La foto que ilustra este cuento es de archivo.
-Che,
gallego, otro cortadito...
Los cuatro
jóvenes que acostumbran a encontrarse en una mesa del café de mitad de cuadra
de algún lugar del barrio de Victoria, de pronto se preguntan lo que nunca se
preguntan:
-Che,
siempre veo esa placa ahí arriba y nunca se me dio por saber qué significa.
-¿Qué
placa?
-Esa que
está ahí arriba del ángulo de la ventana.
-Ah, es
verdad, ni me había dado cuenta..., a ver que dice: “En este lugar se hizo más grande
un grande: Poncho.”
-¿Qué
habrá pasado en este café de mala muerte para que se haga grande alguien?
-Perdón
que los interrumpa, pibes, pero conozco la historia y se las puedo contar, si
me permiten y con el mayor respeto.
Un hombre,
ya no tan joven, sentado a un par de mesas de los jóvenes que sí lo son, se
dirige a ellos con total convicción sobre el significado de esa placa que allí
está, pero que a veces parece que nadie ve. Es como una simple parte de la
escenografía del café y nada más. Los cuatro muchachos, sorprendidos por la
interrupción, se miran entre ellos y…, bueno, está bien, cuente nomás.
“En este
café no pasó nada importante -comienza el hombre su relato- pero sí pasó antes
de que existiera. Hace muchos años en toda la manzana había una cancha de fútbol
del club ya desaparecido: Los Pibes de Victoria. Con una tribuna para no más de
cien personas, un cartel grande con el nombre del club y debajo una frase: “Con
el Victoria siempre a la victoria.” Pero nunca se lograba otra cosa que ganar
de vez en cuando algún partido. El campeonato zonal lo ganaba casi siempre: La Pasión de San Fernando,
además de tener de hijos a Los Pibes de Victoria, que tenían que hacer un
esfuerzo tremendo para recordar cuando había sido la última vez que los
vencieran.
A esta
altura, los cuatro muchachos de la mesa, al hablarles el hombre de fútbol,
comienzan a interesarse por el relato; se acomodan en sus sillas, y lo dejan
seguir con la historia no sin antes pedir cuatro cafés más y un vermucito para
éste señor que peina canas.
“Hace unos
40 años, por primera vez en la historia, el club llegó a la última fecha del
campeonato barrial a un punto de La
Pasión de San Fernando, y justo en esa última fecha se
enfrentaban para cerrar el título que seguramente ganarían los de siempre. Para
Los Pibes de Victoria era un sueño vencerlos, por eso se jugarían el todo por
el todo. En el equipo jugaba un tal Poncho, sí, porque nadie se acordaba jamás
de su nombre, para todos era Poncho, el pibe que llegaba siempre del barrio de
Tigre. Decir que jugaba también es un decir, porque en todo el año no había
pisado el césped ni una vez. Bueno, lo del césped también es un decir, porque
en esa época, en cualquier cancha brillaba por su ausencia; todo era pura
tierra y ni que hablar del barro cuando llovía.
El día de
la gran final la tribuna de cien personas crujía por el peso porque más del
doble de aficionados se instalaron allí. En todo el resto del perímetro de la
cancha no cabía un alfiler. Fue una conmoción la que se generó en todo el
barrio de Victoria por este partido que se había convertido en una esperanza vecinal.
Hasta el cura de la iglesia del barrio llegó con la imagen de la Virgencita de Luján para
bendecir el campo de antemano.
Los equipos salieron a la cancha con los que
siempre jugaban de titulares; Poncho, por supuesto, fue al banco de suplentes como
todo el año. El partido comenzó y a medida que pasaban los minutos se iba
haciendo más áspero, durísimo. Por suerte para Los Pibes de Victoria la
puntería de sus rivales era muy mala esa tarde, porque los 10 jugadores de
campo, vivían en su área y no había manera de sacarlos de ahí para atacarlos.
Terminó el primer tiempo 0 a
0, lo cual era un triunfo para el Victoria, pero mentiroso, porque los de San
Fernando salían campeones con el empate por estar un punto arriba. Claro, por
esa razón, en el segundo tiempo, le entregaron la pelota a los de Victoria y se
dedicaron a aguantar el empate con total tranquilidad porque no había caso, que
les hicieran un gol era una misión imposible de lograr. Faltaba un minuto más el
descuento para el final, la hinchada de San Fernando ya festejaba el título y…,
ocurrió un milagro: al 9 del Victoria le partieron su pierna derecha de una
patada terrible; sí, la única pierna con la que podía patear con alguna chance
quien era la estrella del equipo. Ya estaba todo dicho, la historia volvía a repetirse.”
- Pero,
mister, ¿por qué fue un milagro?
-Dejame
que te siga contando, no te impacientes…
“Poncho,
entrás por el 9… -dijo el técnico del Victoria apesadumbrado y con total
desilusión- Poncho no se movió del banco por lo acostumbrado que estaba a estar
allí todo el año futbolístico. ¡Poncho, entrás vos! Le gritó el técnico totalmente
sacado. Poncho se levantó como un resorte y entró a la cancha por primera vez
en el campeonato… Por primera vez en la historia del club.
Era la
última jugada; el fin de otro año sin pena ni gloria. Un corner para el
Victoria; el último y luego vendría el pitazo final y la vuelta olímpica para
los de San Fernando. Llegó el centro…, llovido…, el 5 del Victoria parado al
borde del área grande la calza de volea y revienta el travesaño…, la pelota
vuelve al campo como un misil. Poncho, que estaba parado pisando el área chica la
toca por única vez..., por única vez en su vida… La redonda le da de lleno en
la cara…, vuelve en cámara lenta hacia el arco…, el estadio enmudece…, el
arquero hace vista confiando en su intuición ganadora, y…” ¡Gallego, me traés
unas aceitunitas más!
-¿Pero qué
pasó, señor? ¿San Fernando salió campeón o qué? ¿Entró? ¡Traele las aceitunas
de una vez, gallego! Y otro vermouth.
-Pará
pibe, pará, dejame terminar…
“La
pelota, impulsada por la cara de Poncho, se metió en el ángulo superior izquierdo del
arco… Cuando despertó, porque el pelotazo lo durmió hasta cien por lo menos, lo
llevaban en andas dando la vuelta olímpica por primera vez en la historia del
club. Fue la gran tarde de Los pibes de Victoria, pero sobretodo de Poncho: un
crack para toda la afición…”
-¿Y qué
pasó después con Poncho, señor…?
“Al año
siguiente se vendieron los terrenos para construir un edificio de 24 pisos con
pileta, parque y la mar en coche, y el club desapareció. Se construyeron en
toda esta cuadra locales para alquiler y en este lugar el café con esa placa
recordando aquella tarde de gloria… A Poncho no lo volvieron a ver nunca más… Por
eso esa placa está allí, porque justo en ese lugar estaba el ángulo del arco
por donde se metió la pelota que le dio el título a los de Victoria…”
Los cuatro
jóvenes terminan su café, saludan al hombre agradeciéndoles la historia sobre Poncho
y se van murmurando cosas como:
–Yo no le
creo nada a este tipo, dice uno, bueno, por lo menos nos entretuvo un rato,
dice otro… ¿¡Qué va a haber un club acá, qué va a haber…!? ¡Ese Poncho no
existió nunca…! Andá a saber… ¿Un gol de cara dijo que fue, quién te lo va a
creer?
El mozo gallego,
que no es gallego pero así le dicen por llamarse Manuel, mientras limpia la
mesa donde estuvieron los cuatro jóvenes, ve que el vaso con el vermouth del
hombre que contó la historia ya está vacío…
-¿Qué tal
otro vermucito, Poncho? Como siempre invita la casa… Este, ¿y si la próxima le
agrega una mujer a la historia? Eso siempre le da un toque más… Sí, qué sé yo,
un toque.
Muy bueno!!!
ResponderEliminarComo siempre, Excelete Ricardo.
ResponderEliminarEDITORIAL PORTILLA
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