sábado, 4 de abril de 2009

Se nos viene la casa abajo.

La mujer notó que en una de las paredes del living, la pintura estaba un poco descascarada. Habría que darle una mano de pintura, le dijo al marido. ¿Te parece? dijo él sin quitar los ojos del televisor ni sus labios del pico de una botella de cerveza. No pensó ni registró ni por un segundo lo que le contestó, con una pregunta, a su esposa; y allí quedó trunca la interesante conversación que ella, había intentado comenzar. Semanas después, parte de la pintura de la pared, se desmoronó. Detrás de un sillón cayó, y allí quedó sin que nadie se diera cuenta. La nueva escenografía del living no llamó la atención del matrimonio hasta que en la pared de enfrente comenzó a pasar lo mismo. Allí sí, notaron que algo había cambiado, pero, no se preocuparon porque después de todo hacía juego con la primera pared, y no quedaba tan mal. 
¡Hay que arregar esta canilla que gotea en el baño! Gritó la mujer, mientras, sentada en el inodoro, aliviana su intestino cargado. Después lo arreglo, ahora voy a ver el partido por la tele, fue la respuesta que recibió. Tiempo después, fue una canilla de la cocina. Y así se iban juntando las canillas rotas, lo que significaba mucho trabajo para un hombre solo. Entonces, pasó que las canillas dejaron de gotear; a chorros empezó a salir el agua. La mujer, apoyó una mañana desde la cama sus pies en el piso buscando las pantuflas, y hasta los tobillos los hundió en el agua. Nos ahogamos, dijo desesperada. Claro que intentaron sacar el agua de la casa, pero como seguía saliendo como una catarata resultó imposible. El piso parquet terminó levantándose de cuajo. Un desastre natural, anunció el marido a quién quisiera escucharlo. Inteligentemente, el hombre desconectó la luz, no va a ser cosa que se queden los dos fulminados por la electricidad al estar en contacto con el agua. Con el tiempo, los alimentos, sin la heladera funcionando por la falta de energía, comienzan a ponerse en mal estado. Las paredes se humedecen de tal manera que ahora sí todas hacen juego con todas. Hasta del techo se cae el yeso. La atmósfera se vuelve irrespirable. La madera de las puertas se hincha y cuesta abrirlas. Con las ventanas pasa lo mismo. Quedan los dos encerrados y no pueden salir. Ya no se ve la luz del sol. Es lo mismo si es de día o de noche. 
Con el tiempo, no hay nada para comer porque los alimentos que quedaron se pudren, provocando en toda la casa un olor nauseabundo que atrae ratas que uno nunca sabe por dónde entran. Invaden la casa, los muebles. Se abre un cajón y aparece una, dos, decenas... ¡Nos comen los bichos! grita la mujer en un estado de histeria. Miles de cucarachas horribles, resistentes a cualquier guerra nuclear, se meten por todos lados, ¡Tengo una en el pelo! ¡Otra en... Ay, nooooo! 
El hombre decide dormir, que va a hacer ahora si nunca hizo nada. Su discurso fue siempre el mismo, En el futuro lo harán los que alguna vez habiten esta casa después de que yo me vaya, para qué me voy a hacer problemas ahora si luego no voy a estar.
Ya no hay agua que salga de las canillas. Ni para evacuar el baño. Podredumbre y excrementos flotan por toda la casa. Olor fétido y repugnante los invade a los dos que ya no tienen fuerzas para levantarse de la cama. Casi no hay oxígeno. Sucios y resignados, se lamentan y arrepienten por no haber hecho algo cuando estaban a tiempo por conservar la casa, su única casa. De allí no pueden salir, no hay adónde ir. Las ratas, que ya no tienen que comer porque nada ha quedado, se van. Uno nunca sabe por dónde se van. Las moscas, de a millones, se posan en la cara de los dos; entran por sus labios intentando meterse en las entrañas. Bichos microscópicos que se introducen en sus partes más íntimas se anidan allí. Arañas que han hecho sus telarañas sobre sus cuerpos inertes se adueñan de la casa. Las cucarachas, que al fin y al cabo serán las únicas sobrevivientes de semejante abandono, se organizan para gobernar ese mundo desprotegido por la humanidad que la habita, esa, que en pocos momentos más, dejará de existir.

Este planeta en el que vivimos, llamado por nosotros mismos, Tierra, es nuestra única e invalorable casa. No hay otra adónde ir. No conocemos otro mundo para escapar de lo que nosotros estamos destruyendo. Nada vendrá del espacio exterior para salvarnos, porque acá, jamás vino nadie. Si nosotros no cuidamos nuestra casa, si no somos respetuosos con el resto de la humanidad, si no hacemos algo entre todos por mantenerla en pie; se nos vendrá abajo.

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