sábado, 23 de mayo de 2009

Noche de ronda.

Te lo cuento a vos que me entendés, porque me conocés. Yo era un pibe, o casi, porque recién salía de la adolescencia, y con mis amigos los sábados a la noche nos íbamos de parranda, bueno, parranda es un decir, salíamos a ver que pasaba pero eso si, de saco y corbata, así eramos todos, elegantes, impecables, limpios, porque la década beatleriana lo imponía. Ellos, los más grandes, te hablo de los cuatro de Liverpool, tocaban de saco y corbata y nosotros ibamos a bailar igualitos, pero claro, con nuestros trajes Príncipe de Gales. A mi me quedaba bárbaro. Mataba. Y eso fue lo que pasó una noche de ronda que pasamos con los chicos yendo de un boliche a otro: maté. En realidad, no había pasado nada esa noche de la que te hablo hasta que terminamos en un cabaret de mala muerte. Y sí, que querés, me llevaron casi obligado, si estos pibes eran una manga de vagos; mis queridos amigotes, esos que me arrastraron a ese lugar y tuve que ser de la partida para no quedarme solo. Apenas entramos no se veía una vaca en un baño, pero una vez que te acostumbrabas a la oscuridad, viste, empezabas a ver todo lo que pasaba. Por ejemplo, te cuento, una piba que estaba bastante buena, hacía un streptease moviéndose sensualmente con una música más sensual todavía e iluminada por un farol, con una luz azul, que le daba de lleno. El humo de los cigarrillos y los ventiladores de techos expandiendo por todos lados el olor a alcohol casi me descomponía. Imaginate, le dije a los pibes: Vámonos de acá porque nos cagan a trompadas en cualquier momento. No, que se van a ir estos desgraciados, consiguieron una mesa y de ahí no se movieron. Y, vos me conocés, yo me dije: Estoy liquidado, es mi última noche. Vos no te imaginás la cara de mafiosos que tenían todos, hasta las minas estarían armadas. Coca Cola para todos fue la ronda de tragos. En cada mesa alrededor, con los hombres rudos que no tenían nada que ver con los hombres débiles que eramos nosotros, había una o dos señoritas sentadas, acariciándose con estos señores, tomando tragos, ojo, naranjadas no, y riéndose a gritos de cualquier pavada. Yo, qué hice, clave la vista en la que se desnudaba y allí me quedé, después de todo no estaba tan mal que se pusiera en bolas ¡y lo hizo! Pero esto que pasó de pronto, no me lo esperaba, vos sabés que yo siempre fui medio inocente para esta cosas y esto sí que me mató. Te lo describo; a nuestra mesa se acercó una, que no era tan señorita, más bien una veterana y bastante entrada en carnes. Vestida casi desvestida, mostrando sus piernas regordetas y sus pechos prominentes más o menos al aire, ¿y al lado de quién se sentó? Y si, te conozco y ya te estás matando de risa, casi encima mío se sentó. Hola papito, me invitás con un trago. Me dijo. A mi... papito, me dijo; imaginate, temblé por los cuatro costados y le dije que no, que lo sentía mucho, que... Vamos, no seas malo, ¡Javier, traeme una copa que el señor me invita! Ya estaba perdido. Hasta señor me dijo, si a mi, no te rías, a mi que tenía una cara de nene de colegio secundario pero de primer año, te lo aseguro. Me tuvo que elegir a mi esta loca e inmediatamente pasé a ser el hazmerreír de mis amigos, porque se descostillaban de risa los hijos de puta. Llegó la copa con un líquido con hielo e incoloro, agua sería, que va a ser, pero yo jamás lo probaría para saber realmente lo que iba a tener que pagar, porque lo tuve que pagar, y me quedé sin un mango partido al medio. Te das cuenta, con lo que me costaba que mi viejo me diera guita para salir los sábados. Ganas de llorar me dio, te lo juro, vos me conoces...  Ya estaba jugado. Pero eso no es nada, lo peor fue que la gorda me empezó a besar; por toda la cara me besaba: en la boca, la frente, los ojos, la mejilla, el cuello y no sólo eso, ¡me metía las manos por todos lados! Yo estaba duro y firme como el Aconcagua, te juro. Agarraba mi mano y se la ponía en las tetas ¡y la refregaba por allí! Y los malditos se reían y reían y, juro, que yo lo único que quería era que se fuera de una vez ¡No podía más de la verguenza! Pero no paró, siguió y siguió, y me llenó de besos y me agarraba fuerte ahí abajo y yo pegaba cada salto que ni te cuento. En serio, me pongo colorado al contártelo pero vos me entendés, sos de fierro conmigo, siempre me seguís con todo lo que te cuento. Me decía que era lindo, divino, y que vivía en Constitución, en la calle Garay nosecuanto. Yo no tenía ni idea de dónde quedaba, si jamás había ido a ese lugar, vos sabés que siempre me moví por la zona norte, si allá estaban las mejores minitas, si lo sabrás vos. ¿Sabés que me dijo? Que la fuera a visitar y yo pensaba ¡Ni loco, debe ser un conventillo en donde me van a violar sin piedad! La cuestión es que cuando terminó su "agua con hielo" se fue, como si nada, y yo salí disparado del cabarute ese en el que había perdido el honor. ¡Como el correcaminos salí! Con los pibes que no paraban de reírse nos fuimos a tomar el tren para volver a casa, de madrugada. En la estación todos me miraban, la podés creer; mis odiosos amigos se seguían riendo y contando la anécdota a los gritos. Siguieron en el tren con lo mismo y todos los pasajeros se enteraron de lo que me pasó y me miraban, risueños me miraban. Yo no veía la hora de llegar a casa. Igual te cuento que me reía como ellos, y qué se yo, por salame no iba a pasar. Al fin llegué, casi al amanecer, mis viejos dormían. Me saqué el Príncipe de Gales, fui al baño, viste, antes de dormir quien no pasa por el baño, vos lo sabés. Me miré al espejo y, esto no me lo vas a poder creer, casi me muero ¡toda la cara llena de besos tenía! Rouge, de eso te hablo, lo tenía estampado por todos lados el rouge de los labios de la mina, en toda la cara: la boca, la nariz, el cuello, los ojos, la frente ¿viste cuando eras chico y tu tía que más odiabas te daba un beso en la mejilla y te dejaba sus labios marcados de rojo? Idem, ¡hasta la camisa que era blanca y la corbata estaban manchadas! ¡Mi vieja me mata! Casi grité. Me lavé como pude, no sabés lo que cuesta sacarse eso ¿Cómo hacen las minas para limpiarse el rouge de los labios? Como pude lo hice pero de la camisa imposible y para colmo blanca, ¿la podés creer? Y me fui a dormir, decime vos qué otra cosa podía hacer, a dormir me fui. Por Dios que terrible fue para mi esa noche, vos te estarás riendo como los hijos de remilputa de mis amigos y toda esa gente en el tren, pero ¿sabés qué? ¡De envidia se reían!


1 comentario:

  1. Jajajaj..buenísimo.espero que mi hijo pueda dormir cuando como llegaste vos.,pero la camisa se la mando al lavarropas.

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