Todo empezó con un café en
La Recoleta. Al aire libre. O mejor dicho cuando a metros de ese café, la vi
con sus ojos húmedos mirando la nada, y con las piernas cansadas por esperar
más de una hora a un amor que inmediatamente pasaría a ser: un ex amor.
Odio a los hombres. Me dijo.
Son todos iguales. Sólo quieren llevarte a la cama y después te dan una patada…
Reconozco que no me acerqué
a ella sólo por las lágrimas en sus ojos. Esa fue una excusa. Vi una
oportunidad de compartir mi solitaria tarde, con alguien que causaría envidia a
algún amigo mío si me hubiera visto con tan hermosa mujer. Después del café caminamos por Plaza Francia
rozándonos la piel de nuestros brazos, charlando de la vida o más bien de
pavadas que la hicieran reír. Mechando nuestra conversación con alguna mirada
de soslayo. El piso, sus zapatitos, los árboles y el cielo eran sus puntos de
referencia en ese campo de batalla. Su nariz recta, sus ojos marrones oscuros,
su pequeña oreja izquierda, su cabello castaño con alguna cana que se escapó
del teñido y su cuello que soñaba con morder, eran los míos.
Mordí ese cuello pocos días
después en mi campo de batalla: mi casa. Desordenada por no poder pagarle a una
señora para que mis pocas pertenencias no parezcan desconocidas por mí mismo. Comenzamos
una historia de pobres. Rara vez una salida a cenar, alguna al cine, visitas a
galerías de arte y cafés literarios. Hay algo que me ha caracterizado en los
últimos tiempos: la falta de dinero, como así también enamorarme para que me
internen. Por suerte algún encanto me queda porque ella cayó en mi trampa de
seducción. Comenzó a amarme con mi misma locura. Un milagro para un tipo como
yo, que para ir a su casa, lo hacía con chofer: en el 118 que es el que más
cerca me dejaba.
Me dijo, una y mil veces, que
le gustaba mi manera de pensar, mi cultura, aunque para mí exagerara. Me decía
que su ex, aquél que la dejó plantada el día que la conocí, era totalmente
distinto a mí. Es muy básico, era su descripción de él. Entonces de qué te
enamoraste, le pregunté. No sé, yo creo que en realidad no estaba tan enamorada.
Él me tenía como a una reina; me llevaba a comer a los mejores lugares, me
hacía regalos y me llevaba a Uruguay o Brasil, pero, en realidad, nunca fui una
mujer que ambicionara esas cosas. Yo quiero amar como te amo a vos, sin
importarme el dinero. Con él no podía hablar de otra cosa que no sea de sus
negocios. Jamás logré que me acompañara al cine; siempre tenía una reunión con
árabes o chinos como excusa. Andá vos, después me contás, era su argumento. El
día que me dejó plantada, me llamó, después de una hora esperándolo, para
decirme que lo perdonara pero que prefería terminar la relación así, sin
discusiones y que además se iba de viaje por un tiempo. Yo creo que se fue con
otra mujer. Ya lo notaba un poco raro últimamente. Creo que fue lo mejor que me
pasó porque te conocí a vos… Ves, Dios existe.
Después de tal confesión de
ella toqué el cielo con las manos. Bailé en una nube. Era la gloria para mí.
Cociné una carne mechada, al
horno, con papas a la crema cuando cumplimos un mes. Es lo que mejor me sale.
Me gasté una fortuna en un buen vino Malbec, un kilo de helado en la mejor
heladería de la ciudad, o por lo menos la más famosa, y alquilé una película
romántica que todavía no se había estrenado en los cines. Tengo un boliviano a
la salida de la estación Olleros del subte D que siempre tiene lo que vendrá.
Un capo el tipo. La cuestión es que con ese gasto no pude cargar el celular
porque me quedé sin un peso, pero, ya había arreglado todo con ella el día
anterior. La esperaba a las nueve de la noche. Yo no podía llamarla pero ella a
mí sí. Me extrañó que no lo hiciera en todo el día, aunque sabía que su
trabajo, (es una importante ejecutiva en una empresa multinacional) a veces no
le da respiro.
A las once y cuarto de la
noche sonó mi celular. Perdoname, no quiero que nadie salga lastimado, me dijo,
pero es que anoche, él, tarde, se presentó en casa con flores, una botella de
Don Perignon, rogándome que lo perdone y, algo que no pude resistir: dos
pasajes a Miami para hoy. Estoy en Ezeiza a punto de embarcar y… Corté la
comunicación y apagué el teléfono. Me fui a la cama sin cenar y sin postre.
Es la historia de mi vida.