domingo, 6 de diciembre de 2009

La separación.

Todo casi listo. Ya había embalado su computadora que alguien pasaría a buscar más tarde junto a sus libros y los discos de su música preferida. No quedaba mucho suyo en esa casa donde pasó parte de su vida. La mejor. Su vida con la mujer que más amó.
Ya está, se dijo, es hora de irme lejos, a empezar otra vida en un lugar que no me recuerde a este.
Ella, mientras, lo observó en silencio. Sin poder hablarle, o sí, sabiendo que si lo hiciera, él no la escucharía, no le respondería aunque le dijese mil cosas. Lo dejó en paz recoger sus pocas pertenencias; meter su ropa en un bolso. No habría ya, manera de detenerlo.
Todo tiene un final, pensó ella; si los amores duraran cien años siempre tendrían su final. Lo observó con tristeza acercarse al hogar que tantas veces en las noches frías de invierno, les diera calor con su crepitoso fuego mientras hacían el amor acostados en la alfombra.
Él, tomó una foto de las pocas que quedaban encima de ese hogar ahora apagado. Era esa que los muestra mejilla con mejilla sonrientes y felices a la cámara que los inmortalizó para siempre; fue en aquél tiempo feliz. Único. Ella intentará detenerlo: No, esa foto no, quiero que se quede conmigo en esta casa. Aquí donde pasé los mejores días de mi vida. Vete si quieres, sepárate de mi, pero por favor deja esa foto conmigo... Pero no dijo nada... Nada... Lo que pensó quedó dentro suyo. Se sintió culpable porque esta separación fue por su propia e involuntaria decisión. Simplemente un día dijo: Basta, basta, aunque no lo creas no doy más. Ya no puedo seguir con esta vida.
Él, metió la foto en su bolso; miró detenidamente cada rincón de la casa. Cada pared, cada cuadro, cada mueble. Observó las azaleas marchitas, secas en un florero con el agua turbia por el tiempo. Ya no recordaba cuando se las había regalado; sus flores favoritas.
A ella no la miró, ignoró su presencia. Demasiado dolor en su corazón transformado a veces en odio por este maldito momento que ella misma propició. Esa decisión inentendible del destino que lo obliga a irse lejos, a emprender otra vida. A tratar de enamorarse de otra mujer como si fuera tan simple. Tan estúpidamente simple.
Cerró la puerta de la casa y salió a la calle. Ya no volvió a mirar hacia atrás; sabía que no lo haría nunca más. La vida sigue, las heridas las cura el tiempo... Dicen, los tontos dicen.
Camino unos metros y se detuvo de repente, como si se hubiese arrepentido de algo. Miró al cielo, cerró los ojos y lo prometió: "Jamás dejaré que falten azaleas en tu tumba".


3 comentarios:

  1. No entiendo a las mujeres que se quedan mirando cuando su marido (flamante ex) se lleva las cosas de su casa. No hay desgarro mayor.
    En ese momento pareciera que se lleva la mitad de tu vida... despues entendemos que somos como las estrellas de mar.... nos arrancan un brazo pero despues se regenera otro y volvemos a estar enteras. ( voy a escribir en mi blog sobre esto, gracias por la inspiracion)

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  2. Es tan triste, desgarradoramente triste, es verdad los tontos dicen que el tiempo cura las heridas y ese final, inesperado final ... tenìas razòn una vez màs...

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  3. RICARDO SOS UN GENIO! ME QUEDE MUDA AL LEER ESTE ULTIMO TEXTO.
    TIENE TANTA VERDAD Y COMO SIEMPRE LA CALIDAD DE COMO ESPRESAS CADA MOMENTO...
    GRACIAS POR TODOS TUS CUENTOS!!!
    ANDREA

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