miércoles, 11 de enero de 2012

La dama del piano.


¿Escuchaste? Anoche, ¿lo escuchaste? No dormí nada del miedo. Estuve casi sin respirar bajo las sábanas. Josefa, tenemos que decírselo a mamá y papá.
Pero, hermana, ¿otra vez? ¡Cuántas veces se lo dijimos y no nos creen! Ni siquiera escuchan lo que nosotras escuchamos tan clarito.
Me quiero mudar de esta casa, no voy a dormir más en mi vida si seguimos acá.
Entonces, María, tenemos que hacer algo.
Qué.
Esta noche vayamos a la sala en punta de pies, sin hacer ruido, y sorprendamos al que toca el piano.
¡Josefa, estás loca! Para mí es un fantasma.
Hermanita, no existen los fantasmas, debe ser alguien que se mete en la casa porque le gusta tocar el piano.
¡Peor! Mirá si es un ladrón y nos mata.
No puede ser un ladrón, si nunca robó nada. Es alguien a quien le gusta la música, nada más.
No sé, me da miedo.

¡Ssshh! María, quitate esas pantuflas que hacen ruido.
Si estoy descalza.
¿Y qué es ese ruido?
Mis dientes.
¡Por Dios, María! Escuchá… Está tocando: “Para Elisa.”
Sí, es la que toca mamá a veces… Entonces es ella… Pero qué tontas somos. Toca el piano de noche porque seguramente está más tranquila.
No, no, María, no puede ser mamá porque...
Corramos a sorprenderla… Mamá, mamá… ¿Qué hacés tocando el piano a esta hor…?
¡Aaaaaaaaaaaa!

A ver, Josefa, qué es todo este escándalo. Qué hacés levantada a medianoche y gritando por los pasillos. Vas a despertar a todas.
Es que fuimos a ver a la que toca el piano en la sala y, María se asustó y salió corriendo a esconderse en el dormitorio.
Otra vez con lo mismo, Josefa...
¿Qué pasa ahí abajo con tanto grito?
Nada, Ricardo, Josefa se asustó de una cucaracha, seguí durmiendo.
¡Ah! Mañana haceme acordar que llame al fumigador.
Bueno, empecemos de nuevo… Por qué gritaste.
Yo no grité, fue María.
¿María? Vos sabés que María...
Sí, es que vimos a la mujer tocando el piano en la sala. Tocaba: “Para Elisa.”
En la sala… El piano.
Sí, la vimos.
¿Qué piano?

Josefa, yo esta noche duermo con vos… Haceme un lugar.
No hace falta que me lo digas, acostate. Sabés, aquí nunca hubo un piano, ni hay. Me lo dijeron recién.
No puede ser, si a mamá le gusta tocar y…
Mamá nunca tocó el piano, María.
¡No me mientas! Yo sé que lo hacía. La escuché y la vi muchas veces.
Ella murió cuando eras un bebé, jamás la viste tocar el piano, ni podés recordarla.
Pero, esta noche la vimos, tocaba… Tengo mucho miedo, Josefa. Voy a llorar.
Yo he llorado muchas veces desde que ella y papá murieron en ese accidente. A los cuatro años de edad entendía todo, no me lo pudieron ocultar. ¡Ssshh…Escuchá! La dama del piano está tocando otra vez.
Sí… Entonces, ¿quién es esa mujer que vimos en la sala?
Es alguien que vimos, pero vos y yo sabemos que no hay piano en esta casa.
Josefa, ¿recordás a mamá después de tanto tiempo? Quizás es el fantasma de ella.
No, María, no la recuerdo muy bien, hace sesenta y ocho años que murió, yo era muy pequeña.
A mi me parece que esa dama que vimos tocando es igual a la de la foto que guardás en tu mesa de luz. Aunque está un poco ajada.
Sí, a mí también me pareció, pero esa foto es mía de cuando era muy joven.
¡Entonces, Josefa! La dama del piano quizás sea la abuela… Escuchá, qué lindo toca… Es un vals… “Olas que al pasar, tarararararararara…”

Silencio, a dormir, se apagarán las luces del pasillo en un minuto. Qué descansen.

María…
Decime, hermana.
La que tocaba el piano en casa no era la abuela, era yo, ¿te acordás cuando éramos niñas?
Sí, Josefa, gracias por volver a tocarlo para mí. Ahora me siento mejor. Qué descanses, hermanita.
Dulces sueños, María.

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