martes, 9 de junio de 2009

Marina de Buenos Aires.

Los padres de Marina tuvieron que irse de la ciudad que tanto amaban, de repente, sin tiempo para ordenar sus cosas. Fue a fines de los 70, con lo puesto y con ella, que apenas tenía seis inocentes meses de vida, en brazos de su madre. Huyendo de un destino que ya estaba marcado en papeles con todo tipo de sellos oficiales. España los recibió y allí Marina se educó y creció.
Veintisiete años después de aquella vez, la joven mujer que aprendió todos los secretos de su lejano país de labios de sus padres y, de ese Buenos Aires tan misterioso para ella pero tan cerca de sus orígenes, decidió que era hora de saber el por qué del amor de ellos por su entrañable ciudad, cambiando un agosto de verano europeo, por el adorable frío del invierno porteño.

Apenas llegó a su ciudad natal quedó deslumbrada por todo lo que veía. Mucho más de lo que sus padres le habían contado. Buenos Aires había crecido como ella, sin parar. Descubrió un barrio más, nacido de las entrañas de un rio marrón: Puerto Madero. Quizá ahora sean 101 los barrios porteños, se dijo. El tango se metió en sus oídos llenos de zarzuelas, sevillanas y flamencos, cautivándola. Cosmopolita, bella, llena de luz y de sombras, amable su gente, todo lo que sabía de antemano pero más, esta ciudad comenzó a mostrarse con todo su esplendor para enamorarla aún mucho más.
Visitó el barrio de Belgrano, porque allí llegó un día a este mundo. Caminó por sus calles y tuvo añoranzas aunque no las haya transitado nunca antes. Todo era tal cual se lo habían dicho. Se sentó en un banco de la glorieta, allí mismo en las barrancas. Miró a la gente pasar; los niños, los paseadores de perros, los autos, observó el tren detenerse en la estación, imaginando a sus padres mil veces sentados en el mismo lugar, cuando de pronto, una joven la mira como si la conociera y se encamina resuelta hacia ella. Es de su misma edad; con decisión se para delante suyo sorprendiéndola con una enorme sonrisa de felicidad.
¡Marina! ¡Sos vos! Estás otra vez en Buenos Aires, qué alegría verte.
Marina, apenas esboza una sonrisa nerviosa creyendo que la han confundido con otra persona.
Perdón, pero creo que te habeis equivocado...
No, Marina, ¿no te acordás de mi?... La joven se queda esperando una respuesta que no llega de una mujer que la mira seria, sin entender.
Soy Andrea, me sentaba con vos en el cole desde que empezamos el jardín hasta el fin de la secundaria... Che, tanto no cambié; vos estás igual.
Ah, es que yo no estuve aquí desde...
Si ya sé, estoy tan feliz de encontrarte... Mirá, esta noche nos juntamos todas las chicas del colegio en un bar de Palermo, lo hacemos siempre, sabés, todos los meses y nunca pudimos saber dónde estabas para ubicarte, porque te fuiste a España con tus papás, ¿no?
Si, pero me he ido de muy pequeña y no os recuerdo...
Se te pegó el acento, Marina, me encanta... Cuando le cuente a las chicas que te encontré no lo van a poder creer, y está noche venís al bar por supuesto. ¡No me digas que no! Te paso a buscar con el auto, ¿dónde estás parando?

Marina llegó al bar con su nueva e inesperada amiga, y cuando todas la vieron fue una algarabía tan grande la que aconteció, que la joven decidió seguirles la corriente hasta poder explicarles que se habían equivocado de persona. Pero ella era la sorprendida en verdad, porque ninguna de las jóvenes tenía alguna duda de quién era.
Contaron mil anécdotas de la época del colegio de Belgrano dónde habían estudiado, y siempre Marina estaba involucrada. Ella las escuchaba y por momentos sentía que sí, que realmente las había vivido. Tuvo ráfagas de imágenes en su pensamiento sobre los hechos que escuchaba, y pensó que la cerveza comenzaba a jugarle una mala pasada. Se sentía bien de todos modos, a gusto. Creyó encariñarse de pronto de estas mujeres, supuestamente compañeras del cole, sintió que las quería desde siempre, como si las conociera de toda la vida. Ellas le hablaron de su noviecito del colegio secundario, sí, ese chico que nunca la pudo olvidar; Matías. Entonces, Marina se dio cuenta de que tenía que terminar con una farsa involuntaria para ella. Pero cómo decirles la verdad, contarles que ella jamás había estado en ese colegio, que nunca había recorrido las calles del barrio y ni siquiera de Buenos Aires. Que su morada de toda la vida quedaba allá lejos, en un lugar que posiblemente no conocían llamado Almería. No quiso desilucionarlas o no sabía cómo decírselos para que no la tomen como una estafadora. Tuvo miedo porque se sentía feliz de vivir algo parecido a un sueño. Sabía que esta sería y para siempre, una noche inolvidable, entonces decidió callar y llevarse consigo todo lo que el destino le había brindado.

Recostada en la cama de su hotel, Marina, todavía con una sonrisa, pensaba en la hermosa noche que una ciudad llena de magia le regaló, cuando sonó el timbre del teléfono. Lo llevó a su oído esperando escuchar alguna de las voces de sus nuevas amigas, pero no, era una voz que de pronto le resultó conocida.
Hola Marina... Soy Matías, ¿te acordás de mi? Perdón por molestarte a esta hora, pero las chicas me contaron que estabas acá y me dio una gran alegría... Me gustaría verte mañana... Tenemos tanto que contarnos, hablar, no se, nunca me olvidé de vos. Sé que pronto volvés a España pero antes de que lo hagas, tomemos un café ¿Si?

Marina no volvió a Almería. Hoy, después de tres años, tiene una vida con Matías, con sus compañeras del colegio, con la ciudad mágica que jamás la abandonó. Esta joven mujer que llegó un día para ver con sus ojos lo que le habían contado, supo que todo lo había vivido de verdad, proyectado por los sueños que sus padres tenían para ella. Y gracias a esos sueños, nunca dejo de ser, Marina de Buenos Aires.

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