sábado, 12 de junio de 2010

Un lugar del infierno.

Árido, el verde fue eliminado como color. El suelo calienta tanto que si un huevo se rompe en él se cuece en segundos. El sol parece estar a centímetros. El aire entra por los orificios de la nariz y quema hasta la garganta que siempre está seca como el arroyo que se supone bordea el pueblo. Nada para hacer. Todo para huir bien lejos de este lugar que no figura ni en los mapas. Algunos jóvenes lo hicieron para llegar hasta la Universidad, en alguna ciudad; los que se quedaron a veces lo lamentan... A veces.
El joven Marius está sentado como siempre, con la mente en blanco, a la entrada de la desvencijada casa de madera que habita con sus padres irlandeses que una vez llegaron a este lugar huyendo de las lluvias; nunca más vieron una gota y lo lamentan.
Observa la camioneta Chevrolet 65 que se acerca dejando a su paso tanto polvo que se podría ver desde la luna.
Hey, Marius, ven, bebámosnos unas cervezas frías, ¿quieres? Este calor me ha secado la sangre... Veraz... Le grita desde el vehículo su amigo de siempre, Joe.

El único café de hamburguesas, patatas fritas, tragos, fonola con viejos discos o lo que sea, está al lado de la Ruta 66. El único lugar donde los ventiladores secan por un instante la transpiración. El único lugar a kilómetros de distancia. Dicen en el pueblo que los astronautas lo ven desde el espacio y comentan: Jamás pondré mis pies en ese infierno del demonio.
¿Cervezas? Exclama Sam, el cantinero. -Malteadas deberían tomar mocosos, vagos de pacotilla que deberían estar en la Universidad y no aquí...
Cállate, Sam, no boquees y sírvenos de una buena vez... Le ordena Joe. -Ya bastante tengo que soportar los retos de mi padre... Un día lo mataré y luego me iré bien lejos... Veraz.
Estaba pensando, Joe, que no quiero irme de este pueblo, sabes...
Estás loco, Marius, no soportarás mucho tiempo más aquí, tu cabeza estallará de tal manera que dejarás tus sesos desparramados y asándose en el asfalto de la 66... Veraz...
Es que tú no entiendes, Joe...
Qué es lo que no entiendo, Marius.

Charlie, casi un niño todavía, entra corriendo al café gritando desaforado: ¡El Señor Miller ha matado a la Señora Miller!
De qué hablas, niño, ven acá. Le dice Joe levantando la voz. Marius se ahoga con la cerveza que no puede pasar por su garganta que se cierra de pronto.
Digo que el señor Miller ha matad...
¡Ya te escuchamos, niño, pero cómo lo sabes!
Porque lo vi...
¿Viste cuando la mataba? Le pregunta Sam desde la barra.
No, vi la policía en su casa, la tienen rodeada los muy malditos...
Y al Señor Miller ¿Lo han apresado? Pregunta Joe casi tartamudeando.
No, parece que no estaba allí el condenado...
Marius toma un nuevo trago de cerveza y vuelve a ahogarse. Parece que por su garganta ya nada pasará.
¡Por fin pasa algo en este hervidero! Grita Joe juntando sus manos en señal de rezo y mirando al techo a la vez.
En eso frena de golpe al frente del local la camioneta Dodge del Señor Miller, que baja inmediatamente con una escopeta de dos caños e irrumpe en el café, enfurecido: ¿Dónde estás pendejo hijo de puta? ¡Ah! Ahí estás... ¡Te voy a agujerear el estómago de tal manera que una jauría de perros pasará de lado a lado!
Todos miran sorprendidos a Marius que se ha puesto blanco como una bandera de paz, claro, es lo que él quisiera tener en sus manos en ese momento.
Señor Miller, por favor no haga nada de lo que pueda arrepentirse... Sam trata de calmarlo desde su lugar en la barra.
¡Tú te callas, no te metas en esto! Le grita Miller al pobre Sam que no quiere ver correr sangre en su café.
Mire Señor Miller, hablemos de...
¡Te callas maldita sea! Grita el Señor Miller totalmente fuera de si y dispara contra el espejo detrás de la barra haciéndolo añicos.
¡Aaaahhhh! Gritan todos buscando un lugar para guarecerse de lo que pronto será una lluvia de balas. Marius está a punto de desmayarse pero antes se hace en sus pantalones.

Voy a matarte maldito pendejo engreído... Me has arruinado la vida...
¿Marius? Pero si apenas puede arruinarse la suya, Señor Miller... Balbucea, Joe escondido detrás de la barra. -Qué puede haber hecho el pobre infeliz... Veraz...
Se tiró a mi esposa...
Silencio mortal.

El sheriff del condado llega con todas sus sirenas sonando a más no poder. El niño Charlie sale corriendo al grito de: ¡El Señor Miller va a matar como a un conejo a Marius! ¡Sheriff Jackson tiene que impedirlo!
Cállate, quieres... Le dice el sheriff entrando al café. -Escucha Miller, ya has hecho demasiado daño por hoy, baja el arma...
No, Jackson, lo voy a matar... Meterse con una mujer mayor que podría ser su madre... Merece el infierno...
Ya vive en el infierno... Dice Joe desde detrás de la barra.
¡Cierra la boca porque tengo cartuchos para ti también! Grita con furia y apunta hacia el mostrador.
¡No! ¡Por favor, Señor Miller no destroce más mi negocio! Balbucea el pobre Sam.
El Sheriff Jackson intenta tomar por la espalda a Miller y este aprieta el gatillo destrozando la fonola apagando la voz de Elvis y su Rock de la cárcel. Miller cae de rodillas soltando el arma y llorando se toma la cara con sus dos manos causando pena a todos los que allí se encuentran, menos a Marius que respira aliviado y del blanco pasa inmediatamente al rosa pálido.

Ok, Señor Miller, vuelva a su casa, no levantaré cargos esta vez y mañana venga por aquí a pagar los daños que causó... El Sheriff Jackson lo levanta del suelo ayudándolo a caminar hasta su camioneta.
Pero... ¿Cómo que vuelva a su casa si mató a la Señora Miller? Se interpone Joe extrañado por la decisión del sheriff.
No, Joe, no mató a nadie, ella sólo le contó arrepentida que lo había engañado y él, fuera de si, le dio una tunda. Creo que se lo merecía. Y tú Marius será mejor que no te vuelvas a acercar a la Señora Miller porque te pondré entre rejas hasta que te salgan arrugas, ¿me entiendes?
Si, Sheriff Jackson.

No recuerdo que hubiese pasado, en este pueblo, algo que pudiera contar alguna vez... Veraz... Comenta Joe moviendo la cabeza como no pudiendo creer en lo que pasó, mientras camina hacia su viejo Chevrolet, acompañado por Marius. -No, amigo, esto ha sido increíble... Pobre Señor Miller...
Me iré de este lugar, Joe, iré a la Universidad... Mis padres estarán felices... Le dice, Marius, con mucha congoja.
Si, es lo mejor, ya no tienes motivos para quedarte... Oye... Tú crees que la Señora Miller, si tú te vas... Digo, no se... Si yo...
Joe, no seas cretino, ¿quieres?
Sólo fue un comentario, amigo...
Siguen caminando mirando el piso seco que cruje al andar, en un silencio que parece eterno.
¿Está buena? Dime, ¿eh? Cuéntame cómo le gusta... Vamos... Veraz.
Marius se aleja de Joe caminando por la ruta hacia su casa, sin contestarle y sin mirar atrás.
¡Eh! Marius, de que te enojas, tú te la tiraste después de todo... Eh, vuelve, hey, quiero saber como es, maldita sea... Jamás me he tirado a nadie... Maldito lugar del infierno.








6 comentarios:

  1. Tambien en "Un lugar del infierno" suceden cosas, al menos sus habitantes ya tendrán algo que contar, pero no así su protagonista que ahora sí se irá a buscar una vida de más provecho. Como siempre felicidades, es un placer leerte.

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  2. Eres buenisimo Ricardo, me encanta tu forma de hacer relatos, siempre con un punto de humor. Fantástico amigo. Un bsito. Tere.

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  3. Me ha encantado!!!!!!

    He sentido el calor abrasador, la miserable vida de un lugar recóndito, he podido sentir el tedio, el miedo, la sensación de la fugacidad de un minuto y la posibilidad de perderlo todo en ese mismo instante.

    Maravilloso microrelato, con tono agridulce,con la irónia de todo y nada es posible a la vez.

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  4. Maravillllosso: me recuerda a esas novelas con las que me inicié en la lectura cuando era crio.

    nadie me las dió a leer, las encontré en el mueble bar de mis padres, nunca tuvieron oportunidad de aprender más allá de las cuatro vocales, era necesario trabajar aún siendo niños y para ellos debían ser buenas. Entretenidas, al menos.

    Eran novelas de diálogos espesos, banales, predecibles, pedantes y en algunos casos mal traducidas del inglés, un ejemplo:


    novela típica de indios y vaqueros:
    - Oye Dick, parece que va a llover - dijo Lois.

    Una pesada nube gris oscura se cernía y acercaba sobre las cabezas cansadas y agotadas del ganado. Lois y Dick, valientes, bravos aventureros vaqueros se refugieran bajo la única acacia que había en toda la planicie plana mientras el castigado, fustigado y cansado ganado vacuno de vacas era sometido a una lluvia lluviosa de lluvia.

    amigo Dick creo que tienes que esforzarte un poco más...

    o dejar paso a las nuevas generaciones. Al menos tú sí pones comas.

    Sin acritud, un beso.

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  5. Anónimo, No dejaré de escribir aunque vengan mil generaciones. Te prometo que me esforzaré pero no dejaré de hacerlo. Gracias por el comentario pero sobre todo por haber leído el relato.

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