Si un niño no
sufre hambre, no tiene un padre, un tutor o una familia que lo maltrate o
golpee, siempre será feliz.
A los niños no
les importan las disputas políticas ni los enfrentamientos, generalmente
absurdos, de los mayores. Lo que les importa es jugar con sus amigos, sus
compañeros del colegio y con sus hermanos. Un niño es feliz chapoteando en el
barro, con una pelota de goma, una muñeca de trapo o un juguete sofisticado. No
saben de desigualdades.
Así vivan en una
villa, en una casa humilde, en un barrio rico o en una casa con todas las
comodidades.
A un niño dale,
con amor, un plato de fideos con manteca o una milanesa con puré y los disfrutará
igual. Si tiene hambre a la hora de comer cualquier plato es un manjar.
No estoy
justificando la pobreza, no, para nada. Porque quiero como todos ustedes que ya
no haya pobreza en ningún lugar del mundo. Pero eso es algo que tenemos que
resolver los mayores. A los niños con la cara sucia y sonriente sólo les
importa ser felices todos los días, desde que abren los ojos a la mañana, hasta
que los cierran en la noche esperando el día siguiente.