lunes, 27 de abril de 2009

Don Narciso.

Se levantó una mañana con la decisión tomada. Por eso tendría mucho trabajo ese día, lo cual no era poco a sus noventaypico abriles. Ya lo había planeado; lo haría tomando pedacito por pedacito de cada cosa importante que recordase, más alguna otra por ahí que lo sorprendiera. Aspiró fuerte y profundo, para quedarse con un poquito de aire. Grabó en su retina un cachito de sol, como adorándolo, por haberlo mantenido con vida tanto tiempo. Acarició a su nieto más pequeño quedándose con un retazo de sus poros. Miró con ternura a la mamá de su nieto, su hija, para incorporar a su cesta de recuerdos, sus dulces ojos. Fue hasta la piecita del fondo, esa que nunca es visitada porque allí todo es viejo, de antaño, no sirve, para qué. A él le serviria y mucho. El polvo acumulado por décadas estaba vivo todavía. Ante su andar lento y cansino, esas partículas se pegaron a su ropa, a su piel. Fue otro pedazo de vida que unió a los que ya había juntado. Abrió un baúl, el que nunca falta en un lugar así, con fotos sepias, objetos de unos y de otros, de su familia. Sus hijos, todos sus nietos, y su amada esposa que desde muchos años atrás lo esperaba en el cielo, estaban allí. Tomó un poquito de aquí, un poquito de allá. 
Pequeños retazitos de cada cosa era todo lo que necesitaba. Horas de trabajo mental, que para su edad se convertían en un inmenso esfuerzo. Luego, recuerdos de su trabajo de toda la vida en la Bolsa de Comercio de Rosario. De las callecitas de la ciudad tantas veces recorridas. Un poco de cada amigo que tuvo se llevo consigo. Su Extremadura natal y sus padres, que una vez y hace siglos, lo despidieron cuando él decidió que su futuro estaba en otro lado. Juventud aventurera que lo trajo a esta tierra para nunca más volver. Fue una jornada dura, de vivencias ya vividas, de recuerdos descubiertos nuevamente. 
Llegó la noche, se acostó en su cama y comenzó con cada pedacito de las cosas reunidas en ese agotador día, a armar su vida, la que ya había vivido. Como un collage, como un rompecabezas al que no le faltaría ninguna pieza. Esto lo pongo acá, esto otro allá y ya está, está lista, es la mejor vida que pude haber tenido, se dijo, cumplí con mi misión.
Luego, inclinó su cansado cuerpo en la cama, juntó sus manos sobre la almohada, apoyó su cabeza en esas manos con arrugas de casi cien años y, feliz por la misión cumplida, se durmió plácidamente. Profundamente. Cada vez más profundamente... más... más.

A mi abuelo materno.

2 comentarios: