permitiendo que el hombre la siga junto a Lilí que no deja de observarlo con curiosidad.

El hombre se sienta a la mesa; Alina le sirve un tazón con un guiso de cordero y papas además de una copa de vino. Él come con ganas, casi con desesperación. Las dos mujeres lo observan en silencio; sólo se escucha el sonido de la cuchara en el plato. Termina de comer y clava su vista en la niña que no ha dejado de mirarlo. Alina le vuelve a servir. El hombre sigue comiendo más lentamente sosteniéndole la mirada a la niña, dejando que la cuchara adivine el lugar donde se encuentra la boca. Entonces, Alina rompe el silencio. Lo hace con decisión, para que su hija y él entiendan como serán sus vidas de aquí en más: "Lilí, el es tu padre que regresó y te amará como yo te amo a tí".
Luego, por primera vez en doce años, abraza fuerte a su hija besándola en la frente, descargando su ternura acumulada por toda una vida de sufrimiento.


sábado, 6 de marzo de 2010

Esos pájaros sin alma.

John se fue a la guerra. En la vieja estación, Ellen lo despidió. Lo vio irse entre cientos de soldados asomados a las ventanillas del tren; rostros de jóvenes que se evaporarían en el horizonte que limita la vida de la muerte.
Su amado, el hombre con el que proyectó una vida allí en su pequeña casa londinense, se fue. Ellen se quedó sola. Con la esperanza que puede dar una guerra que se está haciendo cada vez más terrible allá en el continente; la esperanza de ver nuevamente a John asomado a la ventanilla del tren regresando para no volver a irse jamás. Promesas de cartas que desea se cumplan pronto la mantienen soportando su soledad como a casi todas las mujeres de Londres. Ese lugar en el que vivió toda su vida. Allí nació, creció, se educó y conoció al hombre de su vida. A John, para morir con él algún día; y así debe ser, por eso él volverá —Volveré, mi querida... Pronto volveré...

Las noticias son cada vez peores. Europa vive bajo fuego. El enemigo avanza y toma cada vez más posiciones y el hambre predomina en cada lugar donde las armas son implacables. Dónde estarás mi vida que me has dejado. Quién te cuidará en las noches frías.
—Avanzamos, no sé donde estamos, dicen que en el Sahara, sólo veo arena y arena que se mete en mi garganta y en mis ojos. El calor es insoportable en el día y las noches son tan heladas que me doy calor imaginando que estás tú cobijándome en tus brazos. Tú me cuidas como siempre lo has hecho...

En Londres las cosas no están mejor. Aviones del Tercer Reich lanzan todas las noches cientos de bombas sobre la ciudad destruyendo edificios, hogares. Las sirenas se han convertido en una música nocturna para Ellen que con ese compás se dirije al primer refugio. Allí pasa la noche. Escuchando en esos cinco minutos eternos explotar las bombas que incendian, matan, destruyen. Todas las noches. Ni una sola de respiro. Rutina nocturna que tiene que ver con la sobrevivencia de cada uno; de Ellen que espera leyendo una y mil veces las poquísimas cartas que recibe de su amado, a veces con minúsculos granitos de arena desde un lugar tan lejano para ella.

—He adelgazado. No es que no me alimente pero a veces comer es una tortura. Todo lo que mastico es como si se quebrara en mi boca. Sólo el agua me sostiene. El enemigo a veces acecha desde lugares impensados. Dispara sus cañones sin piedad, pero nosotros avanzamos, nada nos detiene. Nos enseñan que es la única manera de vivir. Para mi hay otra más; tu recuerdo, tus ojos, tu piel, tu boca, tu cuerpo blanco y suave...

El día se hace corto para Ellen, trabajando; haciendo las mujeres el trabajo que hacían los hombres que se fueron. Procurándose el alimento que le toca en suerte. Su ración diaria. Las noches son interminables allí abajo, en alguna estación del metro refugiándose del fuego que cae del cielo lanzado por esos aviones que no descansan nunca. Cuando sale a la superficie con la primera luz del día camina hasta su casa rogando que esté en pie. Todos los día el panorama ha cambiado. Las casas de sus vecinos han sido destruídas y ellos lloran su pérdida abrazados a los escombros. Mi casa no será derribada, no, John volverá y viviremos hasta que seamos ancianos en ella, lo sé, mi Dios... Lo sé.

—El Alamein es nuestro destino, los tanques se dirijen hacia allí y nosotros vamos detrás sin saber que existía en el mundo ese lugar. Las piernas se me han endurecido por la arena, las siento de hierro y me pesan. Estoy seguro de que esta vez veré al enemigo cara a cara. Por ti los arrasaré, porque quiero que esto termine de una vez y volver a ver tu belleza, tus lágrimas de alegría que me bañarán. Te prometo que pronto estaré allí contigo y será para siempre... —Lee una y otra vez oliendo la pólvora que ya es el único perfume que ha impregnado la ciudad. Intenta dormir en ese refugio de todas las noches para soñar con él y para que los días pasen cada vez más rápido. Maldita guerra, termina de una vez...

John ya no le escribe. Han pasado semanas, meses y la mujer del correo no aparece por su casa. Mi Dios, la espera es insoportable. La rutina es insoportable. El estruendo de las bombas en las noches es insoportable. Estás bien, estás bien, yo sé que estás bien pero necesito que me lo digas, que tus letras me hablen. Necesito que me digas una y mil veces que volverás a mi. Dime que me deseas, que no me tendrás piedad porque yo no la tendré contigo. Por favor escríbeme... No puedo más con este dolor en el pecho...

La mujer del correo ya se ha ido hace una hora. Hizo su trabajo y se fue a otros hogares a cumplir con su misión. Ellen estruja en su mano lo que recibió: Un telegrama. Dio su vida por la patria... Dice. Dio su vida... Su vida. Como si la vida no fuera nada y los es todo, absolutamente todo. Si las flores están es porque las vemos con los ojos.. Y eso es vida. Si tienen aroma es porque las olemos y eso es vida. La música la escuchamos con nuestros oídos y eso también es vida. Si no tuvieramos vida nada existiría. Cómo entonces me dicen que dio su vida. No la dio, ¡no! Malditos, se la quitaron. Me lo quitaron. Con su vida por la patria me destruyeron la mía, un futuro que ustedes no pueden imaginar porque no saben lo que han hecho.

Ellen, esta noche no escuchará las sirenas. No correrá al refugio para ponerse a salvo. Saldrá a la calle, extenderá sus brazos al cielo y esperará el fuego sagrado que caerá de esos pájaros sin alma.