Era
de la ciudad la prima de un amigo del barrio. Llegó un día a pasar el fin de
semana en su casa allí en el campo donde vivíamos. Rubia, de cabello lacio, sus
ojos color…, no sé. Todos éramos niños a punto de entrar a la adolescencia y
con una facilidad para enamorarnos que hoy envidio.
A
mí me pasó, morí por ella. Mi hermana fue mi cómplice para llegar a su corazón,
simplemente llevándole una cartita que escribí con una sola frase, simple y
convincente, demostrándole mi inmenso amor: ¿Te querés meter conmigo?
Sí
quiero, me escribió y yo toque el cielo porque ya tenía novia. Una novia con la
que me casaría algún día y tendríamos un montón de hijos; una novia con la que
soñaba de día y de noche. Despierto y no tanto aunque ni dormir podía pensando
siempre en ella. Cuánta felicidad en mi cara y en mis actitudes. Y cuánta
tristeza cuando ella no estaba.
Terminaba
el fin de semana y ella volvía a la ciudad. ¿Vuelve el sábado que viene? Le
preguntaba a mi amigo con desesperación. Y volvía. Y otra vez las cartitas de
amor que le escribía y las que recibía. Mi hermana iba y venía como un
mensajero en la época colonial. Corría desde mi casa a la casa de mi amigo y
corría desde allí otra vez hacia mí. Batió todos los records.
Hoy,
cuando ya peino canas, tengo que confesar que nunca la vi a menos de 40 o 50
metros, por eso no sé de qué color eran sus ojos. No hubo besos ni caricias ni
miradas a centímetros. Yo diría que tenía una gran capacidad imaginativa para
adivinar su rostro tal cual era, aunque posiblemente le erré por muchos metros.
Pero lo aseguro, ¡era preciosa!
Un
fin de semana no llegó al barrio. Al otro tampoco. Intenté todas las maneras
que imaginaba para suicidarme pero por suerte no tenía mucha imaginación para
eso. Ya no hubo más cartitas. Me dejó, pensé. Todas me dejan sigo pensando.
Hoy
las cartitas son distintas. Se escriben con un teclado, en letra de imprenta, mirando
una pantalla luminosa y con emoticones que acompañan las palabras de amor. Yo
diría que son menos artesanales nada más, pero la intención es la misma, la de
conquistar un corazón, emocionarlo, porque parece que siempre los corazones
necesitan eso para seguir latiendo.
Por
eso sigo escribiendo con la esperanza de seguir recibiendo esas cartitas. A una
distancia que es mayor de 40 o 50 metros. A veces a cientos de metros o a miles
de kilómetros pero esta vez sin tener a alguien que corra, vaya y venga con la
lengua afuera para llevarlas y traerlas. Hasta puedo ver el color de los ojos
de mi enamorada. Todo un logro que me proporciona la tecnología. Aunque a veces
pasa que esas cartitas no se escriben ni se reciben más. Con los años aprendí que
todo tiene un final; feliz o no tanto. Es la ley de la vida.
Eso
si, cuando escribo una nueva cartita ya no pregunto, ¿te querés meter conmigo?
Ahora digo, ¿vos eras aquella niña a la que le escribí mi primera cartita de
amor?
Hermoso, Capara..... con la ternura del amor casi infantil, casi adolescente de otros tiempos. (Pato Ferrari)
ResponderEliminar