sábado, 25 de julio de 2009

Alessia y su Príncipe ¡encantado!

Había una vez en un pueblo ¡encantado!, una niña muy pero muy bella que se llamaba Alessia, y soñaba con conocer a un Príncipe sin importarle que fuera un sapo; claro, cuando era pequeñita, su mamá, Marchela, le contó tanto ese cuento del Sapo-Príncipe que se lo creyó. Por eso, cada vez que veía a este animalito verdoso dando saltitos por ahí, le hacía una reverencia, y el sapo, ¡encantado! le decía: -¡croac!- Y que le iba a decir el pobre bocón.

Alessia era muy buena aunque hacía siempre renegar a su mamá, me refiero a que era buena en los quehaceres domésticos: cocinar, limpiar la casa, lavar, pero en todo lo demás era terrible, sobre todo por las historias que inventaba. Una de las historias que Alessia contaba, era la de una niñita que había ido al bosque a buscar bellotas ¿bellotas? si, bellotas, y resulta que se encontró con un guerrero herido vaya a saber en que batalla. El pobre soldado, sediento, le pidió agua. La niña corrió a buscarla al arroyo, y cuando llegó, como no tenía un recipiente, juntó el agua con sus dos manos. Volvió corriendo hasta donde estaba el guerrero, pero, todo el líquido se le había escurrido entre los dedos. El guerrero, desesperadamente chupó los dedos de la niña y, como no pudo saciar su sed, enfurecido sacó su espada y le cortó de un sólo golpe las manos a la niña, bebiendo inmediatamente su sangre. Luego ya sintiéndose mejor y al ver que la pobre niñita gritaba mucho por el dolor, le clavó la espada en el vientre sacándole todas sus tripas afuera, propinándole una muerte terrible, para que no sufriera más la pobrecita.
Imagínense cuando Alessia contaba estas historias; a la gente del pueblo, ¡le encantaban!, pero a Marchela se le ponían los pelos de punta, por eso tenía que usar siempre un pañuelo en la cabeza para que no la vieran con los pelos parados.

Como les conté al principio de este cuentito, Alessia, soñaba con un Príncipe, por eso a cada uno de los jóvenes del pueblo siempre les preguntaba: -¿Usted, es un Príncipe?- pero nadie le decía que si. Esto no desilusionaba para nada a Alessia, porque ninguno de ellos les parecía un verdadero Príncipe. Yo diría que ninguno era tan ¡encantador! como para serlo. Entonces nuestra pequeña heroína, aunque todavía no hizo nada de lo que hacen las heroínas dirán ustedes, pero, ya van a ver de lo que es capaz, tomó una drástica decisión: hacerles creer a todo el mundo que pronto llegaría un Príncipe al pueblo para llevarla a su Castillo y casarse con ella. Por supuesto que los habitantes del pueblo no tomaban muy en serio lo que Alessia les decía, pero con semejante aseveración de la niña, todos estaban ¡encantados!
La mamá de Alessia, esta vez, ganó para sustos y se quitó por fin el pañuelo del pelo. Lo tuvo que lavar lógicamente; hablo del cabello. Comenzó a reírse de las ocurrencias de su hija y estaba ¡encantada! de que todos en el pueblo estuvieran ¡encantados! con ella. Alessia, mientras tanto, todos los días se sentaba a la entrada del pequeño pueblecito esperando a ese Príncipe que, según ella, en cualquier momento llegaría. Para todos ya era normal verla esperar y se le acercaban haciéndole preguntas como: -Hola Alessia, ¿para cuándo crees que tiene prevista la llegada el Príncipe? Y Alessia, contestaba -Está al caer en cualquier momento.

Pasaron muchos días y Alessia seguía sentada allí. Hasta que, Marchela, ya cansada de que se pasara el día sin hacer nada, muy decidida fue a buscar a su hija y tomándola de una oreja intentó llevarla a su casa. Es más, le dijo que se iría a la cama sin postre: "Bellotas asadas rociadas con miel". No saben lo que fue eso, la niña enloqueció, empezó a luchar con su madre a brazo partido, por el postre, claro, pero de pronto sucedió algo increíble; un jinete al galope pasó delante de ellas como si lo persiguiera el diablo mismo, como un tren bala, bueno, por la época como un carruaje bala, pero esto no impidió que la niña percibiera a un joven rubio, alto, de ojos celestes y con una cara de Príncipe que ni les cuento. -¡Vamos, mamá!- gritó Alessia, arrastrando a su desesperada madre que, con los pelos al viento y parados como puerco espín, corría detrás de su hija y sin entender por qué.
El joven jinete llegó hasta las puertas de la taberna del pueblo, se bajó rápidamente del caballo y entró corriendo causando estupor a los parroquianos que allí se encontraban. Miró con cara de interrogación y desesperación a la vez, al tabernero, y éste, sin perder tiempo, señaló la parte de atrás de la taberna diciéndole: -Al fondo a la derecha.- El joven voló, desapareciendo por la puerta del fondo y, al cabo de unos minutos, volvió con una cara de felicidad y alivio que ¡encantó! a todos los presentes.

Alessia, junto a su madre con los pelos como alambre, ya se encontraba a la puerta de la taberna viendo con ojos de enamorada, más bien, ¡encantada! diría yo, al apuesto joven que en la barra se tragaba de un sorbo un vaso enorme de cerveza y sin respirar. A ese paso iba a salir corriendo al fondo a la derecha en cualquier momento otra vez. -¿Usted, es un Príncipe?- escuchó el joven, una vocecita detrás de él. Se dio vuelta y la vio; Alessia, bella, aniñada, principesca –¿Usted, es un Príncipe?- volvió a preguntar la niña. El joven, apuesto pero eso si, un poco desalineado, sucio y transpirado, la miró de arriba a abajo sin saber qué contestar. Alessia ya se había enamorado perdidamente de él y él de ella. Su madre, se había alejado un poquito para alisarse el pelo lo mejor que pudiera. Ser suegra de un Príncipe requiere de algunos cuidados estéticos, como todos ustedes saben.
De repente, salió de la cocina la hija del tabernero preguntando si quedaban más vasos para lavar. La joven, muy fea, pobrecita criaturita de Dios, vio al joven rubio, de ojos celestes y se maldijo a si misma por ser así, pero, ya estaba acostumbrada y sólo se limitó a decir: -¡Encantada!, Señor ¿me puedo llevar su vaso?- El joven rápidamente le dijo: -Si claro, lo más pronto posible.- y miró a todos los parroquianos con cara de: ¡Que asco! ¿De dónde salió semejante bruja? Esto fue suficiente para que el tabernero, harto de que se rieran de su hija, sacara de atrás del mostrador un gran arcabuz y se lo pusiera amenazante en la cabeza al joven jinete, diciéndole: -Escucha, Príncipe de Pacotilla, ¡te casarás con mi hija ahora mismo y te la llevas a tu maldito Castillo!- y dirigiéndose a uno de los parroquianos le ordenó: -Luiggi, ve rápido a buscar al párroco que va a estar ¡encantado! de celebrar una boda.- La pobrecita le dijo al padre, entonces, -No papá, esa no es la manera como me quiero casar.- El padre la miró con lástima pero sabía que si no lo hacía de una vez por todas, estaba condenada a vestir santos.

Para Alessia esto era una tragedia; estaba frente a su Príncipe soñado y resulta que se iba a casar con otra. Ni hablar de Marchela que de la rabia se les volvieron a parar todos los pelos, pero por suerte en su bolsillo siempre estaba el pañuelo que inmediatamente se puso en la cabeza. En eso volvió corriendo Luiggi, con el párroco que gritaba: -¡Una boda… voy a celebrar una boda… estoy ¡encantado! ¿Quién se casa?- Todos señalaron al supuesto Príncipe que tenía un susto de muerte, y que no podía dejar de mirar el agujero del arcabuz por donde saldría el perdigón que le volaría la cabeza. -¿Con quién se casa este apuesto joven?- preguntó el cura no tan ¡encantado! al ver esa escena -Con ella.- dijeron los parroquianos y al unísono señalando a la pobrecita hija del tabernero. Todos por un instante se quedaron mirando a la niña-fea, lo que le dio a Alessia un momento de lucidez para hacer lo que tenía que hacer si quería salvar a su Príncipe de un futuro de sinsabores. Una silla de Madera, dura como mil demonios, se hizo astilla de un solo golpe en la cabeza del tabernero, que del tremendo dolor apretó el gatillo acertándole a una araña que colgaba del techo del salón. Todos miraron, ¡encantados! el agujero que quedó en el techo, comentando con vehemencia, sobre la enorme puntería del hombre al darle a la araña que hacía varios días tejía su tela, ¡encantada! con vivir allí. Cuando reaccionaron por los gritos de la fea hija del tabernero que pedía que ayudasen a su papá desmayado en el piso, se dieron cuenta de que el Príncipe, Alessia y su madre habían desaparecido como por arte de magia. Se escuchó el galopar de un caballo partiendo del pueblo. Salieron todos corriendo a la calle y, sólo vieron una nube de polvo en el horizonte, que pronto se fue disipando hasta no quedar ni rastros del Príncipe, siempre supuesto, por supuesto. Tampoco volvieron a ver a Alessia y a su mamá, nunca más. Pero, la cosa no iba a quedar así, la boda se consumó, sí, el tabernero cuando se repuso del golpe, le puso el arcabuz en la cabeza a Luiggi y, aprovechando la presencia del párroco, lo casó con su hija. Tuvieron unos hijos ¡encantadores!

Pasó el tiempo, y una tarde de lluvia, los parroquianos que se encontraban en la taberna del pueblo, evitando mojarse por la agua que entraba por el agujero del techo provocado por el disparo del arcabuz del tabernero, comentaban, ¡encantados! las noticias que llegaban del exterior: Un Príncipe se había casado con una joven hermosa igualita a Alessia. Esto hizo que todos se sintieran orgullosos de que alguien del pueblo haya llegado tan alto, a las mismas puertas de un Castillo, mire usted.
Pero lo que nadie sabía era que el supuesto Príncipe también se había casado, con la verdadera Alessia, y vivía en un pueblo lejano con ella y su mamá, Marchela, que tuvo la gran idea de abrir una peluquería, con un peinado que puso de moda: "El de los pelos de punta". ¡Se enriquecieron!

Alessia, con su Príncipe ¡encantado! les demostró a todos los que no creían en ella, que sí, los Príncipes existen, y siempre que se los desee, llegarán a rescatar a niñas soñadoras que quieran ser felices para siempre, en el Castillo que sea.
Por último y para terminar de una buena vez y por todas, quiero decirles, que contarles este cuento que, por suerte, tuvo un final feliz, ¡me encantó!

sábado, 18 de julio de 2009

Gracias, Neil.

Sí, me dirijo a vos, Neil, el mismo que todos los que vivíamos hace 40 años, te vimos pisar la Luna. Exactamente el 20 de julio de 1969. También recuerdo aquella frase que dijiste en ese histórico momento: "Es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad". Brillante, conmovedora, una genialidad de tu parte. Yo te veía por televisión, en blanco y negro en este país, a los saltitos por la superficie lunar y me emocionaba al pensar que empezaba la Conquista del Espacio. Mis vacaciones futuras serán en Marte, les dije a todo el mundo. Me lo creí como todos en ese momento. Recuerdo que te compararon con Colón, si, con el amigo Cristóbal que con sus tres carabelas cruzó el océano y descubrió esta parte del planeta en la que vivo. Vos cruzaste el espacio sideral en la Apolo XI y te paraste en nuestro satélite natural. ¡Por Dios, qué hazaña! La de los dos, por supuesto. Claro que el amigo Colón, tiene en cada ciudad importante de América, una plaza que lleva su nombre y una estatua con su figura. En Europa también. Vos, Neil, que fuiste el primer hombre que puso sus pies sobre la superficie plateada de la Luna, ¡nada más y nada menos! ¿Dónde diablos tenés una plaza con tu nombre? ¡O una estatua que te inmortalice! ¿En tu ciudad natal, quizá?
¡No nos mientas más, Neil, jamás estuviste en la Luna! Ni vos ni ninguno de los astronautas de las Apolo que luego fueron hasta allí los primeros años de los 70, con vehículo lunar y todo. Nunca el hombre estuvo en ese lugar. Y esa frase maravillosa que dijiste la escribió el mejor guionista de Hollywood de aquél momento. Decí la verdad. Mira, te lo digo más claro; ¡al único que le creo es a Tom Hanks! Sí, a él, que con su Apolo XIII hizo los trescientos y pico de miles de kilómetros y cuando estaba ahí nomás, dijo: ¡Houston, tenemos un problema! y se volvió. Cómo no le voy a creer a un tipo que vivió, solo, cuatro años en una isla, nueve meses en un aeropuerto y encima tuvo sida y por eso se ganó un Oscar. Pero a vos , Neil, ¡no te creo nada!
Pero hay algo que te tengo que agradecer, si, aunque no lo puedas creer, porque gracias a esa mentira de la Luna y que no fue tu culpa, (porque te metieron en ese brete los de la NASA y te engañaron como a nosotros) a partir de esa fecha en la que se supone que vos... sarasa, sarasa... y mientras dabas saltitos en el desierto de Nevada, alguien tuvo la buena idea de crear ¡El día del amigo! ¡Es fantástico, no te parece! Los amigos, en esta fecha: 20 de julio de todos los años; se encuentran, se abrazan, se dicen cuánto se quieren, se besan, se emborrachan y se dan atracones fenomenales, ¡mejor imposible! Habría que levantarte un monumento sólo por eso, querido amigo, Neil, en todas las plazas del mundo, qué querés que te diga.
Nuevamente gracias, Neil. Saludo a todos mis amigos desde aquí con un gran abrazo y, a vos personalmente también; te considero un amigo de verdad y quiero que sepas que te quiero mucho, de aquí... a la Luna.

jueves, 9 de julio de 2009

Los pastelitos de Marita.

Ella sabe leer y escribir, y por supuesto sumar, restar y multiplicar. Muchísimo para una época dificil, de guerras y luchas por sobrevivir. Más para una mujer que para un hombre. Los hombres hacen el trabajo duro; se visten con algún uniforme, cuidan las vacas y ovejas, levantan paredes, cosechan. Las mujeres; cocinan, lavan y atienden a esos hombres y a sus hijos. Sólo las personas de las familias más pudientes tiene tiempo para instruírse. Pero Marita es distinta, a ella su madre española le enseñó cosas que las otras mujeres de su pueblo querido no pudieron aprender. Entonces Marita enseña, es la maestrita de los niños que quieran saber lo que ella sabe. Todos los que pueden, grandes y chicos, se acercan a su casa y la adoran porque les lee cosas que ni soñaban. Lo hace de libros que su mamá se trajo, allá por quién sabe qué año, de una España que ya les está quedando lejos a los que viven en esta tierra. Marita les cuenta a los niños y a veces a sus papás, que algo se esta gestando en la Casa Blanca donde se reunen los señores de galera y bastón. Los sabiondos del pueblo, como los llaman. Porque ella escucha, lee, se interesa. Y qué va a pasar, le preguntan a su maestrita querida, Algo que será histórico, les dice Marita.

El día llegó. Parece que es hoy, comentan en toda la colonia. Este día 9, en pleno invierno, será importante dicen muchos, quién sabe, dicen otros. Marita, mientras tanto, de algo tiene que vivir, no alcanza con las manzanas, huevos y a veces pollos que le dan sus pequeños alumnos por las clases que ella les brinda con tanto amor. Entonces, como sabe que frente a esa casa importante de su ciudad, Tucumán, se reunirá toda la población, decide freír pastelitos dulces; su madre también le enseñó a prepararlos. Bien dulces, con esos que ella prepara: de higos, batatas y algo muy sabroso que cocina con leche. Va a venderlos y eso la ayudará por un buen tiempo.

Ya todos están reunidos en la casa importante, frente a ella toda la gente también. Marita trabajó duro haciendo sus ricos pastelitos, y sale de su casa corriendo con un gran canasto de mimbre repleto con ese manjar, para venderlos. Llega y comienza con su anuncio a viva voz: A los pastelitos calientes... a los pastelitos calientes... Están que pelan, de recién hechos. En eso, pasa corriendo hacia la casa uno de los españoles de levita y sombrero de copa, Don Rodrigo, hombre respetado en la ciudad, un caballero el hombre, pero que no quiere que se lleve a cabo lo que se está decidiendo allí. Está apuradísimo y parece que con hambre, porque manotea a la pasada, uno de los pastelitos de la canasta de Marita, le arroja una moneda dorada ante el estupor de ella, sin darle tiempo a la mujer de una advertencia que debía decirle: ¡Están muy calientes todavía!
Le da un mordisco y ¡Mi Dios! el dulce que se desparrama en su paladar le quema hasta las entrañas. Pega un grito: ¡Ostia! Arroja el resto del pastelito al empedrado de la calle y se mete en la casa insultando a todos los santos de su lejana España. Un perro, muerde el pastelito tirado en el piso y sale disparado y aullando como alma que se la lleva el Diablo; hasta Santa María de los Buenos Ayres no parará.

Los hombres que harán historia ya han votado, van a firmar el decreto que cambiará la vida de los habitantes de esta tierra tan lejana en el sur. Don Rodrigo, con la lengua afuera, hinchada y roja como la de un papagayo, intenta hablarles para convencerlos de que sigan bajo el ala de España, porque piensa que no hay que tomar decisiones apresuradas. Poggg favggor... no, grrrr, no, fgiiirrrgggmeeennn nagggda, grrr. Egspagggnañaaa no grrr; tose: cof, cof; sigue: no logggg pergggmitigggra, ggrrgg. Los hombres lo miran sorprendidos y sin entender una palabra. Don Rodrigo tiene la lengua cada vez más hinchada, casi lo está ahogando, toma rápidamente una copa con un líquido incoloro que se encuentra arriba de una mesita y se lo manda como agua para aliviar el garguero. Pega un grito desgarrador arrojando la copa al suelo y se toma el cuello con las manos, desesperado. Uno de los hombres importantes comenta indignado: ¡Ha desperdiciado la mejor Ginebra que se puede conseguir por estos pagos!
Don Rodrigo sale como caballo al galope de la Casa Blanca, gritando como un marrano. Pasa ante Marita que lo mira asustadísima y un hombre al verlo comenta: Pobre Don Rodrigo, que habrá comido que le hizo tan mal. Marita, entonces, cambia inmediatamente el marketing de su venta: A los pastelitos tibios... a los pastelitos tibios...

Gritos de algarabía se escuchan dentro de la casa. La población espera con ansia el resultado de semejante alegría. Sale uno de los hombres de la casa y arrojando su sombrero de copa al aire, grita: ¡Se ha declarado la Independencia! ¡Es un día histórico, ciudadanos tucumanos!
Todos los hombres arrojan sus sombreros al cielo, las damas presentes se abrazan, aplauden y gritan: ¡Viva la Patria! Marita es rodeada por sus pequeños alumnos con admiración por ella: Usted lo sabía, maestrita querida... usted lo sabía. Ella está feliz como nunca, llora de alegría y les dice a sus chicos queridos: Me hubiera gustado ser parte importante de esto que pasó allí adentro, haber contribuído en algo en lo que hoy se logró. Y allí nomás, regala todos los pastelitos que le quedaban en el canasto.


viernes, 3 de julio de 2009

El fin del mundo.

Desde que se levanta, Santiago está comunicado. Su teléfono celular lo despierta, le habla, no lo deja solo ni un instante. Sus amigos están en él, le escriben, lo leen. Enciende la computadora y el e-mail está listo para contarle algo; él cuenta con sus amigos que se despiertan al mismo tiempo. El chat, lo transporta a la vuelta de la esquina o al mundo entero. Internet es la gloria. La televisión por cable lo pone en órbita al segundo, todo está allí: guerras en directo, una estrella del rock que murió hace un minuto, el nacimiento de una futura princesa ocurrido recién. Santiago sale de su casa rumbo al trabajo con la música de su I-pod en sus oídos y toda la información alojada en su cerebro. Trabajará viendo todo en una pantalla, lo que necesite para poder cumplir con quien le paga está allí, con luz, a la velocidad de un rayo. El mundo vuela, no se detiene por nada, cruza el Universo sin secretos. El Facebook, los Blogs, el Fotolog, Google y demás, todo lo que Santiago necesita funciona a la perfección. Sin todo eso no existe el planeta. Termina el día e hizo lo que le hubiera llevado una vida en un instante, y mañana al despertar, esa vida será otra.

Otra vez arriba, con la misma rutina con la que prácticamente nació, pero esta vez, Santiago se sorprende, es raro porque ya nada lo hacía. Su teléfono celular no lo despertó y por supuesto se quedó dormido, es tarde. Se debe haber quedado sin batería, se dice a si mismo. La computadora parece no tener vida, no enciende, está muerta. El televisor sólo le muestra los canales de aire, no hay vía satélite, ni CNN, ni nada. No hay noticias recientes, sólo lo que pasó ayer. Sus amigos no están en Internet porque se ha cortado, ni en su teléfono que ni tono tiene. La música, que sale de ese cuadradito chato y pequeño que se conecta a sus oídos parece haberse perdido. Sus amigos ya no están donde siempre, lo abandonaron. Se siente mal, quiere saber qué pasó. Intenta comunicarse con el teléfono de línea, pero ya ni recuerda el número de teléfono de la casa de esos amigos. Llama a los celulares y nada, no suenan. Es una tragedia lo que está ocurriendo. En el viaje a su trabajo ve que todos luchan con sus móviles para comunicarse con alguien, con el mundo. No lo logran. Qué pasa por favor. Ya va a pasar, tranquilo, esto es algo pasajero, se consuela.

No pasa; nada pasa. En su trabajo la pantalla de la computadora está gris. La observa durante horas, tomando café, comiendo algo, charlando con sus compañeros y lo peor es que no sabe nada de la vida de sus amigos, de su gente; de nadie sabe nada. El Mundo se detuvo; esa marcha alocada por el firmamento ya no lo es tal. Los planetas se alejan de éste en el que vive Santiago. Incertidumbre total de los mandatarios que gobiernan las naciones, dicen por la radio. Los bancos colapsan, la gente reclama su dinero y nadie sabe que le corresponde a cada uno porque todo quedó en los CPU. Ni un papel registra algo. Es el caos. Millones de adolescentes adictos al sms y a los mensajes de texto se suicidan. Las reinas y reyes de los floggers se ahorcan con el cable del mousse al descubrir que ya no existen. Los futbolistas millonarios ven reducidos sus contratos en un 90% porque ya no hay partidos en directo a todo el mundo, entonces, se casan con sus noviecitas de la infancia. Las voluptuosas vedettes que siempre los persiguen se arrojan de un séptimo piso por la depresión. Las noticias llegan al otro día o varios días después. Las cadenas de noticias internacionales de televisión por cable, al tener que cerrar las emisoras repentinamente, despiden a sus comentaristas y panelistas, pero por suerte, consiguen trabajo como carteros porque ahora la gente escribe. Envía cartas a todo el mundo que llegan semanas después. Santiago recibe en su casa una tarjeta de Navidad y se emociona, llora, la tiene en sus manos y de ella suena "Noche de Paz". Es un milagro. Los jóvenes se reunen en los cafés y comentan el último episodio de "El Chavo" que nunca dejan de pasarlo en algún canal de aire. Los presidentes de todo el mundo le hablan a sus conciudadanos. Piden calma, no desesperen, esto se arreglará pronto, nuestros técnicos están haciendo lo humanamente posible. Ingenieros capacitados se reunen en Ginebra con el fin de encontrar una solución al grave problema que vive el mundo entero. Fracasan, no lo logran, vuelven a sus países y se compran un taxi. La ONU declara la emergencia, pone en alerta a sus tropas de paz por las dudas haya guerra, pero no hay nada que hacer, nada cambiará. Es el fin... es el fin... es el...

"Es la hora de levantarse... la hora es: siete horas, treinta minutos... Es la hora de levantarse... la hora es..." Santiago apaga la alarma de su teléfono celular. Se sienta en la cama con los ojos abiertos como los del muñeco Chucky y transpirando envía un mismo mensaje a todos sus amigos: "Tuve una pesadilla terrible, resulta que..." Jamás recibirá una respuesta.