miércoles, 16 de febrero de 2011

Así como se lo cuento.

Por los siglos de los siglos. Porque somos eternos el amor nunca muere. Viviremos una y otra vez amándonos hasta que seamos dioses, de allí venimos y hacia allí volvemos.

Una noche de octubre, en un lugar de Madrid, con mi madre yéndose para siempre de esta vida, ella me reconoció. Me observó todo el tiempo porque ya me conocía de otros tiempos; sabía lo que habíamos vivido en otra vida. El amor que estaba comenzando en ese momento venía de antes, de cuando éramos distintos, en otro mundo, en otra época. Ella me enseñó todo eso y más, me enseñó a ver más allá de los tiempos, a no tener miedo, a saber que moriré por un sueño: mi sueño de morir de amor.

Después de esa, mi noche triste, y a mi vuelta a Buenos Aires, comenzamos a comunicarnos con cartas que parecían inconclusas por largas intermitencias, pausadas. Cada carta suya era para mí un motivo de felicidad por una esperanza que indudablemente en ese momento era muy lejana. Hoy, me parece que el tiempo transcurría sin que yo tuviera conciencia de nada razonable, sino de algo con un toque de locura por lo absurdo de pensar en un futuro cara a cara con ella. Sólo la había visto en un momento de mi vida y de la vida que pasa ante mis ojos. Sus facciones comenzaban a ser borrosas en mi mente, y seguramente lo mismo le pasaba a ella, mi rostro se confundiría con mil rostros que pasaban ante sus ojos día a día. Su mirada penetrante de aquella noche la tenía clavada en mí, pero el dibujo de su cara, que para mi había sido hermosa, empezaba a ser un enigma que algún día debería resolver. No nos animábamos a más. Ni hablábamos de enviarnos fotos y eso era porque, creo, queríamos prolongar lo enigmático y mágico de nuestra relación. Jamás nos dijimos esto, pero con el tiempo que ya pasó, y que es como si no hubiera existido, siento que no hay otra conclusión que esta a la que me refiero.

Así lo sentía: raro, tonto; el escribirnos desde distintos continentes sintiendo en la piel de cada uno lo implacable del clima, calor, frío, pero como si sólo una habitación contigua nos separara el uno del otro. Ella estaba allí, a centímetros de mí, leyendo mis letras que trataban de seducirla casi como un grito para que no me olvide. La imaginaba en el piso 28 de la Torre Picasso, su lugar de trabajo, sin tener idea de cómo sería ese lugar. En su casa, en las calles de Madrid o en los lugares que me describía con sus letras. Me costaba imaginar su andar porque casi no lo recordaba, es más, no sé si la había observado caminar. Ella seguramente sí conocía mis pasos porque esa noche no me quitó la vista de encima. Era una mujer que empezaba a convertirse en algo misterioso para mí y eso me gustaba, me encantaba amar a alguien que no tenía ningún motivo para defraudarme.

El amor convierte a las personas en tontos y hasta a veces en ridículos, no se puede pensar con claridad y sólo se actúa por lo que dicta el corazón, especialmente en los hombres, que somos capaces de hacer cualquier cosa por una mujer, como la de recorrer miles de kilómetros para estar con ella con el sólo fin de ver qué pasa. Es así de irracional, no manda la mente y son frecuentes los impulsos por hacer algo.

No hay nada mejor para el hombre que lo misterioso, lo que no conocemos, lo que pasará al otro día o lo que habrá en otros mundos. Lo que vivimos ya está, no nos sorprende más porque pasó, pero lo que vendrá es motivo de historias imaginadas con resoluciones sin límites.

“Te amo amor mío y no tienes una idea de lo mucho que te necesito. Soy tu vida y tu eres la mía.” Me escribía. Sentíamos los dos una gran ilusión. Le decía de la locura grande de encontrarnos alguna vez después de tanto tiempo sin saber cómo podía ser, ella me contestaba que sería perfecto, que su instinto no la traicionaría; su amor era más loco que el mío.

Disfrutemos de este amor, así a la distancia, hasta que podamos estar a medio metro cuando sea. El amor duele, no lo descubrí yo pero duele, mucho más cuando los que se aman no se pueden tocar, eso lo sabemos ahora pero este dolor es hermoso, si lo puedo llamar así.

Quiero saber por qué nos pasa. Quizás por las letras que nos escribimos o las llamadas o esa mirada tuya aquella noche y hace tiempo.

Te beso recorriendo todo tu cuerpo con mucha dulzura, con todo mi amor.”

Y lo planeamos: sería en abril. Cruzaría el inmenso Océano Atlántico para saber como era esa mujer cuando la abrazara. Ella, me resultaba distinta en cada una de las fotos que comenzó a enviarme. Se fotografiaba con su móvil, me llegaba a la computadora y siempre me parecía otra persona, lo que hacía que mi incertidumbre sea mayor. Estaba lleno de miedos por lo que iba a vivir y a ella le pasaba lo mismo, pero los dos queríamos que esa oportunidad que teníamos no se perdiera por nuestros temores. Teníamos una gran ilusión y cuando al fin comenzamos a hablar por teléfono, nos decíamos todo lo que nos haríamos el uno al otro cuando estuviéramos juntos. En cada carta que ya eran decenas y decenas, hablábamos del amor tan intenso que sentíamos. Ya no había día en que no habláramos o nos escribiéramos. A mí el tiempo hasta abril se me hacía eterno, para ella no era nada, estaba allí, no falta nada me decía. Se reía de mí por mi impaciencia, se reía mucho por teléfono cuando me escuchaba por lo feliz que se sentía. Creía haber encontrado el gran amor de su vida. Yo le creí porque sentía lo mismo.

El tiempo es implacable, pasa aunque no exista. Como ella me lo había dicho: no es nada. Abril llegó, pero esa es otra historia.

4 comentarios:

  1. " El amor duele, no lo descubrí yo pero duele, mucho más cuando los que se aman no se pueden tocar " ... que frase Dick !!!!!!!!!!!!!!
    Me encanto está historia , espero con ansiedad la próxima . Que sea prontito !!!!

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  2. excelente tu historia y muy bella,ojala que pronto escribas al próxima......

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  3. Ya lo estoy haciendo y será tan bella como esta.

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  4. Maravilloso texto, muy emotivo y hermoso. Cada palabra toca la fibra más interna del que lo lee... bella forma de manifestar lo más bello de la vida: el amor
    Gracias !!! =)

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