miércoles, 20 de octubre de 2010

Carta desde el Nuevo Mundo.

Con esta primera carta, comienzo una nueva historia de amor. Muy pronto, la segunda carta.


Mi adorada, Arancha:

Nunca me arrepentiré de no haber permitido que me siguierais en esta locura, esta fiebre que padecemos los hombres por ir detrás de un sueño dorado, que hoy, reconozco imposible. Las Indias, es la tierra más inhóspita que un cordero de Dios pueda pisar. Miles de peligros acechan agazapados en cada rincón de un lugar en el que me siento un usurpador. Si muriera hoy aquí, y de hecho lo haré alguna vez, sería el mejor castigo que pudiera recibir, como todos los españoles que hasta esta tierra llegamos con el fin de conquistar. Tanta ambición desmedida me asombra en mi mismo.

Mi cuerpo, ese que tú has conocido joven y hermoso -esas eran tus palabras cuando lo recorrías sin vergüenza y tanto amor- es ahora un pedazo de carne infectada por toda clase extraña de alimañas y ponzoñas que se han alojado en él. No hubiera soportado tu piel blanca como el mármol, lo que aquí hubiese sido un manjar de los dioses para insectos y larvas que no me atrevo a describir con precisión, porque no se como hacerlo para que entiendas sin que te cause repulsión.

Este Nuevo Mundo es el infierno. Para ti y las niñas que extraño hasta enloquecer, sería un calvario. Ustedes no merecen semejante suplicio, no, por eso mi negativa a que viajaran conmigo fue la mejor decisión de mi vida.

Arancha, amada mía, no queda oro en las paredes ni en las piedras; no he visto ni una onza en los cinco largos años que llevo recorriendo cada palmo de este lugar. He caminado selvas escondiéndome de animales salvajes y carnívoros, durmiendo con los ojos abiertos por el insoportable temor a ser devorado en las noches. He cruzado ríos llenos de peces que pueden dejar de un cristiano sólo los huesos en menos que canta un gallo. He subido y bajado montañas con un frío que hiela la sangre, viendo con horror a hombres sin fortaleza, quedarse sentados y duros como gárgolas con los ojos clavados en el horizonte mirando el otro mundo. Luché contra criaturas desnudas, como Dios las trajo al mundo, más feroces que todo el ejército francés. -lo digo con conocimiento por haberlos peleado reconociendo su bravura- Estos indígenas de aquí no conocen el poder del fuego, pero sus lanzas y flechas envenenadas, al menor roce matan, no sin antes sufrir uno, una tremenda e insoportable agonía.

Tengo suerte de estar vivo, pero hoy, si me vieras, moriríais de tristeza. Envejecí diez años por cada uno que llevo aquí. Parezco un anciano con el cuerpo cansado, herido por mil cicatrices que lo cruzan, deteriorado, con el cabello largo, blanco y sucio. Por eso, mi vida, sólo quiero que me recuerdes como me has tenido en nuestro lecho de amor, allí en mi entrañable Extremadura: fuerte y sano como un toro, como supe ser antes de embarcarme en esta aventura llena de sueños estúpidos de mi parte.

Tú y nuestras dos preciosas niñas merecen otra vida, la que allí tienen, y no esta que alguna vez pensé para vosotras. Merezco el más bajo lugar del infierno, por eso en él estoy. Sufriendo con tu recuerdo que es una tortura de dolor en el alma. Ningún metal precioso que vine a buscar, vale más que tu rostro que es lo más hermoso que mis cansados ojos han visto.

Me he instalado en la Ciudad de los Reyes, en Perú, aquí esperaré el final de mis días, solo e imaginando que ustedes estáis conmigo. Hablándole a las paredes de mi modesta casa, pero a ti, porque estás en cada rincón cuidándome, como siempre lo hacéis con nuestra más pequeña que es tan delicada de salud –Dios quiera que ya sea una niña fuerte como lo eres tú.- Con este pensamiento me basta para soportar lo que me quede de vida.

Saber que tu alma no me deja es suficiente para sobrellevar mis pesares. Mientras, te ruego mi bella Arancha, que si usas luto por mí, te lo quites, que no llores mi ausencia, que comiences otra vida con un hombre que no te abandone como yo lo he hecho; un hombre que te de, a ti y a las niñas, lo que yo no supe darles. Que te merezca.

Esta es mi última carta, que seguramente leerás cuatro meses después de escrita. Un buen misionero que regresa a España me prometió entregártela en mano. Él te contará más de mi en esta tierra que vine a conquistar y en la que terminé siendo prisionero.

Viviré hasta que el señor lo disponga; no volveré a España porque no tengo recursos para hacerlo y además me avergüenza que me veas vencido. Resistiré contigo en mi corazón porque eres lo mejor que me pasó en la vida. Nunca dejaré de lamentar lo tonto que he sido; tuve en mis manos el tesoro que aquí vine a buscar, y mi arrogancia y mala sed, no me lo dejaron ver.

Tu luz me iluminará siempre.

3 comentarios:

  1. Es una carta preciosa, no sabes las ganas que me han entrado de contestarla.
    Un beso

    ResponderEliminar
  2. Mientras la leía, un oscuro sentimiento invadió la habitacion... Creo haberme transportado por un momento a esa tremenda soledad que estaba viviendo el amante arrepentido... Me deja moraleja, no hay mejor tesoro que el amor compartido con otra criatura, no existe regalo más grande que la compañía de u corazón que se convierta en la razón de la misma existencia...

    La chica "Swatch"

    ResponderEliminar
  3. Es bellísima Dick..dureza de novedade`..pero leýendola te da una sensación bien bonita..Ojalá que ella de haya contestado..Saluditos del alma..poeta de las cartas

    ResponderEliminar