martes, 18 de octubre de 2011

La sonrisa del negro Will.

La foto que ilustra este cuento no fue tomada por mí. Si lo hubiera hecho yo, hoy tendría cien años por lo menos.


El negro Will es una de las tres personas que siempre me recibe con una sonrisa. La otra es mi madre cuando le llevo dinero, cosa que no ocurre tan seguido, y la tercera es Charlie, el barman del snack en el que almuerzo y ceno casi todos los días; aclaro que lo hace cuando le pago. He llegado a la conclusión de que si no tengo dinero no me quiere nadie.

Cómo está usted, Mister Flynn, me dijo, Will, aquella mañana un poco gris; cosa rara en Los Ángeles City, tierra del sol eterno. Quizá el cielo presintiera que no sería un día normal. Normal para el cielo, porque para mí todos los días grises son los normales. La noche anterior había recibido en mi oficina ese extraño llamado de una mujer con voz bastante grave: Mister Flynn, lo espero en mi penthouse del Dirty Dick,s a las 8 de la mañana en punto, ¿qué desea desayunar? Dos huevos revueltos, jugo de naranja, café bien negro y dos aspirinas, le dije. Siempre sé como me levantaré después de beberme una botella de whisky para poder dormir. Mis deudas generalmente no me permiten conciliar el sueño. La falta de un cuerpo caliente a mi lado tampoco.

Voy bastante seguido al Hotel Dirty Dick,s, debe ser el lugar de LA en el que me han dado más casos para resolver y, además, cuando resuelvo un caso ganando algo de dinero, lo gasto allí con alguna platinada de buena carne y generosa a la hora de cobrarme. Llegué en punto, con mi típico dolor de cabeza, mi mejor traje gris oscuro y sombrero haciendo juego. Estaba dispuesto a seducirla, su voz en el teléfono había sido para mí de lo más cautivante. Pase, Mister Flynn, me dijo con la voz más grave aún que la que escuché en el teléfono. Alta, cabello negro ondulado hasta los hombros, labios rojos, ojos color miel perfectamente delineados, falda cuadrillé negro y chaqueta haciendo juego. Sus tacos agujas la hacían más alta aún. Una cabeza más que yo. Caminó delante de mí, lo que hizo que mi mirada bajara hasta la mitad de su cuerpo, se dio vuelta para sentarse mientras yo seguía con la mirada sobre la mitad de su cuerpo. Mister Flynn, susurró, estoy aquí arriba. Mi Dios -si es que existe- qué mujer, dueña de un trasero que me dejó petrificado.

Mientras tomábamos el té, sí, té, ni café, ni aspirinas, ni nada de lo que le pedí, me contó porqué me quería contratar: Mi novio es quien paga todo esto, yo jamás le pregunto de dónde saca el dinero, pero hace unos días, usted se habrá enterado, robaron un camión de caudales en pleno boulevard que desemboca en la carretera que va a Santa Mónica, ¿lo recuerda? Cómo no recordarlo, fue medio millón de los grandes, sentí envidia de quienes lo hicieron. Sigo, Mister Flynn, interrumpió mi pensamiento que estaba cruzando el océano rumbo a Hawai. Estoy segura de que uno de los dos que asaltó ese camión es mi novio. Por supuesto que al escuchar esto pensé que debía denunciarlo a la poli si ella no lo hacía, pero esta impresionante mujer tenía otro plan: meterlo preso y quedarse con los doscientos cincuenta mil grandes que le tocaban a él. Le pagaré muy bien, dijo, qué tal el 20% de ese dinero, siguió. Inmediatamente le dije que no hago ese tipo de cosas, que no me parece un dinero bien ganado, que si bien soy un detective con muchos problemas económicos que me tienen a mal traer, soy totalmente honesto y, acepté.

Mike se llama su novio. Me dijo dónde encontrarlo pero que no lo detuviera hasta que me hiciera con el dinero robado. Luego no le importaba la suerte que este tal, Mike, corriera. Salí del hotel y en la puerta saludé al negro Will que seguía con su eterna sonrisa: Hey, Will, nunca me hablaste de la morena del penthouse, qué mujer impresionante, sabes, me ha dado un caso, así que me verás seguido por acá. A propósito, ¿qué sabes de su novio, Mike? ¿Lo ves seguido por aquí? Al negro Will se le borró la sonrisa poniéndose tan pálido que por un momento pensé que el negro de su piel era teñido. No me contestó. Me fui de allí preocupado por su reacción.

Estuve todo el día vigilando a Mike. Un tipo rudo, de contextura física como la de un peso pesado, incluida su nariz rota; un animal por dónde se lo mire. Metía miedo el tipo así que anduve con pie de plomo tras él. Tenía que ver con quién se juntaba y a dónde iba para tener alguna sospecha del lugar en donde pudiera haber escondido el dinero. Almorzó en un ristoranti italiano –yo, un sandwich de mantequilla de maní en mi Plymouth.- Compró flores en un puestito de la calle a lo cual me dije: “Qué romántico, ahora visitará a la morena en el penthouse.” Nunca más equivocado. Se dirigió hasta una coqueta casa en las afueras de la ciudad donde visitó a una viejecita muy simpática a la que le dio las flores. Luego supe que era su madre. De regreso, detuvo su auto frente al Club de Béisbol Infantil LA, donde fue recibido por todos los niños con bombos y platillos. Repartió dulces y pelotas de béisbol a granel. Terminó el día cenando con un grupo de amigos muy ruidosos y de carcajadas fáciles. Yo, mientras cenaba una hamburguesa en lo de Charlie, pensaba que el tipo no tenía nada de malo. Me resultó un buenazo. Llegué a la conclusión de que sería incapaz de robar ni siquiera una manzana en una frutería. Este no mata ni una mosca, me dije, así que mañana visitaré a la morena despampanante para decirle que su sueño del cuarto de millón de dólares se había esfumado. El 20% que me tocaba, también. ¡Charlie, otro día te pago!

Toda la poli de Los Ángeles estaba en el Dirty Dick,s cuando llegué a la mañana siguiente. Qué habrá pasado, me pregunté. Al bueno de Will y su eterna sonrisa no lo veía por ningún lado. Me conocen todos los del Precinto 48, por eso entré como pancho por su casa. Cuando llegué al penthouse de la morena que me quitaba el sueño, casi me descompongo por lo que vi: un baño de sangre. Cuarenta puñaladas exactas le dieron en todo el cuerpo a la voluptuosa mujer. Le pregunté al teniente del Precinto qué había pasado, pero estaba tan confundido como siempre. Es un inepto para resolver estos temas. Me di cuenta de que no tenía idea de que la mujer tenía un novio que pagaba sus gustos: Mike. Quizá me había equivocado sobre este hombre, por eso para mí pasaba a ser el mayor sospechoso. En este caso ya no ganaría nada, pero decidí investigar por mi cuenta.

Cuando me iba del hotel me crucé con el negro Will. Estaba sentado al pie de la escalera tomándose la cara con las manos. Sin su uniforme verde con botones dorados; vestido de civil. Me senté a su lado preguntándole qué sabía de lo que había pasado. Me contestó casi en llanto: Yo la amaba, con toda mi alma, nadie hacía el amor como ella. Casi me desmayo al escuchar esto, ¡el negro Will dormía con semejante mujer! Claro, como no iba a estar con esa sonrisa, siempre. ¡Así cualquiera es feliz! Te prometo, Will, que meteré a la sombra al que lo hizo; de la silla eléctrica no se salvará, le dije tratando de consolarlo. No fue él, me dijo llorisqueando. ¿Quién no fue? Le pregunté sorprendido. Mike, él no la mató.

El bueno de Will cumple sus días de cadena perpetua en Sing Sing. Encontraron su uniforme verde con botones dorados y su gorra en un canasto de la lavandería del hotel; totalmente ensangrentados. Conocía a Mike por haberlo visto siempre llegar al hotel. Lo que nunca supo es que tenía amoríos con la despampanante morena de la cual, el negro Will, estaba perdidamente enamorado. Por mí lo supo, sin querer y de bocón que soy a veces, pero cómo iba a sospechar yo que el botones del Dirty Dick,s, tuviera un romance con una mujer así. La cuestión es que Mike tenía planeado el robo al camión de caudales, pero, necesitaba alguien que lo ayude. No pensó en Will por casualidad, sino, porque la mujer del penthouse lo convenció. Le dijo que el negro era medio tonto e iba a aceptar. Así fue. Robaron el camión y cuando se repartieron el dinero, entré yo en escena: encontraría el dinero de Mike, lo metería preso. Mike confesaría y meterían preso al negro Will, y luego ella, la viuda negra, se iría a otro país con toda la pasta, ¿qué tal a París?

Will, me dijo que esa mujer siempre le decía que si él tuviese dinero se irían juntos al fin del mundo, por eso aceptó lo del robo. Pobre, al fin del mundo la mandó de 40 puñaladas al enterarse por mí de que era la novia de Mike. Nunca devolvimos el dinero; con semejante suma le pagué al mejor abogado para que lo salvara de la silla eléctrica. Mike huyó a México y yo, una vez por mes, me encargo de llevarle flores a su madrecita. Ella cree que su hijo está trabajando en una importante petrolera de Centroamérica. También, de vez en cuando, visito a Will en la cárcel; como siempre, me recibe con su enorme sonrisa.

Algo saqué de todo esto, me quedé con diez de los grandes para pagar mis deudas y tomarme unas buenas vacaciones en Hawai. Dicen que allí hay burdeles con las mujeres más exóticas y bellas del Pacífico Sur. Merecía este descanso, sobre todo después de haber resuelto el caso antes de que ocurriera.