domingo, 1 de noviembre de 2015

Como aquel 1942.


“Al amanecer sale mi barco hacia el Pacífico, el destino es Midway. Sé que a ti ese lugar no te dice nada, ni siquiera sabes dónde queda, ni yo lo sé, y es mejor así. Quiero disfrutar de esta noche contigo como si fuera la última. No me mires con esos ojos tristes. Te prometo que volveré”.
No volvió. Su avión averiado se hundió en el mar antes de llegar al portaaviones. Desaparecido en acción decía aquel horrendo telegrama. Sólo me quedé con el recuerdo de aquella noche única, la música, su trompeta que me pidió que le cuidara, un tesoro para mí, y una foto de tonos grises inmortalizándolo con su uniforme que lo hace más guapo aún.
Hace tanto tiempo ya de eso. Las arrugas en mi rostro, mi mirada de párpados caídos, mi mente que se niega a imaginar cómo sería su rostro hoy, lo ve regresando a mí sin que el tiempo haya pasado, porque así me lo prometió.
Emergerá del mar y ya no habrá arrugas en mi rostro, ni párpados caídos. Habrá una noche maravillosa de su música para los dos, que esta vez sí, será la última.

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