miércoles, 19 de enero de 2011

Estoy en el sur.

Muy lejos de tu tierra y más lejos de donde estás.

Ya la luz es tenue porque el sol me pide permiso para irse a dormir.

Y lo dejo, por hoy ha trabajado mucho.

Estoy en paz para hacer lo que me gusta; escribir.

Entonces lo hago recordando mis días en Madrid,

y siendo atrevido te lo quiero contar.

Vi tantas cosas bellas que quedaron en mis retinas.

Y en mi corazón, por supuesto.

Toledo y sus callecitas de cuentos.

Segovia y ese acueducto al que abracé porque quise sentir

la historia que una vez me enseñaron.

El Escorial en un día con nubes que me acariciaban

el rostro para que no las olvidara nunca.

Aranjuez de ensueño al que le faltó un concierto,

pero lo incorporé a mis oídos para escucharlo yo solo.

Qué te voy a decir de Madrid, ciudad que amo

porque la sangre de mi madre, que es la mía, quedó allí.

Pero nada, nada puede superar la ternura de tus ojos.

Tu mirada, en esa, mi noche triste,

que me hizo olvidar por un momento por qué estaba allí.

Perdóname mi torpeza y atrevimiento por decirte estas cosas.

Miles de kilómetros hacen que me sienta un valiente.

Me paro con la cruz del sur detrás de mí,

y sé que hacia ese norte que miro, estás vos, leyéndome,

y quizá asombrándote por mis palabras que escuchan tus ojos.

Si nuevamente te tuviera frente a mí,

sólo pediría que me vuelvas a mirar con esa ternura,

porque sé que un día me entregarás tu corazón.

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