domingo, 27 de diciembre de 2009

2010.

Nace una nueva década del 10. Cada fin de otra, es una esperanza que se renueva. Una década en que los autos volarían, caminaríamos por la luna, viajaríamos a Marte y llegaríamos a Japón en una hora. Nada de eso pasará en los años diez, no, pero todo será mejor que lo que ya vivimos. Cada deseo a las doce de la noche cuando comience el nuevo año, será el de todos los años a la misma hora: que seamos felices; con salud, trabajo y amor. La fe es lo último que perderemos. Será cuando el Universo se detenga. Pero no lo hará por ahora, lo sé. El 2010 será nuestro año. Mi año; lo sé también.
Volaremos con nuestra imaginación, caminaremos por toda la Tierra, viajaremos a las estrellas con nuestros sueños y llegaremos a donde tenga que ser en el tiempo que tenga que ser. Lo demás ocurrirá en cien años, quizá.
Cuando amanezca ese primer día de 2010, el sol que nos ilumine no será el de siempre; será uno nuevo, con la luz que necesitamos para que se cumplan nuestros deseos. Aquí, en esta vida, que parece ser siempre la misma. Pero no lo es porque un nuevo año de ilusiones comenzará. Una nueva y auspiciosa década del 10.


sábado, 19 de diciembre de 2009

Sueño de Navidad.

Pasó en una Navidad, lo recuerdo como si fuera hoy. Nevaba en mi ciudad. En todo el país nevaba. El mundo entero se encontraba bajo una persistente caída de copos blancos, que cubrían con un manto inmaculado a este planeta que no era tan inmaculado. Fue aquella vez, sí. Como un milagro ocurrió. Millones de lucecitas de colores titilaban e iluminaban las calles, las rutas, los campos, los hogares y las ciudades enteras.
Los árboles multicolores en cada casa. Las nueces y castañas asadas; los manjares en esa noche fantástica, adornaban las mesas preparadas con manos amorosas para recibir a todos: las familias, los amigos. Los niños jugaban como deberían hacerlo siempre y cantaban villancicos. Los mayores los amaban y se amaban unos a otros como debería ser siempre.
Millones de Papás Noel, entraban por las chimeneas, puertas y ventanas de cada hogar, para dejar sus regalos a los niños y a los que no lo eramos.
En los hospitales no había enfermos esa noche. En los ejércitos, las armas se inutilizaron. Los gobernantes que deben decidir el destino de cada habitante, no pensaban en si mismos, sino en todos. En esta casa, nuestra única casa en el Universo, no había distinciones, ni razas superiores, ni distintas a otras. Todos eramos iguales. Cada uno con su religión y creencia, pero iguales.
Esa noche, brindamos, nos besamos y abrazamos. Vimos volar a los niños que volvieron a ser ángeles. Nosotros también volamos. Porque esa noche mágica recordamos lo que alguna vez fuimos. Lo hicimos mientras mirábamos por la ventana de nuestros hogares la nieve caer y pensamos, mucho pensamos. Soñamos que si todos los días fueran como esa noche, no escucharíamos más mentiras. Creeríamos en aquel que tenemos al lado, en un mundo sin desigualdades.
Sí, fue una Navidad. Así pasó. Lo recuerdo como si fuera hoy.

domingo, 6 de diciembre de 2009

La separación.

Todo casi listo. Ya había embalado su computadora que alguien pasaría a buscar más tarde junto a sus libros y los discos de su música preferida. No quedaba mucho suyo en esa casa donde pasó parte de su vida. La mejor. Su vida con la mujer que más amó.
Ya está, se dijo, es hora de irme lejos, a empezar otra vida en un lugar que no me recuerde a este.
Ella, mientras, lo observó en silencio. Sin poder hablarle, o sí, sabiendo que si lo hiciera, él no la escucharía, no le respondería aunque le dijese mil cosas. Lo dejó en paz recoger sus pocas pertenencias; meter su ropa en un bolso. No habría ya, manera de detenerlo.
Todo tiene un final, pensó ella; si los amores duraran cien años siempre tendrían su final. Lo observó con tristeza acercarse al hogar que tantas veces en las noches frías de invierno, les diera calor con su crepitoso fuego mientras hacían el amor acostados en la alfombra.
Él, tomó una foto de las pocas que quedaban encima de ese hogar ahora apagado. Era esa que los muestra mejilla con mejilla sonrientes y felices a la cámara que los inmortalizó para siempre; fue en aquél tiempo feliz. Único. Ella intentará detenerlo: No, esa foto no, quiero que se quede conmigo en esta casa. Aquí donde pasé los mejores días de mi vida. Vete si quieres, sepárate de mi, pero por favor deja esa foto conmigo... Pero no dijo nada... Nada... Lo que pensó quedó dentro suyo. Se sintió culpable porque esta separación fue por su propia e involuntaria decisión. Simplemente un día dijo: Basta, basta, aunque no lo creas no doy más. Ya no puedo seguir con esta vida.
Él, metió la foto en su bolso; miró detenidamente cada rincón de la casa. Cada pared, cada cuadro, cada mueble. Observó las azaleas marchitas, secas en un florero con el agua turbia por el tiempo. Ya no recordaba cuando se las había regalado; sus flores favoritas.
A ella no la miró, ignoró su presencia. Demasiado dolor en su corazón transformado a veces en odio por este maldito momento que ella misma propició. Esa decisión inentendible del destino que lo obliga a irse lejos, a emprender otra vida. A tratar de enamorarse de otra mujer como si fuera tan simple. Tan estúpidamente simple.
Cerró la puerta de la casa y salió a la calle. Ya no volvió a mirar hacia atrás; sabía que no lo haría nunca más. La vida sigue, las heridas las cura el tiempo... Dicen, los tontos dicen.
Camino unos metros y se detuvo de repente, como si se hubiese arrepentido de algo. Miró al cielo, cerró los ojos y lo prometió: "Jamás dejaré que falten azaleas en tu tumba".


domingo, 22 de noviembre de 2009

La Dama del Tren.

Su película favorita es: El Expreso de Oriente. La vio en el cine una y mil veces cuando apenas salía de la adolescencia. Lo siguió haciendo, después, en un cine del centro en el que sólo daban clásicos. Ya no existe ese cine, simplemente porque a nadie le interesa el pasado. Pero sí existen los trenes, creados por hombres que quizá estén viviendo otra vida. Hombres de un ayer que tampoco importa en un mundo de hoy tan acelerado y casi viviendo lo que ocurrirá mañana.

Los que paran en todas, los expresos, todos se detienen en su pueblo cargados de historias que, ella, imagina con sólo percibir los rostros que llegan y siguen el camino de las vías. Rostros que no imaginan nada porque no tienen tiempo para pensar. Ella sí lo hace, ha vivido y viajado lo suficiente para tener en sus manos ajadas, el tiempo del mundo y, esperar el tren todos los días, en la vieja estación de madera de estilo inglés, abordarlo y viajar hasta el final de su recorrido: la gran Estación Central.
Su presencia no es como cualquier presencia, no, ella viaja en cada hombre y mujer, en cada mirada perdida o abstraída en su interior. Viaja en cada paisaje como si no lo hubiera visto nunca, jamás. Los asientos de cuero con grietas del tiempo son reconocidos una y otra vez por sus manos; el tracatrá de las ruedas de hierro rodando sobre las vías infinitas es música para sus cansados oídos. La luz del sol que se filtra por la ventana dándole calor a su cara, la luna que ilumina los campos en los viajes nocturnos y que ella reconoce porque la esfera plateada agudiza el aroma del pasto, de las hojas de los árboles, de las flores. Los túneles que la atemorizan tanto porque el murmullo de los pasajeros se enmudece, se silencia; ella le teme a ese instante que se hace a veces interminable. Las estaciones que dibujan pueblos en su mente y el talán talán de las barreras. Nunca, nada es igual.
Cada viaje es único, es la creación de un nuevo planeta en el universo. Allí, en el tren, se enamoró tantas veces como los libros de amor que ha tenido en sus manos y que alguna vez leyó. Mató por alguno de esos amores, se suicidó por otros. Logró que el tren volara para ver, en su mente, la vía desde el cielo; esa doble línea trazada de un punto a otro de la tierra. Conoció el mundo en veinte estaciones. Leyó miles de historias en la voz de los que viajan.

Apretando contra su pecho el sobre que su médico le ha dado, regresa hoy a su pueblo. Análisis y estudios que nunca hubiera querido hacerse porque lo sabía. Ningún médico diplomado puede saber más que ella de su cuerpo con huellas del tiempo. Ese tiempo que llega a su fin porque lo dicen los estudios que ella no verá; él se lo dijo, para eso estudió, piensa; Yo lo sabía, lo sabía.
Convencida de lo que tiene que hacer se prepara; será rápido, en el tren, donde tiene que ser, en el lugar que ha vivido de verdad. Allí se irá en un viaje al Universo que está vivo y no se detiene nunca. Por eso sabe que habrá un futuro para ella.
Se prepara y lo espera como lo ha hecho siempre en la estación de corte inglés. Lo siente llegar, cree ver el humo de la máquina a vapor a la distancia; negro, blanco, gris, como lo recuerda. Hoy los trenes se deslizan sin vapor, pero ella lo ve como quiere imaginarlo. Lo siente llegando a la estación con su humo blanco envolviendo a todos los que como ella, pisan el andén de piedritas calizas que crujen al andar. Su bastón la ayuda a llegar al estribo. Todos la miran, extrañados; su ropa antigua, de otra época, confunde a la gente; esta mujer se ha propuesto que así sea. Cambiará la historia de este viaje que ahora va a emprender.

Se sienta en el lugar de siempre porque los pasajeros la conocen, la ven en cada viaje en el mismo lugar. La Dama del Tren la llaman porque lo es; una dama con la prestancia de una reina. Saben que está imaginando un mundo distinto al de ellos y la respetan; es la dueña del tren.
El viaje es rutinario como siempre para los pasajeros comunes; las estaciones van pasando una a una, pero de pronto algo ocurre, todos se sorprenden, no puede ser en esta época, dicen. Nieva, copos gigantes y de a millones caen allí afuera. Los asombrados viajantes cierran las ventanas del tren porque el frío penetra por todos lados. Los árboles se cargan de nieve, el campo ahora es blanco, inmaculado, el cielo gris a dejado de ser azul en esa mañana por la ventisca que se mezcla con la nieve. El tren se detiene, ya no puede avanzar.
El temor invade a los sorprendidos pasajeros que ven cómo el mundo está cubierto por una sábana que hiere los ojos. Como si estuviéramos en Siberia, dice alguien por ahí. Lo están, ellos no lo saben pero lo están. La Dama del Tren, se levanta de su asiento y ayudada por su bastón camina por el pasillo hasta la puerta de salida del vagón. Todos la miran y ella sabe que lo hacen. Sale hacia afuera y algunos intentan detenerla, ¡No, no lo haga, afuera está helado, morirá de frío! Ella no se detiene, baja del tren ante el estupor que ha generado y hunde sus diminutos pies en la nieve; camina, con dificultad lo hace, ya sin ayudarse por su bastón camina hacia el infinito decididamente, segura de sí misma. Su vestido largo con miriñaque y apenas un chal negro como abrigo preocupan a los pasajeros que no intentan hacer nada. Se aleja ante los rostros que temen, a lo desconocido le temen. La dama desaparece. En el horizonte. Como en el Expreso de Oriente, se va lejos del mundo real. Fue su plan.

El tren llega como siempre a horario a la Estación Central en ese día soleado, con el cielo azul y limpio desde que amaneció. Los viajeros descienden pero alguien nota que ella, La Dama del Tren, permanece inmóvil, con los ojos cerrados, como dormida. La conocen, la respetan e intentan despertarla con suavidad, pero ella no despertará, se ha ido como quería hacerlo, imaginando su muerte que no será eterna porque nunca ha de morir.
Pobre, dicen. Es la cieguita que siempre viaja sola, va y viene una y otra vez en el tren, parece que se hubiera vestido para este momento con esta ropa antigua, ¿por qué lo habrá hecho? Me gustaba verla en el tren aunque ella nunca me viera, comentan al unísono, consternados. Antes veía pero hace muchísimos años que perdió la vista. A mí siempre me pareció que nos miraba a todos. Yo también sentía eso, dice otro. Quizá, los viajes no sean iguales ahora, no, serán distintos, lo presiento. La extrañaremos, claro que la extrañaremos
No lo harán. Dicen los que viajan que siempre se la ve en el mismo asiento, por eso, los pasajeros que la conocían, jamás dejarán que un desprevenido desconocido se siente en ese lugar. Está reservado para ella; La Dama del Tren, como lo llaman.

domingo, 25 de octubre de 2009

Estocolmo.

Se movió un poco molesto, tratando de acomodarse mejor en la silla ubicada en el medio del cuarto. Frente a él, el hombre de contextura física trabajada en algún gimnasio, le hablaba con tranquilidad y con cierta ternura a este joven, que sentía, esa tarde, una inmensa necesidad de contar cosas de su vida.
Mis padres me quieren mucho, se desviven por mi... Siempre se preocuparon por mis estudios porque saben que si uno no se prepara para algo, la vida se hace muy difícil...
En eso le doy la razón a tus padres... Sí... Hoy si no estudiás no llegás a nada, no sos nadie...
¿Usted qué estudió?
Nada, pibe, o vos te creés que estaría acá si lo hubiera hecho... Por eso te digo, hacele caso a los viejos siempre, ¿me entendés? Siempre...
Sí... Ya terminé el secundario y ahora voy a ir a la universidad...
Mirá, no se que vas a estudiar, pero ahora hacele caso a este gil: abogado tenés que ser, ¿entendés? Todos los que conozco están forrados en guita, pibe, lo sé porque por mi vida pasaron un montón... Te sacan hasta lo que no tenés, pero me han salvado siempre.
¿Sus padres no lo mandaron a estudiar?
¿Los mios? Pero que me van a mandar, por favor... A sirujear me mandaban. Yo por mi vieja doy la vida, ¿sabés? pero a mi viejo si lo agarro le parto la cabeza... No tenés idea de lo que hizo sufrir a mi vieja, no sabés... Chorro, asesino, todo en contra tiene...

Tengo sed, ¿podré tomar agua?
Si, pibe, quedate tranqui... tomá, yo te doy... no te chorrees... Uh... Pará que te seco...
Gracias, Don... Está tardando mucho ese señor en volver... Me preocupa...
Va a salir todo bien, no te hagas problemas, tengo experiencia en esto y te aseguro que nunca falla...
¿En serio?
Sí, pibe, de acá a casa y todos felices, sólo hay que esperar un poco. Dale, contame otra cosa ¿Te gusta el fútbol?
Sí, algo, pero yo juego al rugby...
¡Ah! Mirá que bueno, ¿dónde jugás?
Con mis ex compañeros del colegio. Nos matamos todos los jueves a la noche en el campo de deportes del cole que está buenísimo... Ya me rompí la pierna izquierda una vez...
¡Ves! Por eso no me gusta ese deporte, es muy violento, a mi me gusta matarme en el gimnasio... Voy tres veces por semana... Tengo músculos por todos lados... Si me vieras...
Me imagino, ¿qué hora es?
Son más de las seis. No te preocupes por la hora, estas cosas llevan tiempo, ya lo viví muchas veces y lo sé muy bien...

El hombre cree escuchar que alguien se acerca y camina por el cuarto con los cinco sentidos en alerta. El joven siente que su manos están entumecidas y se paraliza en la silla escuchando con sus oídos al máximo, los pasos del hombre que va de un lado a otro en actitud nerviosa.
¿Viene alguien?
No... no, falsa alarma...
El hombre mira su reloj, nerviosamente, pero tratando de que el joven no perciba su inquietud.
Está todo bien... todo bien... Decime pibe, ¿tenés novia?
Sí, sí, ya hace días que no la veo y he pensado mucho en ella... especialmente a la noche...
Uh, ya me imagino el encuentro, ¡se van a matar a besos cuando se vean! ¿La querés?
Con locura... Es divina, dulce y re-linda... Tengo suerte de que se haya fijado en mi y no en otros pibes que...
Qué que.. Pero si vos sos fachero, dejate de joder...
Me muero por verla... ¿Sábe cómo la conocí?
Cómo...
En el viaje de egresado... En Bariloche... Sí, la vi en el mismo hotel donde parabamos nosotros y me partió en dos... Ella estaba con otro colegio...
¿Amor a primera vista fué?
Sí... no sabe... Los dos quedamos re-locos; ella tenía novio... acá en Buenos Aires, bah, no se si estamos en Buenos Aires, pero no pudimos separarnos ni un día allá en Bariloche...
Pibe, vos no parás de meterte en líos... ¿Y qué hicieron?
Y... cuando volvimos, lo dejó al novio ese, y enloqueció...
¿Quién enloqueció?
¡El novio! Me quería matar... Me buscó por todos lados y una noche en que yo la dejé a ella en la casa, cuando me iba, se apareció con tres amigos para romperme la cara, pero ella salió de la casa con el palo de hockey, porque juega al hockey ¿sábe? y los sacó cagando...
Es de fierro esa minita, no la pierdas nunca...
Usted me cae bien, ¿sábe, señor? El otro tipo no... Le tengo miedo...
No te preocupes por él... Yo no voy a dejar que te pase algo...
Gracias, señor, ust...
¡Shhh! Pará, pibe... Viene alguien...
El hombre pega la oreja a la puerta para escuchar al que se acerca. El joven, sin moverse de su lugar en la silla, contiene la respiración con cierta esperanza.

Se escuchan tres golpecitos secos a la puerta.
Soy yo... Abrime...
El hombre abre la puerta apenas para dejar entrar al sujeto que llega y, ese momento, produce cierto alivio en el joven que estaba esperando que algo pasara pronto. El recién llegado arroja sus cosas encima de una mesa con violencia. Está más que furioso. El joven sentado en la silla tiembla. Ahora si que tiene miedo de verdad porque huele el odio del sujeto.
Qué pasó... ¿Algo salió mal?
¡Todo salió mal, entendés, todo! El viejo de este pendejo no pagó el rescate...
Se acerca a la cara del joven hasta hacerle sentir el aliento apestoso que repugna al asustado pibe que se siente morir.
¡Tu viejo es un hijo de puta, pendejo de mierda! ¡Tiempo! ¡Más tiempo me pidió! ¡Ya no hay más tiempo! Pero me las va a pagar... ¿Sabés por qué nenito de mamá? Porque cree que estoy jodiendo... Y yo hablo muy en serio...
Por favor señor mis padres van a pagar, yo sé que lo van a hacer... Por favor, deles tiempo...
Se acabó... Les voy a mandar algo para que entiendan que no estoy jugando... Cortale un dedo al pendejo este...
¡No, señor, no!
El joven, paralizado por las ataduras que ya le han lastimado las muñecas de las manos y los tobillos, se desespera en la silla a la que se encuentra maniatado, impotente, sin poder escapar y sin ver a sus captores por la venda que le cubre los ojos. Suplica, llora, siente un terror insoportable. Un líquido caliente le inunda los pantalones

Escuchame, pibe, escuchame, tranquilizate, va a ser rápido, un golpe seco y ni te das cuenta... No te creas que es la primera vez que lo hago... Sé de esto... Soy un experto...
¡No, no... Me quiero morir, me quiero morir, no por favor... Mamá... mamá!
A ver... a ver... ¿Sos zurdo o derecho?
¡Dejá de tener contemplaciones, pedazo de boludo, y cortáselo de una vez!
El hombre le sigue hablando al joven que está a punto de desmayarse, con ternura, como si le hubiera tomado cariño después de haberlo custodiado en su cautiverio.
Te desato y elijo yo la mano, querés, no llores más... Este dedito, ves... este. Golpe seco y ya está... Luego te desinfecto bien y cuando te repongas, me seguís contando esa historia con tu novia... Sabés, siempre lloro cuando en la tele veo las pelis románticas...


domingo, 18 de octubre de 2009

Infinitas gracias.

La niña le temía a las tormentas porque creía que el sol y el cielo celeste se iban muy lejos cuando las nubes grises los ocultaban. Su mamá, entonces, un día de mucha lluvia, la llevó al aeropuerto, subió con ella a un avión y, cuando llegaron volando a las nubes, le enseñó que del otro lado de ellas, el sol sigue estando y el cielo nunca se fue.

El niño le tenía miedo a la oscuridad en las noches cuando se quedaba solo en su cuarto. Su mamá, le regaló un pequeño perrito para que durmiera al lado de su cama, diciéndole que lo iba a cuidar siempre. El niño no volvió a tener miedo, aunque el perrito no podría, por ser tan chiquito, defenderlo ni siquiera de una mosca.

Los hermanitos creían que el cielo, de noche, en la ciudad en la que viven, siempre es negro, muy negro y sólo a veces aparece la luna. Su mamá, una noche sin luna los llevó lejos, al campo, y les enseñó que el cielo esta lleno de lucesitas que titilan y nunca se apagan.

La niñita sentía celos de su hermanito de pocos meses de vida. Decía que ella quería más a su muñeca. Su mamá, un día, le pidió que la ayudara a bañarlo, luego a darle de comer y le enseño a abrazarlo. El bebé, entonces, le devolvió el abrazo. Eso su muñeca no lo sabía hacer.

El pequeño iba a la escuela con un escudo que lo protegía. Su mamá siempre le decía que lo llevara con él aunque estuviera sano y fuerte. El niño lo siguió haciendo cuando creció; de adolescente, luego siendo joven, de mayor y hasta el día de hoy. Cuando sale de su casa todos los días, escucha la pregunta que su mamá le hace desde el cielo: ¿Llevás pañuelo?
Gracias, mamá, por recordármelo siempre.


domingo, 27 de septiembre de 2009

Ella, escribe y borra.

Su mamá la regañaba cuando de tanto borrar agüjereaba las hojas de los cuadernos en su época escolar. Siempre una mancha de tinta se escapaba de su lapicera y ella borraba y borraba hasta gastar el papel. Inevitable rutina que nunca logró cambiar.
Hoy, escribe y borra. Tiene mucho que decir y lo dice, pero borra. No termina nunca de estar conforme con sus palabras. Siempre hay una manera distinta de decir las cosas, y las dice. Luego, borra.

Ese hombre que una vez la perturbó allá lejos y hace tiempo, con palabras dulces, con simpatía, con aparente amor. Ese mismo que le prometió la Luna y castillos de cristal es el destinatario de sus palabras en esos papeles borroneados, estrujados y arrojados diez veces al cesto o al piso, según se lo permita la puntería de su estado emocional.
Teclear y ver la frialdad de sus letras en una pantalla luminosa no va con ella, no, para escribir como corresponde estudió caligrafía. Su letra es perfecta, un dibujo con el que habría que hacer un cuadro. Su vida, su personalidad, quedan en el papel impresas por la tinta de su pluma-fuente. Sabe que lo que diga llegará mejor, más creíble, como si se lo estuviera diciendo a la cara. Sus cinco sentidos juntos en su mano derecha expresarán mejor lo que su corazón le dicta.

Aquél hombre que fue suyo hace ya veinte años; ese, que un día desapareció como si se lo hubiera tragado la tierra dejándola con su ilusión y su intenso amor por él, volvió como si por fin hubiera encontrado esos cigarrillos que fue a comprar aquella noche en la que ella le dijo que estaba embarazada. Con las mismas promesas de castillos para su Cenicienta.
¿Cómo la encontró?, ella no sabe porque después de aquella vez tuvo otra vida, en otro lugar, con otro hombre; pero lo hizo. Con una carta lo hizo. Otra vez la perturbó. Con las mismas armas que una vez la cautivó; sin piedad, sin remordimientos y con un vicio menos: dejó el cigarrillo. Tampoco sabe ella cómo se enteró, que aquél niño por venir no llegó a nacer. Lo perdió por el disgusto.

Mil perdones le rogó. Tuvo un ataque de amnesia y no supo ni como se llamaba durante todo ese tiempo, le dijo. Pero está aquí nuevamente, para darle todo lo que le prometió. Eso sí, le confesó en la carta que tiene varios kilos de más, 20, uno por año en el que no se vieron. Pancita... un poco prominente y menos pelo; digamos que nada de pelo. Supo ser muy buen mozo, elegante, un dandy. Una vista de lince en sus ojos negros conquistadores que hipnotizaban.
Ella era tan bonita hace tanto tiempo. Dulce e inocente. Se creía todo lo que le decía porque su amor era tan grande que de ninguna manera podría romperse por las estúpidas cigarrerías cerradas a medianoche. Hoy es casi más bella que aquella vez; sólo un poco más rellenita... alguna que otra arruguita, pero él volvió por ella y está feliz que haya sucedido. Ahora con su carta le dirá todo lo que siente, por eso escribe y escribe y... borra.
Cada palabra le parece poca. Escribe con amor, con palabras que encierran esperanzas, sueños, a veces rabia... y vuelve a borrar. Por momentos se siente insegura, teme que sus palabras no sean las correctas, que no le lleguen como cree deberían llegarle. No quiere equivocarse porque esta será su última oportunidad con él, por eso, ella, escribe y borra... borra, rompe el papel, lo arroja y vuelve a escribir en uno nuevo.

Ahora sí, ya está, lo logró. Son las palabras correctas, las que él cuando tenga el papel de carta en la mano leerá con sus ojos... con anteojos, porque también le mencionó que ahora los usa; multifocales para ser más exacto.
Ella, pasa en limpio las palabras elegidas en un papel rosa. Una pinturita cada curva de las letras. Envidiable el pulso que no ha perdido con el paso del tiempo. Una gota de Channel Nº 5 como toque final; a él le encantaba sentir ese aroma cuando con sus labios recorría su cuerpo inmaculado, lisito y suave como una seda. Metió en el sobre, también rosa, la carta. Pasó su lengua por el engomado y lo cerró. Escribió el nombre y la dirección de ese hombre con la misma caligrafía insuperable que sólo ella puede hacer y la llevó personalmente al correo.

Nada más. Sabe que en dos o tres días él tendrá el sobre en sus manos. Lo abrirá con emoción al ver el color rosa, al oler su perfume preferido, se llevará la carta a su pecho y mirando al cielo pronunciará un rezo porque habrá vuelto a vivir: "Gracias, Dios mío". Luego leerá el contenido casi con lágrimas en los ojos:

Por qué no te vas a la puta madre que te parió.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Las flores hablan.

En una pequeña comarca unos pocos habitantes conforman un pueblito que allí se encuentra, solitario, perdido por ser tan chiquito. El sol, que a veces pide permiso para asomarse, no logra embellecer el lugar. Los lugareños no encuentran motivos para ser felices.
Así comienza la historia de una mujer tan pequeña como la comarca de la que les estoy hablando. Ella, todos los días atiende a los componentes de su familia de la misma manera que lo hizo ayer, antes de ayer; siempre sin una sonrisa. No entiende por qué, pero siente que así debe ser. Confundida y resignada vive como el resto de las mujeres de su pueblo.
Nadie se preocupa por los jardines, por pintar las casitas de ese pueblo, de hacer que los niños aprendan juegos, o lograr que esos niños sólo se preocupen por ser niños. Ya verán ustedes que alguien decidió que la vida debía ser de esa manera.

Sucedió que, la mañana del primer día de primavera, la mujer de esta historia abrió la puerta de su casa y, allí en el umbral, había una flor. Superada su sorpresa inicial, levantó del piso lo que parecía ser lo único de color en el mundo y, descubrió de pronto, que después de mucho tiempo algo le pasaba a su vida. No entendía que era; ella estaba acostumbrada a vivir así día a día, por qué entonces tenía que ser distinto, se preguntó.
Pero, al otro día había una nueva flor en el umbral, y después otra, todos los días una nueva flor. Lloró entonces, siempre lo hacía pero esta vez sus lágrimas saladas se endulzaron. Empezó a reír, a jugar con sus hijos. Sopló a las plantas que por arte de magia se llenaron de colores. Les habló a los pájaros y ellos le dedicaron una melodía. Se miró al espejo y descubrió que era hermosa.

Todos en el pueblo comentaban el cambio de la bella mujer. Hasta su esposo comenzó a preocuparse por su actitud y decidió investigar el motivo. Subió a lo más alto del pueblo. Allí vivía, solo, el brujo que puede controlar desde ese lugar cada movimiento de las personas del pequeño pueblito, imponiendo con sus predicciones el temor, logrando que cada uno de los pobladores le rinda tributo por su protección a la que él llama: "espiritual".
Le dijo a el marido de la mujer de esta historia que lo que estaba pasando no estaba bien. Le siguió diciendo que la persona que le dejaba las flores no podía tener buenas intenciones, y le dijo además que cuidara a su esposa, ella no tenía por qué ser distinta a las otras mujeres del pueblo.
El hombre, furioso volvió a su casa y destruyó las flores, porque sólo creía en ese brujo, para él, sabio; sin entender que el corazón ve mucho más allá que la mente fría para analizar sin ningún sentimiento.

La bella mujer, temerosa, volvió a llorar con lágrimas saladas. La luz que irradiaba se apagó, los colores de su hogar ya no fueron tantos, sino uno: el gris. Los pájaros no la volvieron a escuchar. Las mujeres del pueblo que de pronto habían visto en ella una luz de esperanza, se sintieron nuevamente solas. Siguieron con sus rutinas. Todo volvió a la normalidad.

Una noche, en la que sólo se escuchaba el canto de los grillos, una silueta, sigilosamente y con cierta dificultad, se deslizó hacia lo alto del pueblo metiéndose en silencio en la casa de aquél brujo. Los grillos callaron.

A la mañana siguiente, la pequeña mujer, abrió la puerta de su casa y allí estaba, en el umbral, una flor. En la casa de enfrente, en la de al lado, en la de la esquina, en la otra y la otra, en todas había una flor.
Las mujeres lloraron lágrimas dulces, se tomaron de la mano y volaron juntas a la Luna y luego a las estrellas. Fueron la envidia de los pájaros. Todas embellecieron. Pintaron de colores las cercas de sus casas, cultivaron flores en sus jardines, llenaron de niños jubilosos las calles del pueblo, hicieron felices a sus hombres. La comarca creció y se lleno de luz en las noches.
Hoy, sigue siendo un misterio la muerte de aquél brujo, pero a nadie le interesó investigar ese hecho.

Una tardecita de sol, en la que la pequeña mujer de esta pequeña historia regaba sus flores en el jardín, el hombre más anciano del pueblo que pasaba por la vereda caminando dificultósamente, se detuvo y le dijo mirándola a los ojos: "Las flores hablan, nos enseñan a ver la belleza que nos rodea. Lo aprendí de mi madre cuando era un niño y en toda esta pequeñita comarca, sólo había luz, color y una sola casa; esa en la que yo vivo".

sábado, 12 de septiembre de 2009

El extraño caso de ¡Masaman!

Cuando aquella despampanante rubia platinada entró a mi despacho, imaginé lo peor, nada más y nada menos que un sin fin de problemas que tendría que resolver por un puñado de dólares, especialmente los de los ratones en mi cabeza. Tuve que tomar el frasco que siempre llevo conmigo con las pastillas para la presión, intentar abrirlo, siempre me cuesta mucho hacerlo y no se por qué, y meterme en la boca dos pastillas de un saque. Cruzó sus piernas blancas de porcelana sentándose frente a mi, y fue suficiente para que esos problemas no me importaran un rábano; decidí hacerme cargo inmediatamente del caso que ella me encomendaba: descubrir al asesino de su acaudalado esposo. Cómo lo mataron, le pregunté. Atragantándolo con una pizza, me contestó.

He hecho de todo en mis años de detective privado, pero intentar encontrar a un asesino que amasa cada plan macabro como si fuera a cocinar spaghettis fue algo nuevo e imprevisto para mi. Pero no lo dudé, tomé el caso ahogado por el alquiler de la oficina y porque la platinada viuda, despertó en mi los más bajos instintos; el negro me vuelve loco, especialmente el mulato dueño de la oficina que me dio una semana para abandonarla si no le pagaba los tres meses atrasados. La viuda me salvó de que me enterraran... por ahora.
El asesino, espolvoreó en la escena del crimen, una mesa con harina, escribiendo sobre ella y con letras mayúsculas, seguramente con su dedo índice, la siguiente frase: "MASAMAN ATACA DE NUEVO". Abrió también la caja fuerte del despacho de la víctima alzándose con todo el dinero que allí se encontraba. Descubrí luego que ya era famoso por estos crímenes al hojear periódicos de varios meses atrás en la biblioteca de la ciudad buscando alguna pista. Jamás veo televisión, ni escucho radio. Desde que me cortaron la electricidad por no pagar las facturas durante un año, no me entero de nada. Tampoco está tan mal vivir a la luz de las velas, especialmente para alguien como yo que enciendo un cigarrillo tras otro; es que a veces no tengo ni para comprar fósforos.

A sus víctimas siempre las asesinaba utilizando el mismo móvil: ahogándolas con cualquier cosa que se hiciera con harina. Desde pizzas, tallarines, ravioles de ricota y parmesano, pollo y verdura hasta agnolotis y lasagna que siempre tienen un punto en común: al dente. En eso el tipo es un cheff para sacarse el sombrero, cosa que yo hice cuando llegué al piso donde se encontró muerto al dueño de una cadena de ristorantes italianos, con la boca llena de canelones de carne y verdura rociados con salsa cuatro quesos que le salían hasta por las orejas. Por supuesto la misma inscripción sobre la mesa con harina como en todos los casos anteriores, además de la caja fuerte vacía. Indudablemente, ninguna combinación se resistía a sus dedos mágicos para abrir cualquier cosa.
Traté de buscar un punto en común entre todos los muertos, siempre hombres, para poder entender más a este extraño Masaman. Las víctimas, todas, eran millonarios y empedernidos amantes de mujeres como Marilyn o Jane Mansfield; voluptuosas, platinadas y bonitas. Suficiente descubrimiento para que me muriera de envidia y deseara haberlos matado yo. La mujer que me contrató era tal cual a esas mujeres a las que me refiero y, única heredera de la fortuna de su infortunado esposo. Debí haber empezado por ella, me dije, quizá sea la clave de estos crímenes más cercanos a la gula que a otra cosa.

Llegué hasta su mansión a las tres de la tarde de un día soleado y ella se sorprendió un poco al verme. No porque no me esperara, sino porque yo jamás salgo sin mi impermeable sobre el traje gris oscuro que siempre uso. Quizá haya sido por mi porte tan elegante que me da esa vestimenta, pero creo que se quedó con la boca abierta por los casi 39º de temperatura de esa tarde de verano. Por suerte siempre llevo el cuello de la camisa desprendido lo cual me refresca un poco. Insistió en facilitarme una toalla para secar mi sudor que ya me estaba dejando sin aire.
Su mayordomo, un hombre que metía miedo con sólo sentir su presencia; alto, muy delgado, casi encorvado, ojos hundidos y negros como un cuervo y mirada penetrante, tomó mi sombrero y el impermeable colgándolos con mucha delicadeza en un perchero. Yo sentí, por este extraño tipo y el calor reinante, que mi presión tocaba las nubes y saqué del bolsillo del saco mi frasquito de pastillas para tomarme una inmediatamente. Comencé a luchar a brazo partido con la tapa del frasco para abrirlo y no había caso. Permitame, signore... Me dijo el hombre con voz dura y latina. Tomó el frasquito con su mano derecha, lo acercó a su oído derecho, acarició suavemente la tapa con los dedos de su mano izquierda, hizo un pequeño giro a la derecha a la altura de las dos de la tarde, otro giro a la izquierda a la altura de las nueve, volvió hasta las cinco y regresó a las once y... "clack"... se abrió el desgraciado. No hay nada que yo no pueda abrir... Me dijo entregándome el frasco y retirándose a la cocina de la mansión. Mirándolo asombrado, cerré nuevamente el frasco y lo metí en mi bolsillo. Me di cuenta que no había tomado una pastilla, por eso mi presión tocó el cielo en ese momento.

Tenía que investigar a este señor como sea. Le pedí a la rubia platinada que me trajera documentos y fotos de su esposo con la escusa de que los necesitaba para seguir con la investigación, y cuando ella subió a la parte alta de la casa para buscarlos, me deslizé sigilosamente hasta la cocina para espiarlo. Me asomé y, lo que vi me dejó helado. El tipo estaba amasando una masa de harina enorme con el palo redondo, la levantaba suavemente con sus manos mágicas y la hacía girar sobre su cabeza logrando que la masa, redonda, se hiciera cada vez más grande. Volaba harina por todos lados como una nube. Lanzaba de pronto la masa al aire, encima de su cabeza, y cuando caía la tomaba con sus manos y seguía haciéndola girar con una destreza que me asombraba de verdad. Lo hizo una y diez veces hasta que notó mi presencia (reconozco a esta altura que yo lancé un ¡recórcholis! de admiración que me delató). Cuando me vio bajó los brazos y la masa cayó sobre él cubriéndolo hasta las rodillas como si hubiera sido una sábana llena de harina.
Era él, no cabía duda, ¡Masaman! el hombre masa. Había resuelto el caso, es más, ¡era la primera vez que resolvía un caso! Cuando iba a sacar mi pistola al grito de ¡Queda usted arrestado en nombre del Gobierno de los Es..! Sentí un fuerte golpe en la nuca.

Desperté atado de pies y manos a una silla de la cocina. La platinada caminaba a mi alrededor contoneándose, sonriéndome y acariciándome el pelo con sus suaves manos, mientras me decía que me había contratado para despistar a la policía porque sabía de mi torpeza en estos casos, por eso nunca imaginó que los descubriera. No sabía yo que era tan famoso pero sí, y esto la rubia no lo sabía, que el maldito Inspector del Precinto 48, siempre se aparecía repentinamente en los lugares que yo investigaba llevándose el crédito de mis posibles descubrimientos. Se ve que el hombre siempre me seguía... Algo de bueno debo tener entonces... creo.
Un sabroso olor a salsa rosé se impregnó en mis narices haciendo que mi estómago se quejara con los ruidos característicos que todos conocen. El mayordomo, ¡Masaman! se acercó con un plato de spaghettis, giró el tenedor en ellos y me lo metió en la boca ¡Cielos, estaba delicioso! Comenzó a darme de comer cada vez con más violencia, más y más spaghettis que al principio disfrutaba pero luego me di cuenta que tenía los minutos contados. Me iba a atragantar como a todas sus víctimas, cuando de repente se escuchó un fuerte golpe en la puerta. La rubia grito ¡La policía! y salieron los dos disparados por la puerta de atrás desapareciendo de la escena.
El inspector del Precinto 48 y sus polis, tomaron todas clases de huellas, juntaron harina, confiscaron ollas y sartenes, se llevaron como evidencia el palo de amasar, abrieron el refrigerador y sacaron todas las pastas y pizzas congeladas. Se repartieron esas pastas que seguramente serían un manjar, pero eso si, los policías rasos sólo prefirieron pizzas. Se fueron todos luego de hacer su trabajo. Al otro día y después de luchar 18 horas en la silla, logré desatarme e irme de esa casa no sin antes comprobar que también se habían llevado mi sombrero y el impermeable.

Un mes después de aquellos acontecimientos vividos por mi tan intensamente, comiendo una hamburguesa con patatas fritas en el Snack Bar más cercano a mi oficina, mientras se escucha en la fonola la voz de Dean Martin cantando "That's Amore", leo por enécima vez la carta que me llegó desde la Bella Italia con una fotografía de la rubia platinada, ¡Masaman! y varias platinadas más vestidas de meseras super sexies, en el frente de una Cantina y Ristorante llamado: ¡Masaman Torna Sorrento!
En la carta escrita por la rubia, me invitan a que viaje a trabajar con ellos porque también van a tornar a Rome e Milano e... Me envían un cheque por 5.000 dólares para el pasaje de avión y otros gastos a cuenta, sólo porque les caí simpático y merezco su confianza.
Mientras analizo la decisión a tomar bebiendo mi cerveza, siento una mano afectuosa que me toca el hombro, me doy vuelta y es el maldito Inspector de Policía vestido con mi impermeable y mi sombrero... Cómo estás, amigo, no me guardas rencor ¿no es así?... me dice.
Yo, lo miré con desprecio de arriba a abajo y pensé: Qué imbécil, se debe estar muriendo de calor.




sábado, 29 de agosto de 2009

Sandra & Emma

Sandra, se miró al espejo del pequeño hall de la entrada de su casa acomodándose su blusa y alisándose la falda, antes de abrir la puerta para recibir a su invitada.
Emma, firme pero nerviosa enfrentó a su anfitriona tratando de mantener su altivez. Emma... Sandra... Simplemente se dijeron. La dueña de casa cerrando la puerta, observó a la mujer que deseaba conocer sabiendo de antemano de sus 9 años más joven que ella: 50 años bien llevados, pensó, interesante, de cabello negro, seguramente retocadas sus canas, de piel blanca con carnes firmes y apetecibles, todavía, para cualquier hombre mayor. Sandra, volvió a mirarse al espejo a la pasada comparándose con la recién llegada: 59 años, cabello teñido de su color natural castaño, muy blanca su piel como casi todas las inglesas pero un poco más rellenita que Emma. En definitiva, dos atractivas mujeres maduras que habrán conquistado más de un corazón en su juventud.
Se sentaron frente a frente en la sala cargada de muebles de estilo, paredes empapeladas con dibujos de flores en tonos ocres. Olor a madera dulce y agradable. Sandra sirvió el té con movimientos lentos, distinguidos, y ofreció sus scons a Emma que sólo prefirió un terrón de azúcar en su infusión de hierbas. Bebieron un sorbo apenas sin dejar de observarse. Emma, rompió el silencio.

-Harry me hablaba de tí... a veces...
-Mira que gracioso, él nunca me habló de tí hasta la noche que murió...
Las dos siguieron con sus vistas clavadas en sus ojos azules idénticos.
-Es verdad... me hablaba... por eso sabía que eras una hermosa mujer y ahora puedo comprobarlo...
-Gracias. Tú lo eres... esa fatídica noche no me lo dijo, sólo dijo que existías...
-Lo siento, Sandra, yo...
-Está bien, los hombres siempren niegan todo pero en una situación límite confiesan hasta lo que una no sospecha...
-Hubiera preferido que nunca...
-Que nunca me dijera nada de tí... Querida, son cobardes, y deberías saberlo...
-¿Nunca sospechaste algo? Me extraña... fueron diez años...
-No me lo recuerdes... Mi querida, después de 35 años de casados, sospeché hasta de las piedras pero ya te dije que él, como todos, lo negó. Lo conocí muy bien y quizá mejor que tú, pero no me dio una prueba. En eso tengo que admitir que fue muy hábil... como casi todos...
-¿Por qué quisiste conocerme?
-Porque me intrigaba saber como sería la mujer con la que me engañó durante tantos años... Quédate tranquila, no guardo rencores y después de verte no me pone tan mal... no te diferencias mucho de mi, sólo el color de cabello... y la edad...
-Tú estás muy bien para tu edad, Sandra...
-Para mi edad... qué bien... si es un cumplido obligado lo acepto igual...
-No es obligado, hablo en serio...

Siguen estudiándose mientras beben el té. Sólo se escucha el ruido de la loza. Las pantorrillas de Emma son anchas, piensa Sandra; el busto de Sandra está un poco grande, piensa Emma.
-Dime, Emma, ¿lo amaste?
-Sí, sí... los primeros años... luego, no se, me hacía bien tenerlo cerca, estar con él... Fue muy bueno conmigo, sí, lo fue... ¿Y tú? Supongo...
-Por supuesto, me casé enamorada, luego con los años todo cambia y tú lo sabes... Pero nunca quise perderlo, en eso somos tontas las mujeres a veces...
-Sí, sí, pero creo que si sospechabas algo debiste dejarlo, porq...
-¿Por qué? ¿Por qué no lo hiciste tú si él era casado? ¿Acaso esperabas que me dejara para que tuviera una vida contigo?
-¡No! te juro que no, y no puedo saber por qué... nunca pensé eso... quizá fue... o me sentí cómoda así...
-Fuiste tonta, mi querida, tu postura no se entiende ¿sabes? Nunca entenderé a las mujeres que hacen el papel de... ¡"la otra"!... Jamás.

Sandra se levanta, va hasta el bargueño, saca dos copas pequeñas y un licor de limón. Vuelve a sentarse y sirve. Le da su copa a Emma sin darle lugar a que la rechaze. Emma, la observó pensativa mientras lo hacía: caderas anchas, pero fuertes...
-Jamás me enamoré de un hombre que fuera sólo para mi, en eso te envidio, Sandra...
-Bueno no tanto, mi querida, no fue sólo para mi... el desgraciado... Lo odié después que me lo confesó, pero hoy siento lástima por él... ¿Puedo decirte algo al margen? Eres una zorra, Emma...
-Sandra... no soy así, no hubiera querido que fuera... lo siento...
-Olvídalo, dime, como era en la intimidad contigo...
Emma, inquieta, bebe el licor de un sorbo y se sirve ella misma otro... vuelve a beber.
-Era... apasionado, dulce. Teníamos buen... como decirlo...
-Sexo, se dice así, no des vueltas... Mira, algo tengo que agradecerte, Emma, cuando él volvía de esos días supuestamente de tanto trabajo o de viajes por ese maldito trabajo y, que no eran otra cosa que los encuentros contigo, teníamos los mejores momentos en la intimidad. Se convertía en una furia, era fogoso y yo lo disfrutaba muchísimo... No me expliques por qué...
Emma, bebe el licor de limón de un trago mirando el piso, con aparente rabia. Molesta. Se vuelve a servir y se tranquiliza. Sandra disfruta de ese pequeño instante.

-Sabes, Emma, una vez lo engañé... con un hombre casado...
-Me sorprendes... Entonces hiciste el papel de "la otra" que tanto te molesta...
Por primera vez, Sandra sonríe.
-Disfruté haciendo de "la otra" te lo aseguro, pero ten en cuenta que mi situación era distinta a la tuya... Yo no era en realidad "la otra". Lo disfruté porque fue con su mejor amigo, Richard ¿alguna vez te habló de él?
-Sí, lo hizo, lo veneraba como un gran amigo...
-Otra muestra más de su estupidez... Un año lo engañé con Richard, nos amabamos "durante sus viajes de trabajo" en ese mismo sofá en el que estás sentada...
Emma se mueve molesta mirando a lo ancho del sofá.
-Lo tuyo es peor que lo mio, Sandra...
-¿Qué? No seas hipócrita, una mujer despechada es capaz de cualquier cosa, deberías saberlo, mi querida...
-Qué pasó con Richard, por qué no siguió eso...
-Porque era otro cobarde... miraba su reloj todo el tiempo por el temor que le tenía a su esposa, pero por Harry nunca tuvo el mayor remordimiento...
-¿Harry lo supo alguna vez?
-Por favor, mi querida, somos más inteligentes que ellos, eso también deberías saberlo... ni por asomo lo intuyó.

Sandra va otra vez al bargueño y vuelve con una botella de Whisky y dos vasos. Sirve y le da uno a Emma.
-No, no debería tomar m...
-Te lo tomas ¿ok? te va a hacer bien, créeme...
Emma, bebe y hace una mueca frunciendo su cara y cerrando los ojos como si la bebida le hubiera quemado la garganta. Lanza un suspiro.
-¡Mi Dios!
Sandra lo disfruta, le vuelve a servir y sigue hablando.
-No te voy a negar que a veces lo extraño, no tuvimos hijos y por eso estoy muy sola... Pero pasé mucho tiempo sola en los útimos diez años y me acostumbré... ¿Y tú, estás con alguien ahora, conociste a otro hombre?
-No, no... Me quedé muy sola... a veces pienso que perdí todos esos años de mi vida. Él estaba más tiempo acá que conmigo...
-Bueno, esta era su casa después de todo... Y no perdiste nada, ¿o la pasaste mal?
Beben. Silencio.

-Estuve a punto de no venir... tenía miedo de tí... Si me golpearas estarías en tu derecho... creo...
-¡Miedo! No te creas que para mi fue fácil invitarte a mi casa... ¿Ahora me temes acaso?
-No...
-Entonces voy a confesarte algo, mi querida... en verdad, lo maté... lo envenené...
Emma se pone pálida, más blanca que todas las inglesas juntas, Se recuesta hacia atrás y comienza a transpirar. Mira la taza de té vacía, la copa de lemoncello vacía, el vaso de whisky a medio llenar. Sus ojos se llenan de lágrimas, va a morir del susto en cualquier momento. Está aterrada.
Sandra lanza una carcajada que retumba en toda la casa. Mira a la pobre mujer que se toma la garganta sintiendo que ya no respira.
-¡Por Dios, mi querida! Tomé el mismo té que tú, el mismo licor que tú, el mismo whisky que tú... me estaría muriendo contigo entonces... me has hecho reír mucho, mujer, que quieres que te diga...
Emma, parece volver en si y, asombrada, mirando fijamente a Sandra, vuelve a beber su whisky. Observa el vaso vacío. Sandra le vuelve a servir. Beben las dos mirándose a los ojos.
-Por un momento creí que... Por las dudas no probaré el scon...
-Me diviertes, realmente lo haces, he leído muchas novelas de Agatha Christie, pero te aseguro que no mato una mosca para tu tranquilidad. Harry murió de un infarto, quizá por lo culpable que se sentía. De todos modos, me dejó algo...
-Si, claro, esta casa...
-No sólo eso, además, cobré un seguro de vida que tenía por 300.000 libras...
-¡Waoo, Dios! Es mucho dinero...
-Sí, iré a París en unos días... él nunca me llevó... a tí, sí ¿no es cierto?
-Sandra, perdona, yo...
-Lo sé, mi querida, no te preocupes, lo disfrutaré mucho y luego pasearé por España, Italia... ¿A tí te dejó algo?
-No... no, y nunca supe de ese seguro...
-Bueno, en algo me fue fiel...

Sandra se levanta de su sillón y camina por la sala; observa a su invitada tomar cada vez más whisky. Es elegante, sus ropas son de marca. Sin duda Harry le hacía buenos regalos. La observa luchando por mantenerse derecha en su postura en el sofá. Emma quiere hablar y siente que su lengua le patina... Por fin lo hace.
-Fueron diez años y no me dejó nada... ni un penique... el muy maldito... Perdona, fue tu esposo, pero...
-Nunca confíes en un hombre casado, mi querida. Sabes, es tu culpa. Jamás terminan bien esos romances de oficina...
-Lo odio... Lo odio... el muy maldito...
Emma se sirve la última gota de la botella, y bebe laméntandose porque se ha acabado el whisky. Se para con la intención de ir a buscar otra botella y se da cuenta de que no se puede sostener en pie.
-¡Mi Dios! Estoy muy mareada, me siento mal...
Sandra la sostiene tomándole el brazo fuertemente.
-Tranquila Emma, se ve que no tomas muy seguido...
-Nunca tomo... o sólo un poquitito así...
-Con Harry nos bebíamos aquí una botella como si nada y la pasábamos muy bien haciendo el amor, se ve que contigo no tanto...
-Sí, sí, sí, éramos felices, Sandra, te lo juro, te juro que lo éramos... ¡Lo odio..! no me dejó nada... bien muerto está... Maldito tacaño...

Emma trastabilla y Sandra la abraza fuerte contra su cuerpo. Le besa la mejilla con un ¡muack! ruidoso. Emma llora su borrachera en su hombro. Se aprietan más una contra la otra. Sandra la protege, la mima, la trata con ternura, se apiada de la mujer que fue su rival sin saberlo por diez largos años. Emma se siente cada vez mejor, contenida. No está sola. La mujer que la tiene en sus brazos es mayor pero más fuerte que ella y eso le hace bien. La tranquiliza saber que ya no sufrirá. Uno, dos, cinco minutos así, una eternidad, y en ese mágico momento, comprenden que puede haber otra vida. El hombre que las tuvo en sus brazos es historia, pero les hizo un favor, a las dos les dejó algo importante.

-Dime, Emma, ¿tienes tu pasaporte al día?







jueves, 20 de agosto de 2009

La carta.

Distinguida, Señora:

Por la presente, me dirijo a usted, con el debido respeto que su persona me concede, para informarle de los acontecimientos en los que me vi involucrado, de acuerdo a lo pactado en su momento con tanta amabilidad y confianza de su parte, para que me hiciera cargo de un caso que le parecía un poco engorroso, aunque para mi no representaba inconveniente alguno.

He llevado a cabo los terribles crímenes que usted me encomendó, pero con un pequeño problemita que debo explicarle en esta misiva: he matado a sangre fría, como es mi estilo, a tres personas y no a dos como habíamos convenido. Quiero aclararle que la tercera persona en discordia que debí eliminar, ocurrió en un hecho involuntario y, por supuesto no estaba en nuestros planes. De todos modos creo que usted, se sentirá satisfecha cuando le relate quién fue esa persona a la que me refiero. Como verá entonces, este infortunado episodio me obliga a aumentar un 33% más los honorarios que habíamos arreglado para este honroso trabajo, que muy poca gente es capaz de hacer como lo hago yo, y perdone usted mi arrogancia, pero es que, no sé como decirlo; me siento orgulloso de este talento que Dios me dio. Por lo de los honorarios le ruego no se preocupe por el momento.

Le relato los acontecimientos tal cual sucedieron. Exactamente como lo habíamos hablado, tomé el primer avión que salía después del que partiera su esposo, hacia la ciudad a la que viajaba para concretar un nuevo negocio (motivo que para mi no viene al caso porque no es de mi incumbencia). Una vez llegado, tomé un taxi que me acercara hasta el hotel en el que su marido iba a pasar la noche, digo bien acercara, porque bajé unas cuantas calles antes (sabe usted que esto se hace previendo una posible coartada), y luego, caminando, me dirigí hasta el hotel al cual no ingresé por su puerta principal, sino por la de servicio, no sin antes dejar fuera de combate a un cocinero (lo de fuera de combate es algo a lo que no me pude acostumbrar a llamar de otro modo, después de haber combatido en Vietnam, guerra que perdimos por culpa de la maldita droga que mata a nuestros jóvenes...) Perdone, señora, por el intermezzo, pero verá que este tema me saca de quicio, no puedo concebir que haya gente en el mundo que sea capaz de asesinar con una herramienta tan cruel... Mejor sigo con mi relato. Como le decía; un cocinero que se encontraba vaciando trastos sucios y que me posibilitó entrar al edificio sin que nadie lo notara. Por supuesto que el susodicho no vio mi cara y desde ya lamento que, de aquí en más, no pueda usar sus manos nunca más para levantar ni siquiera una cuchara. Pero, para su tranquilidad le digo que sigue vivo.

Una vez dentro del hotel, no me costó nada averiguar el número de habitación de su esposo. Desde mi móvil, robado por supuesto, llamé al conserje para pedirle una botella del mejor champagne, como si fuera él, luego seguí al botones y, siempre a escondidas lo observé entregar la botella de tan sublime bebida, y así después, con mi llave ganzúa abrir la puerta de la habitación con mi magnum lista, el silenciador colocado, y de esa manera liquidar de una buena vez a su amado esposo y a su odiada, amante.
No me costó nada sorprenderlo en la cama, casi desnudo, y con una cara de susto al verme que me llevaría media carta describirle. Le disparé directo entre los ojos. Dos veces lo hice y sólo le quedó un agujero porque mi puntería es infalible, para que usted sepa. Quedó boca arriba con los ojos fijos en el ventilador de techo que no paraba de girar siendo lo único testigo del hecho. El pobre hombre estaba solo en la cama en ese momento. Desde el cuarto de baño se escuchaba el sonido de la ducha y una suave y dulce voz cantando ¡Oh la la, París, París! Por un momento recordé a Edith Piaf y tuve un momento de desconcierto. Cuando salí de mi ensoñación, entré sigilosamente; la dulce voz de la mujer al advertirlo me dijo entonces: "Oh, mi amor, métete conmigo bajo la ducha, verás, el agua está deliciosa..." Corrí la cortina y... Usted no me lo va a creer, la hermosa joven que allí estaba, desnuda, con el agua recorriéndole su esbelto cuerpo, con unos ojos abiertos como de muñeca al verme sorprendida, pero eso si, de un color miel como pocas veces he visto... no era la mujer de la foto que usted me facilitó para reconocer a la amante de su esposo. Esta, era otra.

Señora, debo decirle sin ánimo a ofenderla que su esposo (a esta altura de los acontecimientos: ex) se convirtió de pronto en una persona que merece todo mi respeto. Pero, lamentablemente ya estaba en el otro mundo y no se lo pude decir a él, por eso se lo digo a usted, que, a pesar de su odio, debe saber que fue un tipo admirable si es que a la conquista de mujeres se refiere, y eso la incluye. Continúo entonces; no tuvo tiempo de gritar la desdichada, le metí una bala en la boca y luego otra en el medio del pecho terminando de esa manera con su corta vida. ¿Le cuento algo al margen? me quedé observando luego la sangre mezclada con el agua saliendo de la bañera, como en la película Psicosis. Fue un momento maravilloso. Sepa usted que soy un amante del buen cine y sobre todo de las de crimen y suspenso. Como se dará cuenta, esa bella mujer, es el motivo del aumento de mis honorarios, porque de la mujer de la foto que usted me brindó, también me encargué luego.

No fue difícil a mi vuelta averiguar su domicilio, esconderme en el pasillo del piso que habitaba, y luego cuando ella salió de su apartamento seguramente para ir a su trabajo (antes le digo que era una linda mujer lo cual aumenta mi admiración por su ex esposo), tomándola de atrás y casi sin que tuviera tiempo de alguna reacción de su parte, le rebané el cuello con mi navaja mandándola sin escalas al otro mundo. Sí, la misma navaja que uso para afeitarme. Nunca salgo sin ella, es como mi tarjeta de crédito que tampoco falta jamás en mi billetera.

Luego, me dirigí al Banco donde su ex esposo tenía una abultada cuenta, sin que usted lo supiera, gracias a mi lo sabe ahora. Haciéndome pasar por él (tomé sus documentos en aquél hotel luego de beberme la botella de champagne que le mencioné) y caracterizándome un poco colocándome un bigote postizo como el que él usaba y teñirme el cabello de color rubio, sabrá mejor que nadie que ese era su color de pelo, fui conducido a la caja de seguridad y tomé de allí el dinero que usted y yo habíamos pactado para este trabajo, más el 33% que le mencioné. Ni un centavo demás se lo aseguro por mi honor. Por eso le decía que no se preocupara por los honorarios. Pagó él.

Y con esto doy "casi" terminado mi trabajo; digo "casi" porque hay algo más que debo relatarle y es lo siguiente: A esta altura de la carta, seguramente usted notará una sensación extraña en su cuerpo, algo así como una especie de estremecimiento sumado a una insoportable hinchazón de su lengua que no le permite hablar. No se asuste, le explico por qué: Estimada señora, usted está muriendo. Sí, el papel de esta carta fue rociado por mi con un veneno del cual no queda huella (he tomado todos los recáudos para que tampoco queden huellas mias en él) y, ese veneno, ya ha penetrado por los poros de sus dedos, entonces en minutos usted le irá a hacer compañia a su ex esposo en el otro mundo. Le ruego le de mis respetos y admiración si es tan amable.

A esta altura de la lectura, se preguntará ¿Pero, por qué? Pues simplemente porque yo jamás dejo testigos, así, de esa manera, me mantengo al margen de toda sospecha que me pueda involucrar. Señora, sepa usted que soy un profesional, modestamente, el mejor. Pero esto no termina aquí, no, ¿sabía que su difunto esposo tenía una doble vida? No, no lo sabía y ahora se está enterando. Si, era bígamo. Increíble ¿no? ¡Qué tipo, mi Dios! Pues convencí a su otra esposa de matarlo a él y su amante. De esta manera he aumentado considerablemente mi pequeña fortuna. Ah, ella en este momento está leyendo una copia exacta de esta carta y muriendo de la misma manera que usted, lo cual debería alegrarla por haber terminado con su vida sin que me lo pidiera. Este último trabajo corre por cuenta de la casa.

Distinguida señora, sin más, la saludo atentamente deseándole una buena vida en su nueva vida, que, tenga la plena seguridad, no será en el cielo. Me siento muy complacido por haber hecho tan buenos negocios con usted y, doy fe que, alguna vez nos volveremos a ver.

SSS (Su Sicario Servidor)






sábado, 15 de agosto de 2009

Lo que vieron tus ojos.

Fue en tu agosto.
Viste una escenografía de colectivos, veredas rotas y disquerías con tangos llenos de melancolía.
Recoleta, Plaza Francia, La Biela, y un cementerio donde sus habitantes permanentes sueñan en su sueño eterno, que pronto los visitarás nuevamente, para darles un poco de consuelo con tu belleza.
Las luces del centro en la calle Corrientes brillan ahora más que nunca, porque tus ojos las encendieron eternamente.
En la Boca, los lugareños dicen: Esa rubia de amplia sonrisa y ojos grandes, está, sigue estando aquí; en La Perla, en Caminito, en cada pintura, en cada color de sus casitas, en cada tango que se baila. Nunca se fue.
En San Telmo, no hay saumerio ni lo habrá, que disimule el aroma de tu perfume impregnado para siempre en sus paredes.
Los Docks de Puerto Madero, se convirtieron en el lugar mas visitado porque vos caminaste por su empedrado. El espíritu de los inmigrantes volvió a pasearse por sus veredas. Ella, llegó de lejos como nosotros, dicen, nos dejó su corazón, siguen diciendo.
Tu alma se desliza por Florida y Lavalle. En silencio lo hace, observando lo hace.
La 9 de Julio se cruza sin ver el otro lado después de que vos lo hiciste, porque está más ancha de orgullo.
Belgrano, ese caserón de tejas, te espera para que cuando vuelvas te quedes para siempre.
Palermo, sueña tu sueño profundo con la esperanza de volver a proteger tu descanso.
Y el río marrón, un mar para tus ojos, espera con ansias el día que aparezcas en el horizonte, como un barco con sus velas extendidas contra viento y marea.
Verás a la distancia un bosque lleno de vida. Tu Buenos Aires querido.

sábado, 8 de agosto de 2009

La cabaña en la pradera.

Caminó lentamente, por la calle polvorienta del casi fantasmal pueblo, acariciando el nacar de su Colt 45 colgando de su cintura. Su mano derecha se abrió y sus cinco tensos dedos se aprestaron a desenfundar el arma que terminaría con la vida de Billy, el más terrible bandolero del Viejo Oeste. Era "La hora señalada" para que de una vez por todas, Billy, dejara de existir. "El tren de las tres y diez a Yuma", partiría como todas las semanas a horario, y él se iría en ese convoy sobre rieles después de protagonizar y vencer en este "Duelo de titanes". Billy, el malo, el diabólico, el temido por las damas del Saloon tenía los minutos contados. Los pocos habitantes de ese perdido lugar de Texas, amparados en sus casas de madera, observaban asustados desde sus ventanas la dramática escena, esperando un feliz desenlace que llevara la paz, de una buena vez, a ese infierno que el tal Billy se había encargado de convertir. Los dos hombres se miraron a los ojos desafiantes, alertas al mínimo movimiento uno del otro. Eran cuatro ojos fijos de los cuales dos, quedarían vidriados en pocos segundos más. Billy, con un rápido movimiento llevó su mano hacia la cintura adelantándose para desenfundar, y...

¡Danielito, vení a tomar la leche! ¡Noooo!, otra vez su mamá, siempre arruinando el mejor momento del día, no se puede ser un héroe en circunstancias como estas... Ya voy, ma... Billy seguirá viviendo, lo salvó la misma campana diaria que no entiende que él es el sheriff del envejecido pueblo ¡y tiene que cumplir con su deber! Nada más y nada menos que mantener la paz y el orden, que no es poco, qué tanto.
¡Y después te vas a tu cuarto a hacer la tarea! Si, ma... El café con leche no está tan mal, con las tostadas con manteca que le prepara su madre, Danielito sabe que seguirá siendo fuerte para desempeñar el trabajo que los habitantes del pueblo le han encomendado. Pero Danielito tiene otra obsesión a esa hora de la tarde; mirar desde la ventana de su cuarto, la ventana del cuarto de Nina, su vecinita de enfrente. Ella es dos años menor aunque le lleva una cabeza de altura. Todas las chicas son más altas que él, pero parece que es así cuando uno es un niño. Las nenas desarrollan antes, dice su mamá; él, no entiende que significa.
Danielito apoya sus codos en el marco de la ventana, tomándose el mentón con las dos manos y, con una enorme sonrisa de felicidad, observa a Nina que recién a llegado de la escuela. Hermosa, rubia, de ojos azules, Grace Kelly, tal cual, una dulzura que al pobre lo tiene loco de amor. La niña pone un disco de Paul Anka en su tocadiscos y comienza a bailar y tararear una canción. Danielito muere, es un momento sublime. Ella lo ve... se acerca a la ventana... ¡y le saca la lengua poniendo cara de odio bajando la persiana de un zopetón! Lo mató de verdad.

La secuestrará, decisión tomada, lo hará cuando ella vuelve del colegio y tan lejos de su casa que su mamá se quedará ronca llamándolo a tomar la leche. Nada arruinará ese momento. La obligará a subir a su brioso corcel de dos ruedas, y cabalgará con ella por todo Texas, cruzará ríos y lagos, no se detendrá en Oklahoma, ni en el Cañón del Colorado, ni tampoco en el Mountain Valley. Hasta Wyoming no parará y, una vez allí, en una hermosa pradera, construirá una cabaña para los dos con sus propias manos. Con un hogar que siempre estará encendido, para que Nina le caliente un guiso de venado o conejo que él cazará, mezclado con frijoles que ella cultivará en una huerta, hecha... atrás de la cabaña... si, atrás estará bien. Tendrán diez hijos rubios de ojos azules como Nina. Defenderá su cabaña del ataque de Siux, Comanches y Apaches y jamás el cuero cabelludo de los dos será trofeo de ningún piel roja. Ya está planeado, ahora a los hechos.

Llegó el momento, a mitad de cuadra desde donde Nina aparecerá doblando en la esquina, espera ansioso, Danielito. Su bicicleta lista, su revólver colgando de su cartuchera a la cintura, su sombrero texano haciéndole sombra en los ojos. Todo, regalo de su último cumpleaños. Tensa espera... Ve asomar la pierna izquierda de Nina... Ahora toda ella que dobla en su dirección, decidida, altanera y... ¿Quién es ese pibe que la lleva de la mano? ¡Nooo! ¡Por Dios, qué pasó! ¡Y vienen riéndose como dos tarados! El pibe habla pavadas y ella se ríe a más no poder, no puede ser, y es más alto que ella y por consiguiente que él. ¡Es Gary Cooper! Se acercan, ella tiene las mejillas rosadas, los labios más grandes, una sonrisa de felicidad inmensa. No lo ve a Danielito, ni lo registra, pero el pibe si; lo observa vestido como un cowboy, le sonríe burlonamente, hace un amague a su cintura y, como si sacara un arma, le apunta con el dedo al pobre Danielito y le dice: ¡Pum! Luego se sopla el dedo como si estuviera humeante por el disparo.

Danielito siente que la bala le traspasó el pecho; el sol se cuela de lado a lado. Cae con la sangre que sale de su pecho a borbotones; con un hilo de ese líquido rojo y viscoso bajando desde la comisura de sus labios. Billy, el malo, lo venció. Fue más rápido que él. El pobre dejó de ser el más rápido del oeste. No le dio tiempo ni siquiera a acariciar el nacar de su Colt. Se muere. En minutos, el sepulturero vendrá a tomar sus medidas a lo largo y a lo ancho de su cuerpo, para construir un cajón de madera vieja por el que se meterán: cucarachas, gusanos y ratas, que devorarán su carne mientras se va pudriendo con los días, allí, bajo tierra. Es... es... The end.

Daniel, mi amor, voy a preparar café, ¿querés una taza? Si, mi vida, dale. Le dice a su esposa mientras teclea a más no poder su Olivetti, sin sacar la vista del papel blanco en el que van apareciendo letritas que forman palabras, frases. ¿Qué escribís, cariño? Le pregunta ella. Una nueva novela. Le contesta. ¡Ah! ¿Es otra policial?... No, esta es romántica... Me gusta, y yo ¿estoy en esta historia?... Siempre estás en mis historias... Ay, qué lindo y en una de amor... Si, pero habrá una muerte terrible, muy terrible... ¡Nooo!, ¿en serio?... Si, es así... Decime, Nina, ¿Cuál era el nombre de ese chico que iba con vos a la escuela?... ¿Qué chico?... Ese, que fue tu primer noviecito.

sábado, 1 de agosto de 2009

Viviana y el guerrero.

De un golpe seco y certero, partió en dos la enorme calabaza dejándola en perfectas partes iguales. Lo hizo con la espada de su hombre, para probar su filo que ella misma había pulido con esmero, con sus fuertes brazos de hierro, con la esperanza de que ese acero fundido y alisado a golpes de maza y fuego, fuera capaz de rebanar a un hombre en pedazos. Se miró en el acero que la reflejó como un lago manso, y se vio hermosa, a pesar de los sinsabores vividos como nómade, con su hombre a la deriva, por culpa de las guerras que nunca terminan.
A su guerrero lo robó, sin remordimientos lo hizo. Llegó hasta el lecho de otra mujer de su misma sangre sorprendiéndola con él, desnuda como ella soñaba que ese hombre la tuviera, y la aplastó con sus manos y de tal manera, que aquella mujer jamás la olvidaría ni tampoco tendría el valor de recuperar lo perdido esa noche. Al guerrero le cruzó la cara con una daga para demostrarle su fiereza, su ambición, su amor, dejándole una eterna cicatriz que marcara para siempre el territorio ganado. De allí en más fue suyo. Juntos serían la prolongación de sus sangres por los siglos venideros.

El Imperio Persa, poderoso, implacable sin piedad, tiene un objetivo: Atenas. Hasta allí avanzarán destruyendo todo a su paso. Los hombres y mujeres espartanos lo saben y saben también que de ellos mucho se espera; nada más y nada menos, que detenerlo como sea. Viviana lo presentía. Ser la mujer de un guerrero valiente nunca tiene un final de ensueño. Los Dioses siempre tienen planes para los que han vivido empuñando las armas. Los preparan para morir, y los hombres saben que cenarán con ellos después de la lucha. No hay regreso con gloria. Sí, habrá gloria en el cielo.

Viviana, le dará a su guerrero, la noche de amor más intensa de todos los tiempos. Conoce el destino marcado, sabe que mañana él partirá con su espada y su piel de acero a cumplir con lo que le han pedido. Los valientes no piensan, actúan.
Horas de amor sin descanso, cada centímetro de la piel del hombre queda impregnada en los labios de la mujer. Funden sus cuerpos, sus bocas, sus savias. La sangre se mezcla en las entrañas de Viviana recorriendo sus ríos internos, caudalosos, llenos de vida que darán vida. Viviana, lo agota, le demuestra que no hay mujer como ella en el Universo para este guerrero. Le transmite su energía para la lucha que se avecina. Él, será dos personas: su cuerpo duro como una roca y el corazón de su amada, como un fuego en su interior. Nada lo detendrá ante el enemigo Persa e invasor. La gran batalla será en El Paso de las Termópilas. La misión: no pasarán.

Vé, amado mío, riega con tu sangre todas Las Termópilas, mezcla esa sangre con las aguas calientes. Por cada gota que derrames, diez Persas verán el infierno por tu espada. No regreses derrotado. No temas a nada, los Dioses tienen preparado un banquete para ustedes en el Olimpo. El hijo que anoche me has engendrado crecerá fuerte y sano, será un gran guerrero como tú. El hombre que en el futuro me posea, jamás podrá igualarte.

Lo vio irse para siempre. 300 espartanos que lucharían en una batalla desigual contra 300.000 hombres del Imperio Persa. 300 valientes como no los habrá nunca, jamás. Cuando la columna desapareció en el horizonte, Viviana sintió en sus ojos algo que desde muy niña no recordaba; un líquido que se los inundaba empañándole la vista. Lo dejó deslizarse por sus mejillas hasta que mojara sus labios. Se impregnó su boca de un sabor salado. Fue para ella, el comienzo de otra vida.

sábado, 25 de julio de 2009

Alessia y su Príncipe ¡encantado!

Había una vez en un pueblo ¡encantado!, una niña muy pero muy bella que se llamaba Alessia, y soñaba con conocer a un Príncipe sin importarle que fuera un sapo; claro, cuando era pequeñita, su mamá, Marchela, le contó tanto ese cuento del Sapo-Príncipe que se lo creyó. Por eso, cada vez que veía a este animalito verdoso dando saltitos por ahí, le hacía una reverencia, y el sapo, ¡encantado! le decía: -¡croac!- Y que le iba a decir el pobre bocón.

Alessia era muy buena aunque hacía siempre renegar a su mamá, me refiero a que era buena en los quehaceres domésticos: cocinar, limpiar la casa, lavar, pero en todo lo demás era terrible, sobre todo por las historias que inventaba. Una de las historias que Alessia contaba, era la de una niñita que había ido al bosque a buscar bellotas ¿bellotas? si, bellotas, y resulta que se encontró con un guerrero herido vaya a saber en que batalla. El pobre soldado, sediento, le pidió agua. La niña corrió a buscarla al arroyo, y cuando llegó, como no tenía un recipiente, juntó el agua con sus dos manos. Volvió corriendo hasta donde estaba el guerrero, pero, todo el líquido se le había escurrido entre los dedos. El guerrero, desesperadamente chupó los dedos de la niña y, como no pudo saciar su sed, enfurecido sacó su espada y le cortó de un sólo golpe las manos a la niña, bebiendo inmediatamente su sangre. Luego ya sintiéndose mejor y al ver que la pobre niñita gritaba mucho por el dolor, le clavó la espada en el vientre sacándole todas sus tripas afuera, propinándole una muerte terrible, para que no sufriera más la pobrecita.
Imagínense cuando Alessia contaba estas historias; a la gente del pueblo, ¡le encantaban!, pero a Marchela se le ponían los pelos de punta, por eso tenía que usar siempre un pañuelo en la cabeza para que no la vieran con los pelos parados.

Como les conté al principio de este cuentito, Alessia, soñaba con un Príncipe, por eso a cada uno de los jóvenes del pueblo siempre les preguntaba: -¿Usted, es un Príncipe?- pero nadie le decía que si. Esto no desilusionaba para nada a Alessia, porque ninguno de ellos les parecía un verdadero Príncipe. Yo diría que ninguno era tan ¡encantador! como para serlo. Entonces nuestra pequeña heroína, aunque todavía no hizo nada de lo que hacen las heroínas dirán ustedes, pero, ya van a ver de lo que es capaz, tomó una drástica decisión: hacerles creer a todo el mundo que pronto llegaría un Príncipe al pueblo para llevarla a su Castillo y casarse con ella. Por supuesto que los habitantes del pueblo no tomaban muy en serio lo que Alessia les decía, pero con semejante aseveración de la niña, todos estaban ¡encantados!
La mamá de Alessia, esta vez, ganó para sustos y se quitó por fin el pañuelo del pelo. Lo tuvo que lavar lógicamente; hablo del cabello. Comenzó a reírse de las ocurrencias de su hija y estaba ¡encantada! de que todos en el pueblo estuvieran ¡encantados! con ella. Alessia, mientras tanto, todos los días se sentaba a la entrada del pequeño pueblecito esperando a ese Príncipe que, según ella, en cualquier momento llegaría. Para todos ya era normal verla esperar y se le acercaban haciéndole preguntas como: -Hola Alessia, ¿para cuándo crees que tiene prevista la llegada el Príncipe? Y Alessia, contestaba -Está al caer en cualquier momento.

Pasaron muchos días y Alessia seguía sentada allí. Hasta que, Marchela, ya cansada de que se pasara el día sin hacer nada, muy decidida fue a buscar a su hija y tomándola de una oreja intentó llevarla a su casa. Es más, le dijo que se iría a la cama sin postre: "Bellotas asadas rociadas con miel". No saben lo que fue eso, la niña enloqueció, empezó a luchar con su madre a brazo partido, por el postre, claro, pero de pronto sucedió algo increíble; un jinete al galope pasó delante de ellas como si lo persiguiera el diablo mismo, como un tren bala, bueno, por la época como un carruaje bala, pero esto no impidió que la niña percibiera a un joven rubio, alto, de ojos celestes y con una cara de Príncipe que ni les cuento. -¡Vamos, mamá!- gritó Alessia, arrastrando a su desesperada madre que, con los pelos al viento y parados como puerco espín, corría detrás de su hija y sin entender por qué.
El joven jinete llegó hasta las puertas de la taberna del pueblo, se bajó rápidamente del caballo y entró corriendo causando estupor a los parroquianos que allí se encontraban. Miró con cara de interrogación y desesperación a la vez, al tabernero, y éste, sin perder tiempo, señaló la parte de atrás de la taberna diciéndole: -Al fondo a la derecha.- El joven voló, desapareciendo por la puerta del fondo y, al cabo de unos minutos, volvió con una cara de felicidad y alivio que ¡encantó! a todos los presentes.

Alessia, junto a su madre con los pelos como alambre, ya se encontraba a la puerta de la taberna viendo con ojos de enamorada, más bien, ¡encantada! diría yo, al apuesto joven que en la barra se tragaba de un sorbo un vaso enorme de cerveza y sin respirar. A ese paso iba a salir corriendo al fondo a la derecha en cualquier momento otra vez. -¿Usted, es un Príncipe?- escuchó el joven, una vocecita detrás de él. Se dio vuelta y la vio; Alessia, bella, aniñada, principesca –¿Usted, es un Príncipe?- volvió a preguntar la niña. El joven, apuesto pero eso si, un poco desalineado, sucio y transpirado, la miró de arriba a abajo sin saber qué contestar. Alessia ya se había enamorado perdidamente de él y él de ella. Su madre, se había alejado un poquito para alisarse el pelo lo mejor que pudiera. Ser suegra de un Príncipe requiere de algunos cuidados estéticos, como todos ustedes saben.
De repente, salió de la cocina la hija del tabernero preguntando si quedaban más vasos para lavar. La joven, muy fea, pobrecita criaturita de Dios, vio al joven rubio, de ojos celestes y se maldijo a si misma por ser así, pero, ya estaba acostumbrada y sólo se limitó a decir: -¡Encantada!, Señor ¿me puedo llevar su vaso?- El joven rápidamente le dijo: -Si claro, lo más pronto posible.- y miró a todos los parroquianos con cara de: ¡Que asco! ¿De dónde salió semejante bruja? Esto fue suficiente para que el tabernero, harto de que se rieran de su hija, sacara de atrás del mostrador un gran arcabuz y se lo pusiera amenazante en la cabeza al joven jinete, diciéndole: -Escucha, Príncipe de Pacotilla, ¡te casarás con mi hija ahora mismo y te la llevas a tu maldito Castillo!- y dirigiéndose a uno de los parroquianos le ordenó: -Luiggi, ve rápido a buscar al párroco que va a estar ¡encantado! de celebrar una boda.- La pobrecita le dijo al padre, entonces, -No papá, esa no es la manera como me quiero casar.- El padre la miró con lástima pero sabía que si no lo hacía de una vez por todas, estaba condenada a vestir santos.

Para Alessia esto era una tragedia; estaba frente a su Príncipe soñado y resulta que se iba a casar con otra. Ni hablar de Marchela que de la rabia se les volvieron a parar todos los pelos, pero por suerte en su bolsillo siempre estaba el pañuelo que inmediatamente se puso en la cabeza. En eso volvió corriendo Luiggi, con el párroco que gritaba: -¡Una boda… voy a celebrar una boda… estoy ¡encantado! ¿Quién se casa?- Todos señalaron al supuesto Príncipe que tenía un susto de muerte, y que no podía dejar de mirar el agujero del arcabuz por donde saldría el perdigón que le volaría la cabeza. -¿Con quién se casa este apuesto joven?- preguntó el cura no tan ¡encantado! al ver esa escena -Con ella.- dijeron los parroquianos y al unísono señalando a la pobrecita hija del tabernero. Todos por un instante se quedaron mirando a la niña-fea, lo que le dio a Alessia un momento de lucidez para hacer lo que tenía que hacer si quería salvar a su Príncipe de un futuro de sinsabores. Una silla de Madera, dura como mil demonios, se hizo astilla de un solo golpe en la cabeza del tabernero, que del tremendo dolor apretó el gatillo acertándole a una araña que colgaba del techo del salón. Todos miraron, ¡encantados! el agujero que quedó en el techo, comentando con vehemencia, sobre la enorme puntería del hombre al darle a la araña que hacía varios días tejía su tela, ¡encantada! con vivir allí. Cuando reaccionaron por los gritos de la fea hija del tabernero que pedía que ayudasen a su papá desmayado en el piso, se dieron cuenta de que el Príncipe, Alessia y su madre habían desaparecido como por arte de magia. Se escuchó el galopar de un caballo partiendo del pueblo. Salieron todos corriendo a la calle y, sólo vieron una nube de polvo en el horizonte, que pronto se fue disipando hasta no quedar ni rastros del Príncipe, siempre supuesto, por supuesto. Tampoco volvieron a ver a Alessia y a su mamá, nunca más. Pero, la cosa no iba a quedar así, la boda se consumó, sí, el tabernero cuando se repuso del golpe, le puso el arcabuz en la cabeza a Luiggi y, aprovechando la presencia del párroco, lo casó con su hija. Tuvieron unos hijos ¡encantadores!

Pasó el tiempo, y una tarde de lluvia, los parroquianos que se encontraban en la taberna del pueblo, evitando mojarse por la agua que entraba por el agujero del techo provocado por el disparo del arcabuz del tabernero, comentaban, ¡encantados! las noticias que llegaban del exterior: Un Príncipe se había casado con una joven hermosa igualita a Alessia. Esto hizo que todos se sintieran orgullosos de que alguien del pueblo haya llegado tan alto, a las mismas puertas de un Castillo, mire usted.
Pero lo que nadie sabía era que el supuesto Príncipe también se había casado, con la verdadera Alessia, y vivía en un pueblo lejano con ella y su mamá, Marchela, que tuvo la gran idea de abrir una peluquería, con un peinado que puso de moda: "El de los pelos de punta". ¡Se enriquecieron!

Alessia, con su Príncipe ¡encantado! les demostró a todos los que no creían en ella, que sí, los Príncipes existen, y siempre que se los desee, llegarán a rescatar a niñas soñadoras que quieran ser felices para siempre, en el Castillo que sea.
Por último y para terminar de una buena vez y por todas, quiero decirles, que contarles este cuento que, por suerte, tuvo un final feliz, ¡me encantó!

sábado, 18 de julio de 2009

Gracias, Neil.

Sí, me dirijo a vos, Neil, el mismo que todos los que vivíamos hace 40 años, te vimos pisar la Luna. Exactamente el 20 de julio de 1969. También recuerdo aquella frase que dijiste en ese histórico momento: "Es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad". Brillante, conmovedora, una genialidad de tu parte. Yo te veía por televisión, en blanco y negro en este país, a los saltitos por la superficie lunar y me emocionaba al pensar que empezaba la Conquista del Espacio. Mis vacaciones futuras serán en Marte, les dije a todo el mundo. Me lo creí como todos en ese momento. Recuerdo que te compararon con Colón, si, con el amigo Cristóbal que con sus tres carabelas cruzó el océano y descubrió esta parte del planeta en la que vivo. Vos cruzaste el espacio sideral en la Apolo XI y te paraste en nuestro satélite natural. ¡Por Dios, qué hazaña! La de los dos, por supuesto. Claro que el amigo Colón, tiene en cada ciudad importante de América, una plaza que lleva su nombre y una estatua con su figura. En Europa también. Vos, Neil, que fuiste el primer hombre que puso sus pies sobre la superficie plateada de la Luna, ¡nada más y nada menos! ¿Dónde diablos tenés una plaza con tu nombre? ¡O una estatua que te inmortalice! ¿En tu ciudad natal, quizá?
¡No nos mientas más, Neil, jamás estuviste en la Luna! Ni vos ni ninguno de los astronautas de las Apolo que luego fueron hasta allí los primeros años de los 70, con vehículo lunar y todo. Nunca el hombre estuvo en ese lugar. Y esa frase maravillosa que dijiste la escribió el mejor guionista de Hollywood de aquél momento. Decí la verdad. Mira, te lo digo más claro; ¡al único que le creo es a Tom Hanks! Sí, a él, que con su Apolo XIII hizo los trescientos y pico de miles de kilómetros y cuando estaba ahí nomás, dijo: ¡Houston, tenemos un problema! y se volvió. Cómo no le voy a creer a un tipo que vivió, solo, cuatro años en una isla, nueve meses en un aeropuerto y encima tuvo sida y por eso se ganó un Oscar. Pero a vos , Neil, ¡no te creo nada!
Pero hay algo que te tengo que agradecer, si, aunque no lo puedas creer, porque gracias a esa mentira de la Luna y que no fue tu culpa, (porque te metieron en ese brete los de la NASA y te engañaron como a nosotros) a partir de esa fecha en la que se supone que vos... sarasa, sarasa... y mientras dabas saltitos en el desierto de Nevada, alguien tuvo la buena idea de crear ¡El día del amigo! ¡Es fantástico, no te parece! Los amigos, en esta fecha: 20 de julio de todos los años; se encuentran, se abrazan, se dicen cuánto se quieren, se besan, se emborrachan y se dan atracones fenomenales, ¡mejor imposible! Habría que levantarte un monumento sólo por eso, querido amigo, Neil, en todas las plazas del mundo, qué querés que te diga.
Nuevamente gracias, Neil. Saludo a todos mis amigos desde aquí con un gran abrazo y, a vos personalmente también; te considero un amigo de verdad y quiero que sepas que te quiero mucho, de aquí... a la Luna.

jueves, 9 de julio de 2009

Los pastelitos de Marita.

Ella sabe leer y escribir, y por supuesto sumar, restar y multiplicar. Muchísimo para una época dificil, de guerras y luchas por sobrevivir. Más para una mujer que para un hombre. Los hombres hacen el trabajo duro; se visten con algún uniforme, cuidan las vacas y ovejas, levantan paredes, cosechan. Las mujeres; cocinan, lavan y atienden a esos hombres y a sus hijos. Sólo las personas de las familias más pudientes tiene tiempo para instruírse. Pero Marita es distinta, a ella su madre española le enseñó cosas que las otras mujeres de su pueblo querido no pudieron aprender. Entonces Marita enseña, es la maestrita de los niños que quieran saber lo que ella sabe. Todos los que pueden, grandes y chicos, se acercan a su casa y la adoran porque les lee cosas que ni soñaban. Lo hace de libros que su mamá se trajo, allá por quién sabe qué año, de una España que ya les está quedando lejos a los que viven en esta tierra. Marita les cuenta a los niños y a veces a sus papás, que algo se esta gestando en la Casa Blanca donde se reunen los señores de galera y bastón. Los sabiondos del pueblo, como los llaman. Porque ella escucha, lee, se interesa. Y qué va a pasar, le preguntan a su maestrita querida, Algo que será histórico, les dice Marita.

El día llegó. Parece que es hoy, comentan en toda la colonia. Este día 9, en pleno invierno, será importante dicen muchos, quién sabe, dicen otros. Marita, mientras tanto, de algo tiene que vivir, no alcanza con las manzanas, huevos y a veces pollos que le dan sus pequeños alumnos por las clases que ella les brinda con tanto amor. Entonces, como sabe que frente a esa casa importante de su ciudad, Tucumán, se reunirá toda la población, decide freír pastelitos dulces; su madre también le enseñó a prepararlos. Bien dulces, con esos que ella prepara: de higos, batatas y algo muy sabroso que cocina con leche. Va a venderlos y eso la ayudará por un buen tiempo.

Ya todos están reunidos en la casa importante, frente a ella toda la gente también. Marita trabajó duro haciendo sus ricos pastelitos, y sale de su casa corriendo con un gran canasto de mimbre repleto con ese manjar, para venderlos. Llega y comienza con su anuncio a viva voz: A los pastelitos calientes... a los pastelitos calientes... Están que pelan, de recién hechos. En eso, pasa corriendo hacia la casa uno de los españoles de levita y sombrero de copa, Don Rodrigo, hombre respetado en la ciudad, un caballero el hombre, pero que no quiere que se lleve a cabo lo que se está decidiendo allí. Está apuradísimo y parece que con hambre, porque manotea a la pasada, uno de los pastelitos de la canasta de Marita, le arroja una moneda dorada ante el estupor de ella, sin darle tiempo a la mujer de una advertencia que debía decirle: ¡Están muy calientes todavía!
Le da un mordisco y ¡Mi Dios! el dulce que se desparrama en su paladar le quema hasta las entrañas. Pega un grito: ¡Ostia! Arroja el resto del pastelito al empedrado de la calle y se mete en la casa insultando a todos los santos de su lejana España. Un perro, muerde el pastelito tirado en el piso y sale disparado y aullando como alma que se la lleva el Diablo; hasta Santa María de los Buenos Ayres no parará.

Los hombres que harán historia ya han votado, van a firmar el decreto que cambiará la vida de los habitantes de esta tierra tan lejana en el sur. Don Rodrigo, con la lengua afuera, hinchada y roja como la de un papagayo, intenta hablarles para convencerlos de que sigan bajo el ala de España, porque piensa que no hay que tomar decisiones apresuradas. Poggg favggor... no, grrrr, no, fgiiirrrgggmeeennn nagggda, grrr. Egspagggnañaaa no grrr; tose: cof, cof; sigue: no logggg pergggmitigggra, ggrrgg. Los hombres lo miran sorprendidos y sin entender una palabra. Don Rodrigo tiene la lengua cada vez más hinchada, casi lo está ahogando, toma rápidamente una copa con un líquido incoloro que se encuentra arriba de una mesita y se lo manda como agua para aliviar el garguero. Pega un grito desgarrador arrojando la copa al suelo y se toma el cuello con las manos, desesperado. Uno de los hombres importantes comenta indignado: ¡Ha desperdiciado la mejor Ginebra que se puede conseguir por estos pagos!
Don Rodrigo sale como caballo al galope de la Casa Blanca, gritando como un marrano. Pasa ante Marita que lo mira asustadísima y un hombre al verlo comenta: Pobre Don Rodrigo, que habrá comido que le hizo tan mal. Marita, entonces, cambia inmediatamente el marketing de su venta: A los pastelitos tibios... a los pastelitos tibios...

Gritos de algarabía se escuchan dentro de la casa. La población espera con ansia el resultado de semejante alegría. Sale uno de los hombres de la casa y arrojando su sombrero de copa al aire, grita: ¡Se ha declarado la Independencia! ¡Es un día histórico, ciudadanos tucumanos!
Todos los hombres arrojan sus sombreros al cielo, las damas presentes se abrazan, aplauden y gritan: ¡Viva la Patria! Marita es rodeada por sus pequeños alumnos con admiración por ella: Usted lo sabía, maestrita querida... usted lo sabía. Ella está feliz como nunca, llora de alegría y les dice a sus chicos queridos: Me hubiera gustado ser parte importante de esto que pasó allí adentro, haber contribuído en algo en lo que hoy se logró. Y allí nomás, regala todos los pastelitos que le quedaban en el canasto.