martes, 5 de julio de 2011

Babilonia.

El folleto le resultó tentador. No dudó en acercarse hasta la agencia de turismo que lo distribuye: CRUCERO DE ENSUEÑO A BORDO DE UN JARDÍN FLOTANTE. Un título vendedor acompañado por la foto de un enorme barco sobre un mar increíblemente azul y transparente. Cecilia, sentada frente a la agente de viajes, está plenamente decidida a disfrutar por primera vez de su viudez que ya lleva casi cinco años de un luto, a esta altura, insoportablemente fiel.

Sabe que sus amigas, todas casadas y con hijos grandes, le van a reprochar que a su edad se embarque sola a navegar por el Mediterráneo como si fuera a buscar un hombre desconocido para reemplazar la memoria de su compañero de siempre. Porque seguramente es lo que le dirán, enojadas, cuando se enteren. Pero Cecilia piensa: Ya tengo 55 años, no estoy nada mal, mis hijos hacen su vida y además fui la mujer más fiel del mundo; tengo derecho a darme este gusto, ¿no es cierto?

¿Cómo dijo? Se sorprende la agente de viajes.

No, nada, pensaba en voz alta… A propósito, ¿cómo me dijo que se llama el barco?

Babilonia, es una nave increíble, una verdadera ciudad flotante a todo lujo además de llevar a bordo cientos de plantas exóticas; es un verdadero paraíso, le va a encantar se lo aseguro.


¿Qué? Por favor, Cecilia, qué vas a hacer sola en un crucero y tan lejos, vos sabés como son esos lugares, ahí van hombres a buscar mujeres como vos, solas y desprotegidas para satisfacer sus deseos más...

¿Más qué? La interrumpe Cecilia… Por favor soy una mujer grande, llena de vida, me he pasado el tiempo...

Siendo una mujer decente…

¿Acaso voy a dejar de serlo por eso?

Espero que no, pero en un lugar así nunca se sabe…. Dale, venite con nosotras a Punta del Este, allí este año van a estar todas las chicas…

Si, ya sé, todas con sus maridos e hijos y yo sola como siempre, como todos los años en el mismo lugar, no, esta vez quiero cambiar.


Llenó dos valijas con su mejor ropa de noche, de tarde, mallas, algún bikini atractivo y hasta lo que seguro no iba a usar. Volar a Europa y embarcar en Atenas es alucinante, soñado. La embarcación, imponente, de un lujo asiático, se dice Cecilia a si misma sin poder salir de su asombro. Un camarero la acompaña hasta su camarote en el cual desde un ojo de buey puede ver mitad el agua y mitad el horizonte, los camarotes con mejor vista son los más caros, pero este está bien, mejor dicho, ¡está bárbaro! Grita loca de contenta.

Vestirse para la cena, salir a cubierta en una noche estrellada en alta mar y en pleno Mediterráneo, caminar entre gente de todo el mundo hacia un salón increíble lleno de manjares sabrosísimos. Elegir una mesa y sentarse a ella compartiendo el lugar con gente de lo más variada es todo lo que ella necesita. Y allí está, rodeada de plantas exóticas que despiden un aroma que excita. Le hablan en italiano, francés, inglés, lo que sea, ella con su inglés básico se entiende con todos o por lo menos lo que tiene que hacerse entender.

Observa a cada una de las personas con mucha curiosidad y le resulta bastante divertido. Comparte la mesa con un árabe rodeado de un harem de bellas jóvenes que lo acarician y le dan de comer en la boca; seguramente el hombre es un magnate del petróleo se imagina. O aquella mesa de tres parejas cuarentonas que no paran de reírse además de comer y tomar champagne como si se fuera a acabar el mundo, mañana. Más allá, esos jóvenes que sentados solos a una mesa, tratan de conquistar a un grupo de niñas muy bonitas que viajan solas seguramente para festejar su mayoría de edad. Claro que no faltan esos cincuentones con sus anillos de oro y brillantes, el cabello teñido, que no le quitan los ojos de encima a toda jovencita apetecible que por allí anduviese. Estoy salvada. Piensa Cecilia.

Qué especie variada es el ser humano. La voz a su lado es en un español forzado.

¿Perdón?

No pretendo molestarla pero creo que me entretenía haciendo lo mismo que usted.

¡Ah! Sí, bueno… Usted tiene razón, la gente con sus colores y sus distintos idiomas se convierten en animales atractivos para mi.

¿Viaja sola?

Las recomendaciones de su amiga la asaltan y tiene un momento de incertidumbre, aunque, ella está bastante lejos. Observa al hombre con atención. Digamos que unos 60 años bien llevados, egipcio, atractivo.

Hablo algo de español porque viví unos años en Barcelona, por negocios y... No está mal, agradable, interesante… Viajar en un crucero como este es algo que me satisface y se conoce gente… Ojos negros penetrantes, enigmáticos… Además de tener la oportunidad de estar sentado al lado de una mujer tan hermosa…


Se encontraron al otro día en la piscina, almorzaron juntos, caminaron por el shopping del barco y tomaron tragos variados. Cenaron con champagne que llenó de burbujitas los ojos de Cecilia sintiéndose en la gloria pero con un poquito de culpa. Cuando regresaba a su camarote, ya tarde, acompañada por él, pensaba en todo lo que estaba disfrutando ese día y noche tan agradables y de lo equivocada que estaba su querida amiga, cuando de pronto se toparon con una pareja que fornicaban parados y apoyados sobre la baranda de cubierta. Abrió la boca por el asombro, se ruborizó, se tapó los ojos y no se atrevió a mirar a su acompañante que ni se inmutó. Se despidió del hombre, se metió en la cama y le costó dormirse, no por lo que había visto sino por los terribles jadeos de placer de una pareja que le llegaban del camarote contiguo.


La mañana siguiente amaneció a pleno sol. El agua de la piscina parecía estar divina. ¡Está helada! Se sobresaltó cuando la salpicaron a propósito.

Vamos, Cecilia, disfruta de este maravilloso día… El egipcio frente a ella le hace sentir un poco de pudor por lo de la noche anterior.

No te preocupes por lo que viste anoche, eso fue sólo el comienzo.

¿El comienzo de qué?

El comienzo de lo que se va a convertir este barco de aquí en más…

¿En qué se va a convertir? No entiendo…

En una gran orgía. Le dice el hombre muy seguro de si mismo.

¡Dios mío, mi amiga tenia razón! ¿Y vos cómo lo sabés?

Porque hice este viaje varias veces.

¡Varias veces! Entonces te gusta todo esto, lo disfrutás.

No los anteriores, pero este si porque es el último, y si tú me ayudas un poquito....

Cecilia tomó de un manotazo su toalla y salió corriendo, indignada, hacia su camarote encerrándose todo el día sin ni siquiera atreverse a mirar el medio horizonte desde el ojo de buey. Llegó la noche y el hambre le torturó el estómago. Mi Dios, lo único que me falta es morirme de hambre y miedo. No vine para que ese maniático me obligue a estar encerrada. Tomando coraje se maquilló para matar. No te tengo miedo, no, no. ¿Sabés? Para mi sos una momia que no asusta a nadie…


Se sentó a una mesa donde quedaba un solo lugar, asegurándose de esa manera que el egipcio no estuviera cerca. El hombre no apareció en toda la cena. No fue una cena normal. El árabe y su harem hacían toda clase de obscenidades con las cremas, salsas y frutas que tenían a su alcance. Los maduros teñidos, exhibiendo su dinero eran acosados por las jóvenes cazafortunas. Los jóvenes solos ya no estaban solos sino que eran asaltados por las niñas solas que se hicieron mayores de golpe. Sobre el escenario en el que todas las noches tocaba una orquesta, una mujer se desnudaba mientras algunos hombres la alentaban acariciándole las piernas.

¡No puedo creer esto! Dijo Cecilia en voz alta como si alguien se fuera a interesar por su preocupación. Todo era un verdadero relajo para ella. Salió del comedor entre gritos y risas de placer de los comensales y corrió a cubierta en donde, iluminadas por la luna, decenas de parejas hacían el amor sin ningún prejuicio.

Ceci, tranquilizate. Se dijo a si misma casi con desesperación. Tu amiga te lo advirtió…Mientras corría por la cubierta se le ocurrió que no estaría mal hacerlo con el egipcio, después de todo hacía tanto tiempo que... ¡Cecilia qué estás pensando! ¡Debe ser que la comida es afrodisíaca! Se metió en su camarote y se acostó vestida. Un sudor frío le corrió por todo el cuerpo. Tuvo deseos. Como hacía mucho no tenía.


La despertó una explosión. Todo el barco tembló. Escuchó gritos desgarradores y salió a cubierta para encontrarse con un panorama dantesco. La popa del barco estaba envuelta en llamas. Hombres y mujeres corrían desesperados de un lado para otro chocándose entre si, algunos semidesnudos, otros directamente desnudos mientras gritaban en diferentes idiomas completamente inexistentes. A los que hasta ayer hablaban inglés, francés, alemán, árabe o lo que sea, hoy, de sus bocas le salían sonidos rarísimos que ni ellos mismos podían entender. Cecilia preguntaba a los gritos que había pasado, pero su español era chino y su inglés arameo para todos los que la escucharan. Era un verdadero caos, nadie prestaba ayuda porque nadie podía pedir ayuda. El Babilonia se hundiría en cuestión de minutos.

Sintió terror, era el fin del mundo ¡Maldito, Babilonia, voy a morir acá! Gritó desesperada. Sintió unas manos fuertes que la tomaban colocándole un salvavidas naranja. El egipcio que ya tenía el suyo puesto la levantó como una pluma y la arrojó al vacío desde cubierta. Cecilia fue un solo grito hasta que se hundió en el Mediterráneo. Cuando salió a flote impulsada por el salvavidas, comenzó a respirar agitadamente, abrió los ojos y vio a su salvador que le gritaba que nadara rápido para alejarse del barco lo más pronto posible. Desde una distancia considerable vieron clavarse de punta en el mar a esa inmensa ciudad flotante. Solo ellos dos, ni un sobreviviente más. El egipcio apretó contra su cuerpo a Cecilia que temblaba excitadísima, llorando a la vez. Le besó el cuello, las mejillas, los ojos, la boca una y otra vez. Con pasión, metió sus manos dentro del vestido desgarrando su ropa interior y le hizo sentir toda su anatomía, allí en el medio del mar, flotando con sus salvavidas naranja. Se entregó a él sorprendida de si misma, sintió lo que nunca había sentido, fue el momento más glorioso de su vida. Despreció sus 55 años anteriores. Se apiadó de la vida de su amiga.

A pesar de que no me ayudaste lo hice bastante bien. El hombre, envuelto en una frazada y sentado con ella en la cubierta del carguero que los rescató, le habla casi en susurros.

¿Cómo que no te ayudé? Maldito engreído, quién te crees que sos…

No me refería a eso, sino al barco. Lo tuve que volar solo.

¿Qué? ¿Volaste el barco? ¿Lo volaste con una bomba? Ay, Dios mío, decime que estoy soñando que me voy a despertar y...

Te dije que era el último viaje del Babilonia, te lo dije, yo venia preparando esto desde hace tiempo, tenía que terminar con tanta lujuria… Ese es mi trabajo.

Cecilia se toma la cara con las manos y se queda mirando al hombre, que seguía hablando sin parar, mientras se preguntaba: ¿Quién es este hombre? ¿Se cree Dios? ¿Quién es este hombre que me hizo el amor como nadie? ¿Quién es, por Dios? Sintió pánico y una placentera excitación a la vez.


Te lo dije, Ceci, una y mil veces te lo dije, yo lo sabía, no me quisiste escuchar…

Por favor, el barco se hundió y eso sí que no lo sabías… Le dice indignada a su amiga.

Fue por las orgías, yo lo sé. Ves, hubieras venido a Punta del Este con nosotras y...

Y lo mismo de siempre, sí, lo mismo de siempre. Se lamentó.

Pasó el tiempo entre reuniones en la casa de su amiga, shoppings, películas románticas, planes para el próximo verano en Punta del Este con su séquito de amigas, hasta que un día, una carta vía aérea llena de sellos se deslizó por debajo de su puerta llamándole la atención. Una carta en esta época, qué raro. La abrió intrigada.

Estimada, Cecilia:

No quiero hacerlo solo esta vez. Quiero que me acompañes en esta misión. Te necesito. El crucero sale de Saint Thomas, en el Caribe, en una semana. Son esos de solos y solas, así que no tengo que explicarte nada. Te espero.

Dejó la carta, se dirigió hacia su habitación, abrió el placard, recorrió con la mirada las prendas colgadas y dijo en voz alta: Sí, un bikini de lo más pequeño y un vestido elegante para la cena. Esta vez es todo lo que necesito.

2 comentarios:

  1. Estoy entrando al encanto de tus cuentos y relatos, no me permite hacerme seguidora, volveré con mi opinion sobre la lectura.
    Te mando un beso grande
    C

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  2. Gracias, Anónimo. Me gustaría saber tu nombre.

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