domingo, 10 de enero de 2010

Mañana será ayer.

Ramiro puede pasar horas deleitándose con viejas películas realizadas ayer por hombres que hoy son maestros. Sobre todo: "La máquina del tiempo". Sí, esa misma con Rod Taylor que están pasando este sábado a la noche, por el canal de cable favorito de un cinéfilo a veces aburrido y bastante solitario. El timbre del teléfono que se atreve a sacarlo de su atención, es actual. No forma parte del sonido de la película, indudablemente.
Cómo me gustaría ser guionista para escribir historias así de ingeniosas, piensa Ramiro, mientras estira la mano para levantar el tubo del entrometido teléfono:
¡Si, Hola!... Ah... Lucía, sos vos, ¿qué pasa?... Pará, no grites... Claro, tenés que salir... Está bien es tu vida pero si querés que vaya a buscar a Dieguito decímelo bien... ¿Qué te pasa mujer?
Como le gustaría a Ramiro tener una máquina del tiempo igual a la de la película, y volver el tiempo atrás lo suficiente como para no haber conocido nunca a su ex esposa. Pero claro, está Dieguito, que entonces no hubiera nacido y eso no estaría bien. Mejor cargar con esta desgracia.
Espero que repitan esta película así termino de verla, se dice a sí mismo Ramiro, apagando el televisor para ir a buscar a su pequeño hijo de cinco años, cruel espectador de un clásico que no tuvo éxito: El matrimonio de Ramiro y Lucía.

¡Papi, me viniste a buscar! grita Diego colgándose del cuello de Ramiro.
Qué alegría le da a este chico cuando me ve, ¿no? Le dice entonces con ironía a su ex mujer, ¿será porque aquí la pasa mal?
No seas estúpido, y no vuelvas a decir esas cosas delante del niño, ¿querés?
Ramiro, tomando de la mano al pequeño, se aleja de la casa observando con curiosidad a Lucía:
Qué sexy te vestiste esta noche, ¿acaso tenés algo importante?
¿Y a vos qué te importa, o estás celoso?
¡Antes muerto! le dice Ramiro frunciendo el ceño y subiendo a su auto. Pone primera y con mil ideas en la cabeza como por ejemplo: contratar un asesino a sueldo, o comprarse un revólver y hacer un curso de tiro al blanco, o aprender a lanzar los cuchillos como lo hacen en el circo pero con mala puntería, se aleja calle abajo de esa casa que tiene que visitar cada tanto para buscar a su hijo.
¿Ya comiste, Dieguito? le pregunta al niño y, ante la esperada negativa del pequeño, resuelve lo de siempre: ¿Qué te parece si nos vamos a comer unas hamburguesas, con unas ricas papas fritas?

Atestado de adolescentes como cualquier sábado a la noche se encuentra el lugar. Combo uno, combo dos, tres o lo que sea pero a los empujones. Olor dulzón a papa frita salada, controversia de una cultura llegada de ese país adorado por Ramiro gracias a su cine. Bandeja en mano, con Dieguito prendido de su pantalón, hay que buscar un lugar para sentarse. Estos chicos que no se van nunca, ¿qué se quedan haciendo si ya comieron? deberían echarlos si seguro que consumieron lo más barato.
¿Se van chicos? buenísimo, gracias, vení Diego sentate acá...
Es increíble, se supone que la gente habla normalmente pero es un griterío. Ramiro cree que Diego con su cajita feliz está feliz, y es probable, pero es tan pequeño que quién puede asegurarlo. Aunque no lo reconozca, porque quizás esté mal, el sueño americano de Ramiro hace que él sí esté feliz. En una de esas, Cary Grant en alguna película apareció en un lugar como éste, o Marilyn, vaya a saber.
¿A ver qué trae adentro la cajita? le dice a su hijito que mete su manita en ella para sacar el preciado juguete, personaje de la última película de la Disney.
¡Mirá qué bonito! Ahora vamos a tener que ir al cine a... ¿Qué pasa ahí detrás?

Todos se sobresaltan sorprendidos por el bochinche y los gritos que vienen de la entrada al local.
¡Quietos todos! ¡Nadie se mueva! ¡Los de la caja pongan toda la plata en esta bolsa y mucho cuidado, porque al que intenta algo lo quemo!
Dos jóvenes nerviosos y con aparente inexperiencia, encañonan con sus armas a los desprevenidos adolescentes, niños y no tanto, que gritan asustados. Algunos se arrojan al suelo o se abrazan de miedo, mientras los improvisados ladrones, completamente excitados, amenazan con sus revólveres a los cajeros para que se apuren. Pero claro, esos lugares de comida rápida siempre tienen un guardia armado. Lo que se pretende es seguridad aunque a veces es peor el remedio que la enfermedad.
Un disparo, dos, tres, como los combo pero sin que nadie los pida. El guardia que cae herido, los jóvenes ladrones que huyen con menos botín del que esperaban y todos pidiendo urgente un médico para el hombre que yace en el piso.
Ramiro reacciona luego de unos segundos del incidente dirigiéndose a su hijo, que para su sorpresa, no está en el lugar donde disfrutaba de su cajita feliz. ¡Diego, Dieguito! ¿Dónde estás? Por el amor de Dios, mi hijito...
Debajo de la mesa está Dieguito. El balazo le dio en el medio del pecho, certero, letal. El fin del mundo para él y para Ramiro. ¡Dios... Dios... Dioooos!

Un domingo terrible, triste, con los amigos que se acercan con las palabras de siempre en estos casos, pero sin remedio. No hay remedio para la muerte, pero sí hay culpas; una verdadera tortura para un padre que cree que se equivocó. ¿Por qué, por qué tuvo que ocurrírsele llevar a Diego a ese lugar? Y Lucía que jamás se lo va a perdonar. Si lo odiaba, ahora lo maldecirá el resto de su vida.
Lunes en el cementerio. El último adiós a Dieguito y todos con un dolor incontenible. No hay consuelo ni lo habrá nunca. Lucía llora acompañada por su novio de turno, ése con el que salió esa fatídica noche, esa maldita ocurrencia de esa maldita noche. Ramiro que quiere estar solo con su dolor, con ese sentimiento de culpa absurda que no merece.

Los días pasan lentos; cada segundo dura dos; el martes, el miércoles, el jueves, el viernes. En vez de cuatro días parecen ocho. Ramiro no come, no duerme, mira el techo desde su cama, lugar que ha hecho su morada porque de allí no se mueve. No va a trabajar, no atiende los llamados, no quiere hablar con nadie; sólo con el mismo. Te odio, Dios. Te odio y odio los días que pasan. Mañana es sábado y yo quisiera que no lo sea...
El tiempo es irreversible, si hoy es viernes mañana será sábado; siempre será así.
Ramiro cierra los ojos que miran el techo de su dormitorio como si en el mundo no hubiera otra cosa. Mañana será... Mañana será jueves... Mañana cuando despierte será jueves, yo lo sé, lo sé... Y por fin, después de varios días de insomnio, se duerme.

Se despierta después de diez horas. Está mejor. Dormir le hizo bien. Se prepara un café bien negro. El pan está duro pero perfecto para unas tostadas. Suena el teléfono y prefiere no contestarlo; su propia voz en el contestador dice que deje su mensaje.
Hola Ramiro... La voz es de un compañero de trabajo. ¿Estás allí?... Por favor, contestame. Todos en el trabajo queremos saber como estás. Además, acordate que hoy jueves almorzamos todos juntos. Te va a venir bien, ¡dale, Ramiro! ¿Estás allí?
Este mensaje ya lo escuchó. Sí, seguro que ya lo escuchó. Entonces... Entonces es jueves.
Ramiro enciende la radio, el televisor, sale a comprar el periódico; todo lo que pueda confirmarle que es jueves. Es jueves. Sólo hay que esperar a que el día pase y esperar la noche, cerrar los ojos y decir: Mañana será miércoles... Mañana será miércoles...
Volvió a dormir, y al despertar, Ramiro sabe que es miércoles, y no le importa pasarse el día mirando ese techo porque cuando llegue la noche cerrará los ojos y repetirá su deseo: Mañana será martes...

Abre los ojos con la luz del sol que se cuela por la persiana entreabierta y Ramiro ya sabe que es martes. Lo está logrando. No tiene una máquina del tiempo como la de la película pero él sabe que lo está logrando. Ahora resta esperar a que pase el día, con los mismos sonidos que el martes que ya vivió, con los mensajes dejados en el contestador que no atenderá y esperar nuevamente la noche, y cuando ésta llegue, cerrar los ojos y repetir varias veces hasta quedarse dormido, Mañana será lunes... Sí, mañana será lunes...
Despierta, es lunes. Ramiro se levanta y va al velatorio de su querido Dieguito y él está allí en el blanco y pequeño ataúd. Su cuerpecito dormido como un ángel se despide de todos. Luego el cementerio, el adiós, los pésames ya vividos y la esperanza de Ramiro porque está seguro de que mañana será domingo.

Los insultos de Lucía en el peor domingo de su vida no son como ese domingo ya pasado para él, pero nuevo para todos. Lo soportará todo nuevamente, hasta el dolor de ver a su hijo en ese pequeño ataúd. Para Ramiro ya falta poco, sólo unas horas más. Acepta los pésames, los abrazos de sus amigos, las acusaciones de su ex esposa; hasta el hombre que la acompaña intenta hacerlo sentir culpable y lo soporta también.
Antes de las doce de la noche de ese domingo, inventa una excusa para alejarse del velatorio y llegarse hasta su casa. Ramiro se acuesta en su cama mirando ese techo de siempre y lentamente cierra los ojos diciendo su último deseo, Mañana será sábado... Mañana será sábado... Se duerme.
El café humeante, las tostadas con manteca y dulce, el periódico que lo confirma, este sábado no será como otros, no será como aquel porque Ramiro éste sábado a la noche cambiará la historia. Hoy, Ramiro hará todo lo que ya hizo hasta la noche.

"La máquina del tiempo", ese clásico del cine amado por él ya está en la pantalla de su televisor. Rod Taylor viajando en esa extraña máquina lo vuelve a cautivar. Mientras, espera el sonido del teléfono que interrumpirá la película para que este padre desesperado termine su viaje al pasado.
Esta parte no la vi, estoy seguro de que no la vi... El teléfono sigue mudo, sin vida, parecería que no piensa interrumpir nada, ni siquiera a Rod Taylor. Ramiro comienza a preocuparse. ¿Lo habré soñado? se pregunta. No, no lo soñé, sé que no lo soñé.
Toma el teléfono y marca el número de su odiada Lucía. Espera... Una voz de mujer le atiende. No la reconoce.
Hola, soy Ramiro ¿Puedo hablar con Dieguito?... Cómo que allí no vive ning... Con Diego mi hijo... ¿Quién habla? Por favor deme con Lucía... Le cortan el llamado. Ramiro toma rápidamente la llave de su auto y sale para la casa de su ex esposa. Conteniendo la respiración espera expectante a que le abran la puerta de la casa que alguna vez fue suya. A la mujer que se asoma, jamás la había visto. Ramiro supone que debe ser una nueva amiga de Lucía.
Buenas noches... Le dice tratando de mantener la calma. Soy el padre de Dieguito y quisiera verlo, por favor, ¿Está Lucía?
Me temo que está equivocado señor, aquí no vive nadie que se llame Lucía, ni tampoco ¿Dieguito me dijo? Le dice la mujer muy segura de si misma.
Ramiro siente que algo no está funcionando bien, no puede ser que Lucía se niegue a atenderlo; si bien es cierto que lo odia jamás se negó a hacerlo. Después de todo, es el padre de su hijo. Insiste. Le cierran la puerta en la cara. Corre a su auto, lo pone en marcha y lo más rápidamente posible, sin respetar semáforos, se dirige hacia ese restaurante de comida rápida en el que empezó su tortura.
Allí está. Se baja del vehículo y vuela hasta la puerta de entrada. Se escuchan los tiros, gritos, alaridos. Los dos ladrones salen del local disparados hacia la noche huyendo con su pequeño botín. Ramiro desesperado entra al local sintiendo que llegó tarde, que no es justo, él hizo retroceder el tiempo, tiene que cambiar esta historia, el destino no puede jugarle esta mala pasada.

El guardia herido, la confusión, los gritos, todo igual a aquella noche. Ramiro corre a la mesa donde se encontraba con Dieguito. El amontonamiento de adolescentes confirma que hay alguien herido. Permiso... Permiso por favor... Al borde del llanto el hombre se abre paso. Llega y lo ve.
No tiene más de 17 o 18 años y toda una vida por delante. Bañado en sangre su pecho; los ojos vidriosos que ya no pueden ver el futuro. Su cuerpo no siente los brazos de la joven que lo rodean con un lamento lleno de angustia, Yo tuve la culpa, yo, él no quería venir, sólo quería ver una película por televisión y le insistí para venir aquí... ¿Por qué, por qué, Dios mío, por qué?
Y Ramiro que lo entiende todo. El odio hacia Lucía, el maldito odio por esa mujer que le acortó la vida con su obsesiva insistencia por unas hamburguesas con papas fritas ese sábado a la noche.

Ramiro, desde su muerte, viajó al futuro para saber como sería su vida con esa joven que llora desesperada y, que después de darle un hijo, lloraría más angustiada aún por la separación que ya estaba cantada, porque no sólo el amor lo pudo todo, sino también el odio que empezó esa fatídica noche. Ramiro de pronto se da cuenta de que la vida siempre tiene un futuro, aunque quede trunca. Y que ese futuro puede ser distinto.
Pero entonces... Entonces Dieguito nunca nació... Se repite a sí mismo saliendo del local, alejándose de su pasado, de su final.

La ambulancia llega ruidosa para llevarse el cuerpo sin vida del joven, su propio cuerpo adolescente. Y Lucía que se odiará a sí misma por el resto de sus días, porque se siente culpable. Su amado, Ramiro, sólo quería ver televisión en su casa. Ahora él siente pena por ella, ya no la odia. Sabe qué significa ese dolor. Casi no recordaba lo bella que era, su cara aniñada, su piel suave, sus ojos penetrantes y enigmáticos, esos labios que tantas veces besó. Y ahora la tiene otra vez frente a él y la ama; la ama como hasta el momento de ese disparo que le cambió el sentimiento.
Perdóname por odiarte tanto, no fue tu culpa, te lo juro, yo sé que no fue tu culpa... Ahora lo sé... Te prometo que nada será igual... Te lo prometo...
La joven no lo ve, no lo escucha. Sólo quiere subir a esa ambulancia e irse con ese joven que ama, esperanzada por un milagro si es que existe.

Ramiro mira el techo desde su cama como lo hizo durante tanto tiempo, casi sin verlo. Es gris, pero era blanco, el tiempo lo hizo gris, el tiempo que siempre pasa y yo no quiero que pase más... Mañana... Mañana... Se duerme.

Ramiro... Ramiro despertate, dormiste casi todo el día... Es sábado... Vamos, tenés un llamado en el teléfono...
Esa voz le resulta familiar, la escuchó siempre. Mamá... Se sorprende al verla... ¿Qué hora es?
Es tarde, levantate, Lucía está en el teléfono...
Hola... Sí... Estaba soñando con vos... ¿En serio esta noche dan "La máquina del tiempo"? ¡Qué bueno! La vemos en mi casa. Le digo a mamá que nos prepare algo rico para comer... ¡No! ¿Para qué vamos a ir a comer ahí? Si nadie hace las hamburguesas como mi mamá.







4 comentarios:

  1. Jorge Gómez Monroy11 de enero de 2010, 11:43

    Muy bueno, Ricardo. Me ha gustado mucho. Un abrazo. Jorge

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  2. Es con mucho lo mejor, me has tenido con la intriga, con Diego, con Lucia, eres bueno creando escenarios e intriga.

    Hay un libro de la editorial alfagura que me ha recordado, "la maldicion del brujo leopardo", lo lei de adolescente y ahora leyendo tu historia, no solo he intentado arropar a ramiro en su dolor, sino que me has recordado esa edad en la que leer era descubrir el mundo por los ojos de otro.

    Gracias

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  3. Es excelente! Es excelente!Qué buen cuento!Muy bien narrado, muy buen la dosis de suspenso.Espectacular la trama! Qué bueno!Un placer leerlo!
    Graciela

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