domingo, 22 de julio de 2012

El Pibe.


Nació un día cualquiera, en una ciudad Argentina de este mundo suspendido en el universo infinito. Fue por la década del 40 del siglo XX de la era llamada cristiana. De allí en más fue: El Pibe. Creció archivando en su cerebro cada instante de su vida: lo que pasa a su alrededor y en el mundo. Un don que adquirió quién sabe de quien. Es capaz de recordar fechas, acontecimientos, o lo que sea que haya ocurrido durante su larga vida; lo que no vivió, lo adivina. Pregúntenle a El Pibe que fue lo que pasó ese día, suelen decir los que quieren enterarse de algo. Por esa razón se vio envuelto, hace mucho tiempo, en un hecho involuntario al que lo introdujeron para que sea voluntario: El crimen de la francesita.

La encontraron muerta una tarde de verano en el barrio de Palermo, justamente en un departamento de la calle Uriarte, envenenada con cianuro en una copa de Martini seco con Vodka, mientras la púa del tocadiscos saltaba y saltaba sobre un simple de Julio Sosa, cantando: Madame Ivonne. Para la policía era simplemente una pebeta del barrio latino que llegó un día con dos amigas desde las Europas, y seguramente conoció a un argentino que le hizo ver la barba de Dios en una maldita noche de celos. La francesita estaba para el crimen, atestiguaron los que la conocían. No había ninguna pista a la vista. Ni una huella digital en la copa que bebió. Los investigadores no daban pie con bola y no iba a ser cosa de tener que afrontar un conflicto internacional. Había que resolver el caso sí o sí.

Lo fueron a buscar a su trabajo, una agencia de publicidad en las que hacía sus primeras armas, aunque jamás hizo un aviso que matara ni a una mosca. Pibe, necesitamos datos que nos abran la cabeza para resolver esto, le dijeron dándole toda la información que tenían. Entonces, acomodándose en su sillón frente a su tablero de dibujo, con plena seguridad y arrogancia en sus palabras, así se expresó El Pibe.

“En el 47, que fue el año en el que cumplí un año; vean, observen esta foto, este soy yo con ojos negros saltones y detrás están mis padres que Dios los tiene en la gloria. Como les decía, en ese año de postguerra, en París, que es de donde dicen ustedes que llegó esta chica, hacer el amor era la mejor diversión; sin importar el amor. Por eso, ¿Parisia dicen que se llamaba? Nació en una casa de amores inexistentes. Luego, en el 65, el año en el que cuatro melenudos de Liverpool empezaban a cambiar el pensamiento de todos los jóvenes del mundo, agobiados por la guerra de Vietnam, se vino a este país con esa amiga inglesa de la que ustedes me hablan: ¿Londresa, no es así?” Sí, le dijeron los investigadores, además de una italiana: Romanía. “Como ven, siguió El Pibe, era una época en la que toda Europa se venía para acá.”

“Parisia, Londresa y Romanía vivieron juntas y felices, hasta que por distintas circunstancias, pero que tienen que ver con el amor tan necesitado por la francesita y por qué no de las tres, comenzaron los problemas. Eso sucedió en el 67, año de gobierno militar en Argentina, yo hice el servicio militar aquél año y no me enorgullezco de eso; una América Latina convulsionada y una guerra fría entre potencias que dominaban al mundo. Romanía se enamoró de un ruso que, decían las malas lenguas, era un espía y Londresa se lo robó una noche más fría que en Siberia; es que no quería dormir sola. Además ocurrió que Parisia se puso de novia con un americano de la embajada de ese país que se llevaba de muerte con el rusito, para él, un comunista peligroso. Sólo faltaba montar una base de misiles en Palermo que apuntaran a Moscú y Washington por como venía la cosa"
"Y llegamos a hoy, en este año 69, con el hombre en la luna; entre nosotros no les creo nada a estos americanos; pura propaganda, se los digo yo que de esto sé algo. Como les decía, en este año aparece esta chica muerta. Un crimen horrendo, terrible, en el que todos son sospechosos: sus amigas europeas, el rusito, el americano y… quizás alguien más.” 
¿Quién? Dijeron todos.

El día que cayeron las Torres Gemelas, el primer año del siglo XXI, el asesino salió en Libertad. Había sido condenado a cadena perpetua, pero, en este país nadie cumple las condenas totalmente. El Pibe les había dicho a todos que el gallego Asturios, portero del edificio de la calle Uriarte de Palermo, nunca soportó que Parisia prefiriera el champagne a la sidra o el tango a la jota y discutía mucho con ella por estas trivialidades. Los investigadores lo fueron a buscar y lo arrestaron inmediatamente. Ese fue el argumento que el jurado esgrimió para condenarlo. Claro, era una época de mucha incertidumbre y las cuestiones se resolvían rápidamente. Lavada de manos y ya está, pasemos a otra cosa y que nadie piense demasiado era el lema del momento. Las relaciones con Francia seguirían siendo buenas, lo mismo que con Inglaterra e Italia por no haber puesto bajo sospechas a sus amigas.
Londresa y Romanía vivieron en Buenos Aires hasta el 78, año del mundial en Argentina y, cuando la cuestión de los derechos humanos se puso pesada, volvieron a sus países.

Hoy, al escribir esto que El Pibe me contó, tengo que reconocer que fue sincero conmigo: nunca supo quién fue el verdadero asesino. Él cree que al gallego Asturios lo condenaron injustamente, porque está convencido de que a la pobre chica la mataron como a la Marilyn Monroe: por saber demasiado. Meterse con un representante de la embajada americana, en este país en ese momento, era como involucrarse con el mismísimo presidente de los Estados Unidos. Por supuesto que las relaciones con el país del norte eran más que importantes.

Hace poco viajé a Italia porque quise saber algo más de aquél caso de la francesita. Llegué a Toscana, lugar donde Romanía pasa sus últimos días, como suele decir ella. Una mujer encantadora que cuida de la tumba de su difunto esposo, un ruso que conoció en Buenos Aires. Me sorprendí al enterarme de esto porque pensé que la tal Londresa se lo había robado. Pero, la vida da sorpresas y vaya si Romanía me las dio al contarme lo siguiente: “Sí, me lo robó, y yo decidí que la mejor manera de recuperarlo era sacándome de encima a la inglesita. Entonces una noche, preparé su bebida preferida, Martini seco con vodka, sí, lo que tomaba Bond, James Bond, ella era fanática, y puse en su copa unas gotas de cianuro que me proporcionó el americano de la embajada porque le dije que había decidido matar al ruso. ¡Él estuvo encantado con eso! Pero, en un descuido mío, al ir a la cocina a buscar aceitunas, llegó Parisia de visita, y fue directamente a agarrar la copa bebiéndose de un saque el Martini seco con vodka preparado con el cianuro; parece que la pobre tenía mucha sed, era un día de mucho calor. Luego de tener terribles convulsiones, murió echando espuma por la boca. Fue horrible. Convencí a Londresa de que no tocara nada porque seguramente el rusito había envenenado el vodka para matarnos a las dos. Limpiamos todo y llamamos a la policía como dos corderitos inocentes. De esa manera lo saqué de su vida, el tipo volvió conmigo y tuvimos una larga vida, juntos. El plan no salió como yo esperaba, pero resultó brillante, ¿no le parece?"

En fin. De vuelta en Buenos Aires, decidí no contarle nada de esto a El Pibe porque supuse que destruiría su ego, pero debería, porque sin duda es un farsante.

sábado, 14 de julio de 2012

Lugares comunes.


Estoy seguro de conocer cada piedra de esta calle por el sólo hecho de haber vivido en esta cuadra los momentos más intensos de mi vida, y no por tener la costumbre de mirar el piso cuando camino, sino porque cuando lo hago, mi mente está perdida en aquella vez que la tuve tan cerca de mí. Mi adorable Erika.
Llegó de lejos, cruzando el inmenso océano que separa su continente del mío en unas  horas, suficiente para que yo dijera: qué chico es el mundo. Nunca pude decir otra cosa que frases hechas; por eso lo que aquí les cuento no es producto de mi imaginación. Lo viví, lo sentí en mi piel y pasé del amor al odio en un santiamén. Por su culpa, su maldita culpa. Sí, porque si tenía que enamorar a ingenuos como yo, lo hubiera hecho en su tierra, a horas de mi ciudad, a doce mil kilómetros de mi vida.
Esta calle, que no es la mía, pero que transito a veces por circunstancias que no vienen al caso en este relato, nos puso frente a frente un día de lluvia en que los dos corríamos para no mojarnos tanto. Chocamos de frente. Claro, yo miro el piso siempre, y parece que ella también. Sentados en el empedrado mojado nos presentamos: Soy  Erika, perdón pero apenas hablo español, me dijo. Soy Ricardo, no te preocupes, yo apenas hablo el mío, le dije, soy muy callado, los Ricardos somos así. Nos reímos hasta que intenté limpiarle la cola empapada por el agua del empedrado con mi mano y, tuve que pedirle perdón por mi torpeza. No es nada, me dijo, ya me la han tocado en el bus. Ustedes los argentinos son… No todos, la interrumpí, la mayoría somos cortados por la misma tijera.
Ella estaba viviendo en un pequeño departamento amueblado que alquilaba por los días que pasaría aquí, a metros de nuestro choque casual. Allí fuimos a secarnos al lado de una estufa a gas y un té caliente que nos calentaba las manos, envueltos en una toalla. En una sola porque era la única que tenía en ese momento. No sólo el té a mí me calentaba las manos. Yo le agradecí al cielo que la otra toalla estuviera en el lavadero de la esquina. Fue mi primer momento de gloria en las alturas: en un segundo piso con vista a la calle.
Casi no me despegaba de ella aunque tuviera que cumplir con mi trabajo, por eso llamaba a la oficina con excusas como: Se murió mi abuela. No dormí bien porque anoche comí algo que me cayó mal. Sigue lloviendo y perdí el paraguas en el subte. Me despidieron. No me preocupé, ya lo haría en otro momento. Erika tenía éuros, suficientes para que yo no me hiciera problemas. Yo la llamaba: mi princesita vikinga y ella me decía, mi gaucho de las pampas salvajes. Un día le pregunté si se quedaría a vivir en mi ciudad, en San Telmo, en este país. Vine con una misión, me dijo, una vez que la cumpla me voy. Allí mismo se me cayó el techo encima; toda mi esperanza de una vida con ella se desplomó en un segundo. ¿Qué misión? ¿Qué puede ser más importante que vivir conmigo para siempre? Recuperar a mi esposo que llegó siguiendo a una argentina que lo cautivó. ¿Qué? ¿Sos casada?
Sueca tenía que ser.
El tipo se enamoró de una minita argentina que había ido a Suecia enganchada con un jugador de fútbol vendido a un club de ese país. Allá se pelearon, pero ella no perdió el tiempo, conoció a este sueco, arquero de no se qué equipo de allí, y se lo trajo de la pestaña sin importarle que fuera casado. Cuando Erika me dijo el nombre del tipo, enseguida me acordé de haberlo visto por la tele probándose en Huracán, Nueva Chicago y algún otro club de fútbol de aquí, pero sin ninguna suerte. Fue suficiente para rastrearlo y encontrarlo con las manos en la masa, pero de otra argentina. La que vino con él, cuando vio que era un fracaso como futbolista, lo dejó. Sin plata a la vista no hay amor que valga. Esta vez fue Erika quien lo agarró de la pestaña y se lo trajo al departamentito de San Telmo. Yo quedé entre dos fuegos y más triste y confundido que un hamster sin ruedita para correr todo el día. Me vieron tan mal que me propusieron hacer un trío. Suecos tenían que ser.
Juro que no acepté. Sé de qué son capaces las suecas pero de los suecos no estoy muy seguro. Esta situación me rompió el corazón y mi dignidad. Yo la amaba con locura y no sabía como reponerme. Sin trabajo y sin posibilidad alguna de volver a hacer el amor con ella. Pero, los argentinos siempre le buscamos la solución a todo. Así salimos de las crisis a las que estamos acostumbrados a vivir. Me hice representante del arquero sueco. Fui a ver a Dios y a María Santísima hasta que lo ubiqué en un club del interior del país. Se fue a jugar allá y Erika se quedó acá. Así que volví al departamentito a vivir mis días de gloria. Los dos solitos. Todo era un golazo… Un mes duró la cosa; el diagnóstico fue: rotura de ligamentos cruzados; seis meses de inactividad. Volvió. Me fui a mi casa con la cola entre las patas.
Hace un año ya de esto; un día llegué para visitarlos con una botella de vodka bajo el brazo, antes me había tomado media botella para darme ánimos, porque fui con la idea de aceptar la propuesta del trío, es que la extrañaba hasta la médula, y el portero me dijo que se habían vuelto a Suecia. Así, sin más y sin una carta, nada para mí. El suicidio rondó en mi cerebro pero como nunca disparé un arma, temí gastar dinero en una pistola, apuntar a mi cabeza y errarle. Por esa razón la empecé a odiar con toda mi alma y les puedo asegurar que es más fuerte cuando se odia que cuando se ama. Por eso ahora, cuando camino por esta calle en los días de lluvia, voy mirando el piso esperando chocar de frente con una europea, de donde sea, de cualquier país, y una vez que estemos sentados en el empedrado mojado, gritarle bien fuerte a la cara: ¿Sabés una cosa? ¡A la princesa Máxima no le llegás a los talones!