viernes, 27 de marzo de 2009

Buzón (1)

Hoy en día, a través de internet, mucha gente se escribe sin conocerse, hasta que deciden verse cara a cara. Así han comenzado algunas historias de amor que tuvieron un final feliz. Muchas otras, no tanto. Este cuento que escribí, tiene que ver con lo peligroso que puede ser una relación a ciegas, en algunos casos.

Desde este lugar lejano en el que hoy me encuentro, voy a contarles lo que alguna vez me aconteció. Fue no hace mucho tiempo, si es que el tiempo existe cuando uno recuerda los hechos vividos como si estuvieran ocurriendo siempre. Resulta que alguien tuvo la idea de comunicar su existencia, a través de esa carta sin sobre y al instante que llaman e-mail. A varios se la envió, a mi me llegó. Me pareció una señal y a la vez me sentí halagado por lo que decidí contestarla. El destinatario era una destinataria. Mi respuesta fue sólo para ella. Mi timidez impidió que los demás lectores de la osada mujer conocieran mi pensamiento. La sorpresa me invadió cuando la desconocida me contestó, creo que sólo a mí me contestó, estableciéndose entre nosotros una serie de secretos impensados a esa altura de mi años vividos. Comencé a saber de su vida, le conté de la mia. Mi niñez, mi adolescencia, mi juventud y madurez fueron expuestas con distintas palabras. Sus sueños, amores y fracasos me fueron transmitidos de la misma manera. Mis dedos acariciaron las teclas que hablan de amor. Sus ojos se emocionaron creyendo escuchar mi voz. Su imaginación la transportó al infinito. Mi mente viajó por la ciudad. La luz de la pantalla, para mi, era la luz de su alma. Se lo conté de mil maneras, se lo transmití desde el corazón. Sus cartas me llegaban con la misma emoción. La confesión de amores vividos también. Su dolor en el pecho por el fracaso con el último hombre. Mi rutina diaria, mi resignación, mi soledad, todo en mil letras. Todo en esa pantalla. No nos costó enamorarnos. Sólo hay que proponérselo. Fueron días, semanas, fueron meses de e-mail diarios. Infinidad de susurros de amor en ojos sin rostros. Creatividad asombrosa salía de mi mente hasta allí dormida. Dulzura que quería oír me llegaba de quién sabe dónde. Y así fue pasando el tiempo. 
Un día lo decidimos, teníamos que conocernos personalmente. Nos daba miedo, era lógico. Y si al vernos no nos gustábamos. Si nuestros rostros eran distintos de los que soñabamos. Corrimos el riesgo. La cita en un lugar que no viene al caso. El lugar perfecto para quienes lo único que hacían era escribir. Dijimos, Vayamos que de alguna manera nos vamos a conocer. Nunca en nuestros e-mail hubo una descripción de nosotros mismos. Ni una foto enviada. Por qué romper con esa magia en la que vivíamos. Y así lo hicimos. Confiamos en Dios. Cuando llegué al lugar del encuentro confieso que me asusté, mucha gente, temí no conocerla. Pero a veces suceden milagros. La vi. Me vio. Nos dimos cuenta de que nuestro sueño ya era una realidad. Nos miramos a los ojos, nos abrazamos y besamos. Hablamos para conocer nuestras voces. Ya era tiempo de conocer nuestros cuerpos, no temimos ir demasiado rápido. Sentíamos que nos habíamos visto en otra vida. Me invitó a su casa. Su iniciativa me asombró. Sentí que la amaba como nunca lo había hecho. Sentí que me amaba como nunca lo habían hecho. Nuestros cuerpos se entrelazaron, lucharon, sintieron dolor, placer, pasión. Nuestros corazones se mezclaron hasta ser uno solo. Sus manos, suaves para acariciar mi cuerpo, eran fuertes como yo lo soñaba. La energía que fluía de su cuerpo fue suficiente para saber que había encontrado lo que tanto buscaba. Nos sentimos felices.
Luego el descanso. El tiempo para reflexionar y analizar el momento vivido. El champagne que mágicamente sale de su freezer nos llena los ojos de burbujas. Acompañado por el plato con frutillas para darnos a saborear mutuamente. Me sentí tan bien... Tan bien. Ella que me rodea con sus fuertes brazos, mientras sentado a la mesa lleno mi boca de esa bebida sublime. Parada detrás de mi, acaricia mi cabello, besa mi nuca, me dice cosas que quiero escuchar al oído. Siento que estoy en la gloria, es el mejor momento de mi vida. Y también siento algo helado y punzante que penetra en mi cuello. Un líquido caliente cae por mi cuerpo. Sale a borbotones del pequeño agujero que provocó el fino puñal. Me tomo el cuello con las manos y estas se bañan del rojo y espeso líquido, mi boca y la garganta se llenan de sangre mezclada con frutillas y champagne. Me ahogo. Es inevitable. No puedo hablar, no salgo de mi estupor. Tengo sueño, siento que es el fin. Con los ojos nublados alcanzo a ver su rostro muy cerca del mio. Está sonriendo. Me habla y su voz es lejana, Por fin me puedo vengar de todos los hombres que me hicieron mal, por fin. Es lo último terrenal que oigo. Me muero. Y viajo a través del espacio infinito. Veo todo lo que los astrónomos quisieran ver. Me siento afortunado sin querer serlo. Al fin llego. Me recibe él con su larga barba blanca, sí, el que todos esperamos que lo haga alguna vez, Usted es Don Pedro le digo, Eso es un trago muy rico y un poco pasado de moda, mi amigo, Soy San Pedro. Le pido perdón por la equivocación y le propongo un trato, Todavía no me destine por favor, Estoy decidiendo si es el cielo o el infierno, me dice, Ya sé, pero déjeme aquí por unos años, los que sean suficiente, a ella alguna vez le tocará venir, Por supuesto, me contesta, a todos les toca alguna vez, Mire Don, digo San, yo le recibo a la gente, la clasifico y después se la envío, así trabaja menos, soy bueno en eso, Qué le parece... Acepta. Y aquí estoy. Trabajando duro después de muchos años de mi muerte. Ganándome su confianza. Me gané el cielo y la eternidad, de acá ya no me moverán. Dispongo de lo que le toca a cada uno que llega. San, que ya es mi amigo, me deja hacer lo que quiera.
No está tan mal este lugar, voy conociendo mucha gente, de lo más variada. Pero lo más importante para mí es que ella, hoy, acaba de llegar y yo la voy a recibir, como aquel día en ese lugar que no viene al caso. Se va a sorprender, tendrá miedo de mi, entonces, mirándola a los ojos, con una sonrisa dulce como aquella vez cuando la conocí y porque lo tengo atragantado en la garganta, le voy a decir, Allí tenés la escoba, un secador y un trapo para el piso más un balde, quiero que este lugar brille siempre como una estrella, además almuerzo a las 12 y ceno a las 21 y ni se te ocurra cocinar siempre lo mismo. ¡Ah! y con poca sal, es que es una manía terrenal que conservo porque era hipertenso, y no pienses en envenenarme, dos veces no voy a morir. 

2 comentarios:

  1. Que buen final. Gracias Dick.
    Beso grande.

    ResponderEliminar
  2. Hola dick! Qué bueno éste. El champagne que mágicamente sale de su freezer nos llena los ojos de burbujas. qué lindo ver el champagne así... el final inesperado y limpito como una estrella.
    besos grandes. M

    ResponderEliminar