sábado, 21 de febrero de 2009

¡Qué chico es el mundo!

Quién no ha dicho esta frase alguna vez, al encontrarse con una persona conocida en un lugar no habitual: lejos de casa, en otro país o donde menos se lo espera. Frase de por medio o no, hoy, el mundo es más pequeño. Las distancias se han acortado; viajar de un continente a otro no lleva más de medio día de vuelo. Gracias a internet se está del otro lado del mundo al instante; se habla a través de una pantalla en directo y con imagen. O caminando por la calle se comunica uno con la China. Hasta las guerras las vemos en vivo y en directo. Ya no hay secretos porque todo se sabe en un santiamén. El e-mail y el chat nos hace creer que la persona con la que nos comunicamos se encuentra en la habitación de al lado. 
¿Qué harán los filatélicos en el futuro? ¿Se seguirán imprimiendo estampillas? Me temo que nos olvidaremos de escribir a mano y seremos menos románticos. Nunca mejor dicha esta frase hoy en día: "El mundo es un pañuelo." Creo que será peor en unos cuantos años más; más pañuelo, más chico.
Por eso, se me ocurre algo que estoy seguro sucederá en un futuro muy cercano y lo voy a contar. Es una pequeña historia de "amor" y es la siguiente:

Daniel es un empresario exitoso que vive en Buenos Aires con Adriana, su esposa, y sus dos hijos. Es un hombre que trabaja mucho, viaja por negocios constántemente, pero jamás descuida a su familia que para él es muy importante. Ronda los 50 años más o menos, con menos pelo que en sus años mozos y más pancita. Su esposa, es unos cinco años menor; hermosa mujer en su juventud y que se mantiene muy bien gracias a la gimnasia y a los tratamientos de belleza que su buen pasar le permite. Excelente madre, respetada por sus amigas de la mejor sociedad y, con un sentido moral muy alto. Una persona intachable.
Daniel viaja a Japón para concretar un negocio, como podría ser en cualquier otro lugar del planeta, y una vez que ha realizado su tarea, decide cometer un deslíz allí en Tokio y en su última noche antes de volver a Buenos Aires. Una aventurita digamos. Pide, en el hotel cinco estrellas en el que se encuentra, una botella del mejor champagne cosecha mil y pico y, una acompañante de buena presencia para pasar un buen rato. Como hacen muchos empresarios que viajan por el mundo... Bueno, quizá me equivoque, no doy fe porque a mi nunca me pasó y eso me convierte en pobre.
Después de esta presentación, imaginemos a Daniel acostado boca abajo en su cama, semidesnudo, con una bella señorita oriental sentada sobre él, también semidesnuda, dándole a nuestro hombre unos masajes muy sensuales en su espalda que ya me dan envidia. De pronto, junto a la cama, comienza a armarse, en pequeños pedacitos, una figura humana. He aquí que aparece Adriana entera de cuerpo y alma. Daniel se sorprende y entra en pánico: "¡Adriana!, ¿qué hacés acá?, me quiero morir." La mujer, cambia su sonrisa inicial por una mueca que me resulta dificil describir y se desintegra hasta desaparecer.
Daniel, desesperado comienza a caminar por la enorme habitación de una punta a la otra, totalmente fuera de sí. "No, no puedo creer que me pase esto, en cuanto vuelva a Buenos Aires agarro esa máquina desmaterializadora a patadas y la destrozo!" ¡Cómo me dejé convencer por esa publicidad que decía: Si no aparecés y desaparecés en cualquier parte, no existís. ¡Y la compré con lo cara que me salió!" "No hay caso, a mi un comercial me vende cualquier cosa."
Cuando Daniel vuelve a su lucidez, ve a la bellísima joven oriental ya enfundada en un vestido de seda muy ajustado al cuerpo, con su mano estirada hacia él. El hombre no lo puede creer: "¿Te vas? ¿Te tengo que pagar? ¿Cuánto? 100, 200, ¡500 yens! ¿A cuánto cotizó hoy? ¡Me quiero matar! La joven, sin entender una palabra de lo que dijo pero con su platita en la mano, se dirige a la puerta con pasitos cortitos, le hace una reverencia al pobre hombre y se va.
Apesadumbrado, se deja caer en la cama murmurando cosas como estas: "Qué le digo a Adriana ahora, soy el peor marido del mundo, soy un..!" Algo lo interrumpe; otra vez alguien se va a materializar ¡Es Adriana nuevamente la que aparece frente a él! "Adriana, mi amor, yo te voy a explicar, no... pero... ¿Qué hacés vestida así?" La madura pero hermosa mujer tiene puesta una ropa interior roja muy sexy, un par de medias al tono hasta su bellos muslos sostenidas con un portaligas del mismo color, y unos zapatos agujas que la hacen más alta y enigmática. Ni hablar del maquillaje, ¡para ganar cualquier guerra! Está bellísima créanme. Entonces, esbozando una seductora sonrisa le dice a su boquiabierto y destruído marido: "¿Cómo qué hago? Vine a la fiesta, o me ibas a dejar afuera. A propósito, ¿dónde está la japonesita? ¿Se fué?" y poniendo una trompita mimosa, remata: "Qué pena, con lo bien que la íbamos a pasar los tres juntos..." 


1 comentario:

  1. Oh dick! MB. Me ha divertido el final, no lo esperaba.
    "Ni hablar del maquillaje, ¡para ganar cualquier guerra!" esta frase (entre otras) es muy graciosa. Entre anacrónica y tierna.

    Besos grandes y pasate por el mío! M.

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