viernes, 12 de mayo de 2017

Tuve una idea.


Imaginé una historia, una historia en la que estuviera involucrado con quien quisiera que se involucrara conmigo. Como todas tuvo un comienzo pero, no hubo un final. Me desperté furioso por no saber como terminaría. Intenté conciliar mi sueño nuevamente y sólo lograba pensar en todo lo que tendría que hacer desde que me levantara hasta la noche.
Ahora, en la hora pico de la vuelta a casa, en este subte repleto, te observo. Tu mirada perdida hacia la ventanilla que muestra nada porque afuera todo es oscuro, está clavada en mi historia. Sé que soñábamos lo mismo.

Esta noche tengo que dormir, mucho, para poder seguir imaginando esa historia que te involucra. Te lo digo a vos mujer de la mirada perdida en el subte. Qué tonto fui al llegar a la estación de siempre y bajar como siempre. Por qué no seguí hasta tu estación, por qué, me voy a torturar con esta pregunta que ya es un clásico en mi vida... Por qué.

Una idea, sí, una idea necesito... Un chocolate. Sí, ¡un chocolate! Eso. Cuando la vuelva a ver le doy un chocolate. Hablo de la mujer del subte, la misma de mi historia soñada. Ustedes ya saben, lo he contado, es suficiente para que les cuente que hice con ese chocolate Milka que compré en un kiosco de la Avenida Santa Fe antes de bajar a las entrañas del subte.

Fueron varios días de viajar ida y vuelta mirando a todas las mujeres buscándola. En algún momento la vería con la mirada perdida hacia la ventanilla de la nada. El chocolate no se derritió en mi bolsillo porque eran días muy frios. Vaya que lo eran.
Ahí estaba, la vi, esta vez yendo al centro. Qué mañana helada esa mañana, justo para un chocolate. Bajó en Catedral, la seguí casi corriendo por el largo pasillo hacia la salida de Bolivar. Le toqué el hombro, se dio vuelta, me vio, puso cara de pocos amigos y con razón, jamás me miró en el subte.
Perdón, yo... Qué, me dijo... Quería darte esto, le dije estirando mi mano hacia ella con el chocolate. Lo miró, me miró y descubrí que sus dientes eran lo más blanco y perfecto que vi en mi vida. ¿Un chocolate? preguntó... Sí eso, un chocolate, le contesté. ¡Gracias! exclamó agarrándolo. Chau, dijo dando media vuelta sobre sus talones yéndose hacia el horizonte perdiéndose entre la gente.
Estaqueado, clavado al piso quedé sin moverme mientras cientos de personas pasaban a mi lado de un lado y del otro a mil por hora. De pronto algo me hizo reaccionar: el hambre. Era casi el mediodía ya. Comencé a caminar lentamente buscando la salida hacia la superficie.

A ella jamás la volví a ver. Ni en sueños.

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