Drama en un acto.
Escena:
Jardín de la mansión de Rosalía. En el centro, una mesa de cerámicos de colores
y cuatro bancos del mismo material haciendo juego. Hojas de otoño y el césped
alfombran el piso. Plantas y una pared de fondo. Tiempo: Década del 40. Siglo
XX.
Entran
a escena: Rosalía, del brazo de su amigo, Artemio.
-Mi
querida, Rosalía, cada vez que usted me dice que está preocupada por algo, yo
no gano para sustos. A ver, cuénteme usted; sabe que siempre soy todo oídos si luego
puedo darle un buen consejo.
-Y
que seguro me dará, mi buen amigo, Artemio. Sentémonos aquí en el jardín que ya
le pido a mi fiel criada, Ausencia, que nos sirva el té con los pastelitos que
a usted tanto le gustan. A veces pienso que, usted me visita con tanta
cortesía, sólo por los pastelitos que Ausencia prepara.
Se
sientan en los bancos. Rosalía saca del bolsillo de su falda una pequeña
campanilla y la hace sonar.
-Siempre
tan bromista, amiga mía. Reconozco que esos pastelitos me matan, pero, usted sabe,
que yo la visito a usted por el amor que ya le he confesado. Si no fuera usted
una mujer comprometida con Augusto, ya sabe usted que…
Entra
desde la izquierda, Ausencia, con una bandeja con el té y los pastelitos. Deja
la bandeja sobre la mesa y se va por donde vino.
-Sssh,
Artemio, no diga nada y escúcheme. Es muy importante lo que tengo que decirle.
Mientras
habla, sirve el té y le ofrece un pastelito a Artemio.
-Tanto,
Artemio, que nos veremos, ambos, involucrados en un embarazoso problema que
usted deberá ayudarme a resolver.
-Mmm,
qué intriga, cuénteme entonces, pero antes déjeme saborear este manjar que tan
gentilmente nos ofrece, su fiel, Ausencia.
-Artemio,
mi fiel amigo, déjeme tomar un poco de este rico té para darme ánimos... Mmm, qué
sabroso, un poco más dulzón que de costumbre. Ahora escúcheme, ya no puedo
ocultárselo, debo confesárselo, estoy enamorada de usted. Oh, por Dios, se ha
ahogado usted con el pasteli… ¡Ausencia! ¡Por favor trae un vaso de agua! Tome
usted un sorbo de té…, ¿se siente usted mejor? Menudo susto me ha dado.
Artemio
tragando el pastelito con dificultad.
-¿Menudo?
Para mí a sido mayúsculo, mí Rosalía. Y perdone usted que le diga “mí”, pero
creo que ya no debe haber secretos entre nosotros. Ven conmigo, Rosalía, huye
de tu compromiso con tu buen marido, Augusto; sabes de mi amor por ti desde que
éramos casi niños. Te haré la mujer más feliz de todo el mundo entero.
Rosalía
se para, se toma la frente dando muestras de angustia, y se vuelve a sentar
tomando las manos de Artemio.
-¡Oh!
Artemio de mi alma, te he dicho que debemos resolver este problema pero no de
esta manera.
-Y
de qué manera, mi amor, mi cielo, mi vida. Esta vida que sin ti, luego de tan
inesperada confesión, para mí ya no tendrá sentido. Dime.
-Pues,
Artemio, justamente tú lo has dicho: Quitándonos la vida. ¡Oh, no! Otra vez te
atragantas con un pastelito. ¡Ausencia!
Entra
por la izquierda, Ausencia, con una jarra de agua, al ver que Artemio está
repuesto, se retira.
-Estoy
bien, estoy bien. No creo que debamos llegar a tanto mi querida. Sólo tienes
que seguirme y listo… Uf, que dolorcito me ha dado en el estómago, debe ser
esta situación que me pone un poco nervioso y ansioso.
-Pues
no te preocupes, mi amor, a mí comienza a dolerme y mucho mi estómago. Tienes
razón, debe ser esta complicada situación. Ayer le dije a Augusto que te amaba
y desde ese entonces he vivido en un infierno.
-¡Diablos!
Perdona mi lenguaje, amada mía, pero casi no resisto este dolor. ¿Tanto puede
doler una situación como esta para los dos? Es como si estuviéramos muriendo,
lo cual es gracioso… No pensemos en eso y resolvamos esto por favor. ¿Qué te ha
dicho Augusto cuando se lo dijiste? Acaso él aprueba nuestro amor… Uf, creo que
no puedo más…
Artemio se toma el vientre y se inclina hacia adelante por el dolor.
-Sólo
me ha dicho: Mi querida, Rosalía, tú mereces morir; cómo puedes hacerme esto… Pero
claro, lo entiendo y me apena. Él me ha dado todo lo que he deseado… Uh…,
perdona, pero este dolor me está matando.
-Y
a mí, mi querida, Rosalía.
Los
dos se inclinan hacia adelante por el dolor en el vientre hasta casi chocar sus
cabezas.
-Por
eso te he dicho que la única salida es suicidarnos, irnos juntos de este mundo,
de otra manera no lo dejaré jamás, él no merece semejante humillación de mi
parte. Por eso tienes que ayudarme… ¡Pero, por qué me duele tanto mi vientre!
¡Es insoportable! ¿En tu casa tienes un arma? Todos los hombres la tienen… Iremos
a tu casa y…
En
ese instante, Artemio cae de bruces hacia la mesa incrustando su cara en el
plato de pastelitos.
-Por
favor, mi amado Artemio, contéstame, qué te pasa, no me asustes. ¿Acaso te
duermes? Dios mío, qué está ocurriendo…
Entonces,
Rosalía cae de costado sobre su taza de té y queda con los ojos entrecerrados
mirando la nada.
Entran
en escena, desde la izquierda, Ausencia y Augusto. Se detienen frente a la
pareja ya muertos, mirándolos en silencio durante unos segundos.
-Creo
que no sufrieron mucho, Señor Augusto. Puse el cianuro en el té y en los
pastelitos tal cual usted me indicara la dosis.
-Sí,
Ausencia, mi amigo el boticario me dijo que con una dosis como esta asesinó a
su infiel esposa; sabes, Ausencia, se lo merecía esa mujer, lo engañaba
conmigo, pero, el pobre nunca supo que era yo. Ejem, fue una buena dosis…, ¿no
te parece?
-Parece
que sí, mire usted.
-Ahora
limpiemos todo y no te preocupes por los cuerpos. Los enterraré aquí mismo. Tengo
todo arreglado para que crean que huyeron juntos quién sabe adónde. Pensemos
sólo en nosotros. Y ya puedes tutearme de aquí en más.
-Sí,
Señor Augusto.
Augusto
toma de la cintura a Ausencia, atrayéndola con fuerza hacia su cuerpo, y la
besa apasionadamente.
Telón.