lunes, 16 de agosto de 2010

La ciudad dormida.

Para Lisa, la ventana de su cuarto es una pintura que va cambiando sus colores con cada pincelada diaria: Las ventanas de los edificios linderos, el sol que sale por el este, las pocas estrellas que la luz artificial le deja ver, el verde de los árboles, las nubes, la lluvia. Todo lo demás parece detenido en el tiempo. Para ella su casa es un mundo despierto porque Lisa vive alerta a todo lo que la rodea. El mundo exterior está lejos. Las cartas en las que con sus dedos dibuja palabras es lo que la comunica con gente que jamás ha visto. Con gente que tampoco la conocen a ella. No importa, a muchos los siente como sus amigos sin tener sus presencias nunca porque no son de su mundo.

Cuando sale a la calle, camina por el empedrado de su ciudad observando todo lo que se mueve aunque parezca detenido. Ya no busca un amor porque está convencida de que nadie lograría perturbar su corazón que late al mismo ritmo cansino desde hace varios años atrás. Un hombre que tenga los ojos abiertos, que duerma de noche, viva de día, no parece existir sobre las piedras que arman su poblado. Un hombre que le diga al oído lo que de muchos otros escucha con sus ojos. Lisa pide a gritos que su ciudad se despierte de una vez porque quiere amar y ser correspondida. La sensatez que la caracteriza no la conmueve con cada encuentro repentino del destino a su paso. Su taconeo no logra hacerles abrir los ojos a ellos, inmersos en un sueño profundo y vacío.

Mimetizada sin desearlo con sus coterráneos, el carruaje que se cruza en su camino la despierta de repente. Cae sintiendo que su tobillo se ha torcido y el dolor insoportable deja escapar una lágrima de sus ojos oscuros. Mi Dios, señorita, ¿está usted bien? Escucha decir a su espalda a una voz masculina y compungida. Lisa levanta la vista con odio en sus ojos encendidos y húmedos a la vez, chocando con dos faroles celestes que le ruegan una respuesta de alivio. Sólo me duele el tobillo, alcanza a murmurar confundida porque lo que tiene enfrente es un milagro del cielo.

Dónde estaba, se pregunta mientras él después de pedirle permiso, acaricia su tobillo cerciorándose de que está todo en su lugar. Hay ruidos en el aire, pájaros que cantan y el viento que le mueve su cabello tiene sonido. Hacía mucho que no lo percibía en su ciudad dormida. Hacía demasiado tiempo que su estómago no le avisaba que algo está sucediendo en su cabecita. Lisa se enamora.

De paso, es la frase clave en estos casos… Estoy de paso. Mi ciudad no es esta y mi vida tampoco, señorita. Es la frase odiosa que ella tampoco quiere escuchar. El té calienta sus gargantas y las masitas endulzan sus bocas. La charla es suave y pausada, sin histeria ni risas desmedidas. El hombre es un caballero que supera a cualquiera de esta ciudad que vive aletargada aunque para Lisa, todos griten y sin razón. Haré que su paso se detenga aquí, piensa y se propone. No habrá sensatez que me lo impida. Mis sentimientos han despertado, no volveré a mi vida anterior.

Se va, por donde vino se va. Ella sabe que no puede detenerlo aunque haga todo lo posible para que no quiera irse. El hombre se lo dijo, tiene otra vida y si no fuera por eso se quedaría con esta mujer que se cruzó en su camino por un accidente del destino que siempre sabe lo que hace. No despierta, su ciudad no quiere despertar y Lisa vuelve a percibir el sueño que parece eterno en sus vecinos. Su ventana que no cambia los colores del cuadro pintado por el señor de las alturas. Sus cartas al desconocido mundo que queda en algún lugar. La rutina a la que se ha acostumbrado y que pareció desaparecer de pronto, fue sólo un espejismo en un desierto que no lo es; esa rutina sigue para adormecerla en una tristeza que ya es costumbre.

Otra vez el mismo camino de siempre, los mismos olores a comida, la misma gente que nunca cambia sus hábitos, gritando cuando habla, y otro carruaje que al esquivarla la hace caer en el empedrado por su distracción culpa de un aburrimiento que a veces es insoportable.

Lisa, estás bien, te hice daño, escucha desde el suelo una voz que le parece conocida. Los colores de sus mejillas sonrojadas se intensifican al darse vuelta para ver con esperanza al que le habla. Lisa, te lastimé. Se queda mirando dos soles acaramelados que la observan con miedo. Dos ojos del color de la miel preocupados por su estado. No puede creer lo que está pasando. Tantas veces lo vio al comprar sus perfumes y sales de baño en la tienda de este joven que casi la atropella con su carruaje, y nunca se dio cuenta de lo que puede significar para ella. Sólo me duele el tobillo, le dice casi sin que se escuche su voz. Él le pide permiso para tocar su tobillo comprobando aliviado que está todo bien. Ella siente que el cielo le da otra oportunidad.

El zumbido de una abeja husmeando una amapola y el sonido de una hoja seca al rozar el empedrado, le abre los ojos. Su ciudad ya no duerme. Por fin se ha despertado.

3 comentarios:

  1. Richard!!! Que lindo!! Me encanta como escribe y cuan cierto es el hecho de cruzarnos con gente que puede significar mucho mas de lo que creemos en nuestras vidas!!
    Un Beso Grande.
    Naty

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  2. Muy lindo Dick! nuestro destino está a veces a la vuelta de la esquina, solo hay que abrir los ojos! bss María

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  3. Me alegro que Lisa al fin despertara de su letargo, porque las personas que están dispuestas a amar el destino no debería negarle las mil y una oportunidad que necesite para sentirse viva.

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