sábado, 6 de marzo de 2010

Esos pájaros sin alma.

John se fue a la guerra. En la vieja estación, Ellen lo despidió. Lo vio irse entre cientos de soldados asomados a las ventanillas del tren; rostros de jóvenes que se evaporarían en el horizonte que limita la vida de la muerte.
Su amado, el hombre con el que proyectó una vida allí en su pequeña casa londinense, se fue. Ellen se quedó sola. Con la esperanza que puede dar una guerra que se está haciendo cada vez más terrible allá en el continente; la esperanza de ver nuevamente a John asomado a la ventanilla del tren regresando para no volver a irse jamás. Promesas de cartas que desea se cumplan pronto la mantienen soportando su soledad como a casi todas las mujeres de Londres. Ese lugar en el que vivió toda su vida. Allí nació, creció, se educó y conoció al hombre de su vida. A John, para morir con él algún día; y así debe ser, por eso él volverá —Volveré, mi querida... Pronto volveré...

Las noticias son cada vez peores. Europa vive bajo fuego. El enemigo avanza y toma cada vez más posiciones y el hambre predomina en cada lugar donde las armas son implacables. Dónde estarás mi vida que me has dejado. Quién te cuidará en las noches frías.
—Avanzamos, no sé donde estamos, dicen que en el Sahara, sólo veo arena y arena que se mete en mi garganta y en mis ojos. El calor es insoportable en el día y las noches son tan heladas que me doy calor imaginando que estás tú cobijándome en tus brazos. Tú me cuidas como siempre lo has hecho...

En Londres las cosas no están mejor. Aviones del Tercer Reich lanzan todas las noches cientos de bombas sobre la ciudad destruyendo edificios, hogares. Las sirenas se han convertido en una música nocturna para Ellen que con ese compás se dirije al primer refugio. Allí pasa la noche. Escuchando en esos cinco minutos eternos explotar las bombas que incendian, matan, destruyen. Todas las noches. Ni una sola de respiro. Rutina nocturna que tiene que ver con la sobrevivencia de cada uno; de Ellen que espera leyendo una y mil veces las poquísimas cartas que recibe de su amado, a veces con minúsculos granitos de arena desde un lugar tan lejano para ella.

—He adelgazado. No es que no me alimente pero a veces comer es una tortura. Todo lo que mastico es como si se quebrara en mi boca. Sólo el agua me sostiene. El enemigo a veces acecha desde lugares impensados. Dispara sus cañones sin piedad, pero nosotros avanzamos, nada nos detiene. Nos enseñan que es la única manera de vivir. Para mi hay otra más; tu recuerdo, tus ojos, tu piel, tu boca, tu cuerpo blanco y suave...

El día se hace corto para Ellen, trabajando; haciendo las mujeres el trabajo que hacían los hombres que se fueron. Procurándose el alimento que le toca en suerte. Su ración diaria. Las noches son interminables allí abajo, en alguna estación del metro refugiándose del fuego que cae del cielo lanzado por esos aviones que no descansan nunca. Cuando sale a la superficie con la primera luz del día camina hasta su casa rogando que esté en pie. Todos los día el panorama ha cambiado. Las casas de sus vecinos han sido destruídas y ellos lloran su pérdida abrazados a los escombros. Mi casa no será derribada, no, John volverá y viviremos hasta que seamos ancianos en ella, lo sé, mi Dios... Lo sé.

—El Alamein es nuestro destino, los tanques se dirijen hacia allí y nosotros vamos detrás sin saber que existía en el mundo ese lugar. Las piernas se me han endurecido por la arena, las siento de hierro y me pesan. Estoy seguro de que esta vez veré al enemigo cara a cara. Por ti los arrasaré, porque quiero que esto termine de una vez y volver a ver tu belleza, tus lágrimas de alegría que me bañarán. Te prometo que pronto estaré allí contigo y será para siempre... —Lee una y otra vez oliendo la pólvora que ya es el único perfume que ha impregnado la ciudad. Intenta dormir en ese refugio de todas las noches para soñar con él y para que los días pasen cada vez más rápido. Maldita guerra, termina de una vez...

John ya no le escribe. Han pasado semanas, meses y la mujer del correo no aparece por su casa. Mi Dios, la espera es insoportable. La rutina es insoportable. El estruendo de las bombas en las noches es insoportable. Estás bien, estás bien, yo sé que estás bien pero necesito que me lo digas, que tus letras me hablen. Necesito que me digas una y mil veces que volverás a mi. Dime que me deseas, que no me tendrás piedad porque yo no la tendré contigo. Por favor escríbeme... No puedo más con este dolor en el pecho...

La mujer del correo ya se ha ido hace una hora. Hizo su trabajo y se fue a otros hogares a cumplir con su misión. Ellen estruja en su mano lo que recibió: Un telegrama. Dio su vida por la patria... Dice. Dio su vida... Su vida. Como si la vida no fuera nada y los es todo, absolutamente todo. Si las flores están es porque las vemos con los ojos.. Y eso es vida. Si tienen aroma es porque las olemos y eso es vida. La música la escuchamos con nuestros oídos y eso también es vida. Si no tuvieramos vida nada existiría. Cómo entonces me dicen que dio su vida. No la dio, ¡no! Malditos, se la quitaron. Me lo quitaron. Con su vida por la patria me destruyeron la mía, un futuro que ustedes no pueden imaginar porque no saben lo que han hecho.

Ellen, esta noche no escuchará las sirenas. No correrá al refugio para ponerse a salvo. Saldrá a la calle, extenderá sus brazos al cielo y esperará el fuego sagrado que caerá de esos pájaros sin alma.





1 comentario:

  1. A mi también Ricardo, a mi tambén me encantó esta historia. Toda una espera dura, larga, triste...cuyo desenlace fue aún mas triste con la muerte de John, que lo dió todo, y la nueva espera de Ellen, que esperará a que los pájaros sin alma la lleven con su amado John. Un saludo.

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