jueves, 8 de enero de 2015

En Praga.



Ella vive en Praga. De la mano de alguien que puede regalarle una ciudad con tanta belleza. Con música clásica que se escucha en el aire que hoy respira. Con fragancias de flores blancas, amarillas y rojas en maceteros que perfuman plazas sin césped. En callecitas de cuestas que no cansan porque inyectan energía. Navegando por el Moldava que atrevido serpentea esas callecitas. Bajo un cielo con cientos de años de historia. Ella está donde debía estar siempre.

En un pequeño instante de su destino pasé yo como una ráfaga. Me amó. Lo sé porque no tuve nada para darle; sólo un corazón que los dos sabíamos que se rompería con el tiempo. No hay amor más grande que el que surge de la locura. Cuando duele. Cuando jamás se olvida. Cuando los dos sabemos que será eterno.

Jamás estuve en Praga. Pero estoy. Sus ojos me llevan por calles de empedrado perfecto. Aquellos retazos de veredas lisboetas que una vez pisamos, quedaron ya lejos. Sólo conservo un pedazo que ella puso en mi maleta en una de tantas tristes despedidas.


Ahora me quedo con ese recuerdo. Y con lo que hoy sus ojos me muestran.

4 comentarios:

  1. Muy buena descripción del amor eterno, que jamás podrá ser desplazado y perdurará hasta el fin, más aún habiendo sido frustrado. ¡¡¡Felicitaciones!!!!

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  2. Muy bonito , te felicito, ella es la chica !!!!

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