lunes, 14 de marzo de 2011

Así como se lo cuento. 7º y último capítulo.

Después de Lisboa vivimos días de vino y rosas en Madrid y Toledo. Mi vuelta a Buenos Aires fue tan triste como la despedida en Ezeiza cuando ella viajó a verme aquí, en mi ciudad. Volví a Madrid nuevamente unos meses después para seguir con este loco amor que sentíamos y, hoy, después de tanto tiempo, recuerdo su última imagen despidiéndose de mi en aquella Terminal 1 de Barajas con su cara desencajada por el llanto. Así como la había visto venir tan resuelta con esa sonrisa-sandía la primera vez, ahora la veía irse llorando desconsoladamente, como presintiendo que sería nuestra última vez.

Esta historia ya es historia, con todo el dolor del alma lo digo. Sé que me amó con la misma intensidad que yo a ella. Fue, es y será el amor de mi vida, y sé también que se entregó a mí con todo lo que tiene en su corazón porque realmente así lo hace, pero, a veces pienso que a todos nos amó por igual. Siento que estuve de pasó en su vida y me duele terriblemente imaginar que hoy a otro hombre le estará diciendo las mismas cosas que a mi me decía. Me lastima imaginar que estará en los brazos de otro. Extraño su acento mexicano mezclado con el madrileño; su voz por teléfono diciéndome: “Hola mi amor… Te amo tanto, pero tanto…”

De todos modos ningún pacto se ha roto: Seremos amantes eternos y cumpliremos el otro después de irnos de este mundo, un pacto que nunca romperemos. De mi parte juro que si me voy primero, como debe ser, lo cumpliré. Ella, que me reconoció cuando me vio la primera vez después de haber estado conmigo en otras vidas, siempre me decía: “Júrame que me buscarás en nuestra próxima vida.” Lo haré, porque esta vez me toca a mí, pero también sé que cada vez que nos veamos será para vivir un gran amor y luego sufrir por eso, fue así en los siglos anteriores y lo será por los tiempos de los tiempos.

Nunca perderé las esperanzas de volver a verla, aunque, quién sabe cuando será que veré su rostro sonriendo de oreja a oreja o su labio inferior temblando cuando está a punto de llorar. ¿Se colgará de mi cuello diciéndome: te extrañé? ¿La veré venir hacia mí con sus pasitos cortos y rápidos, e irse con sus rodillas rozándose y su cuerpo divino contoneándose mientras se aleja? Deseo verla comer otra vez con tanto placer que da placer de sólo observarla. Disfrutar al verla sufrir por sus mofletes doloridos de tanto reírse. Qué placer al descubrirla leyendo a escondidas y en silencio cualquier libro que cayera en sus manos, como lo hacía en mi casa. Quiero volver a escucharla cantar cuando se ducha y meterme bajo el agua con ella. Ruego que me pida otra vez angustiada que no la deje porque tiene miedo de quedarse sola. Hoy, quizá, otro hombre tendrá toda esa suerte que una vez fue mía.

Ese hombre, ¿la hará reír hasta que le duelan los pómulos? ¿Jugará con ella en la cama como niños? ¿Le escribirá todos los días e-mail largos que a ella le encanten? ¿Le hará dibujos y dibujos de su rostro? ¿Le hará caritas apagando y encendiendo la luz para que se ría como una niñita pequeña? ¿Escribirá la novela de un gran amor si es que viven juntos un gran amor? Ella: ¿Le dirá qué tiene un esposo loco como a mí me lo decía? ¿Se divertirá con su torpeza susurrándole: Me encantas, mi amor?

Ella y yo, vivimos desde que nos vimos por primera vez la noche en que murió mi madre, una gran historia de amor. Con cartas durante dos años, con intermitencias, sí, pero siempre retomando el hábito de contarnos cosas, soñando con algo que finalmente pasaría. Luego los llamados hasta vernos nuevamente, pero esta vez para amarnos como los grandes amantes de la historia.

Hicimos el amor en cinco ciudades: Madrid, Lisboa, Toledo, Buenos Aires y Salamanca; tres países y dos continentes separados por un gran océano, a pesar de que si cuento los días en que nos vimos, desde mi noche triste hacia acá, no superamos los dos meses de nuestras vidas. Me siento muy afortunado de haber vivido algo tan maravilloso y ruego que ella sienta lo mismo. Le pido que me recuerde siempre; me moriría si supiera que me olvidó, aunque no lo creo, lo que realmente creo es que en algún rinconcito de su corazón estoy y allí me quedaré para siempre, y ruego también que cuando a ella le toque dejar este mundo y al final de la luz me vea esperándola, no se sorprenda; se me acerque como en la Terminal 1 de Barajas con su sonrisa-sandía y me diga: “Holaaaaa…” La voy a abrazar tan fuerte como la primera vez y de la mano la voy a llevar conmigo al infinito, a la eternidad, con los dioses.

Por último, en este relato en el que he contado lo que ella y yo vivimos, tengo que decir casi como una súplica, que doy la mitad de lo que me queda de vida, y que no es mucha ya por cierto, por volver a vivir juntos los cinco maravillosos días en Lisboa y aquél 11 de abril.

“A Fernanda”

2 comentarios:

  1. Que romántica historia. Espero que ellos dos se encuentren algún día ...

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  2. Me encantas...Ricardo.
    Escribes cosas preciosas. Solo de leerte me imagino la gran felicidad y el tremendo dolor.
    La historia es preciosa, seguro que se reencontrarán en cualquier momento de cualquier vida.

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