viernes, 22 de abril de 2011

Pequeñeces sin títulos.

Lo sé.
Sé que se aceleró tu corazón.
Que primero sonreíste y después lloraste.
Y tus lágrimas te endulzaron la cara.
Sé que tu día no fue igual al de ayer.
Sé que le gritaste al viento:
ves que puedo correr más que vos.
Sé también que miraste el cielo azul y soleado
y viste millones de estrellas.
Lo sé. Yo, pequeño arrogante, lo sé.
¿Sabés por qué?
Porque es lo que me pasó a mí
cuando supe que me habías leído.

La hermosa mujer de cabello como el sol
caminó sobre la arena.
Suavemente.
Deslizándose al ras.
Con la mirada puesta en el mar rugiente.
Sabía que todos tendrían sus ojos
clavados en ella.
Disfrutó de ese mágico instante.
Cuando la espuma acarició sus pies,
se quitó lo único que la vestía.
Esos inaceptables anteojos negros.

Abrir los ojos.
Ver la luz de la mañana.
Recorrer el camino impuesto por la rutina.
Saludar a los mismos de ayer.
Planificar problemas para que no lo sean.
Mirar las sombras que se alargan.
Hablar de lo mismo de siempre.
Reírse, discutir, ser tolerante, dar la razón.
Y luego, el cielo rojo, la luz que se va.
Pero no fue un día más...
Alguien te vio.

Supo de vos.
Te miró a los ojos.
Acarició tu pelo a la distancia.
Caminó a tu lado sin que lo sepas.
Te escuchó con el alma.
Se fue con una esperanza:
que mañana abras los ojos
y la luz del amanecer sea mágica.
Entonces el camino será nuevo.
Tan nuevo
que los que hoy te vieron
serán otros.

Te vas a atrever a pintar de colores
la sombra que te acompaña.
Te reirás y reirás hasta que el cielo
otra vez se ponga rojo.
El atardecer te despedirá
con ganas de volver a verte.
Tus ojos profundos descansarán.
Mientras un coro de ángeles
cantará suavemente a tu oído.

Siempre habrá alguien que piense en vos
Te vea y camine a tu lado.
Para que tus días sean soñados.
Sólo tenés que proponerte una cosa:
Que todos los días sean mágicos.
Para que mañana, mañana y mañana
tu corazón vuele a las estrellas.

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