sábado, 29 de agosto de 2009

Sandra & Emma

Sandra, se miró al espejo del pequeño hall de la entrada de su casa acomodándose su blusa y alisándose la falda, antes de abrir la puerta para recibir a su invitada.
Emma, firme pero nerviosa enfrentó a su anfitriona tratando de mantener su altivez. Emma... Sandra... Simplemente se dijeron. La dueña de casa cerrando la puerta, observó a la mujer que deseaba conocer sabiendo de antemano de sus 9 años más joven que ella: 50 años bien llevados, pensó, interesante, de cabello negro, seguramente retocadas sus canas, de piel blanca con carnes firmes y apetecibles, todavía, para cualquier hombre mayor. Sandra, volvió a mirarse al espejo a la pasada comparándose con la recién llegada: 59 años, cabello teñido de su color natural castaño, muy blanca su piel como casi todas las inglesas pero un poco más rellenita que Emma. En definitiva, dos atractivas mujeres maduras que habrán conquistado más de un corazón en su juventud.
Se sentaron frente a frente en la sala cargada de muebles de estilo, paredes empapeladas con dibujos de flores en tonos ocres. Olor a madera dulce y agradable. Sandra sirvió el té con movimientos lentos, distinguidos, y ofreció sus scons a Emma que sólo prefirió un terrón de azúcar en su infusión de hierbas. Bebieron un sorbo apenas sin dejar de observarse. Emma, rompió el silencio.

-Harry me hablaba de tí... a veces...
-Mira que gracioso, él nunca me habló de tí hasta la noche que murió...
Las dos siguieron con sus vistas clavadas en sus ojos azules idénticos.
-Es verdad... me hablaba... por eso sabía que eras una hermosa mujer y ahora puedo comprobarlo...
-Gracias. Tú lo eres... esa fatídica noche no me lo dijo, sólo dijo que existías...
-Lo siento, Sandra, yo...
-Está bien, los hombres siempren niegan todo pero en una situación límite confiesan hasta lo que una no sospecha...
-Hubiera preferido que nunca...
-Que nunca me dijera nada de tí... Querida, son cobardes, y deberías saberlo...
-¿Nunca sospechaste algo? Me extraña... fueron diez años...
-No me lo recuerdes... Mi querida, después de 35 años de casados, sospeché hasta de las piedras pero ya te dije que él, como todos, lo negó. Lo conocí muy bien y quizá mejor que tú, pero no me dio una prueba. En eso tengo que admitir que fue muy hábil... como casi todos...
-¿Por qué quisiste conocerme?
-Porque me intrigaba saber como sería la mujer con la que me engañó durante tantos años... Quédate tranquila, no guardo rencores y después de verte no me pone tan mal... no te diferencias mucho de mi, sólo el color de cabello... y la edad...
-Tú estás muy bien para tu edad, Sandra...
-Para mi edad... qué bien... si es un cumplido obligado lo acepto igual...
-No es obligado, hablo en serio...

Siguen estudiándose mientras beben el té. Sólo se escucha el ruido de la loza. Las pantorrillas de Emma son anchas, piensa Sandra; el busto de Sandra está un poco grande, piensa Emma.
-Dime, Emma, ¿lo amaste?
-Sí, sí... los primeros años... luego, no se, me hacía bien tenerlo cerca, estar con él... Fue muy bueno conmigo, sí, lo fue... ¿Y tú? Supongo...
-Por supuesto, me casé enamorada, luego con los años todo cambia y tú lo sabes... Pero nunca quise perderlo, en eso somos tontas las mujeres a veces...
-Sí, sí, pero creo que si sospechabas algo debiste dejarlo, porq...
-¿Por qué? ¿Por qué no lo hiciste tú si él era casado? ¿Acaso esperabas que me dejara para que tuviera una vida contigo?
-¡No! te juro que no, y no puedo saber por qué... nunca pensé eso... quizá fue... o me sentí cómoda así...
-Fuiste tonta, mi querida, tu postura no se entiende ¿sabes? Nunca entenderé a las mujeres que hacen el papel de... ¡"la otra"!... Jamás.

Sandra se levanta, va hasta el bargueño, saca dos copas pequeñas y un licor de limón. Vuelve a sentarse y sirve. Le da su copa a Emma sin darle lugar a que la rechaze. Emma, la observó pensativa mientras lo hacía: caderas anchas, pero fuertes...
-Jamás me enamoré de un hombre que fuera sólo para mi, en eso te envidio, Sandra...
-Bueno no tanto, mi querida, no fue sólo para mi... el desgraciado... Lo odié después que me lo confesó, pero hoy siento lástima por él... ¿Puedo decirte algo al margen? Eres una zorra, Emma...
-Sandra... no soy así, no hubiera querido que fuera... lo siento...
-Olvídalo, dime, como era en la intimidad contigo...
Emma, inquieta, bebe el licor de un sorbo y se sirve ella misma otro... vuelve a beber.
-Era... apasionado, dulce. Teníamos buen... como decirlo...
-Sexo, se dice así, no des vueltas... Mira, algo tengo que agradecerte, Emma, cuando él volvía de esos días supuestamente de tanto trabajo o de viajes por ese maldito trabajo y, que no eran otra cosa que los encuentros contigo, teníamos los mejores momentos en la intimidad. Se convertía en una furia, era fogoso y yo lo disfrutaba muchísimo... No me expliques por qué...
Emma, bebe el licor de limón de un trago mirando el piso, con aparente rabia. Molesta. Se vuelve a servir y se tranquiliza. Sandra disfruta de ese pequeño instante.

-Sabes, Emma, una vez lo engañé... con un hombre casado...
-Me sorprendes... Entonces hiciste el papel de "la otra" que tanto te molesta...
Por primera vez, Sandra sonríe.
-Disfruté haciendo de "la otra" te lo aseguro, pero ten en cuenta que mi situación era distinta a la tuya... Yo no era en realidad "la otra". Lo disfruté porque fue con su mejor amigo, Richard ¿alguna vez te habló de él?
-Sí, lo hizo, lo veneraba como un gran amigo...
-Otra muestra más de su estupidez... Un año lo engañé con Richard, nos amabamos "durante sus viajes de trabajo" en ese mismo sofá en el que estás sentada...
Emma se mueve molesta mirando a lo ancho del sofá.
-Lo tuyo es peor que lo mio, Sandra...
-¿Qué? No seas hipócrita, una mujer despechada es capaz de cualquier cosa, deberías saberlo, mi querida...
-Qué pasó con Richard, por qué no siguió eso...
-Porque era otro cobarde... miraba su reloj todo el tiempo por el temor que le tenía a su esposa, pero por Harry nunca tuvo el mayor remordimiento...
-¿Harry lo supo alguna vez?
-Por favor, mi querida, somos más inteligentes que ellos, eso también deberías saberlo... ni por asomo lo intuyó.

Sandra va otra vez al bargueño y vuelve con una botella de Whisky y dos vasos. Sirve y le da uno a Emma.
-No, no debería tomar m...
-Te lo tomas ¿ok? te va a hacer bien, créeme...
Emma, bebe y hace una mueca frunciendo su cara y cerrando los ojos como si la bebida le hubiera quemado la garganta. Lanza un suspiro.
-¡Mi Dios!
Sandra lo disfruta, le vuelve a servir y sigue hablando.
-No te voy a negar que a veces lo extraño, no tuvimos hijos y por eso estoy muy sola... Pero pasé mucho tiempo sola en los útimos diez años y me acostumbré... ¿Y tú, estás con alguien ahora, conociste a otro hombre?
-No, no... Me quedé muy sola... a veces pienso que perdí todos esos años de mi vida. Él estaba más tiempo acá que conmigo...
-Bueno, esta era su casa después de todo... Y no perdiste nada, ¿o la pasaste mal?
Beben. Silencio.

-Estuve a punto de no venir... tenía miedo de tí... Si me golpearas estarías en tu derecho... creo...
-¡Miedo! No te creas que para mi fue fácil invitarte a mi casa... ¿Ahora me temes acaso?
-No...
-Entonces voy a confesarte algo, mi querida... en verdad, lo maté... lo envenené...
Emma se pone pálida, más blanca que todas las inglesas juntas, Se recuesta hacia atrás y comienza a transpirar. Mira la taza de té vacía, la copa de lemoncello vacía, el vaso de whisky a medio llenar. Sus ojos se llenan de lágrimas, va a morir del susto en cualquier momento. Está aterrada.
Sandra lanza una carcajada que retumba en toda la casa. Mira a la pobre mujer que se toma la garganta sintiendo que ya no respira.
-¡Por Dios, mi querida! Tomé el mismo té que tú, el mismo licor que tú, el mismo whisky que tú... me estaría muriendo contigo entonces... me has hecho reír mucho, mujer, que quieres que te diga...
Emma, parece volver en si y, asombrada, mirando fijamente a Sandra, vuelve a beber su whisky. Observa el vaso vacío. Sandra le vuelve a servir. Beben las dos mirándose a los ojos.
-Por un momento creí que... Por las dudas no probaré el scon...
-Me diviertes, realmente lo haces, he leído muchas novelas de Agatha Christie, pero te aseguro que no mato una mosca para tu tranquilidad. Harry murió de un infarto, quizá por lo culpable que se sentía. De todos modos, me dejó algo...
-Si, claro, esta casa...
-No sólo eso, además, cobré un seguro de vida que tenía por 300.000 libras...
-¡Waoo, Dios! Es mucho dinero...
-Sí, iré a París en unos días... él nunca me llevó... a tí, sí ¿no es cierto?
-Sandra, perdona, yo...
-Lo sé, mi querida, no te preocupes, lo disfrutaré mucho y luego pasearé por España, Italia... ¿A tí te dejó algo?
-No... no, y nunca supe de ese seguro...
-Bueno, en algo me fue fiel...

Sandra se levanta de su sillón y camina por la sala; observa a su invitada tomar cada vez más whisky. Es elegante, sus ropas son de marca. Sin duda Harry le hacía buenos regalos. La observa luchando por mantenerse derecha en su postura en el sofá. Emma quiere hablar y siente que su lengua le patina... Por fin lo hace.
-Fueron diez años y no me dejó nada... ni un penique... el muy maldito... Perdona, fue tu esposo, pero...
-Nunca confíes en un hombre casado, mi querida. Sabes, es tu culpa. Jamás terminan bien esos romances de oficina...
-Lo odio... Lo odio... el muy maldito...
Emma se sirve la última gota de la botella, y bebe laméntandose porque se ha acabado el whisky. Se para con la intención de ir a buscar otra botella y se da cuenta de que no se puede sostener en pie.
-¡Mi Dios! Estoy muy mareada, me siento mal...
Sandra la sostiene tomándole el brazo fuertemente.
-Tranquila Emma, se ve que no tomas muy seguido...
-Nunca tomo... o sólo un poquitito así...
-Con Harry nos bebíamos aquí una botella como si nada y la pasábamos muy bien haciendo el amor, se ve que contigo no tanto...
-Sí, sí, sí, éramos felices, Sandra, te lo juro, te juro que lo éramos... ¡Lo odio..! no me dejó nada... bien muerto está... Maldito tacaño...

Emma trastabilla y Sandra la abraza fuerte contra su cuerpo. Le besa la mejilla con un ¡muack! ruidoso. Emma llora su borrachera en su hombro. Se aprietan más una contra la otra. Sandra la protege, la mima, la trata con ternura, se apiada de la mujer que fue su rival sin saberlo por diez largos años. Emma se siente cada vez mejor, contenida. No está sola. La mujer que la tiene en sus brazos es mayor pero más fuerte que ella y eso le hace bien. La tranquiliza saber que ya no sufrirá. Uno, dos, cinco minutos así, una eternidad, y en ese mágico momento, comprenden que puede haber otra vida. El hombre que las tuvo en sus brazos es historia, pero les hizo un favor, a las dos les dejó algo importante.

-Dime, Emma, ¿tienes tu pasaporte al día?







2 comentarios:

  1. Dick, que buena historia!El mundo femenino no tiene desperdicio.... Sera que a cierta edad con la llegada de la sabiduria todo se comprende?...igual no se pierden los bajos instintos! jaja.

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