El Palais de Glace,
ubicado en la calle Posadas del barrio de Recoleta, frente a Plaza Francia,
desde 1931 es un centro cultural y de arte. Fue inaugurado en 1910 con una pista de hielo de 21 metros de diámetro, para
entretenimiento de algunas de las familias adineradas de la ciudad de Buenos
Aires. En 1932 el edificio fue remodelado por obra del arquitecto Alejandro Bustillo, perdiendo la
mayor parte de su ornamentación exterior y una cúpula. También fue modificado
en su interior.
En la década del 20
fue convertido en un salón de baile. Las grandes orquestas típicas de tango
tocaban allí. Dejó de ser para la alta sociedad porteña un lugar de encuentro,
porque el tango en esa época no era bien recibido por ellos.
En esos años 20,
una mujer de la que nadie recuerda su nombre, era habitué de aquellas noches de
bailongo a pura música ciudadana. La llamaban, La Francesita. Solía mezclar
palabras en francés a su hablar arrabalero sólo para darse corte. Muchos
dudaban de que fuera parisina como ella decía, probablemente jamás había visto
la Torre Eiffel ni en figuritas.
Era una experta en
el arte de amar. Conquistaba a todo hombre que se le atreviera. Las mujeres la
envidiaban y alguna que otra llegó a sentirse atraída por ella. Pero, La
Francesita, jugaba con los hombres hasta que los desechaba. Por lo menos cuatro
se suicidaron al verse despreciados por su amor inconquistable y otros tantos
murieron en enfrentamientos disputándose su amor. Dicen que Carlos Gardel tuvo
un encontronazo a punta de cuchillo defendiendo
su honor.
Hasta que ocurrió
lo imprevisto. Un caballero de apellido ilustre que no delataré, adinerado él, un
dandy en su andar, con una parla aristocrática y eximio bailarín del 2 x 4, la
enamoró hasta la médula. Se la llevó una noche de champagne y borracheras de
ojos burbujeantes y nunca más la volvieron a ver.
Enrique Cadícamo,
el gran letrista y compositor de tangos escribió:
¡Noches del Palé de
Glas!
Ilusión de llevar el compás.
Tu recuerdo es emoción
y al mirar que ya no estás
se me encoge el corazón...
Dicen que otro grande del tango, Enrique Santos Discépolo, la vio varios
años después, una madrugada, sola, fané y descangallada salir de un “cabaré”.
Don Enrique no se atrevió a decirle algo por la tristeza que lo embargó y sólo atinó
a dar vuelta su cara “pa” no llorar.
La Francesita solía decir que pasaría su vejez en una mansión de París,
rodeada de sirvientes, a orillas del Sena. Lo más probable es que haya
terminado sus días, sola, triste y abandonada en un conventillo de La Boca frente
al riachuelo.
El “Palé de Glas”. Seguramente mil historias como estas se podrían
contar de ese lugar de zapatos con polainas y tacos agujas que le daban lustre
al piso. Yo les relaté una, la primera que de pronto se me vino a la mente.