domingo, 30 de noviembre de 2014

Paris 2223.


El tele transportador me trajo en segundos a París. Desde que nací supe que hoy iba a hacerlo y he esperado este momento por años. Por siglos. Los años terrestres no son como los de mi planeta, son más cortos y por lo tanto mi atención ha estado alerta a este momento pactado. Lo hicimos en aquella vida que pasó. “Nos veremos en Paris en la vida que vendrá”. Elegimos este año al azar.

Ella vendrá, es mi deseo. Lo hará porque las promesas se cumplen. Aquí la estoy esperando al lado de la torre que los terrestres orgullosos llamaron Eiffel. Un orgullo que los fue matando porque las nefastas guerras ocurridas son consecuencias de esa estupidez. Este planeta llamado Tierra está casi destruido. Todo es gris, no hay nada que sea de un color que advierta una esperanza de vida. Habitado por seres despreciables en su aspecto. Seres humanos que se arrastran intentando sobrevivir para luego matarse entre ellos por la misma razón. A pesar de tanto fuego no han podido destruir la torre que hoy nos unirá.

Ella vendrá. Me lo he estado repitiendo en todo el tiempo que estoy aquí esperándola. Pero miro a mi alrededor y no veo a nadie que me lo confirme. Los que me observan lo hacen con temor. Soy distinto a ellos. Me temen. Quizás ella me observe y también me tema. El tele transportador de mi planeta  me absorberá para mi regreso a casa en unos minutos y no logro identificarla entre esa multitud de hombres y mujeres pálidos e inexpresivos. Habitantes de un mundo sin esperanza.

Ya no hay tiempo. Es mi esperanza de que ella venga a la cita la que decae. Pronto me desintegraré. Sólo me parece ver entre la maleza gris tan común en este planeta un destello de luz. Me acercaré, tengo que ver a qué se debe.

Es una flor. Es lo único de color que vive en este planeta Tierra. Es la flor más hermosa que he visto en mi vida. Sus colores brillan. Pétalos verdes, jamás había visto una flor con pétalos verdes además de blancos y rojos. En su centro las semillas dibujan una antigua y gallarda águila de este mundo. Es un símbolo que ningún terrestre parece ver. Sólo yo la veo y está ahí, al alcance de mi mano.

Me quedan segundos, ya debo volver, cortaré su tallo y me la llevaré a mi mundo. Allí vivirá eternamente. Conmigo. La cuidaré con el alma. Será mi compañía hasta el fin de mis días.  


miércoles, 8 de octubre de 2014

Cartitas de amor.


Era de la ciudad la prima de un amigo del barrio. Llegó un día a pasar el fin de semana en su casa allí en el campo donde vivíamos. Rubia, de cabello lacio, sus ojos color…, no sé. Todos éramos niños a punto de entrar a la adolescencia y con una facilidad para enamorarnos que hoy envidio.

A mí me pasó, morí por ella. Mi hermana fue mi cómplice para llegar a su corazón, simplemente llevándole una cartita que escribí con una sola frase, simple y convincente, demostrándole mi inmenso amor: ¿Te querés meter conmigo?

Sí quiero, me escribió y yo toque el cielo porque ya tenía novia. Una novia con la que me casaría algún día y tendríamos un montón de hijos; una novia con la que soñaba de día y de noche. Despierto y no tanto aunque ni dormir podía pensando siempre en ella. Cuánta felicidad en mi cara y en mis actitudes. Y cuánta tristeza cuando ella no estaba.

Terminaba el fin de semana y ella volvía a la ciudad. ¿Vuelve el sábado que viene? Le preguntaba a mi amigo con desesperación. Y volvía. Y otra vez las cartitas de amor que le escribía y las que recibía. Mi hermana iba y venía como un mensajero en la época colonial. Corría desde mi casa a la casa de mi amigo y corría desde allí otra vez hacia mí. Batió todos los records.

Hoy, cuando ya peino canas, tengo que confesar que nunca la vi a menos de 40 o 50 metros, por eso no sé de qué color eran sus ojos. No hubo besos ni caricias ni miradas a centímetros. Yo diría que tenía una gran capacidad imaginativa para adivinar su rostro tal cual era, aunque posiblemente le erré por muchos metros. Pero lo aseguro, ¡era preciosa!

Un fin de semana no llegó al barrio. Al otro tampoco. Intenté todas las maneras que imaginaba para suicidarme pero por suerte no tenía mucha imaginación para eso. Ya no hubo más cartitas. Me dejó, pensé. Todas me dejan sigo pensando.

Hoy las cartitas son distintas. Se escriben con un teclado, en letra de imprenta, mirando una pantalla luminosa y con emoticones que acompañan las palabras de amor. Yo diría que son menos artesanales nada más, pero la intención es la misma, la de conquistar un corazón, emocionarlo, porque parece que siempre los corazones necesitan eso para seguir latiendo.

Por eso sigo escribiendo con la esperanza de seguir recibiendo esas cartitas. A una distancia que es mayor de 40 o 50 metros. A veces a cientos de metros o a miles de kilómetros pero esta vez sin tener a alguien que corra, vaya y venga con la lengua afuera para llevarlas y traerlas. Hasta puedo ver el color de los ojos de mi enamorada. Todo un logro que me proporciona la tecnología. Aunque a veces pasa que esas cartitas no se escriben ni se reciben más. Con los años aprendí que todo tiene un final; feliz o no tanto. Es la ley de la vida.


Eso si, cuando escribo una nueva cartita ya no pregunto, ¿te querés meter conmigo? Ahora digo, ¿vos eras aquella niña a la que le escribí mi primera cartita de amor?

domingo, 25 de mayo de 2014

Había luces en el cielo.



¿Por qué no puedo ver las estrellas? ¿Están ahí en esa negrura que sí veo? Yo sé que el firmamento era algo así como una explosión de lucecitas titilando. Lo digo porque lo recuerdo. La Vía Láctea, la Cruz del Sur, las Tres Marías, todas estaban allí. En esas noches sin luna, que tantas veces acostado en el césped de mi casa, cuando era niño, me invitaban a observar un espectáculo que hoy ya no puedo ver. Si supieran, si supieran los que no han visto otra cosa que lo que hoy yo veo, lo magnífico que era ese espectáculo. Era la confirmación absoluta de que millones de mundos allá arriba, nos convierten en pequeños e insignificantes. Quizás sea por eso que ya no puedo ver las estrellas. 

domingo, 20 de abril de 2014

Ella huele a mujer.

Ella huele a tostadas que abrían mis ojos. 

Al café negro que me despertaba. 

Ella huele a salsas que rociaban mi carne. 

Huele al vino que embriagaba mi mente. 

Ella huele a frutas jugosas que endulzaban mis ojos. 

Al sol que transpira por mis poros. 

Ella huele a la luna que plateó mi cabello. 

Ella es la mujer. 

La mujer que hoy no huelo.

lunes, 10 de febrero de 2014

Ella vino a la ciudad.


Las cosas sucedieron más o menos así. Con muchos mensajitos por una red social nos conocimos virtualmente. Siguieron más y más mensajitos que no terminaban nunca hasta que un día se cansó de esperar a que yo la invitara a conocernos personalmente y se vino a la ciudad. Aclaro que ella vive en Villa Lu… Bueno no me acuerdo bien, pero para mí queda muy lejos. Después me explicó por qué tomaba esa decisión de venirse a las luces del centro; me lo dijo de una, sin vueltas y de esta manera coloquial: “Si yo no tomaba la iniciativa vos seguirías poniendo excusas y rehuyendo la situación”. Tenía razón, si fuera por mí nunca hubiera llegado a escribir esto. La cuestión es que me puso la soga al cuello y no tuve más remedio que conocerla. La vi aquella tarde a finales del último Septiembre entrando al café de Corrientes y Talcahuano en el que me dijo que la esperara y, listo, ya está, qué bueno que vine, me dije. Y le dije, mientras ella no paraba de hablar y hablar, ¿cenarías conmigo?

Unos días después cenamos en un restaurant de la calle Juncal, allí en el barrio de Recoleta donde todo estuvo muy bueno: la comida, el vinito que nos tomamos, la charla y…, muy bueno estuvo también lo que hicimos después; debo decir que fue algo que yo nunca me hubiera atrevido a hacer o nunca lo había hecho en un lugar público, con comensales cenando y charlando animadamente, mozos que iban y venían con manjares rociados con un buen vino y un cajero que nos miraba estupefacto. Me invitó a que me sentara a su lado y me comió a besos. Literal. Digamos que nos comimos a besos. Después de todo era en un restaurant con un buen servicio; pero esto fue auto service. Qué papelón. Gente grande.

Así empezamos. Porque ella no pierde el tiempo, y no es que sea una mujer que de pronto se le ocurra algo y enseguida quiera saber cómo es el tema…, este, bueno, para qué les voy a mentir, un poquito sí…, o mucho sí. Dice por ejemplo, voy a hacer esto y va y lo hace al toque. Dice, me voy de viaje y va ¡y se va! (Desde que la conozco ya se fue tres veces). Por eso hoy, con ella del otro lado del mundo, rodeada de gente con ojos rasgados, escribo este relato para que todos ustedes sepan cómo la conocí. Porque un día vino a la ciudad y yo estaba acá. Estaba más tranquilo que agua de tanque y ella hizo que en ese tanque se formaran olas de tres metros de altura.

Hola, me dijo aquella tarde en la que la conocí, ¿hace mucho que esperás? No sé, le dije, tenía la mente en blanco, pero ahora empiezo a pensar que perdí el tiempo, esto debió ocurrir antes. ¿Dónde era que vivís?

No es todo color de rosa como en las películas, no, no vayan a creer, una vez nos peleamos tan mal que yo me asusté. Conocí la furia cara a cara. Con mi mano derecha, que sé usar en algunas circunstancias, fui a mi casa con la cola entre las patas y la dibujé. Me salió bien la idea y con eso compré mi perdón. Menos mal porque su caracter de origen siciliano a veces me da cada sobresaltos que ni les cuento.


El tema por ahora sigue. Uno nunca sabe hasta cuándo pero sigue. Con pasión de todo tipo, no escatimamos ningún esfuerzo. Si dejara de seguir les prometo que lo escribo también. Qué le vamos a hacer, las cosas son así en la viña del Señor (frase que en algún lado escuché). Ocurrió cuando el destino lo dispuso (esto también alguien ya lo había dicho). O pensándolo bien, y esto sí que fue por su ocurrencia, pasó porque ella vino a la ciudad. 

miércoles, 1 de enero de 2014

En este 2014..


En este 2014 voy a ser más amigo de mis amigos.
Tendré más amigos.
Voy a trabajar mucho.
Voy a besar mucho más de lo que he besado.
Haré el amor cada vez como si fuera la primera vez.
Querré mucho más de lo que he querido.
Amaré. Mucho amaré.
Seré buena persona.
Viajaré a donde sueño ir. 
Conoceré gente que ya no será virtual.
Ayudaré en todo lo que pueda a la gente que quiero.
Seré sabio. Tolerante. Pensaré.
Seré un caballero con todas las damas.
Seguiré disfrutando cada cena con un Malbec.
Disfrutaré de las cosas simples.
Dibujaré sonrisas.
Escribiré mil historias.
Viviré mejor.
Voy a salir cada día de mi casa con un fin: ser feliz.

En este 2014 haré que todo sea posible.