viernes, 15 de mayo de 2009

Pecado de juventud.

Ricardo, supo tener 19 años. Fue hace mucho, mucho tiempo, cuando los adolescentes de ayer eran tan inocentes como un niño de hoy. O más. También supo tener una novia a esa edad; Marta. Ella era un año mayor que él, y tan mujer como una de 20 de hoy en día. 
La conoció en una fiesta que ella organizó en su casa, un asalto, así se le llamaban a esos encuentros de jóvenes con música de Los Beatles, Tom Jones, cumbias oriundas de Colombia y gaseosas. Llegó a esa casa con un amigo y de colado, sin conocer a nadie más, pero fue mágica la noche para Ricardo porque la única persona que le interesó; Marta, se fijó en él. Flechazo. Amor a primera vista le dicen. Estuvieron juntos toda la noche entre los jóvenes iracundos que danzaban agarraditos, a los saltitos, mejilla con mejilla. Ellos dos hacían lo que podían, porque Ricardo nunca pudo dar dos pasos juntos, fue medio patadura para el fútbol y el baile. A Marta no le importó a pesar de que terminó la noche con los pies hinchados por los pisotones.
Ricardo y Marta, comenzaron a verse los sábados en algún que otro asalto; los domingos para tomar algo a la tarde, sin alcohol, claro; ir al cine o simplemente caminar por San Isidro tomados de la mano, en ese barrio vivía Marta, para terminar a la tardecita saboreando un helado de crema y chocolate en un cucurucho así de grande. Cuando tenían oportunidad de estar solos, se besaban, se decían cosas lindas y se volvían a besar. A veces, tantos besos, provocaban en el pobre Ricardo algunos dolores que él justificaba como una simple jaqueca. Lo que menos le dolía era la cabeza, pero siempre fue un caballero, entonces mejor morir estóicamente y de pie.
Una noche, en un lugar de ese barrio, llamado "La Escalera de Caracol", se encontraban como muchas otras parejitas amparados por la escasa luz del lugar; con algún farol por ahí, otro por allá, en las sombras. Besándose, haciéndose arrumacos y nuevamente besándose. Podían estar horas así en ese estado casi somnoliento. De pronto, Marta le susurró a Ricardo algo al oído, seductóramente lo hizo: ¿No querés que hagamos otra cosa? Qué cosa... dijo Ricardo un poco sorprendido. No sé, preguntame, dijo ella. Ricardo, entonces, comenzó con su interrogatorio más o menos de esta manera: ¿Querés ir a una fiesta? No... ¿Querés ir al cine? No... ¿Querés ir a caminar por el centro de San Isidro? No... ¿Querés ir a tu casa? No... ¿Querés que vayamos a tomar algo? No... ¿Querés que vayamos a la cas...? No... Bueno Marta, creo que no querés nada, no sé, no se me ocurre qué más preguntarte... Está bien, no importa, dijo Marta resignada, y siguieron besándose toda la noche.
Ricardo y Marta terminaron ese romance de juventud dos semanas después. Eran muy jóvenes y el futuro no tenía planes para ellos, juntos.
Cuarenta años después, Ricardo viajaba en el tren camino a Tigre y cuando se detuvieron en la estación de San Isidro, se acordó de pronto de Marta y de aquél incidente inocente, en "La Escalera de Caracol". ¿Qué esperaba Marta que le preguntara esa noche? Pensó, ¿Qué me faltó preguntarle? Acaso... acaso... ¿Querés hacer el...? ¡Noooo! ¡Qué imbécil, por Dios!


3 comentarios:

  1. La sabiduría llega cuando la juventud se ha ido, la fiesta (o en ese caso el asalto) ha terminado y las jóvenes ya se han marchado a su casa.
    Me gustó mucho, más que tus aventuras alcohólicas.

    ResponderEliminar
  2. jujuju! ¡qué inocente! Me gustó. Beso. M

    ResponderEliminar
  3. La experiencia es un peine que nos llega cuando nos quedamos pelados.
    Dije PEINE, no PENE!!!

    Excelente!!!

    Berni

    ResponderEliminar