jueves, 26 de abril de 2012

Sorpresivo glamour.



Rubia como la Bacall; con el cuerpo de la Gardner y el trasero de la Mansfield, la vi apoyada en la ventana redonda que mira al Pacífico, desde el salón de grandes fiestas con más glamour de todo Santa Mónica. Había acudido hasta allí, después de un mes sin trabajo, por el llamado telefónico de esta impresionante mujer aquella misma mañana a mi oficina. Me acerqué a ella sigilosamente, quería dejar grabada en mis retinas la totalidad de su despampanante cuerpo de espalda. Se dio vuelta hacia a mí antes de que yo dijera algo. Después de quedar impresionado al verla de frente, supe que me iba costar decir algo coherente de ahí en más: no era tan bella por ser su rostro como el de Bette Davis; tenía menos delantera que Humphrey Bogart, y la voz de Clark Gable.
Bienvenido, Mister Flynn, gracias por aceptar mi caso. Me dijo con su penetrante voz.
No he aceptado nada todavía, Miste… digo, My Lady.
Si yo le dijera, Mister Flynn, que mi novio, dueño de todo este enorme salón de fiestas al que acuden todas las estrellas de Hollywood, me engaña con una voluptuosa platinada, usted que me diría.
A usted nada, a él le diría que a la mire siempre de espalda y listo.
¿Sabe una cosa, Mister? él muere por mi espalda.
¿Sabe una cosa, My Lady? a mí casi me pasa cuando la vi de frente.

Volví a mi oficina con el caso aceptado: fotografiar a su novio con su amante rubia, para que… My lady, lo extorsionara de tal manera hasta quedarse con el 50% de las ganancias del salón, que por lo que me dijo, le deja una verdadera fortuna anual al tipo. Claro que también lo acepté por los cinco grandes que yo cobraría. Me llevé mil adelantados y dos botellas del mejor whisky del bar, para empezar a festejar por ese nuevo trabajo esa misma noche. Solo. No sé si fue la bebida, quiero creer que sí, pero tuve toda la noche en mi mente la espalda de ese travesti. Pensé en volarme la cabeza con mi Luger, -el arma que le quité a un oficial alemán muerto en Dresden- pero me juré que sólo por la Monroe haría algo así. De esa manera me salvé la vida.

No me fue difícil seguir al tipo con mi Plymouth y mi vieja Nikon para fotografiarlo con su voluptuosa amante: en la playa de Santa Mónica, en las colinas de Hollywood, en las mejores tiendas de Los Ángeles, en las joyerías más caras de todo California, y en algún motel de las afueras de la ciudad; en realidad, desde las afueras del motel; lamenté mucho no poder fotografiarlos en una habitación, es que esa platinada le quitaba el aliento a cualquiera. Claro que después de tanto trabajo me pregunté: ¿qué hace este tipo con un travesti teniendo una amante como esta? Seguramente aquí había algo que el Mister… o la Lady, no me había dicho, y que me empezó a quemar la cabeza.

Revelé las fotos y pasé por el Snack Bar de Charlie, allí donde como todos los días, especialmente cuando no tengo un céntimo. Él me fía gracias al cielo. Después de pagarle lo que le debía con el dinero que me adelantó el Lady, le pregunté por una novia, actriz secundaria ella, que tuvo hace un tiempo atrás, para ir a verla y hacerle algunas preguntas relacionadas con el caso. No hubo problemas, la vi y me enteré de alguna que otra cosa del mundo del cine. Luego fui con las fotos a ver al despampanante -de espalda por supuesto- que me contrató. Fue raro verlo sin la peluca rubia y sin el vestido blanco glamoroso, es más, creo que no se había afeitado bien esa mañana.
Buen trabajo. -Me dijo después de ver todas las fotos.- Le pagaré los cuatro mil que faltan ahora mismo.
Antes hay algo que debemos aclarar. -Lo interrumpí.- Este tipo no es su novio ni ella la amante de él.
Oiga amigo, usted hizo su trabajo y acá terminó ¿no cree?
No, no creo, Mister, esto no es otra cosa que una estafa y será mejor que lo aclaremos ahora.

Empezó a gritar como un loco, o una loca histérica. Iba de un lado al otro del salón dándole patadas a las sillas, mesas y todo lo que se le interponía –intuí que debió haber sido un gran pateador jugando football en la universidad.- Usted, Mister Flynn, no es otro que un pobre tipo, no tiene vergüenza al acusarme de algo sin ninguna prueba; lo voy a demandar… Ok, le dije, demándeme, pero vaya pensando qué le va a decir al juez de todo lo que lo voy a denunciar yo: ese tipo no es su novio, es más, lo vio una sola vez aquí en alguna fiesta del mundo del cine y, a él, como a otros, los manda a fotografiar con una estrellita de cuarta, pero atractiva, y que además es su socia en esto, para extorsionarlo por dinero o, si no, les mostrará las fotos a su familia. ¿Es así, o me equivoco? Siempre elige tipos casados y, si es posible, productores con mucho dinero, demás está decirle que usted es sólo una vendedora de cigarrillos en este lugar, ¿no es cierto? 
Pero… pero… De dónde saca usted, maldito detective de pacotilla, todas esas…
De sospechas… Cómo voy a creer que un hombre que tiene una amante como esa, vaya a ser su novio… Mister... Además, la ex novia de un amigo, actriz secundaria por ahora, ha venido varias veces aquí, y conoce muy bien a su socia que además es lesbiana… Para que usted sepa, a mi amigo lo dejó por ella.
No puedo creer que la muy maldita me engañó con una mujer… Gritó enfurecido el Lady. Parece que es un travesti que le atraen ciertas mujeres. Qué interesante y raro es este mundo; del cine, claro.

Cuando me fui de allí llevaba en mi bolsillo diez de los grandes. Hacia mucho que no tenía en mis manos tanto dinero junto, ya ni me acordaba desde cuándo. Es lo que me ofreció el Lady para que no lo delatara. Sí, ya sé, y dónde está mi dignidad. Creo que la perdí cuando las deudas me agobiaban tanto que no pude resistirme a ciertas cosas. Les confieso que lo primero que me ofreció para callarme fue la de entregarse a mí. Sólo le pedí que se pusiera aquél vestido blanco con tanto glamour, la peluca rubia, y se quedara en la ventana redonda de espalda mirando el mar de la playa de Santa Mónica; tal cual la vi por primera vez, pero eso si, sin darse vuelta en ningún momento. Luego, tome una botella de whisky de su bar, la abrí, y comencé a beber, a beber y a beber.

jueves, 5 de abril de 2012

Lo de Poncho no es cuento.


La foto que ilustra este cuento es de archivo.

-Che, gallego, otro cortadito...
Los cuatro jóvenes que acostumbran a encontrarse en una mesa del café de mitad de cuadra de algún lugar del barrio de Victoria, de pronto se preguntan lo que nunca se preguntan:
-Che, siempre veo esa placa ahí arriba y nunca se me dio por saber qué significa.
-¿Qué placa?
-Esa que está ahí arriba del ángulo de la ventana.
-Ah, es verdad, ni me había dado cuenta..., a ver que dice: “En este lugar se hizo más grande un grande: Poncho.”
-¿Qué habrá pasado en este café de mala muerte para que se haga grande alguien?
-Perdón que los interrumpa, pibes, pero conozco la historia y se las puedo contar, si me permiten y con el mayor respeto.

Un hombre, ya no tan joven, sentado a un par de mesas de los jóvenes que sí lo son, se dirige a ellos con total convicción sobre el significado de esa placa que allí está, pero que a veces parece que nadie ve. Es como una simple parte de la escenografía del café y nada más. Los cuatro muchachos, sorprendidos por la interrupción, se miran entre ellos y…, bueno, está bien, cuente nomás.

“En este café no pasó nada importante -comienza el hombre su relato- pero sí pasó antes de que existiera. Hace muchos años en toda la manzana había una cancha de fútbol del club ya desaparecido: Los Pibes de Victoria. Con una tribuna para no más de cien personas, un cartel grande con el nombre del club y debajo una frase: “Con el Victoria siempre a la victoria.” Pero nunca se lograba otra cosa que ganar de vez en cuando algún partido. El campeonato zonal lo ganaba casi siempre: La Pasión de San Fernando, además de tener de hijos a Los Pibes de Victoria, que tenían que hacer un esfuerzo tremendo para recordar cuando había sido la última vez que los vencieran.
A esta altura, los cuatro muchachos de la mesa, al hablarles el hombre de fútbol, comienzan a interesarse por el relato; se acomodan en sus sillas, y lo dejan seguir con la historia no sin antes pedir cuatro cafés más y un vermucito para éste señor que peina canas.

“Hace unos 40 años, por primera vez en la historia, el club llegó a la última fecha del campeonato barrial a un punto de La Pasión de San Fernando, y justo en esa última fecha se enfrentaban para cerrar el título que seguramente ganarían los de siempre. Para Los Pibes de Victoria era un sueño vencerlos, por eso se jugarían el todo por el todo. En el equipo jugaba un tal Poncho, sí, porque nadie se acordaba jamás de su nombre, para todos era Poncho, el pibe que llegaba siempre del barrio de Tigre. Decir que jugaba también es un decir, porque en todo el año no había pisado el césped ni una vez. Bueno, lo del césped también es un decir, porque en esa época, en cualquier cancha brillaba por su ausencia; todo era pura tierra y ni que hablar del barro cuando llovía.
El día de la gran final la tribuna de cien personas crujía por el peso porque más del doble de aficionados se instalaron allí. En todo el resto del perímetro de la cancha no cabía un alfiler. Fue una conmoción la que se generó en todo el barrio de Victoria por este partido que se había convertido en una esperanza vecinal. Hasta el cura de la iglesia del barrio llegó con la imagen de la Virgencita de Luján para bendecir el campo de antemano. 
Los equipos salieron a la cancha con los que siempre jugaban de titulares; Poncho, por supuesto, fue al banco de suplentes como todo el año. El partido comenzó y a medida que pasaban los minutos se iba haciendo más áspero, durísimo. Por suerte para Los Pibes de Victoria la puntería de sus rivales era muy mala esa tarde, porque los 10 jugadores de campo, vivían en su área y no había manera de sacarlos de ahí para atacarlos. Terminó el primer tiempo 0 a 0, lo cual era un triunfo para el Victoria, pero mentiroso, porque los de San Fernando salían campeones con el empate por estar un punto arriba. Claro, por esa razón, en el segundo tiempo, le entregaron la pelota a los de Victoria y se dedicaron a aguantar el empate con total tranquilidad porque no había caso, que les hicieran un gol era una misión imposible de lograr. Faltaba un minuto más el descuento para el final, la hinchada de San Fernando ya festejaba el título y…, ocurrió un milagro: al 9 del Victoria le partieron su pierna derecha de una patada terrible; sí, la única pierna con la que podía patear con alguna chance quien era la estrella del equipo. Ya estaba todo dicho, la historia volvía a repetirse.”

- Pero, mister, ¿por qué fue un milagro?
-Dejame que te siga contando, no te impacientes…
“Poncho, entrás por el 9… -dijo el técnico del Victoria apesadumbrado y con total desilusión- Poncho no se movió del banco por lo acostumbrado que estaba a estar allí todo el año futbolístico. ¡Poncho, entrás vos! Le gritó el técnico totalmente sacado. Poncho se levantó como un resorte y entró a la cancha por primera vez en el campeonato… Por primera vez en la historia del club.
Era la última jugada; el fin de otro año sin pena ni gloria. Un corner para el Victoria; el último y luego vendría el pitazo final y la vuelta olímpica para los de San Fernando. Llegó el centro…, llovido…, el 5 del Victoria parado al borde del área grande la calza de volea y revienta el travesaño…, la pelota vuelve al campo como un misil. Poncho, que estaba parado pisando el área chica la toca por única vez..., por única vez en su vida… La redonda le da de lleno en la cara…, vuelve en cámara lenta hacia el arco…, el estadio enmudece…, el arquero hace vista confiando en su intuición ganadora, y…” ¡Gallego, me traés unas aceitunitas más!

-¿Pero qué pasó, señor? ¿San Fernando salió campeón o qué? ¿Entró? ¡Traele las aceitunas de una vez, gallego! Y otro vermouth.
-Pará pibe, pará, dejame terminar…
“La pelota, impulsada por la cara de Poncho, se metió en el ángulo superior izquierdo del arco… Cuando despertó, porque el pelotazo lo durmió hasta cien por lo menos, lo llevaban en andas dando la vuelta olímpica por primera vez en la historia del club. Fue la gran tarde de Los pibes de Victoria, pero sobretodo de Poncho: un crack para toda la afición…”

-¿Y qué pasó después con Poncho, señor…?
“Al año siguiente se vendieron los terrenos para construir un edificio de 24 pisos con pileta, parque y la mar en coche, y el club desapareció. Se construyeron en toda esta cuadra locales para alquiler y en este lugar el café con esa placa recordando aquella tarde de gloria… A Poncho no lo volvieron a ver nunca más… Por eso esa placa está allí, porque justo en ese lugar estaba el ángulo del arco por donde se metió la pelota que le dio el título a los de Victoria…”

Los cuatro jóvenes terminan su café, saludan al hombre agradeciéndoles la historia sobre Poncho y se van murmurando cosas como:  
–Yo no le creo nada a este tipo, dice uno, bueno, por lo menos nos entretuvo un rato, dice otro… ¿¡Qué va a haber un club acá, qué va a haber…!? ¡Ese Poncho no existió nunca…! Andá a saber… ¿Un gol de cara dijo que fue, quién te lo va a creer?

El mozo gallego, que no es gallego pero así le dicen por llamarse Manuel, mientras limpia la mesa donde estuvieron los cuatro jóvenes, ve que el vaso con el vermouth del hombre que contó la historia ya está vacío…
-¿Qué tal otro vermucito, Poncho? Como siempre invita la casa… Este, ¿y si la próxima le agrega una mujer a la historia? Eso siempre le da un toque más… Sí, qué sé yo, un toque.