martes, 29 de septiembre de 2015

Polvo de estrellas.


Cuando era chico vivía en el campo y por eso tenía la suerte de poder ver las estrellas en las noches sin luna, esa luna que cuando no estaba, yo imaginaba que se había venido en picada hasta hundirse en algún mar con un monstruo que la devoraba de un solo bocado.
La Vía Láctea, las Tres Marías y la Cruz del Sur me hacían sentir un sabio conocedor del universo entero. Pensaba que si viajaba hasta esa maravilla que veía, tendría que esquivar las estrellas con una nave rapidísima para no chocar con alguna de ellas.
Hoy todavía me asombra esa inmensidad que no para de crecer. Estoy convencido de que mientras el universo se siga expandiendo habrá esperanzas. De qué, no sé, pero me hace bien pensar en eso.
Estamos formados por células microscópicas que nos conectan con absolutamente toda esa inmensidad. Formamos parte de esa grandiosidad y por eso somos dioses. Somos polvo de estrellas. Y mil veces me he preguntado de dónde salió todo esto. Porque también creo que nada sale de la nada.
Todo empezó con el Big Bang dicen los que saben, pero nadie sabe quién encendió la mecha. Por eso me pregunto también, una y mil veces, ¿cómo diablos llegué hasta aquí?

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