sábado, 24 de julio de 2010

Señor Alfredo.

Señor Alfredo:

He recibido, le aclaro que con estupor, cada una de sus cartas en diez años y casi sin diferencia de fechas una de la otra. Digo con estupor porque las primeras me causaban gracia por su atrevimiento. Perdone, Alfredo, por ser tan auténtica en mi apreciación.

Le confieso que la primera carta la leí sin entender, preguntándome de quién era realmente porque a usted no lo recordaba. Luego, supuse que era el boletero de la estación de tren por lo que me decía en ella y la volví a leer. Claro que no le di importancia, pero, por suerte, por alguna razón del destino guardé su reseña olvidándome de ella hasta que un año después recibí la segunda. Y así sucesivamente a medida que pasaban los meses.

Señor Alfredo, quiero que sepa que yo jamás lo miré aquella vez en la estación, o si lo hice fue sin observarlo. Lamento desilusionarlo, pero no puedo mentirle ante semejante declaración de amor hacia mí durante diez largos años. Por eso, hasta hoy, jamás le contesté lo que me parecía un auténtico absurdo. De todos modos permítame decirle que me siento halagada.

Cuando usted me vio en la estación dispuesta a tomar el tren a mi ciudad, Cipolletti, mi vida era totalmente normal o más que eso. Casada con un hombre al que amaba más que a nada en el mundo. Ese mundo que me llenaba de felicidad a cada instante al sentirme afortunada por tener a mi lado a una persona maravillosa, un ángel que me cuidaba y respetaba como a una princesa. Sólo nos faltó un hijo que lamentablemente yo no pude darle. Así y todo nada ni nadie podría cambiar mi destino de luces; sin sombras, sin pesares.

Seguramente esto que está leyendo en este momento rompa su corazón, pero, Alfredo, no todo en la vida se perpetúa hasta el infinito, no, a veces el destino de luces se ensombrece y el Universo parece conspirar contra uno. Contra mi lo hizo.

Hace cinco años, viajando con mi esposo a Neuquén en nuestro auto, tuvimos un terrible accidente. Mi adorado esposo que conducía el vehículo murió en el acto. Desperté en un hospital después de varios días de coma y, le juro Alfredo, hubiera deseado no hacerlo jamás. No sólo por enterarme de que mi esposo ya no estaría más conmigo, sino al descubrir que ya nunca volvería a caminar. Sí, Alfredo, y además sin volver a pararme. Mis piernas quedaron totalmente inutilizadas.

Tres años de tristeza infinita me sucedieron, con un dolor en el alma que me es imposible relatarle. Mi Ama de Llaves, Nora, una alemanota rígida, fuerte de carácter pero con un gran corazón, me ha acompañado desde entonces. Ayudándome, siendo mis piernas inútiles, atendiéndome sin descanso, dándome de comer y levantándome el ánimo a cada minuto. Por ella he vivido y vivo, además Señor Alfredo, por sus cartas cada año.

He leído cientos de veces cada una porque en mi condición inválida, sentir que alguien me ama tanto es una bendición. Nunca me atreví a contestarle e imaginará el motivo, pero creo que usted, Alfredo, por su insistencia incondicional, lo merece.

No puedo decirle que siento lo mismo por usted que lo que siente por mi, no, sería una ridiculez de mi parte, pero sí, cada carta que he leído y releído me ha hecho soñar. Soñar con correr por la playa con un hombre que me acompañe, compartir cenas y charlas, ver las estrellas acostados en el césped sintiendo la frescura de la noche en nuestra cara. Desde mi silla de ruedas, mirando desde mi ventana el verde de los árboles y el color de las flores, me permito pensar en lo que ya no podré hacer físicamente como si realmente sucediera. Esto tengo que agradecérselo de corazón. Sus diez cartas, que para mi fueron cien, me ayudan a darme cuenta de que la vida continúa.

Estimado, Señor Alfredo, sepa usted que los trenes siguen llegando todos los días a Cipolletti. Atrasados porque no salen a horario, cancelados vaya a saber por qué, pero llegan. Sepa usted que de aquí no me moveré, como verá. Sepa usted también que las puertas de mi casa están siempre abiertas aunque ya hace años que nadie las cruza. Sólo mi querida Nora y yo estamos aquí.

Alfredo, agradeciéndole sus cartas un millón de veces, desde lo más hondo de mi corazón lo saludo con todo mi afecto.

Laura.

PD: ¿Qué? A mi también me resulta graciosa esa pregunta, aunque no la recuerde, pero si usted lo dice debe haber sucedido así.

2 comentarios:

  1. Como siempre.....¡Me encanta!
    Gracias por escribir cosas tan bonitas

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  2. Que dulcura y que ternura tan grande, la sencillez de la verdad, tan embriagadora como la esperanza de ser amada sin esperar y sin mirarse en la debilidad.

    GRANDIOSA HISTORIA DE AMOR

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