jueves, 5 de abril de 2012

Lo de Poncho no es cuento.


La foto que ilustra este cuento es de archivo.

-Che, gallego, otro cortadito...
Los cuatro jóvenes que acostumbran a encontrarse en una mesa del café de mitad de cuadra de algún lugar del barrio de Victoria, de pronto se preguntan lo que nunca se preguntan:
-Che, siempre veo esa placa ahí arriba y nunca se me dio por saber qué significa.
-¿Qué placa?
-Esa que está ahí arriba del ángulo de la ventana.
-Ah, es verdad, ni me había dado cuenta..., a ver que dice: “En este lugar se hizo más grande un grande: Poncho.”
-¿Qué habrá pasado en este café de mala muerte para que se haga grande alguien?
-Perdón que los interrumpa, pibes, pero conozco la historia y se las puedo contar, si me permiten y con el mayor respeto.

Un hombre, ya no tan joven, sentado a un par de mesas de los jóvenes que sí lo son, se dirige a ellos con total convicción sobre el significado de esa placa que allí está, pero que a veces parece que nadie ve. Es como una simple parte de la escenografía del café y nada más. Los cuatro muchachos, sorprendidos por la interrupción, se miran entre ellos y…, bueno, está bien, cuente nomás.

“En este café no pasó nada importante -comienza el hombre su relato- pero sí pasó antes de que existiera. Hace muchos años en toda la manzana había una cancha de fútbol del club ya desaparecido: Los Pibes de Victoria. Con una tribuna para no más de cien personas, un cartel grande con el nombre del club y debajo una frase: “Con el Victoria siempre a la victoria.” Pero nunca se lograba otra cosa que ganar de vez en cuando algún partido. El campeonato zonal lo ganaba casi siempre: La Pasión de San Fernando, además de tener de hijos a Los Pibes de Victoria, que tenían que hacer un esfuerzo tremendo para recordar cuando había sido la última vez que los vencieran.
A esta altura, los cuatro muchachos de la mesa, al hablarles el hombre de fútbol, comienzan a interesarse por el relato; se acomodan en sus sillas, y lo dejan seguir con la historia no sin antes pedir cuatro cafés más y un vermucito para éste señor que peina canas.

“Hace unos 40 años, por primera vez en la historia, el club llegó a la última fecha del campeonato barrial a un punto de La Pasión de San Fernando, y justo en esa última fecha se enfrentaban para cerrar el título que seguramente ganarían los de siempre. Para Los Pibes de Victoria era un sueño vencerlos, por eso se jugarían el todo por el todo. En el equipo jugaba un tal Poncho, sí, porque nadie se acordaba jamás de su nombre, para todos era Poncho, el pibe que llegaba siempre del barrio de Tigre. Decir que jugaba también es un decir, porque en todo el año no había pisado el césped ni una vez. Bueno, lo del césped también es un decir, porque en esa época, en cualquier cancha brillaba por su ausencia; todo era pura tierra y ni que hablar del barro cuando llovía.
El día de la gran final la tribuna de cien personas crujía por el peso porque más del doble de aficionados se instalaron allí. En todo el resto del perímetro de la cancha no cabía un alfiler. Fue una conmoción la que se generó en todo el barrio de Victoria por este partido que se había convertido en una esperanza vecinal. Hasta el cura de la iglesia del barrio llegó con la imagen de la Virgencita de Luján para bendecir el campo de antemano. 
Los equipos salieron a la cancha con los que siempre jugaban de titulares; Poncho, por supuesto, fue al banco de suplentes como todo el año. El partido comenzó y a medida que pasaban los minutos se iba haciendo más áspero, durísimo. Por suerte para Los Pibes de Victoria la puntería de sus rivales era muy mala esa tarde, porque los 10 jugadores de campo, vivían en su área y no había manera de sacarlos de ahí para atacarlos. Terminó el primer tiempo 0 a 0, lo cual era un triunfo para el Victoria, pero mentiroso, porque los de San Fernando salían campeones con el empate por estar un punto arriba. Claro, por esa razón, en el segundo tiempo, le entregaron la pelota a los de Victoria y se dedicaron a aguantar el empate con total tranquilidad porque no había caso, que les hicieran un gol era una misión imposible de lograr. Faltaba un minuto más el descuento para el final, la hinchada de San Fernando ya festejaba el título y…, ocurrió un milagro: al 9 del Victoria le partieron su pierna derecha de una patada terrible; sí, la única pierna con la que podía patear con alguna chance quien era la estrella del equipo. Ya estaba todo dicho, la historia volvía a repetirse.”

- Pero, mister, ¿por qué fue un milagro?
-Dejame que te siga contando, no te impacientes…
“Poncho, entrás por el 9… -dijo el técnico del Victoria apesadumbrado y con total desilusión- Poncho no se movió del banco por lo acostumbrado que estaba a estar allí todo el año futbolístico. ¡Poncho, entrás vos! Le gritó el técnico totalmente sacado. Poncho se levantó como un resorte y entró a la cancha por primera vez en el campeonato… Por primera vez en la historia del club.
Era la última jugada; el fin de otro año sin pena ni gloria. Un corner para el Victoria; el último y luego vendría el pitazo final y la vuelta olímpica para los de San Fernando. Llegó el centro…, llovido…, el 5 del Victoria parado al borde del área grande la calza de volea y revienta el travesaño…, la pelota vuelve al campo como un misil. Poncho, que estaba parado pisando el área chica la toca por única vez..., por única vez en su vida… La redonda le da de lleno en la cara…, vuelve en cámara lenta hacia el arco…, el estadio enmudece…, el arquero hace vista confiando en su intuición ganadora, y…” ¡Gallego, me traés unas aceitunitas más!

-¿Pero qué pasó, señor? ¿San Fernando salió campeón o qué? ¿Entró? ¡Traele las aceitunas de una vez, gallego! Y otro vermouth.
-Pará pibe, pará, dejame terminar…
“La pelota, impulsada por la cara de Poncho, se metió en el ángulo superior izquierdo del arco… Cuando despertó, porque el pelotazo lo durmió hasta cien por lo menos, lo llevaban en andas dando la vuelta olímpica por primera vez en la historia del club. Fue la gran tarde de Los pibes de Victoria, pero sobretodo de Poncho: un crack para toda la afición…”

-¿Y qué pasó después con Poncho, señor…?
“Al año siguiente se vendieron los terrenos para construir un edificio de 24 pisos con pileta, parque y la mar en coche, y el club desapareció. Se construyeron en toda esta cuadra locales para alquiler y en este lugar el café con esa placa recordando aquella tarde de gloria… A Poncho no lo volvieron a ver nunca más… Por eso esa placa está allí, porque justo en ese lugar estaba el ángulo del arco por donde se metió la pelota que le dio el título a los de Victoria…”

Los cuatro jóvenes terminan su café, saludan al hombre agradeciéndoles la historia sobre Poncho y se van murmurando cosas como:  
–Yo no le creo nada a este tipo, dice uno, bueno, por lo menos nos entretuvo un rato, dice otro… ¿¡Qué va a haber un club acá, qué va a haber…!? ¡Ese Poncho no existió nunca…! Andá a saber… ¿Un gol de cara dijo que fue, quién te lo va a creer?

El mozo gallego, que no es gallego pero así le dicen por llamarse Manuel, mientras limpia la mesa donde estuvieron los cuatro jóvenes, ve que el vaso con el vermouth del hombre que contó la historia ya está vacío…
-¿Qué tal otro vermucito, Poncho? Como siempre invita la casa… Este, ¿y si la próxima le agrega una mujer a la historia? Eso siempre le da un toque más… Sí, qué sé yo, un toque.

3 comentarios:

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