martes, 24 de febrero de 2009

En el siglo que viene.

Habrá una vez un acontecimiento que, sin temor a equivocarme, paso a relatar tratando de ser lo más preciso posible con los hechos que ocurrirán y que comenzarán así:
-Per... permiso, Señor, es la... la hora de... de su... su café. -Dirá timidamente un mucamo aterrorizado, sosteniendo como pueda la bandeja con la taza de café humeante.
-¿Y usted quién es? -Le preguntará amenazante el Supremo de los Supremos del mundo, en ese caótico siglo XXII, que transcurrirá quién sabe en que año y en que lugar, pero que será en el siglo que viene, sé que será.
-Yo soy su nu... nuevo se... servidor, Señor, al anterior lo... lo... lo ma... mataron ayer. -Le contestará el temeroso hombre, acompañado por el "clanqui, clanqui" de la taza y la cucharita temblando sobre la bandeja de plata.
-¡Ah! es verdad, lo tuve que condenar a muerte. Es que me enteré que estuvo comentando por ahí que soy un tirano, ¿se da cuenta de semejante calumnia? ¡YO, UN TIRANO! -Le gritará al pobre hombre que, de tanto temblar, seguramente se le volcará la mitad del café. Y continuará más calmado: -¿Me lo ha traído amargo, no?
El mucamo se pondrá blanco como un papel y a punto de llorar al recordar que le echó, unos segundos antes, dos cucharadas de azúcar. Entonces, el Supremo, benévolo y apiadándose, cosa que será rara en él, le dirá intentando sobreponerse a la situación: 
–Mire, esta vez lo perdono porque usted es nuevo aquí, pero yo el café lo tomo amargo ¡TODO LO TOMO AMARGO! ¿ME ENTENDIÓ? Absolutamente... todo. Ahora vaya y prepáreme otro café... bien negro ¡RAPIDO!
Mientras esto suceda, en el mundo entero se vivírá el horror impuesto por el Supremo de los Supremos, que habrá establecido un régimen de vida con el único objetivo de no permitir a los hombres y mujeres ser libres de pensamiento... ni de nada. De esa manera controlará a los pobres seres de este maltratado planeta (mucho más en el siglo XXII al que me refiero). Millones de soldados torturarán y matarán a los que no obedezcan las condiciones de vida que se les impondrán o, se rebelen a una vida que por supuesto no elegirán ni desearán.

-Permiso mi Señor. –Se encuadrará luego, un uniformado cubierto de condecoraciones sobre el pecho de su chaqueta. Como ha sido siempre.
-Adelante General, que noticias tiene para mi.
El General, fiel servidor del Régimen, le explicará a su Jefe Máximo sobre como se estarán llevando a cabo los planes trazados por el Comité de Exterminio, ente que será creado por el  Supremo de los Supremos, apenas se hiciera cargo del control del mundo entero sin que nadie se lo pidiera. 
-Mi Señor, ya hemos aislado a cientos de mujeres, casi niñas diría, para que sean entretenimientos de nuestros soldados y, las que queden embarazadas, serán retiradas hasta dar a luz.
-Ah, si, me parece muy bien, y una vez que esas mujeres den a luz volverán a entretener a los soldados por supuesto. -Se regosijará el Supremo  saboreando un helado preparado sin azúcar.
-Asi es Señor, los que nazcan varones serán inmediatamente separados de sus madres y enviados a los cuarteles para criarlos y prepararlos para la guerra. Ya desde chiquitos aprenderán el arte de la guerra. -Esto último lo expresará restregándose las manos y entornado los ojos, acompañándose a la vez con una cínica sonrisa.
-¿Y las que sean niñas? –Se interesará el Supremo de los Supremos; aunque ya lo sepa perfectamente porque será él quien ideará ese plan, pero, siempre le encantará que sus generales se lo recuerden. Lo disfrutará realmente.
-Se les permitirá estar con su madre hasta los 12 o 13 años, que es la edad en la que pueden empezar a procrear, je... je, le aclaro que esto ya lo estamos haciendo y con mucho éxito, mi Señor.
-Bravo, bravísimo General; ¡eh! ¡ejem! recuerde elegir la mejor... para mi. Además, quiero que recorran cada lugar de la tierra buscando a los niños que todavía estén con sus familias para que pasen a formar parte de mi fantástico plan. -Sentenciará el Máximo Supremo, tomando una cucharada de Aceite de Ricino, porque algo que comerá, sin azúcar, le caerá mal.
A raiz de estos acontecimientos, los hombres y mujeres con sus niños nunca se quedarán en un mismo lugar, se trasladarán siempre de un lado a otro de la Tierra buscando escondites para no ser atrapados por los soldados del Régimen de Exterminio. Todavía tendrán la esperanza de un mundo mejor, o por lo menos, como los ancianos les contarán de como fue el pasado: un poco mejor.  

-¿Está seguro de que es la mejor? -Se dirigirá inquieto el Supremo de los Supremos a su General, saboreando un té como a él le gusta: amargo.
-Es increíble, hermosísima, es...
-Bueno que le pasa General, ¿se está volviendo sensible?
-Perdón mi Señor, digamos que... está fuerte.
-Está bien, mándemela esta noche a mi habitación. -Le ordenará el Supremo, mientras firma una orden para quemar plantaciones de caña de azúcar en todo el planeta.    
La joven, casi una niña y bellísima por cierto; esbelta y arrogante a pesar de su corta edad, resultará elegida después de una minusiosa búsqueda para la ocasión. Luego se procederá a bañarla, perfumarla y vestirla con una túnica de seda transparente que insinuará su desnudez blanca todavía pura de manos masculinas. Cuando el hombre la vea entrar a sus aposentos, se quedará por un momento paralizado ante esa figura que le recordará a una escultura de muchos siglos atrás, que representaba a una Diosa de la Mitología Griega que él vio cuando era niño en un museo, y luego, ya mayor, hizo destruir porque allí todo era muy viejo.  
La bella joven pasará a ser propiedad del Supremo de los Supremos que, receloso, no permitirá que alguien se le acerque; la querrá en su habitación todos los días y sus noches. Ella sobrevivirá esperando que en algún momento se canse de poseerla y la deje ir, aunque sabrá la niña, que de esa manera su destino marcado será el de ir a formar parte del entretenimiento de los soldados. Pero el Supremo de los Supremos no se cansará. Lo que va a pasar, estoy seguro, es lo previsible en estos casos: la joven quedará embarazada.

La enorme taza de café amargo que le dejará como siempre el temeroso mucamo, calentará las manos del Máximo Supremo, en el momento en que se haga presente su General trayéndole nuevas noticias.
-Señor, hemos localizado todos los escondites de los rebeldes y en poco tiempo más los venceremos y esclavizaremos.
-¡Grandioso!, esa si que es buena noticia, ¿no quiere probar un chocolate amargo? Mire que está riquísimo.
Pasarán entonces, meses de luchas, sangre y muerte y, finalmente, la gente con esperanzas de un mundo mejor será vencida y dominada por los soldados del Régimen de Exterminio. En el Palacio del Supremo de los Supremos esto será motivo de todo tipo de fiestas y orgías, en donde abundarán las bebidas alcohólicas, los banquetes más exóticos y, a los postres: a los postres sin azúcar.
No muy lejos de esos festejos desmedidos, la bella joven, propiedad exclusiva del Supremo, rodeada de médicos y enfermeras en una sala de parto luchará por dar a luz soportando los dolores de su vientre lleno de vida. Será un hermoso varón sin duda, doy fe; con los ojos iluminados por la paz de su madre que lo contemplará esperanzada por un milagro en el que ella todavía creerá. La pequeña mamá, sabrá que esos momentos serán los últimos que disfrutará de su bebé por ser varón. Él deberá ser separado de ella y preparado para formar parte de los soldados del Régimen.
Entonces lo que pasará será esto: el niño, con sus manitas, tomará un dedo de cada mano de su madre y se quedará asi, muy tranquilo, como si supiese que por el momento está protegido. Una sonrisa de felicidad tan poco común en ese siglo venidero, se dibujará en el bello rostro de la joven y desde sus tiernos ojos comenzarán a deslizarse unas lágrimas mojando sus rozagantes mejillas, hasta que, una de esas lágrimas, caerá en el pechito del niño justo a la altura de su corazón. En ese preciso momento, en el Palacio del Régimen, un rayo de luz del sol entrará por la ventana iluminando la cara del Supremo de los Supremos. Sé que así será. El hombre, sorprendido, clavará su vista en el cielo límpido y azul y, luego, mirará fijo a su General que se quedará esperando una nueva orden. Cuando lo observara así, el General sabrá que le va a ordenar algo importante y eso lo llenará de satisfacción porque este hombre de armas al que me he referido, será un hombre de acción. Después de unos largos e interminables segundos, el Máximo Supremo le ordenará como si nada, y en forma absolutamente normal: 
-Disuelva a todo el Ejército de Extermínio.
-¿CÓMO? –Dirá el General levantando la voz y abriendo los ojos como platos con dos huevos fritos encima.
-Lo que oyó, además que todo el mundo vaya a su casa y que comience una nueva vida en este mundo; libere a los hombres, mujeres y niños y que todos sean felices, incluso usted y los soldados. ¿Me entendió?
El General, perplejo, se quedará mirándolo y balbuceando: -Pero... es que yo... soy feliz así. 
A lo que el Supremo de los Supremos le gritará, como siempre lo hará:
-¡VAYA Y HAGA LO QUE LE DIJE HOMBRE!... y, perdone por levantarle la voz.
Cuando el General se retire para cumplir esta última orden, entrará en escena, el temeroso mucamo con la bandeja de plata y la taza de café con el ya característico: "clanqui, clanqui". 
-Pe... permiso Se... Señor, aquí le... le dejo su café.
-Muchas gracias.  -Le dirá el Supremo de los Supremos con una enorme sonrisa.
El mucamo se sorprenderá como un tonto, y se quedará mirando a su jefe que, contemplará por la ventana del Palacio, el enorme júbilo que seguramente se desatará en las calles por la nueva noticia, mientras prueba el café. De pronto, el Supremo, se dará vuelta sobre sus talones con el rostro desencajado y comenzará a gritar enérgicamente: 
-¡GENERAL, GENERAAAAL...!
El General, ante el llamado del Supremo, aparecerá en el despacho corriendo y agitado; con esperanzas de que su Máximo Jefe hubiese reflexionado y se hubiera arrepentido de semejante decisión en contra del mismísimo Régimen. ¡Que tanto!
-Si Señor... a sus órdenes... Dígame que hago. Señor... Estoy dispuesto a todo.
El Supremo de los Supremos, señalará al mucamo y le ordenará entonces a su General y gritando:
-QUIERO QUE FUSILE ¡YA! A ESTE HOMBRE.
-Pero Señor, piedad por favor, ¿por qué? -Suplicará el pobre hombre llorando y arrodillándose a los pies del Supremo de los Supremos que, se excusará por esta nueva orden impartida, como lo han hecho todos los hombres autoritarios a lo largo de la historia de la humanidad:
-¿Por qué? Pues muy simple, me sirvió el café amargo.

1 comentario:

  1. Como un cuentito de hadas apocalíptico! me divirtieron las expresiones del uniformado con condecoraciones como siempre, el anciano que cuenta de un pasado "un poco mejor" y el final y remate!!!! Un hombre que se vuelve dulce pero no tanto. MB! besos. M

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