sábado, 1 de agosto de 2009

Viviana y el guerrero.

De un golpe seco y certero, partió en dos la enorme calabaza dejándola en perfectas partes iguales. Lo hizo con la espada de su hombre, para probar su filo que ella misma había pulido con esmero, con sus fuertes brazos de hierro, con la esperanza de que ese acero fundido y alisado a golpes de maza y fuego, fuera capaz de rebanar a un hombre en pedazos. Se miró en el acero que la reflejó como un lago manso, y se vio hermosa, a pesar de los sinsabores vividos como nómade, con su hombre a la deriva, por culpa de las guerras que nunca terminan.
A su guerrero lo robó, sin remordimientos lo hizo. Llegó hasta el lecho de otra mujer de su misma sangre sorprendiéndola con él, desnuda como ella soñaba que ese hombre la tuviera, y la aplastó con sus manos y de tal manera, que aquella mujer jamás la olvidaría ni tampoco tendría el valor de recuperar lo perdido esa noche. Al guerrero le cruzó la cara con una daga para demostrarle su fiereza, su ambición, su amor, dejándole una eterna cicatriz que marcara para siempre el territorio ganado. De allí en más fue suyo. Juntos serían la prolongación de sus sangres por los siglos venideros.

El Imperio Persa, poderoso, implacable sin piedad, tiene un objetivo: Atenas. Hasta allí avanzarán destruyendo todo a su paso. Los hombres y mujeres espartanos lo saben y saben también que de ellos mucho se espera; nada más y nada menos, que detenerlo como sea. Viviana lo presentía. Ser la mujer de un guerrero valiente nunca tiene un final de ensueño. Los Dioses siempre tienen planes para los que han vivido empuñando las armas. Los preparan para morir, y los hombres saben que cenarán con ellos después de la lucha. No hay regreso con gloria. Sí, habrá gloria en el cielo.

Viviana, le dará a su guerrero, la noche de amor más intensa de todos los tiempos. Conoce el destino marcado, sabe que mañana él partirá con su espada y su piel de acero a cumplir con lo que le han pedido. Los valientes no piensan, actúan.
Horas de amor sin descanso, cada centímetro de la piel del hombre queda impregnada en los labios de la mujer. Funden sus cuerpos, sus bocas, sus savias. La sangre se mezcla en las entrañas de Viviana recorriendo sus ríos internos, caudalosos, llenos de vida que darán vida. Viviana, lo agota, le demuestra que no hay mujer como ella en el Universo para este guerrero. Le transmite su energía para la lucha que se avecina. Él, será dos personas: su cuerpo duro como una roca y el corazón de su amada, como un fuego en su interior. Nada lo detendrá ante el enemigo Persa e invasor. La gran batalla será en El Paso de las Termópilas. La misión: no pasarán.

Vé, amado mío, riega con tu sangre todas Las Termópilas, mezcla esa sangre con las aguas calientes. Por cada gota que derrames, diez Persas verán el infierno por tu espada. No regreses derrotado. No temas a nada, los Dioses tienen preparado un banquete para ustedes en el Olimpo. El hijo que anoche me has engendrado crecerá fuerte y sano, será un gran guerrero como tú. El hombre que en el futuro me posea, jamás podrá igualarte.

Lo vio irse para siempre. 300 espartanos que lucharían en una batalla desigual contra 300.000 hombres del Imperio Persa. 300 valientes como no los habrá nunca, jamás. Cuando la columna desapareció en el horizonte, Viviana sintió en sus ojos algo que desde muy niña no recordaba; un líquido que se los inundaba empañándole la vista. Lo dejó deslizarse por sus mejillas hasta que mojara sus labios. Se impregnó su boca de un sabor salado. Fue para ella, el comienzo de otra vida.

3 comentarios:

  1. Dick sos un grosos, este es tu cuento numero 40!
    Gracias por compartir tus historias.
    Un abrazo,
    Diego Alma

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  2. Cuánta erudición Ricardo pero también cuánta melancolía! A través de los relatos me llegan las ganas de un hombre que decidió ponerse al día con algunas intensidades postergadas... Sabia decisión. Te lo digo y me lo digo. Es hora.

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