Usted
tiene varios hermanos, soldado, así que su destino es Malvinas, ¿me entendió? A
Roberto no le sirvió de nada su ruego por quedarse en el continente
argumentando que su mamá sufre de una enfermedad incurable; para sus
superiores, ella no lo necesita, la patria, sí.
Se
despidió con un mal presentimiento que lo atormentaba aunque su mamá le dijera que
no se preocupara, que volviera pronto, que ella lo iba a estar esperando. Como
le decía siempre cuando iba a la escuela y regresaba con el delantal sucio de
barro y tierra. Él, que a veces tenía una pelea a la salida del colegio, de
esos desafíos vaya a saber porqué, de pronto se embarcaba a un lugar
desconocido, en el medio de un océano helado,
para pelearle a uno de los ejércitos más poderosos del mundo, vaya a
saber porqué. No tenés que pelearte, Roberto, las cosas se arreglan hablando…
Le decía su mamá. Sabia, ella; ignorantes los que provocan.
Estamos
ganando, decían por la radio y la televisión. Averiamos al portaaviones Invencible, decían
los triunfalistas sentados a un escritorio. Nos están cagando a palos, decían
los soldados aguantando en sus trincheras húmedas y congeladas.
La madre
de Roberto se moría, no había nada que hacer, su mayor deseo era ver a su hijo
nuevamente y besarlo fuerte porque volvía sano y salvo de la guerra. Lo que le
pasara a ella no le importaba nada.
Roberto
convivía con la muerte. Él que soñaba con trabajar duro para tener su casita y
casarse con una noviecita del barrio, sólo veía a sus compañeros morir o quedar
mutilados para siempre. Es injusto morir acá, si no me mata un inglés voy a
morir congelado. Quiero estar en mi casa, con mi viejita, quiero comer un guiso
de lentejas bien caliente y el arroz con leche que nadie hace como ella.
Todos sus hermanos, alrededor de la
cama donde su mamá da sus últimos respiros, escuchan decir al médico: se nos
va, es cuestión de tiempo. Poco tiempo.
Ella lo nombra, Roberto, hijo querido, pronto vas a estar aquí conmigo, lo sé.
Roberto,
en un pozo cavado por él mismo en la tierra mojada, soporta el asedio de los
misiles que llegan desde los barcos ingleses. Su compañero de trinchera, con el
casco agujereado en la frente por una esquirla, tiene los ojos clavados en
alguna de los millones de estrellas que sólo no se ven cuando explotan las
bombas. No lo quiere mirar, si hasta hace un instante hablaban de fútbol y
chicas para darse ánimo. Ahora está mejor que yo, piensa.
Qué frío,
por Dios es insoportable, estoy mojado hasta los huesos, grita con la voz
temblorosa. Cállese, soldado, le gritan desde una trinchera a no más de diez
metros de la suya. Sargento, tengo los dedos entumecidos, si nos atacan no
puedo disparar mi Fal… grita con angustia. Aguante soldado, cuando amanezca yo
no dispararán, ¿me entiende? Mi mamá me tejía pullóveres y guantes para que yo
no tuviera nunca frío… Con los ojos bañados las ve venir, bolas de fuego
acompañadas con un silbido penetrante. Explotan iluminando todo el campo. Algún
grito desgarrador da fe de que han cumplido su cometido.
Va a morir
ahora, susurra el médico y se retira de la habitación del hospital donde ella
está internada. Sólo se quedan sus hijos, los hermanos mayores de Roberto,
esperando el momento. Acompañándola en el final.
Roberto no
puede más, lo presiente, sabe que está todo mal. Sale del pozo y corre por el
campo gritando: mamá, mamita querida… La explosión le quema las entrañas, le
desgarra la vida, cae empapado por un líquido caliente que lo baña quitándole
el frío que hasta hace instantes le endurecía el cuerpo, y queda de espalda
mirando como el firmamento se apresta a recibirlo. Mamá… mamá… no te preocupes,
no me duele nada…
Roberto,
mi amor, estás aquí… Estira sus brazos para abrazarlo. Delira dice uno de sus hijos,
se nos va. Estás todo sucio, yo te voy a lavar la ropa, no quiero que te enfermes,
¿tenés frío? No mamita, ya no tengo frío… El le besa la frente, ella le besa la mejilla y de la mano se
elevan al cielo. Sus cordones se cortan, ya viajan muy lejos.
238 tumbas
de soldados argentinos hay en el Cementerio Darwin de Malvinas. 123 sin identificar
todavía. Allí están, Roberto, Juan, Daniel, Pedro, Ramón, Julio, Jorge… Allí
están todos los que fueron a pelear una guerra absurda y no pudieron besar a
sus madres al despedirse de este extraño mundo.