lunes, 12 de septiembre de 2011

La dama en la ventana.

La foto que ilustra este cuento no fue tomada por mí.

Me levanté casi al mediodía aquel día que cambiaría mi vida; con resaca después de quedarme hasta tarde bebiendo la última botella de whisky que me quedaba. La cabeza me dolía terriblemente, pero no lo suficiente como para no poder leer el contenido de un sobre que alguien deslizó por debajo de la puerta de mi despacho, que es además el lugar en el que vivo. Mi economía no daba para más; hacía un tiempo largo ya que mi billetera sufría de soledad. La nota hablaba de un nuevo trabajo, pero seguramente también de un sin fin de problemas. El whisky de la noche anterior había sido mi cena aunque sólo alimentara mis ratones; no podía rechazar esa propuesta.

“Mister Flynn, he estado llamándolo sin suerte por eso me he llegado hasta su oficina; pero sigo sin suerte. Le ruego se acerque a mi mansión. Necesito contratar sus servicios urgentemente. Miss Lauren Monroe.” Al final de la nota dejó su dirección. Esta mujer no es otra que la actriz de Hollywood más despampanante que existe; por lo menos para mí que e visto una y otra vez sus películas. Si me excitaba al verla en la pantalla, no quería pensar cuando la tuviera enfrente, y eso era algo que no hubiera querido que suceda. Me conozco muy bien, soy capaz de perder la cabeza por una mujer como ella, lo cual no estaba mal con lo que me dolía esa mañana.

Cuatro cafés más negros que el luto con unos huevos revueltos, tostadas y dos aspirinas, es lo que me sugirió Charlie, el barman del snack de la esquina de mi oficina-house, para despejarme y afrontar a la Monroe firme como una estaca. Ve con fe y triunfa, me dijo antes de irme; claro, es tanto lo que le debo que no ve la hora de que resuelva un caso.

Mi Plymouth me condujo casi solo hacia las colinas de Los Ángeles donde viven todas las estrellas del cinema; es que me gusta pasearme por allí de vez en cuando, imaginando vivir en una de esas mansiones con piscinas de agua fresca y rodeado de rubias que me dan de comer en la boca. Desde que era un bebé que no me ocurre algo así; me refiero a lo de darme de comer en la boca; mi madre era pelirroja.

Pase usted, me dijo el ama de llaves, una mujer con cara de malvada como la de Bette Davis. La señora lo espera en su cuarto, es arriba, por esa escalera. Le di mi sombrero dándole las gracias y subí. Numerosas pinturas decoraban la casa; se me ocurrió que si eran originales, las que estuvieran en los museos serían falsas o viceversa; me quedé con esto último. La puerta de su cuarto estaba abierta. Entré… Y casi me desmayo: la Monroe, la mujer más sexy del cine, estaba parada de espalda junto a la ventana y el contraluz dejaba ver su perfecta figura casi desnuda, tal cual aparecía en su última película candidata al Oscar: “La dama en la ventana”. Gracias al cielo no tuve un orgasmo repentino que me hubiera puesto en ridículo.

Mister Flynn, tiene que ayudarme a ganar el Oscar, me dijo sin darse vuelta. Perdón, Miss Lauren, creo que se equivocó de persona, yo no tengo ni voz ni voto en la Academia, es más, en la última elección a presidente no voté, estaba enredado con una morena republicana que…Dio media vuelta, se me acercó hasta sentir su perfume que me embriagó más que la cerveza de la noche anterior y, mirándome con sus ojazos azules directos a los míos, me dijo: De eso se trata, de un miembro de la Academia que está enredado con mi mayor competidora, Marilyn Russel… Lo envidio, le dije, pero qué quiere que haga… Acercando sus pechos voluminosos a mi pecho chato como una tabla de lavar, me dijo muy suelta de cuerpo: Quiero que lo rapte para que no pueda votar ni influir en los demás jurados… Mire, Miss, yo no me dedico a hacer esa clase de trabajos, sólo soy un detective privado, le dije, sintiendo que mi billetera, en el bolsillo interno de mi chaqueta, le daba un pellizco a mi tetilla izquierda.

Mi Plymouth conoce el camino de regreso mejor que yo. Encendí un cigarrillo, le di una larga chupada, eché el humo fuera del carro, y pegué un grito de alegría: ¡Charlie! ¡Allí voy a pagarte lo que te debo! Doscientos dólares por día más gastos, le había dicho a la Monroe. Me pagó una semana por adelantado con un extra: Se entregó a mí. A mí, que soñé tanto con ese momento al verla en el cine. Pero debo reconocer que mi euforia fue por los mil cuatrocientos dólares en mi billetera; lo otro sólo me hizo acordar a mi primera vez, de adolescente, en el granero de la granja de mi padre en Kentucky, con una oveja. Es verdad eso de que lo bueno sólo ocurre en las películas.

El tipo es un conocido productor de Hollywood llamado John Tucson; hombre influyente en el mundo del cine además de millonario, extravagante, rodeado de jóvenes apetecibles aspirantes a estrellas y… Por esa razón empecé a odiarlo; no sólo lo raptaría sino que le metería una bala en los testículos.

Luego de pagarle a Charlie parte de la deuda y comerme una suculenta hamburguesa con patatas fritas, además de comprar otra botella de whisky para la medianoche, me dirigí hacia la mansión de Tucson. Tenía que vigilarlo y encontrar el momento adecuado para raptarlo sin despertar sospechas. Es un tipo muy influyente y seguramente toda la poli de LA lo buscaría por cielo y tierra. Pero, valía la pena el riesgo, serían dos semanas de trabajo y dos mil ochocientos grandes; una fortuna para mi y varias noches de borracheras para olvidarme de mis problemas. Estacioné cerca de su casa; la noche era muy cerrada lo que me ayudó a acercarme sigilosamente. De pronto, los faros de un auto acercándose me obligaron a ocultarme tras una cerca. El Ford estacionó al frente de la mansión de Tucson. Descendió un hombre, apenas lograba ver su silueta desde mi escondite, y se dirigió a la puerta golpeándola con sus nudillos muy suavemente. La puerta se abrió y me pareció ver que quien lo recibía era una mujer. Quizá haya una fiesta privada, pensé. Me acerqué hasta el ventanal del frente para ver que sucedía dentro de la casa y… Casi salgo corriendo a buscar un teléfono para llamar a los cronistas de espectáculos más picantes de Hollywood. Pero no quise arruinarle el prestigio al pobre de Tucson, no me pagaban para eso.

Tucson, vestido con ropa de mujer a pesar de sus piernas peludas y su incipiente bigote, besaba apasionadamente al hombre recién llegado que no era otro que Harry Valentino, apodado “el Gaucho”, un actor latino amado por millones de mujeres por su hombría y porte de seductor. ¡Si supieran! Con más razón pienso ahora que todo lo que se ve en el cine no es la pura realidad. Me alejé de allí dándome cuenta de que no valía la pena secuestrar al hombre; no sería un problema para Miss Monroe; seguramente su supuesto romance con Marilyn Russel era sólo cosa de la prensa sensacionalista. Casi estaba por abordar mi auto cuando estacionó otro auto frente a la mansión del famoso productor. Esta vez descendió una mujer, golpeó la puerta muy suavemente, le abrieron y entró a la casa rápidamente. Parece que habrá una fiesta de verdad, me dije en voz alta. Dos disparos me contestaron.

Tucson y Valentino, “el Gaucho”, murieron de dos certeros disparos en el pecho. Atrapé a la dama que los mató cuando salió corriendo de la casa intentando huir. Nada menos que Miss Marilyn Russel. Se quedó paralizada cuando me vio apuntándole a la cabeza con mi Luger. No intentó nada. Luego confesó ante la poli que tenía sospechas del romance entre estos dos hombres y decidió matarlos porque se sintió humillada por Tucson, al que amaba con locura. Miss Monroe tenía razón, y ahora, sin que yo tuviera que hacer nada, su carrera al Oscar estaba asegurada. Mi preocupación fue que no podría cobrarle los mil cuatrocientos dólares que faltaban; el caso se resolvió en un santiamén. Aunque, para mí, había algo que no cerraba en todo esto.

Al otro día, después de levantarme otra vez con dolor de cabeza por el whisky que me había tomado hasta quedarme dormido, desayuné en lo de Charlie con más cafés negros encima que la familia de los dos muertos, y salí para lo de Miss Lauren Monroe. Tenía una corazonada.

Allí estaba, la Dama en la ventana, esperándome traslúcida por el sol con toda su magnífica desnudez que yo ya había probado. Mister Flynn, me dijo esta vez de una forma para nada sensual, creo que ya no tiene nada que hacer por acá, todo ha terminado con dos lamentables asesinatos y una mujer despechada, presa… Sí, Miss Lauren, es verdad, pero falta algo, le dije con firmeza… ¿Su dinero? ¿Quiere algo más, acaso? Me dijo casi furiosa. No, Miss Lauren, la quiero a usted en la cárcel por autora intelectual del crimen.

La Monroe sabía del romance de Tucson con “el Gaucho”, ¿cómo la sabía? Simplemente porque ella también era una mujer despechada y se sabe que una mujer así es capaz de cualquier cosa. Había pasado un par de noches con Valentino lo que la había enamorado de este latino nacido en Arizona, esto lo supe al leer el expediente de su muerte. Descubrió el romance de Valentino con Tucson que a la vez era el amante de la Russel. Me usó a mí para vigilarlo mientras le hacía saber a la Russel de lo que estaba pasando entre los dos hombres, imaginando de lo que sería capaz esta mujer con fuerte carácter; nada menos que matarlos a ambos. Justo yo estaba ahí para ver todo lo que pasaba y atrapar a la asesina con las manos en la masa. Y listo, el camino libre y la Academia a sus pies.

En algo me equivoqué; una de mis sospechas con respecto a las pinturas en la mansión de la Monroe no fue acertada. Eran originales. La que elegí, un Picasso, como pago por no delatarla, la vendí en una verdadera fortuna en el mercado negro y, aquí estoy, en Miami, gozando de unas merecidas vacaciones con dos rubias despampanantes que me dan de comer en la boca, y que para nada me hacen acordar a la oveja que fue mi primer amor en el granero de mi padre en Kentucky.

Anoche, en el radio del hotel, escuché en directo la ceremonia de los Oscar. Fue muy emocionante oír: La ganadora del Oscar a mejor actriz principal, es… ¡Loretta Young!

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