domingo, 14 de marzo de 2010

La decisión de Alina.

El poderoso ejército alemán, comenzó la invasión de Rusia. Como Napoleón lo había hecho un siglo y medio antes, pero con la absoluta convicción de Hitler de lograr la conquista que el pequeño gran hombre francés no había podido llevar a cabo. El pequeño gran hombre alemán se siente superior a todo y a todos.
Entre los miles de soldados que marchan a las estepas rusas se encuentra Erik. Un granito de arena entre tanta maraña de hombres altaneros, fuertes e invencibles, que se llevan el mundo por delante porque sienten que la raza Aria no tiene igualdad con el resto de las razas del planeta.
Cerca de Berlín se quedó Alina. La mujer que Erik ama más que a nada en el mundo. La mujer que ama a Erik por sobre todo lo que existe.
Cuando él se fue a la guerra, despidiéndose de su amada en la pequeña granja en la que viven cerca de Berlín, lo hizo convencido de que pronto volvería. "El tiempo no será nada, el mundo se rendirá a nuestros pies" le dijo a Alina que, desde ese momento, comenzó a contar los días esperándolo.
Pero la guerra no es lo que ambos esperaban, no, la contienda se convirtió en lo que el pueblo alemán no esperaba. Larga y cargada de muerte y más muerte. La Alemania de Erik y Alina descubrió que el enemigo tiene recursos y los usa. Ciudades enteras son bombardeadas provocando el pánico y la desazón en la gente que había escuchado de boca de su lider que serían intocables.

Alina vive con su madre, solas, trabajando en la granja y manteniéndose con algunos cerdos y gallinas que alimentan y que son su alimento. Alina, allí, espera un milagro; ver al hombre de su vida aparecer en el horizonte para no irse más de su lado y seguir construyendo su pequeño mundo, juntos, con esperanza de criar a sus hijos que llegarán para alegrar sus vidas doloridas por la separación, por una estúpida guerra que nunca desearon vivir.
Para Erik, el tiempo que no sería nada es demasiado. Pasó más de un año, mucho más de lo que pensaba desde que se fue y ahora se encuentra en Rusia; avanzando, cansándose, comiendo mal. Cargando con la pesadez de su fusil, su casco, su mochila y mucho abrigo encima. "Por Dios tanto frío puede hacer" se pregunta lamentándose. El barro, la nieve, el cuerpo húmedo, la ropa siempre mojada y el frío insoportable que se cuela por todos lados hasta calar los huesos es su rutina. Erik, sabe lo que es el frío porque en su tierra los inviernos son duros, pero esto... Esto supera todo lo imaginable.

Los cañones rusos disparan y disparan. Día y noche lo hacen impidiendo avanzar rápido al temible ejército alemán que ahora teme lo que se le viene encima: el invierno. El invierno más cruel de todos los tiempos. Ya no matan solo las bombas rusas, sino el frío glacial. Quizá para muchos soldados sea una bendición ante tanto sufrimiento. Para Erik, el recuerdo de Alina es suficiente incentivo para resistir. Él lo logrará, se lo ha propuesto. Vivirá para volver a sus brazos tan cálidos y fuertes que protegerán su debilidad por la falta de alimento, por sus pies congelados e hinchados que ya casi no lo dejan caminar aunque no le importe; no hay adónde ir. Un pozo en la tierra cubierta de nieve y hielo es su lugar hasta que todo termine de una vez.

El tiempo ha pasado. Demasiado tiempo ha pasado. Alina sabe que el poderoso ejército de su patria a sido aniquilado en Rusia hace más de dos años y que miles de soldados han muerto y ya no volverán. Alguien le dijo que los pocos que sobrevivieron fueron hechos prisioneros y enviados a Siberia. Ruega que Erik sea uno de ellos. Mientras, resiste criando sus cerdos y gallinas para poder seguir comiendo con su madre.
Alemania está destruída. Los aliados ya están en todas partes y el tan temido ejército rojo a las puertas de Berlín. Una ciudad que dicen los que saben, es el lugar en el que resiste el Fhurer que los llevó a esta guerra con un final anunciado. Berlín, defendida por un puñado de niños con uniforme arremangado por lo grande que les queda, está por caer.
Los rusos son despiadados. Son los primeros en llegar y arrasan con todo; matan a quienes se interpongan a su paso, sean niños o ancianos. Violan a las mujeres sin importarles la edad.

A su paso, la granja de Alina es un objetivo para ellos sin darles una mínima esperanza a las dos mujeres y las violan como a todas. Con violencia, una y otra vez sin descanso para ellas. Matan a los animales para comérselos. Cuando se cansan siguen su camino dejándolas vencidas, humilladas, sin lágrimas porque se han secado después de tanto dolor. La anciana se suicida colgándose de una viga del granero y Alina se queda más sola que nunca.
Cuando poco después la guerra termina, una semilla de alguno de los soldados rusos que la violaron quedó en su vientre que se ha hinchado convirtiéndose en una carga demasiado pesada para ella.

Lilí ya tiene doce años. Es hermosa como su madre: el pelo casi amarillo, la piel muy blanca, los ojos oscuros. Es lo único que la diferencia de Alina porque sus ojos son celestes, como los de Erik. Ojos rusos, piensa Alina que no ha podido demostrarle nunca una pizca de cariño a su hija bastarda. La pequeña no sabe lo que es el amor porque jamás recibió un abrazo, un beso, el calor de su madre que con un dolor en el corazón trata de sobreponerse trabajando con dureza reconstruyendo su granja. Con la ayuda de Lilí vuelve a criar sus cerdos, gallinas y alguna que otra oveja.

Un mediodía de primavera, Lilí llama a su madre. Alguien se acerca. Un desconocido vestido con el viejo uniforme del ejército alemán pero sin casco ni fusil; solo con un pequeño atado de ropa sucia. Alina espera a que se acerque para observarlo: alto, flaquísimo, su cabello casi blanco y el rostro y las manos arrugados y ajados como los de un anciano. Alina conoce esos ojos que la miran resignados y tristes por una vida vivida casi sin vida. Sin pronunciar una palabra, la mujer se da vuelta encaminándose hacia la casa permitiendo que el hombre la siga junto a Lilí que no deja de observarlo con curiosidad.

El hombre se sienta a la mesa; Alina le sirve un tazón con un guiso de cordero y papas además de una copa de vino. Él come con ganas, casi con desesperación. Las dos mujeres lo observan en silencio; sólo se escucha el sonido de la cuchara en el plato. Termina de comer y clava su vista en la niña que no ha dejado de mirarlo. Alina le vuelve a servir. El hombre sigue comiendo más lentamente sosteniéndole la mirada a la niña, dejando que la cuchara adivine el lugar donde se encuentra la boca. Entonces, Alina rompe el silencio. Lo hace con decisión, para que su hija y él entiendan como serán sus vidas de aquí en más: "Lilí, el es tu padre que regresó y te amará como yo te amo a tí".
Luego, por primera vez en doce años, abraza fuerte a su hija besándola en la frente, descargando su ternura acumulada por toda una vida de sufrimiento.


No hay comentarios:

Publicar un comentario