lunes, 17 de mayo de 2010

El caso XXX.

Dejé mi despacho camino al snack bar de siempre y con los problemas de siempre. Con céntimos en el bolsillo, deudas en mi escritorio, ni un caso por resolver. Es preocupante la falta de trabajo en esta época; no hay criminales que atrapar, ni marido infiel que vigilar, ni mujer con doble vida. No se adónde vamos a ir a parar en este país.
Me senté en el taburete habitual a la barra del snack y pedí también lo de siempre: Hamburguesa doble, patatas fritas y cerveza. No soy un hombre con muchas ideas a la hora de comer. En realidad, creo que no soy un hombre con muchas ideas. Charlie, el barman, anota lo que consumo y si Dios quiere, le pago. Parece que nunca quiere.
Se presentaba un día como todos: sin sorpresas, rutinario, cuando de pronto y de la nada esa despampanante pelirroja se sentó a mi lado. Problemas, pensé. Cuando juego al colorado en la ruleta, sale el negro... Y viceversa.

Quiero contratar sus servicios, me dijo. Cambió mi suerte pensé. Por supuesto que le dije que contara conmigo, sin saber qué debería hacer, pero no sería raro que fuera una mujer despechada y mi trabajo consistiría en vigilar a su marido que...
Quiero que mate a mi marido, me dijo así nomás y de repente.
Cuando salimos del hospital, porque me atraganté con la hamburguesa ¡y para colmo doble! le dije a la pelirroja, bueno, en realidad yo no hago ese trabajo porque no soy un asesino a sueldo y... El 30% del dinero de mi marido será para usted, me interrumpió.
Si claro, pero creo que se equivocó, yo no soy la persona que usted necesita y...
Treinta millones de dólares es la fortuna de mi marido, me volvió a interrumpir.
Cuando volvimos a salir del hospital en donde me entabillaron la nariz después de caer de bruces a la vereda mientras calculaba mentalmente el 30% de semejante cifra, pasamos por el snack bar y desde la puerta le grite a Charlie: ¡Dentro de unos días te pagaré todo lo que te debo! ¡Y con una suculenta propina!
¡Gracias a Dios! Me dijo. Miré a la pelirroja y pensé, gracias al diablo.

Luego en mi despacho me contó los motivos sobre por qué quería que muriera el tipo, y fueron más o menos así: Resulta que ella le fue infiel; típico, semejante mujer, bueno, la cosa es que su amante filmó una escena entre ellos de... Ustedes saben... No se como decirlo... Sexo ¿me entienden? Y parece que el marido descubrió la película en la mesa de luz de mi volouptuosa cliente y le aseguró que la desheredaría.
¡En la mesa de luz! Le dije asombrado, ¡cómo va a tener la película en la mesa de luz, mujer! Ok, dos cosas, tengo que conocerla mejor a usted y dejeme ver esa peli para comprender más el caso. Y luego, satisfecho por fin, me fui a casa. Aclaro que nunca hago el amor en mi casa, a veces está mi pequeño hijo, que vive con su mamá, y... Ustedes comprenderán, no queda bien. En realidad, desde que mi ex mujer me dejó, rara vez hago el amor.
Por suerte tengo el proyector de Super 8 que alquilé para el cumpleaños de mi pequeño, y que nunca devolví. Me preparé un sandwich, una cerveza bien fría y me acomodé en el único sillón que tengo para ver la prueba del delito. Después de verla 37 veces y cuando amanecía, me quedé dormido.

Mi Luger, que le quité a un alemán muerto en Dresden, está impecable. Desde que ese pobre soldado alemán la usó en la guerra, solo una vez fue disparada. Es que yo no mato ni una mosca y afortunadamente nunca tuve que usarla contra nadie, salvo una vez que le disparé a un gato que aullaba en mi ventana y el condenado no me dejó dormir por una semana. Se lo merecía.
Planeé el momento en que liquidaría al tipo, minuciosamente. Lo sorprendería a la salida del sauna al que va tres noches por semana para hacerse masajes revitalizadores. Me escondí detrás de un buzón esperando el momento. Lo vi salir... Solo... Dobló hacía donde yo lo esperaba escondido con la Luger lista. Pasó delante mío muy rápido... En silla de ruedas.
Se me cayó el alma a los pies; y la Luger. ¡Pobre tipo! ¡A la pelirroja debería matar! Guardé el arma en mi chaqueta y me fui a casa. Maldita mi suerte; esa noche me emborracharía.

La pelirroja, a la mañana siguiente irrumpió en mi despacho furiosa. Hacía tiempo que no veía una mujer en ese estado; la última vez había sido a mi ex mujer después de ver un cabello rubio en mi abrigo. El suyo es azabache. Nunca me creyó que viajar en el metro, apretado, a las ocho de la mañana, produce cosas como esa.
Le dije que se buscara otro asesino para liquidar a su esposo, además, que debería avergonzarse por haber engañado a un hombre con su condición. Le devolví la película asegurándole que había visto mejores y que no me importaba el dinero que me prometió. Por Dios nunca mentí tanto en mi vida. Se fue por donde vino, no sin antes decirme casi a centímetros de mi cara: Estúpido engreído, a mi marido en la cama, no le llegas ni a los talones. Estuve a punto de usar mi Luger... Para suicidarme.

Sentado en el taburete de siempre con una taza de café, negro y humeante, no me anime a mirar a los ojos a Charlie, el barman. Cómo decirle que no le voy a pagar. En realidad no necesito decírselo; lo sabe. Nadie me conoce como él después de años de no resolver un caso.
Ok, Charlie, anótalo, le dije y me apresté a volver a mi oficina cuando de pronto entró al snack bar, en su silla de ruedas, el marido de la pelirroja. Me paralicé cuando el tipo se dirijió a mi con sus ojos negros clavados en los mios y sin bajar la vista.
Quiero contratar sus servicios, me dijo.
Si, ya sé, no me diga nada, mis honorarios serán el 30% de su fortuna por matar a su esposa. ¡Charlie!

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