domingo, 31 de mayo de 2009

El pibe la rompió.

Cuando el pibe nació, su padre salió corriendo a comprarle la número 5. Blanca, como pintada a mano, con el logo de las tres tiras impreso por todos lados. Este va a ser un grande, le dijo a todo el mundo. Va a manejar las dos piernas, le dijo a la partera. Está condenado a ser una estrella del balonpié, les dijo a sus amigos del club. Nos va a salvar, le dijo a su esposa. 
El pibe dormía con la pelota en el moisés. Casi no había lugar para él, pero lo importante para el padre, era que el pibe conviviera con la de gajos desde antes de aprender a caminar. Desde chiquito se tenía que acostumbrar a tener el mundo a sus pies. Cuando se paró por primera vez intentó avanzar sacando primero su piernita derecha hacia adelante y le dio de lleno a la bola que recorrió 30 centímetros. El padre salió disparado a contarle a sus amigos del club "El progreso de Castelar", que había nacido un crack que nos iba a dar el título mundial en 20 años. Su madre salió disparada al hospital con el pibe en brazos y lleno de sangre por el labio partido, al caer de bruces y de frente después de tropezar con la pelota.

A medida que el pibe crecía. Su padre le enseñaba todos los secretos del deporte más popular del mundo, y él lo aprendía bastante bien. Lo hacía a veces a coscorrones, pero lo hacía. En el barrio era el mejor, como si haber convivido con la pelota desde que nació, hubiera sido un acierto que por supuesto enorgullecía al padre. Con este pibe nos vamos a vivir a Europa mi amor, te lo aseguro, no sabés como juega, la rompe, la deja chiquita así. La madre del pibe, planchando, cocinando o mirando la novela de la tarde por la tele, sólo movía la cabeza comentándole sin mucha convicción a un soñador empedernido, No deberías buscar trabajo, hace tres meses que no hacés nada. Ya voy a conseguir algo, no te preocupes, la tranquilizaba él. Pensá una cosa... pensá por Dios... Vamos a vivir en Madrid o en Milán o Londres, me entendés, yo me tengo que preocupar por el pibe porque es oro en polvo, podés entender eso... Poné a calentar el agua y hace unos mates, dale viejita y dejááá de hacerte probleeeemasss... Este pibe nos salvó, entendés.

El pibe no sólo jugaba bien al fútbol, sino que dibujaba muy bien. La madre estaba chocha por los dibujos que hacía su hijo. Mirá viejo, diseña moda como Christian Dior o Cocó Channel o... Quééé, qué es esto, estalló el padre del pibe un día. Qué es esta porquería... Andá a jugar a la pelota, andá... No te quiero ver más haciendo estas mariconeadas, me escuchás.
Una noche, cuando estaban a punto de cenar, llegó el padre excitadísimo, transpirando; asustaba su estado emocional sobre todo por sus ojos que se le salían de la órbita como si hubiera visto a mismísimo Godzila comiendo un filet de merluza en la vereda. Ya está... empezá a vender los muebles... en dos años nos vamos a vivir a Europa. Qué pasa, dijo su mujer asustada, Estás loco, si con la plata que tenemos no podemos ni ir al centro a comer una pizza en Las Cuartetas. Qué pizza ni que ocho cuartos, le conseguí una prueba al pibe, entendés eso, una prueba en un club. En dos años va a estar jugando en el Real Madrid... o en el Manchester... o qué te parece el Milan. Vas a vivir como una reina, por Dios nos salvamos... Por fin, gritaba juntando las palmas de las manos y elevando su vista al techo de la cocina.
El pibe y su madre, serios como Buster Keaton, no sacaban los ojos del padre que los miraba esperando una reacción que se hacía esperar. Qué me miran así, y vos, se dirigió a su hijo, preparate que mañana a la mañana te toman la prueba. Dónde es eso, dijo la madre. En Deportivo Merlo, me lo consiguió el Moncho... un amigo del "Progreso" que tiene un amigo que... Sí, qué pasa, de ahí a River o Boca hay un paso y luego Europa está a la vuelta de la esquina... Pero mañana tengo clase de dibujo en la Academia de Diseñ... De qué hablááásss... tu futuro está en los pies no en la mano, dejate de jo... Ahora comé bien que mañana tenés que estar fuerte como un toro.

De qué juega el pibe, preguntó el entrenador. De Diez, maneja las dos piernas y tiene una visión en la cancha para ser conductor que ni le cuento, le aseguró el padre con una ansiedad que se salía de la vaina. Empezó el partido, el pibe se estacionó en el medio de la cancha como para manejar los hilos del equipo que le tocó en suerte. Digo bien se estacionó, porque de allí no se movió ni a garrotazos. La pelota le pasaba a diez centímetros y él no movía los pies ni para atrás ni para adelante. Clavó los ojos en la gramilla como si estuviera hipnotizado por el verde del pasto. Corré, paspado, le gritaban sus compañeros de equipo. Movete pibe, gritaba el entrenador. Agarrala... Por Dios, agarrala, gritaba el padre en un estado de desesperación que preocupaba. Pero no hubo caso... el pibe se clavó en el medio de la cancha como un poste. Sale el pibe, entra el morochito de rulitos, dijo el entrenador. Nooooo... gritó el padre como si le hubieran clavado un puñal en el medio de la panza.

El pibe, después de recibir docenas de coscorrones en la cabeza de parte del padre, durante el viaje de vuelta a casa, se fue directamente a su cuarto pasando por la cocina y sin saludar a la madre. Sabés que hizo, sabés, ni se movió el inútil... ni un dedo movió, me arruinó la vida, eso hizo... Por favor, quedate tranquilo, te va a hacer mal, estaría nervioso, trató de calmar a su marido la madre del pibe. Tranquilo... yo lo mato, vociferó el padre y fue como una bala al cuarto del pibe. Abrió la puerta y entró dispuesto a todo. Casi le agarra un ataque de ambulancia al ver la siguiente escena: El pibe, sentado en el piso con un cuchillo enorme de cocina en su mano, la misma con la que dibujaba tan bien, había cortado en pedacitos la inmaculada, gloriosa, hermosa pelota que el padre le compró cuando nació. Gajo por gajo la desmenuzó. Como una naranja la abrió. El pibe... la rompió.

Hoy, el pibe, ya no es un pibe. Se convirtió en un exitoso diseñador y empresario de la moda. Vive en un piso de Puerto Madero rodeado de bellas modelos. Le compró a sus padres una hermosa casa en Castelar con piscina, parque, y la amuebló de pe a pa. No hay madre más orgullosa y feliz que la del pibe. Sabés qué vieja, deberíamos haber tenido una nena, dijo el padre recostado en una reposera, tomando sol al lado de la pileta climatizada. Si, hubiera sido lindo, comentó la madre podando las hojas secas de las rosas del jardín. Si, te imaginás, hubiera sido tenista, siguió el padre, Como la Sabatini, y hoy estaríamos viviendo en París o Montecarlo... Dios mío, en Montecarlo, enfrente mismo de la casa de la Carolina. De qué Carolina. De la de Mónaco, la princesa esa... Dios mío, de todo lo que nos perdimos por este pibe cabezadura. Qué hacemos en Castelar, decime, qué hacemos acá... decime por favooorrr.


 

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