miércoles, 5 de enero de 2011

Las zapatillas doradas.

Los ojos de Marito miran a través del vidrio del escaparate que las muestra: las zapatillas más lindas que ha visto en su vida. “Las tiñó el sol”, piensa, sin ver las decenas de calzados alrededor de su objetivo. Blancas, negras, del color que sean, para él no existen. Sólo existe ese brillo dorado que parece haber descendido del inmenso cielo. Ese calzado inalcanzable.

El verano caluroso que se ha propuesto ensañar con su viejo pueblo, invita a los niños como Marito a zambullirse en las aguas barrosas de una laguna artificial todos los días. Lo disfrutan, son la envidia de los mayores que no se atreven a hacer lo que ellos hacen: jugar refrescándose sin importarles el sol abrasador y el aburrimiento general. Cuando vuelve al atardecer a su casa, se detiene un buen rato a observar sus soñadas zapatillas doradas.

El sol del verano logra que su piel se oscurezca, puede dibujar en ella y lo hace con una ramita; sentado al borde de la sucia laguna, traza sobre sus muslos todo lo que ve y lo que recuerda. Causa admiración en los otros niños que ya ni recuerdan lo que aprendieron en el colegio. Él dibuja sus zapatillas. Así pasa los días.

Una mañana fatídica, en su casa, descubre que la vida tiene momentos duros. Su padre ha debido ser internado de urgencia por un infarto al corazón. Qué es eso, qué puede ser tan malo para que mi padre no esté acá cuando me voy y cuando vuelvo. Quizá no sobreviva, le dicen los mayores que siempre saben lo que uno no quiere saber. Los odia. Corre por la calle a esa tienda que le muestra su más preciado tesoro, como si al verlas se le quitara esa enorme pena. No están, las zapatillas doradas por el sol y bendecidas por el Dios que le dijeron que existe, ya no están. Cómo puede ser la vida tan cruel y de golpe y porrazo quitarle todo lo que ama. Sus ojos se inundan de un líquido que conoce desde siempre, pero que nunca fue tan intenso. Regresa a su hogar con la pena en su pecho. Un dolor que se hace más grande cuando su madre lo abraza contándole al oído que nada dura para siempre. Su padre se fue de visita al cielo y ya no volverá.

Todos lo besan, a Marito le molesta porque hace demasiado calor, pero su madre le ordena que acepte las condolencias. Es el día más triste de su vida, fatal, porque todo lo que amaba ya no está. De pronto, alguien pone en sus manos una caja blanca, sin mucho peso. Marito, sorprendido observa al señor que lo ha hecho y sabe que ya lo ha visto: Regordete, con sus pantalones arriba de la cintura, la corbata desanudada y ese hilo de transpiración que siempre baja por su frente. Es el vendedor de la tienda de zapatillas. El pequeño abre la caja y allí están, sus soñadas zapatillas doradas, el tesoro que tanto ha deseado. Tu padre te las compró, las pagaba en cuotas y aunque falta una todavía, creo que él estaría feliz si ya las tienes. En esa noche terrible ha ocurrido un milagro, su querido papá le ha hecho un regalo desde el cielo.

Con ellas corre por las nubes, camina sobre las aguas barrosas, dibuja caminos en la hierba. Construye ilusiones; castillos que no se desmoronan, hasta que un día amanece tan fatídico como aquél día que lo puso tan triste. Las zapatillas del sol ya no entran en sus pies y se convierte en mayor. Crece, ocupa el lugar que su padre dejó. Ve el mundo que los otros niños no ven. Ya no se zambullirá en las aguas barrosas, no dibujará sobre su piel que ahora se esconde del sol. Ve el futuro que de pronto llega y es duro, preocupante. Ahora sus castillos se desmoronan; los que lo protegían lo necesitan, a él, que es un niño que ya no lo es. Descubre que deberá construir su futuro como lo hizo su padre, con tesón pero también con amor. Su padre sabía, presintió su viaje para no volver y le dejó un legado, le enseñó a ser mayor, a crecer de golpe. Marito también lo supo cuando observaba embelezado las zapatillas doradas, cuando las tenga en mis pies, volaré, ya no caminaré, cuando no las tenga veré el otro lado del mundo, el que nunca ningún niño debería ver.

2 comentarios:

  1. Hermosa historia. Triste, tal vez por ello es hermosa.

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  2. ¡Que bonita!
    Que detalle del padre, sacrificarse para hacer feliz a su niño.
    Me ha gustado mucho

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